Este principio podría considerarse como al gran axioma de la CA. A diferencia de la gran mayoría de las percepciones filosóficas occidentales, la CA asume que el individuo no es nada si no está relacionado con la comunidad; de ahí la dificultad del andino para entender, por ejemplo, el individualismo metodológico o el homo economicus como unidad de análisis de la economía, o la conducta del consumidor. Por otra parte, este desconocimiento del individuo como ser desrelacionado es una expresión de la poca importancia que el andino otorga a la “cosa en sí” o a lo que la filosofía occidental denominaría “ontología”. El Ser Andino orienta sus esfuerzos cognoscitivos a visualizar la relacionalidad entre las cosas y no en conocer las cosas mismas. La red de nexos y relaciones entre todo lo que existe es la fuerza que da vida a lo existente, por eso es que lo individual no es, en cuanto no tenga algún vínculo con el resto, vínculo que puede ser de reciprocidad, de complementariedad, de ciclicidad, integralidad o de alteridad. Tal como veremos, estas relaciones dan lugar a lo que la filosofía occidental denominaría axiomas o principios no demostrables. La relacionalidad andina está vinculada, sobre todo, a los sentidos del oído y a la emoción. Así, puede “escuchar” la tierra y el ambiente y sentir emocionalmente todo lo que está fuera de él, por lo que su racionalidad no es conceptual sino emotiva. Estas cualidades permiten que el Ser Andino tenga acceso a la realidad por medios no racionales, sino afectivos, sensuales. La racionalidad andina se basa en la relacionalidad entre todo lo que existe y el conjunto de sus experiencias vivenciales, las que sontransmitidas de generación en generación. Si a esto añadimos, las que aporta el sujeto colectivo actual, tendremos la “sabiduría” acumulada del andino, a diferencia del “conocimiento” occidental. Para el andino “saber” es experimentar emocionalmente lo que sus antecesores le han contado, lo que no requiere ni el análisis racional ni la demostración científica. “Saber” es pues sentir la relación de todo con todo, en un ritmo dado por la palpitación religiosa y ética. Pero, este “saber” también tiene principios, los que sin ser contrastados con la realidad, por tratarse de lo que la filosofía occidental llamaría deducciones del axioma principal, la relacionalidad del todo, guían el proceso de conocimiento del Ser Andino. Entre estos principios, según Josef Esterman, tenemos:
Afirma que las partes que componen el Todo, pero que pertenecen al mismo campo o regiones se corresponden unos a los otros en forma armoniosa, pero no solamente en una relación unívoca sino en una “correspondencia” de ida y de vuelta. Estas correspondencias se refieren a las de tipo cualita-tivo, ritual, simbólico y afectivo, a diferencia de las filosofías occidentales que identifican las correspondencia única-mente con la relación causa-efecto. De este modo, en la CA habrá correspon-dencia entre la parte y el Todo; entre las partes, entre la realidad cósmica y la terrenal, entre lo cósmico y lo humano, la vida y la muerte, lo bueno y lo malo… El principio de correspondencia tendría validez universal en los campos de lo que llamaríamos la gnoseología, la moral, la antropología, la ética y la política.
Establece que nada existe “en sí”, sólo existe con su complemento específico y surge de los principios de relacionalidad y de correspondencia. En la física actual existe el principio de complementariedad, el que únicamente es accesible a través de la matemática; en la CA este principio sólo puede ser accesible a través del símbolo: dos lenguajes diferentes para la expresión de un mismo principio. En la CA ningún ente o acontecimiento aislado es considerado como una entidad completa, de ahí que el individuo separado, por incompleto, “no es” dado que no tiene una relacionalidad y una correspondencia con algo, a través de su complemento. Desde este punto de vista, el principio de complementariedad determina que lo particular, en conjunción con otro particular, forma parte de una complementariedad, la que, a su vez, junto con otra, conformará otra complementariedad mayor... De ahí que la contraparte de un ente no es su opuesto sino su complemento correspondiente, el que es imprescindible. Éste es uno de los aspectos más importantes para la formulación del método de conocimiento que propongo en la concepción de mi filosofía: la Dialéctica de Complementos como una contraparte de la Dialéctica de Opuestos del marxismo. En el capítulo siguiente hablaremos de la Ideología del DELC, al hacerlo, veremos que también se incluye allí el principio de Complemen-tariedad como uno de los aportes de la CA. Sin embargo, parece oportuno adelantar que si la filosofía que vamos a delinear en este capítulo se llama La Voluntad de Ser, la Ideología que derivo de ella tiene por nombre La Acción Complementaria, tal es la importancia que le concedo a este principio cosmológico andino.
Este “teorema”, otra derivación del “axioma” general de la Relacionalidad, deriva directamente del de la Complementariedad, pues se orienta hacia la inclusión de los opuestos complementarios en un ente complementado, de esta manera, la realacionalidad reitera su esencia: todo es todo; en el cosmos todo es el cosmos. Esterman pone como ejemplo la complementariedad del Ying, lo femenino y el Yan, lo masculino, en la cultura china, como principio fundamental de la realidad y se sus transformaciones. La lógica occidental afirma que un proposición no puede ser cierta y falsa a la vez, lo que constituye una contradicción formal; aplicado a la realidad concreta, la lógica dirá que un ente no puede existir y no existir a la vez ni ser otro ente al mismo tiempo. De este principio de no contradicción se deriva, en la lógica formal, el principio de identidad y el principio del tercero excluido. Este último dice que una proposición es o verdadera o falsa, pero no hay otra tercera posibilidad, proposiciones que configuran el modo de pensar de la lógica occidental. Leibniz dijo al respecto: ningún ente individual es idéntico a otro ente individual, por lo que el principio de identidad sería el principio de distinción: nada es igual a nada. Aquí encontraríamos la fuente que inspiró a Machado a escribir sus famosos versos: “Caminante no hay camino/se hace camino al andar…..” Por su lado, el pensamiento chino y andino considera la “contradicción” como una “contra-posición” de dos posiciones incluidas e integradas en un todo, el que contiene los complementos que lo conforman. Esta es una gran diferencia con la tercera ley de la dialéctica marxista, en la que, la síntesis, por la negación de la negación, elimina a los elementos constitutivos, “a los contrarios”, los que deben negarse necesariamen-te para dar paso a la nueva conformación. La filosofía del Taoísmo chino, por ejemplo, llega a la complementariedad por medio de la meditación, esto es, la identificación del Ser con el Todo; la CA logra este proceso por medio del ritual, por la integración simbólica. En la realidad material, la CA reconoce la existencia de contrarios pero afirma que ambos pueden coexistir como entes complementarios de una tercera entidad para la conformación del todo.
El reconocimiento de los opuestos y la posibilidad de su coexistencia complementa-ria es utilizada por mí en mi propuesta sobre la Globalización Paralela, bajo el extra-ño principio de que el único modo de unir al mundo, es dividiéndolo, para hacer de él un par de opuestos complementarios en-tre el bloque de los países desarrollados y el de los subdesarrollados. Esto es posible debido a que los opuestos no son excluyentes, debido al principio del tercero incluido, sino que sirven para confor-mar un todo integral complementario. Pero hay una pequeña diferencia entre mi percepción de la Complementariedad andina y la andina: mientras la CA concibe a la complementariedad como la unión de dos entes que conforman un tercero, yo visualizo la complementariedad como la interrelación de ambos y, sobre todo, la interacción recíproca de los dos, de ahí que el nombre de la Ideología de la Voluntad de Ser sea, precisamente, la Acción Complementaria.
Los eruditos dicen que el principio de Reciprocidad deriva del principio de la correspondencia en un nivel ético, esto es, a cada acto le corresponde, complemen-tariamente, un acto recíproco. Esta relacion de correspondencia no se circunscribe solamente a los actos humanos, sino a los naturales entre sí y a los humanos y natura-les, por lo que la ética no está limitada al Hombre, pues tendría extensiones en el cosmos, lo que es consecuente con la visión de que la naturaleza está animada. Esta reciprocidad cósmica exonera a la reciprocidad la limitación de ser un acto volunta-rio, pues, se trataría más bien de una especie de obligación cósmica, algo parecido al Imperativo Categórico de Kant, porque no dependería del libre albedrío del ente. Según este principio, diferentes actos se condicionan mutuamente, de tal modo que el esfuerzo puesto en una acción será recompensada por un esfuerzo de la misma magnitud. Pero, la justicia cósmica hace grandes diferencias, v.g, en el intercambio de bienes. La reciprocidad en el intercambio exige que el trueque no sea un negocio humano, si-no más bien, una expresión de la “justicia cósmica” por eso es que un mismo bien intercambiado puede tener diferente valor, el que depende de la persona con la que se realiza el acto del trueque. Una arroba de chuño será intercambiada por media arroba de ispi, si el intercambio se hace entre dos sujetos de la misma condición; pero si el dueño de la arroba de chuño tiene que vérselas con un k’ara (El “otro”, el que no es andino) entonces la arroba de chuño exigirá, digamos, dos de ispi. En este sentido, se puede apreciar que la equivalencia entre los valores de los bienes no es de tipo cuan-titativo, sino de carácter cualitativo: el valor de un bien no depende del trabajo que se haya invertido en él o de la utilidad que rinda a los actores, más bien depende de la persona con la que se negocia, en justa aplicación de la “justicia cósmica”, en una relación que Aristóteles denominaría “el preciojusto”, en este caso, relativo. Así, para el andino una relación entre alguien que siempre otorga y otro que sólo recibe, no es una relación imaginable y tendrá una existencia de muy corto plazo. Dominique Temple ha escrito una obra de gran importancia sobre la Reciprocidad, no sólo en la versión andina sino en muchos pueblos originarios del planeta; esta obra, “Teoría de la Reciprocidad, en sus tres tomos, es el resultado de muchos años de investigación antropológica de campo y de escritorio. En ella, Temple habla sobre la reciprocidad positiva y la negativa; algunas intepretaciones entre los maroí y los jíbaros, entre otros, incluyendo las culturas andinas.
Sin embargo, el principio de Reciprocidad es el que menos interesa a la filosofía de la Voluntad de Ser, pues se basa en una obligación impuesta al Ser: la necesidad de reciprocar lo que se recibe. En ese sentido, la Reciprocidad no pasa de ser un con-trato típicamente mercantil, siempre renovado: “hoy por ti, mañana por mí”, aunque no se puede negar su necesidad en una sociedad concreta, donde aún no se ha esta-blecido ni fortalecido el Principio de la Buena Intención.
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