Un recorrido por los marcos conceptuales de la Economía.
PARTE TERCERA: LOS MARCOS CONCEPTUALES DE LA ECONOMÍA.
CAPÍTULO 9.- LA IMPORTANCIA DE LA DEMANDA Y DEL CORTO PLAZO ECONÓMICO: JOHN MAYNARD KEYNES.
Categorías keynesianas (2): la propensión a consumir y el multiplicador
La propensión a consumir keynesiana es la relación funcional existente entre un nivel de ingreso dado y el gasto de consumo para dicho nivel de ingreso. Y la suma que la comunidad gasta en consumo depende a) del monto de su ingreso, b) de otras circunstancias objetivas que lo acompañan, c) de las necesidades subjetivas y las inclinaciones psicológicas y hábitos de los individuos y d) de los principios según los cuales se divide el ingreso entre los individuos. Los dos primeros son factores objetivos, los restantes son subjetivos.
De entre los factores objetivos, Keynes cita: a) un cambio en la unidad de salario; b) un cambio en la diferencia entre ingreso e ingreso neto; c) los cambios imprevistos en el valor de los bienes de capital, no considerados al calcular el ingreso neto; d) cambios en la tasa de descuento del futuro (esto es, la relación de cambio entre los bienes presentes y futuros); e) cambios en la política fiscal; y f) cambios en las expectativas acerca de la relación entre el nivel presente y el futuro del ingreso.
De su exposición, llega a la conclusión de que en una situación determinada, la propensión a consumir puede considerarse como una función bastante estable. Los cambios imprevistos en el valor de los bienes de capital pueden hacer variar la propensión a consumir, y las modificaciones sustanciales en la tasa de interés y en la política fiscal pueden producir cierta diferencia; pero los factores objetivos que pudieran afectarla, si bien no deben despreciarse, no es probable que tengan importancia en circunstancias ordinarias.
Para Keynes, el hecho de que, dada la situación económica general, el gasto en consumo dependa principalmente del volumen de producción y ocupación, justifica que no se consideren los otros factores en la función general, propensión a consumir, porque, mientras los demás pueden variar, el ingreso total es, por regla general, la principal variable de que depende el consumo. En consecuencia, el consumo depende principalmente del volumen de ingreso total, y los cambios en la propensión misma son de importancia secundaria.
Respecto a la forma normal de la función, cabe decir que el consumo aumenta a medida que crece el ingreso, aunque no tanto como éste. La relación entre el incremento del consumo y el incremento del ingreso de un hombre es positiva pero menor que la unidad. De este modo, un ingreso creciente irá con frecuencia acompañado de un ahorro mayor; y un ingreso en descenso, acompañado de un ahorro menor, en mayor escala al principio que después.
Para Keynes, fuera de los cambios de corto periodo en el nivel del ingreso, resulta evidente que un mayor nivel absoluto de ingreso se inclinará, por regla general, a ensanchar la brecha que separa al ingreso del consumo. Esto impulsará casi siempre a ahorrar una mayor proporción del ingreso cuando el ingreso real aumenta. ... consideramos como regla psicológica fundamental de cualquier sociedad actual que, cuando su ingreso real va en aumento, su consumo no crecerá en una suma absoluta igual, de manera que tendrá que ahorrarse una suma absoluta mayor, a menos que al mismo tiempo ocurra un cambio en los otros factores. (Keynes, 1936).
El menor crecimiento del consumo que podía preverse en una economía en crecimiento tendría para Keynes consecuencias desafortunadas. Pues, para él el consumo es el único objeto y fin de la actividad económica. Las oportunidades de ocupación están necesariamente limitadas por la extensión de la demanda total. Ésta puede solamente derivarse de nuestro consumo presente o de nuestras reservas para el consumo futuro. Siempre que se produzca un objeto durante el período, con la intención de satisfacer el consumo posteriormente, se pone en movimiento una expansión de la demanda corriente. Ahora bien, toda inversión de capital está destinada a resolverse, tarde o temprano, en desinversión de capital. Por tanto, el problema de lograr que las nuevas inversiones de capital excedan siempre de la desinversión de capital en la medida necesaria para llenar la laguna que separa el ingreso neto y el consumo, presenta una dificultad creciente a medida que aumenta el capital. Las nuevas inversiones sólo pueden realizarse como excedente de la desinversión actual del mismo, si se espera que los gastos futuros en consumo aumenten. Cada vez que logramos el equilibrio presente aumentando la inversión estamos agravando la dificultad de asegurar el equilibrio mañana. Una propensión a consumir descendente en la actualidad, sólo puede amoldarse al provecho público si se espera que algún día exista una propensión mayor a consumir.
Keynes expone esta misma idea refiriéndose al gasto público:
Se presenta comúnmente como objeción a los planes para aumentar la ocupación por medio de inversiones patrocinadas por la autoridad pública la de que así se está creando una dificultad para el futuro. «¿Qué haremos -se pregunta- cuando hayamos construido todas las casas, caminos, casas consistoriales, centros distribuidores de energía eléctrica, sistemas de suministro de agua y otras cosas por el estilo, que se espera puede necesitar la población estacionaria del futuro?» Pero no se entiende con igual facilidad que el mismo inconveniente se presenta con las inversiones privadas y la expansión industrial; particularmente con la última, desde el momento que es mucho más fácil advertir la pronta saturación de la demanda de nuevas fábricas y equipos, que aisladamente absorben poco dinero, que la demanda de casas habitación. (Keynes, 1936).
¿Es este argumento la esencia de una crisis de realización con la que inevitablemente debe enfrentarse la economía? Y, ¿tendrá idéntico resultado que las crisis de acumulación anunciadas por los economistas políticos clásicos? Evidentemente, el contenido de la explicación difiere sustancialmente. Para estos últimos se trataba de una caída en la tasa de beneficios. Este mecanismo no opera en el caso recién expuesto. Tampoco se trata de una insuficiencia de demanda efectiva que lleva al sistema económico a una situación de equilibrio con desempleo. Ésta sería una situación pasajera, fácil de resolver con las recetas típicamente keynesianas. Se trataría más bien de una tendencia estricta del propio sistema económico.
Este tipo de tendencia encaja en ciertas explicaciones de la crisis económica y de la situación económica de los años ochenta de las economías industriales avanzadas. Así, para Piore y Sabel (1984), el fenómeno de la postguerra más a largo plazo y que más consecuencias tuvo fue la saturación de los mercados de bienes de consumo en los países industriales. A finales de los años sesenta, el consumo interior de bienes que había dado lugar a la expansión de la postguerra había comenzado a alcanzar sus límites; esta saturación era especialmente clara en Estados Unidos, pero fue extendiéndose al conjunto de economías occidentales.
Una salida para las empresas, ante esta situación de saturación y estancamiento del consumo de bienes industriales, fue el aumento de la exportación y la consiguiente alza en la interpenetración de las economías occidentales. Las exportaciones son un componente de la demanda que está ausente en la exposición de la Teoría General. Sin embargo, en la medida que la mayoría de estas economías atravesaría por esta misma situación, las exportaciones no significaban una modificación en esta tendencia, salvo que se incorporasen otras economías al masivo consumo (los países en desarrollo y/o las antiguas economías centralmente planificadas). Esto no sucedió en la cuantía necesaria. Lo cual podría ser descrito, dentro del esquema del texto de Keynes, como una situación de insuficiente demanda efectiva a escala mundial.
Más allá de la validez de este último punto, existen dos aspectos que es necesario tener presentes. Por una parte, Keynes descarta la posible modificación en la composición de la oferta global. Y, por otra, como mostraron los análisis de Milton Friedman (1957), Franco Modigliani (1949) y James Tobin (1951), la función de consumo de Keynes era excesivamente simple. Posteriormente analizaremos cuanto se dice en la Teoría General sobre la función de la oferta global. Veamos ahora qué aportaciones adicionales tiene este texto respecto a la función de consumo.
Los alicientes subjetivos y sociales que determinan lo que se ha de gastar o, mejor dicho, que impulsan a los individuos a abstenerse de gastar sus ingresos responden a ocho motivos: precaución, previsión, cálculo, mejoramiento, independencia, empresa, orgullo y avaricia. Además de estos de índole individual, los gobiernos, instituciones y sociedades de negocios retienen una parte de sus ingresos por motivos de empresa, liquidez, mejoramiento y prudencia financiera. Para Keynes estos componentes subjetivos y sociales de la propensión a consumir no comportan una alteración de su función de demanda de consumo y la base principal de los alicientes subjetivos y sociales cambia lentamente, mientras que las influencias a corto plazo de las alteraciones en la tasa de interés y los demás factores objetivos son con frecuencia de importancia secundaria, se llega a la conclusión de que los cambios a corto plazo en el consumo dependen en gran parte de las modificaciones del ritmo con que se ganan los ingresos y no de los cambios en la propensión a consumir por parte de los mismos. En definitiva, la simple función de consumo de Keynes tiene como variable dominante la renta.
Similar relación existe entre los ingresos y la inversión a través del multiplicador. Señala la relación entre el incremento registrado en el nivel de renta de equilibrio y la variación en la demanda de inversión. Además, bajo ciertas simplificaciones, esta relación también puede establecerse entre la ocupación total y la ocupación directa dedicada a inversiones. Este nuevo paso es parte integrante de nuestra teoría de la ocupación, ya que, dada la propensión a consumir, establece una relación precisa entre la ocupación y el ingreso totales y la tasa de inversión. (Keynes, 1936).