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La mano invisible
En la primera sección del Capítulo II del Libro IV de su obra, refiriéndose a la acción individual de las personas, Adam Smith escribe la siguiente frase: [1]
Ninguno por lo general se propone originariamente promover el interés público.... Cuando prefiere la industria doméstica a la extranjera, sólo medita su propia seguridad, y cuando dirige la primera de forma que su producto sea el mayor valor posible, sólo piensa en su ganancia propia; pero en este y en muchos otros casos es conducido, como por una mano invisible, a promover un fin que nunca tuvo parte en su intención.Esa es la única vez que la palabra invisible aparece a lo largo de las mil sesenta y una páginas que tiene la obra. Sin embargo, la mano invisible quizás es la metáfora más usada en la argumentación económica, tal vez superada solo por aquella otra famosa metáfora del libre juego entre oferta y demanda.
Desde luego, lo que suele resaltarse es la posibilidad de que la mano invisible logre transformar parte de las ganancias del comerciante y del productor en ganancias para el resto de la población; posibilidad que no podría ser negada ni siquiera por el más radical adversario de la economía de mercado.
Pero el mito levantado alrededor de esa metáfora consiste en convertir esa posibilidad en este y en muchos otros casos- en la creencia de que la mano invisible siempre conducirá al bien común; creencia que es negada una y otra vez por el propio Adam Smith, por ejemplo cuando explícitamente intercede por la necesidad de legislar: [2]
Dos objetos son los que presenta la economía política, considerada como uno de los ramos de la ciencia de un legislador y que debe cultivar un estadista: el primero... habilitar a sus individuos y ponerles en estado de poder surtirse por sí mismos de todo lo necesario; y el segundo, proveer al Estado o República de rentas suficientes para los servicios públicos y las expensas o gastos comunes, dirigiéndose en ambos objetos a enriquecer al Soberano y al pueblo como tales.
Cuando expresa más temor por la ambición privada que por la tiranía pública: [3]
Puede decirse que la caprichosa ambición de algunos tiranos y ministros, que en algunas épocas ha tenido el mundo, no ha sido tan fatal al reposo universal de Europa como el impertinente celo y envidia de los comerciantes y fabricantes.Y cuando advierte que la codicia de algunos individuos puede juntarlos en conspiración contra el beneficio común: [4]
Rara vez se verán juntarse los de la misma profesión u oficio, aunque sea con motivo de diversión o de otro accidente extraordinario, que no concluyan sus juntas y sus conversaciones en alguna combinación o concierto contra el beneficio común, conviniéndose en levantar los precios de sus artefactos o mercaderías.
Así, el propio Adam Smith antepone la necesidad de legislar, frenar ambiciones y defender el beneficio común, por sobre el imprevisto accionar de la quimérica mano invisible.