Ángel Selas Uriarte
Desde el principio de los tiempos el ser humano necesitó de su propia fuerza en la lucha por la supervivencia. Fuerza física y mental, propia o ajena, que le sirvió para intentar aprovecharse de los recursos naturales. Pero a cambio conoció nuevas enfermedades y accidentes que le acercaban a la muerte. Y desde que adquirió conciencia de tales riesgos comenzó su preocupación por evitarlos o minimizarlos. Es la crónica de una lucha por la salud.
Hay muchas evidencias históricas y arqueológicas que dan cuenta de la especial preocupación por la salud que ha tenido el ser humano a lo largo de su existencia. En ellas se observa que desde los orígenes de este interés vital de supervivencia se alternaron las soluciones de tipo curativo con las de prevención del daño. El contenido de estas últimas casi siempre se refería a mantener una higiene adecuada, tanto en el plano individual como en el social, en el mundo del trabajo y en la milicia, siendo un ejemplo de ello lo recuperado de las investigaciones realizadas sobre los romanos.
Pero es en el mundo laboral donde con el desarrollo de las tecnologías vinieron nuevas enfermedades y peligros, aumentando el interés de las clases trabajadoras por conseguir unas mejores condiciones higiénicas y laborales, mediante legislaciones y normativas encaminadas a minimizar los riesgos. Este objetivo se ha extendido hasta nuestros días.