Gabriel Estuardo Cevallos Uve
Aunque los orígenes de la actividad normalizadora pueden remontarse milenios y siglos atrás (por ejemplo, dos siglos y medio antes de Cristo, desde tiempos inmemoriales, el hombre ha logrado transmitir los conocimientos adquiridos utilizando los más variados medios. Partiendo del papiro hasta el formato digital, el fin se ha mantenido invariable: legar la sapiencia y la sabiduría a las generaciones subsiguientes. Hacia el año 300
a.C. se fija la aparición de la primera obra de ciencias: los Elementos de Euclides ( Betancourt, 2003).
Las escuelas y universidades medievales desempeñaron un cometido de trascendental importancia en la conservación de la literatura científica. En Egipto estaba normalizada la medida de los ladrillos; en 1872 se dio el primer intento internacional de normalizar la nomenclatura en química orgánica con la Nomenclatura de Ginebra y en 1875 se creó la Oficina Internacional de Pesas y Medidas), es en el siglo XX cuando llega a su cima el esfuerzo normalizador. En 1917 se crea en Alemania el Comité de Normas para la Ingeniería Mecánica General, transformado después en el Instituto Alemán de Normalización, que crea y publica las famosas normas DIN (del nombre en alemán del propio instituto: Deutsches Institut für Normung). En octubre de 1946 se funda en Londres el organismo normalizador mundial, la ISO
(International Organization for Standardization ‘Organización Internacional de Normalización’), con el objetivo de coordinar y unificar las normas internacionales. En marzo de 1961 se funda en París el CEN (Comité Europeo de Normalización) para fomentar la implantación de las normas ISO en Europa, establecer las suyas propias y armonizar las ya existentes en los países europeos (Martínez, 2003).