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Alfonso Klauer
El desafío del multietnolingüísmo
El último aspecto sustantivo al que queremos dar atención, es éste al que
denominamos, desafío multietnolingüístico. Se trata, sin duda, de un
problema que es tan complejo como sensible. Sobre todo porque un análisis
heterodoxo desata usualmente el subjetivismo, y se cae entonces en la
sensiblería, que es al tema, lo que el patrioterismo miope y destructivo al
nacionalismo constructivo.
La variedad etnofenotípica es uno de los grandes valores de la humanidad.
Bien lo saben, a título de ejemplo, alemanes, españoles, ingleses, noruegos
y turcos, hablando de Europa. Como lo saben japoneses, coreanos y chinos, en
el caso de Asia. O los egipcios, senegaleses y los tanzanios, en África.
Pero asimismo los australianos, neozelandeses y tahitianos, en Oceanía.
Y otro tanto debe decirse de la multiplicidad lingüística que hay en ésos y
el resto de los países del mundo. Quizá nadie como los políglotas para
reivindicar el valor y la enorme ventaja objetiva que representa hablar
dos, tres, siete e incluso más idiomas. A este respecto quizá más que ningún
otro ha sucitado admiración el Papa Juan Pablo II.
Para lo que sigue, ubiquémonos por un instante hacia 1950, finalizada pues
la Segunda Guerra Mundial. Hablemos entonces como si estuviéramos en
aquellas circunstancias. En tal virtud, bien podemos decir que, en términos
porcentuales, quizá ningún país tiene tanto políglota como Suiza. En la zona
oeste de ese pequeño, donde mayormente se habla francés, miles de ciudadanos
hablan no obstante también alemán y/o el romance suizo (que en realidad está
constituido por una variedad grande de dialectos del alemán). En el área
sur, donde básicamente se habla italiano, miles de habitantes alternan con
él también el alemán y el francés. Y en área norte y nororiental
mayoritariamente se habla el alemán y/o el romance. Mucho más de un millón
de suizos son bilingües y muchos miles hablan tres de los cuatro o los
cuatro idiomas oficiales. Y, sin duda, muchos miles han empezado a hablar y
escribir además perfectamente en inglés. En cada una de las áreas señaladas
desde centurias atrás la educación es bilingüe o trilingüe. ¿Hay en Suiza
algún tipo ostensible de discriminación por el idioma, es decir, por el
hecho de hablar en alguna de las lenguas señaladas? ¿Y cuántos tipos étnicos
puede indicarse que existen en ese rincón de los Alpes? Suiza es pues un
país étnicamente homogéneo en el que, existiendo acusado multilingüismo, no
hay sin embargo notorias y menos aún graves discriminaciones en razón del
idioma.
Por obvio que parezca, corresponde preguntarse: ¿qué idioma se habla en
Alemania? Pues alemán. ¿Y en Francia? Pues francés. ¿Y en Japón? Japonés,
claro está. ¿Y cuántos grupos étnicos o fenotípicos puede decirse que hay en
cada uno de esos países? Y bueno, simplemente uno en cada uno, de modo que
tampoco hay en ello sustento para forma alguna de discriminación racial.
Éstos, pues, aunque también hay otros más en Europa y Asia, son países etnolingüísticamente
homogéneos.
De los países de Europa Occidental el más complejo a estos respectos es
España. Pero sin duda más en términos idiomáticos que étnicos. Obviando la
tozudés que a este efecto se dio durante la dictadura franquista, puede no
obstante afirmarse que, en Galicia, al extremo noroccidental subsiste
orgullosamente y sin discriminación de ninguna índole el gallego. Casi en la
vecindad, legítima y tercamente en las Vascongadas se reivindica el idioma
vasco. Y en la misma área septentrional de la península, al este, en
Cataluña incluso con más fuerza que antes, con singular orgullo y sin
discriminación de nadie, se habla el catalán. Mas ninguna de esas
comunidades puede negar que son casi totalmente bilingües, en tanto también
hablan castellano.
En Norteamérica, en Canadá se habla básicamente dos idiomas, francés e
inglés, y gran parte de la población es pues bilingüe. En Estados Unidos, en
cambio, más de 95 % de la población habla sólo inglés. Un sinnúmero de
pequeñas minorías de migrantes voluntarios se aferra, pero también
libremente, a sus propios idiomas. Hay entonces una ostensible prevalecencia
del inglés, y la única, notoria y nefasta forma de discriminación, es por el
color de la piel, pero básicamente contra los descendientes de los
pobladores africanos que fueron llevados como esclavos hasta bien entrado el
siglo anterior.
¿Y qué decir de la América que va el río Grande hacia el sur? Costa Rica,
como Argentina, Uruguay y Chile, por ejemplo, son países casi exclusivamente
monolingües castellanos. Y poblacionalmente predomina notoriamente el
fenotipo de ascendencia europea. No se conoce forma de discriminación
racial alguna. México, como Nicaragua o Guatemala, aunque monolingües
hispano parlantes, son de predominancia poblacional mestiza. En Venezuela,
como asimismo en casi todos los países del Caribe hispano, alternan en
castellano descendientes de europeos y de africanos, con evidentes
tratamientos de discriminación hacia estos últimos. En Colombia, en tanto,
además de sangre europea y africana hay una población de ancestro nativo muy
grande, pero el país entero es prácticamente monolingüe hispano parlante.
En Ecuador una casi insignificante minoría de ascendencia predominantemente
española, alterna con población nativa castellana y con población nativa
quechua hablante, pero numéricamente minoritaria. En Bolivia, por su parte,
aunque también en notoria minoría, la población de ascendencia europea es
más diversa, aunque monolingüe castellana. Y alterna discriminatoriamente
con grupos mayoritarios de quechua hablantes y aún más numerosos todavía de
aymara parlantes.
En el Perú, menos del 5 % de la población es de ascendencia europea, aunque
muy diversa. No obstante ser predominantemente de ancestro español, la hay
de ascendencia italiana, alemana, francesa e inglesa, y se precia cada grupo
de su bilingüismo, pues además del castellano mantiene su lengua materna. En
la costa casi el íntegro de la población es mestiza y monolingüe castellana.
En el área cordillerana, en cambio, porcentajes muy significativos de la
población, especialmente desde el centro al sur, hablan exclusivamente
quechua. Y en el área altiplánica se habla también quechua pero
mayoritariamente aymara. En ambos casos la lengua ancestral va perdiendo
cada vez más su participación porcentual, reservándose el uso de esos
idiomas a la población de más edad y de residencia rural y actividad
agrícola y pecuaria. Y, en la Amazonía, alta y baja, un sinnúmero de
comunidades nativas viven prácticamente aisladas, preservándose en razón de
ello sus múltiples y mutuamente ininteligibles dialectos cuando no idiomas
realmente distintos.
Como nefasta herencia de la Colonia más prepotente y abusiva que se conoció
en América, la discriminación racial es absolutamente notoria. El blanco
o misti dominante discrimina al mestizo y, aún más, al cholo, esto es,
al hombre de ancestro andino castellano parlante; pero también al indio,
voz cargada de profundo sentido de desprecio con la que puede hacerse
referencia al cordillerano o al amazónico. En actitudes y conductas
evidentemente aprendidas de los blancose impuestas a todos los grupos
inferiores además por la fuerza de los siglos, el mestizo, a su turno
entonces, discrimina y maltrata al cholo y al indio. Y el cholo, claro
está, discrimina y maltrata al indio. Pero todos a su vez discriminan al
negro y a las innumerables variantes surgidas de la mezcla de africanos y
peruanos (zambos, mulatos, sacalaguas, cuarterones, etc.). Y
mutuamente todos se segregan con los descendientes de inmigrantes chinos, y
con los descendientes de inmigrantes japoneses que a ojos de todos se
discriminan también entre sí. Agréguese a esa compleja mixtura las colonias
de árabes y judíos y sus descendientes que, además de discriminarse entre
sí, discriminan por igual a todos y cada uno de los demás, manteniéndose en
terca y obstinada endogamia típicamente racista.
El Perú de entonces, pues, con menos de 15 millones de habitantes, tenía
problemas y conflictos etnolingüísticos más acusados y variados que los que
se daban en gigantes poblacionales como China, India y Rusia. Se trataba
pues, sin ningún género de duda, de la sociedad humana más fragmentada,
diversa y dividida del orbe. En ese contexto, hacia 1970 terminó por
desaparecer la tercera lengua más hablada del mundo andino prehispánico: el
sec o muchik, el idioma de las culturas Moche, Mochica y Chimú. Y, por el
camino de aquél, lentamente, pero sin pausa, van cediendo terreno en el
habla de la población tanto el quechua como el aymara, aunque más éste que
aquél, en razón de que siempre fue también menos significativa la población
nativa que lo hablaba. Menospreciados y estigmatizados por todos los demás,
los nativos de idiomas ancestrales no han podido dejar de ocultar la
vergüenza que se les hace sentir y sienten por hablar una lengua
inferior, un idioma arcaico, una lengua muerta.
La férrea y destructiva hegemonía colonial española en Lima, impidió que
cristalizaran en el seno del Perú personalidades como las de José Gaspar
Rodríguez de Francia, Carlos Antonio López y su hijo Francisco Solano López,
personalidades insignes de la historia de Paraguay. Allí, contra las
políticas decididamente nacionalistas de éstos, fue necesaria la monstruosa
Triple Alianza de Brasil, Argentina y Uruguay para acabar con ese insólito
experimento que se estuvo dando en aquel mediterráneo y pequeño país
sudamericano entre 1814 y 1864. Sin embargo, al precio de perder nada menos
que la mitad de su población, Paraguay se alza hasta hoy mismo como el único
país del río Grande al Cabo de Hornos, donde por igual, y sin discriminación
alguna, los sectores dominantes y dominados de la población orgullosamente
hablan tanto en guaraní como en castellano.
Sin esa experiencia, en el Perú fue necesario que transcurrieran 150 años de
historia republicana para que, durante el gobierno militar del general
Velasco, recién fueran declarados idiomas oficiales el quechua y el aymara.
No obstante, y transcurridas ya más de tres décadas, aún nada oficial se
realiza en ninguno de esos dos idiomas. Y apenas si se están dando los
primeros, tímidos y aún experimentales pasos de educación bilingüe. ¿Pero
cuándo? Cuando las poblaciones de ambos idiomas no suman ya sino tres
millones de seres. Es decir, cuando el costo unitario de dicha educación
por denominarlo de alguna manera, resulta proporcionalmente
estratosférico, dado que ha perdido totalmente economía de escala. A este
respecto, y para que se tenga una idea objetiva de nuestra afirmación, en
esta primera década del siglo XXI, en la India, entre muchos, hay diez
idiomas con poblaciones usuarias que superan a toda la población del Perú .
Y muy probablemente más ventaja a ese respecto hay todavía en China. Desde
nuestra perspectiva, el de la educación bilingüe es un problema que
absurdamente, dentro del consabido y paternalista centralismo, se está
dirigiendo desde Lima, cuando es un problema que deben enfrentar las
autoridades regionales.
Pues bien y como de alguna manera se pretende ilustrar en el Gráfico Nº 55
(en la página siguiente), a diferencia de los países etnolingüísticamente
homogéneos, o más o menos homogéneos, ¿qué implica una atomización étnica y
lingüística como la que se da en el Perú, y en la que las poblaciones y los
idiomas nativos, mayoritariamente segregados y estigmatizados, se baten
penosa y lentamente en retirada, en razón de la profunda debilidad social de
los grupos étnicos correspondientes? ¿Podría responderse sin explicitarse
además que en los espacios de mayoritario ancestro andino, incluso los
declaradamente castellanizados, nunca ha existido ni existe tampoco poder
económico ni político capaz de oponer una resistencia civil eficaz a la
hegemonía del poder dominante en Lima? No pues. De allí que hay que admitir
que ambas desventajas con una misma causa u origen se suman, representando
entonces aún una mayor debilidad, tanto para cada uno de los grupos sociales
en cuestión como para el conjunto de todos ellos.
El caso del Perú es sin duda extremo. Pero pone de manifiesto que, de cara
al proceso de desarrollo, la heterogeneidad etnolingüística es una notoria
desventaja en tanto que, objetivamente, representa dispersión de fuerzas. Y
conste que todavía debería ponerse énfasis suficiente en el hecho de que,
dentro de cada grupo, hay comprensibles diversidades ideológicas,
religiosas, económicas, etc., que hacen particularmente más atomizado el
conjunto y aún más débiles las fuerzas de cada uno de los subgrupos.
Ocurre pues que estamos enfrentando un enorme vacío que a estos respectos se
hace cada vez más palpable en la historiografía tradicional. Ésta ha venido
tratando a los países casi como conjuntos completamente homogéneos. Baste
tener en cuenta que hasta encumbrados pensadores y analistas, como Francis
Fukuyama, por ejemplo, han obviado olímpicamente estas consideraciones en
sus estudios. Así, omitiéndose una variable fundamental como la composición
social (étnica, lingüística, etc.) de la población, las conclusiones
respecto de las variables relevantes del desarrollo resultan completamente
desacertadas.
Fukuyama, analizando el caso de Japón, puso énfasis en el factor
confianza. ¿Dudaría alguien que en el caso de Alemania tal razón también
ha estado presente en el sostenido esfuerzo del desarrollo? ¿Y que también
lo ha estado en los casos de Suiza, y de Suecia, y de Noruega, y de Francia,
e incluso de España? ¿No es obvio que la confianza no es una variabla
independiente sino dependiente? ¿No es obvio que es una resultante de la
homogeneidad social, pues invariablemente se confía más en los iguales a
uno que en los diferentes a uno, y más aún cuando hay racismo de por
medio?
Sin duda, pues, de la homogeneidad social se deriva la confianza, y, de
ésta, una mayor cohesión social y, de ésta, resulta una fuerza social
consistente y poderosa. En tanto que, de la heterogeneidad social se derivan
sucesivamente una mayor desconfianza, una menor cohesión y una menor fuerza
social. ¿Cuesta tras esta reflexión comprender qué grupo alcanzará más
rápido y con menos esfuerzo sus metas: el homogéneo o el heterogéneo? ¿Y qué
grupo es capaz de soportar más y mayores presiones externas? El Perú, pues,
a todos esos respectos, es un país profundamente débil. Y cada uno de los
sectores sociales que lo componen lo son aún más.
En razón de todo ello, son lamentables los pazos que se viene dando para
enfrentar el enorme desafío de la descentralización política, económica y
poblacional del país. Cuando se acometió la tarea de elaborar las leyes
pertinentes, nunca fueron convocados los historiadores, pero tampoco los
especialistas en geografía. Unos y otros no son convocados en realidad nunca
para los grandes debates nacionales. ¿Tendrían en verdad algo qué decir?
Pero, por cierto, tampoco fueron convocados quienes propugnaban el
planteamiento de que el Perú tiene, mucho más que otros países, razones
históricas por lo demás ancestrales, geográficas, etnolingüísticas, etc.,
para ser una República Federal . Y la prensa, que en diversas ocasiones
muestra el enorme poder que tiene, en dicha oportunidad, de consuno con las
autoridades gubernamentales, tampoco convocó voces distintas. Cuán en
evidencia quedó, como queda cotidianamente demostrado, que cuando sus
intereses coinciden, poco importan los del resto del país.
Para los especialistas del mundo entero el Perú tiene, precisa e
incuestinablemente, todas y cada una de las razones objetivas que justifican
la constitución de una República Federal. Así, Gamini Lakshman , afirma que
la existencia de diversidad de idiomas, (
) y culturas es el principal
fundamento de la federalización.
Mas no sólo eso, sino que hay riesgos graves que, por previsibles, urge de
cara a cuanto se ha revisado de la historia de Occidente, enfrentar a
tiempo. Thomas Fleiner advierte en efecto que los estados fragmentados se
enfrentan a problemas casi insolubles al confrontar los conflictos abiertos
o latentes, que se originan en la diversidad social. Pero con igual tino
Ronald Watts refiere que el objetivo de un sistema político federal no es
eliminar la diversidad sino aceptar, conciliar y manejar las diversidades
sociales....
Wole Soyinka , Premio Nobel de Literatura indica que el ejemplo de Canadá
es sumamente útil. Nos permite recordar que no sólo las tribus de África
son las que requieren una solución a las antinomias muy predecibles de la
(
) lengua, la identidad étnica, la cultura
Esas predecibles antinomias son pues exactamente las que se prevén en el
Perú. No las advierten sin embargo los políticos, ni las autoridades, ni los
historiadores. Mas, como a su turno trae a colación Pierre Trudeau, ex
Primer Ministro de Canadá ,
hay que crear las condiciones en las cuales la
fragmentación pase a ser indeseable. De modo tal que no se reiteren otras
experiencias dramáticas como ésta que a continuación nos recuerda Subatra
Mitra ,
la existencia de diversidad de idiomas es sin duda la principal
explicación del federalismo en Suiza, India; y, por ejemplo, de la
independización de Bangladesh
.