Un recorrido por los marcos conceptuales de la Economía.
PARTE TERCERA: LOS MARCOS CONCEPTUALES DE LA ECONOMÍA.
CAPÍTULO 7.- LA ESTATICA Y EL EQUILIBRIO: LA ECONOMÍA MARGINALISTA.
Alfred Marshall
Para Keynes, Marshall fue el primer gran economista de «pura sangre» que existió, el primero que consagró su vida a la construcción de la Economía como ciencia en sí, asentada en fundamentos propios, y con el mismo alto nivel de precisión científica de la física o la biología. Pero, más aún, resultó imposible que, después de él, la Economía volviera a convertirse en una de tantas materias del bagaje del estudioso de filosofía moral, en una de tantas ciencias morales. Marshall no quedó satisfecho hasta que alcanzó una victoria completa en 1903 con la creación de una facultad y un tripo separado para la Economía y las materias afines de ciencia política. Y, ello a pesar de que llegó inicialmente a la Economía a través de la Ética, como él mismo reconoció en un esbozo retrospectivo de su historia intelectual que tomamos de Keynes (1972):
De la metafísica pasé a la ética y vi que no era fácil la justificación de las condiciones existentes de la sociedad. Un amigo, gran lector de obras de lo que entonces se llamaban ciencias morales, repetía una y otra vez: «¡Ah!, si supieras algo de Economía política, no hablarías así!». De modo que leí la Economía política de Mill y quedé entusiasmado. Tenía dudas sobre la justificación intrínseca de la desigualdad, no tanto de las comodidades materiales, cuanto de la oportunidad. Luego, durante las vacaciones, visité los barrios más pobres de diversas ciudades y recorrí una calle tras otra mirando los rostros de los más humildes. Inmediatamente después decidí abordar con todas mis energías el estudio de la Economía política
Los Principios.
Para Blaug (1968), la importancia de la aportación de Marshall se ve condicionada por el punto de vista. Juzgada con las estrictas exigencias de la teoría económica actual, es una obra que deja bastante que desear. Marshall, en su esperanza de que le leyeran los hombres de negocios, escondió en notas y apéndices los aspectos más destacables de sus Principios de Economía, utilizó una lenguaje que impedía resaltar los aspectos novedosos de los trillados.
Los Principios constituyen un estudio de la teoría estática microeconómica, pero recuerda continuamente al lector que ésta no puede captar las cuestiones vitales de la política económica. Para Marshall era necesaria una «biología económica»: el estudio del sistema económico como un organismo que evoluciona en el tiempo histórico. Por esta razón, esta obra está llena de comparaciones entre el mundo económico, el mundo físico y el mundo biológico. Sirva como ejemplo la siguiente cita extraída de sus Principios:
existe, al menos, una unidad fundamental de acción entre las leyes de la Naturaleza en el mundo físico y en el moral. Esta unidad central se manifiesta en la regla general, que tiene pocas excepciones, de que el desarrollo del organismo, ya sea social o físico, envuelve una subdivisión siempre creciente de funciones entre sus diferentes partes, por un lado, y una más íntima relación entre ellos, por otra. Cada parte se basta cada vez menos a sí misma, depende cada vez más de las restantes partes, de modo que cualquier desorden que se produzca en una de las partes de un organismo altamente desarrollado afectará también a todas las demás.
Sin embargo, siguiendo a Blaug, debe juzgarse también su aportación no sólo por la resolución de viejos problemas sino también por el estímulo que proporciona a los estudiosos posteriores. En este sentido, los Principios de Marshall es uno de los libros mejores y más duraderos en la historia de la Economía.
La contribución de los Principios puede presentarse esquemáticamente en cinco puntos. En primer lugar, cierra una vieja polémica relativa a la determinación del precio y el papel que en ésta jugaban la demanda y el coste de producción. Después del análisis de Marshall, para la mayoría de la profesión, no hubo nada más que decir al respecto. Con conceptos gemelos de oferta y de demanda, Marshall disponía de los necesarios elementos para explicar la formación del precio. En el punto de intersección de ambas curvas quedaba determinado el precio de equilibrio. Marshall comparó estas dos curvas a las hojas de unas tijeras y observó que sería igual de razonable discutir sobre si es la hoja de arriba o la de abajo la que corta un papel, como si es la utilidad o el coste de producción quien determina el valor.
De este modo, en apariencia tan simple, barrió de golpe una buena parte de los conceptos de la Economía política clásica. Ahora, la esencia de un sistema económico no consistía en la producción de bienes sino en la satisfacción. Se tornó innecesaria la búsqueda de una medida invariante de valor y, por ello, desapareció una de las problemáticas terminológicas mayores de la Economía política clásica. La medida del valor era la que el público manifestaba en sus actos de compra. También sirvió para cerrar otros debates en torno a conceptos que no hemos aludido, como los bienes materiales e inmateriales, el trabajo productivo y el improductivo, dejaron de ser tema de discusión.