Raúl Quintana Suárez
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En el presente trabajo se aborda la perentoriedad del ejercicio de la política acorde a las exigencias de una actuación ética, tal como reclamara en su incansable actividad adecentadora, Eduardo Chibás, y que cumplió con su propio ejemplo personal. En tal empeño, el carismático líder político utilizó como eficaz instrumento de divulgación de su ideario revolucionario, tanto la prensa radial como escrita, que constituye un legado de nuestros grandes hombres de pensamiento: desde Caballero a Martí; desde Varona hasta Fidel Castro. Validar tales rasgos, en la actuación pública del popular dirigente ortodoxo, a través de sus intervenciones radiales, discursos y particularmente de sus escritos en la prensa escrita, constituye el objetivo esencial del autor.
La eticidad, base sustentadora del pensamiento progresista cubano, en algo más de las dos últimas centurias, constituye sin lugar a dudas, la mayor fortaleza en la conservación de nuestra identidad, tanto cultural como nacional, no obstante la frecuencia de avatares, no pocos de ellos trágicos, por las que ha transitado nuestro pueblo, héroe anónimo, pero sujeto real de nuestro decursar histórico.
El surgimiento del pensar, sentir y actuar de los cubanos, como “criollos” y no peninsulares, en la oscura etapa colonial, que se continúa en la República en la conformación de la identidad ciudadana, constituye notorio resultado de un devenir signado por diversos factores políticos, económicos y culturales, todos ellos fortalecidos, en un legado ético de singular trascendencia, tal como se expresa en el pensamiento de nuestras más representativas personalidades.
Para cualquier investigador acucioso de nuestras raíces identitarias, no resulta tarea excesivamente ardua, el percibir la presencia apenas oculta, tras las causas y consecuencias de los hechos históricos, que marcaron y aún marcan nuestro derrotero, en busca de la utopía realizable, la presencia, solapada y amoral, en su praxis conductual, en no escasas figuras políticas, a los que las circunstancias, el oportunismo, las poses demagógicas o el perenne caudillismo, en una u otra coyuntura, les permitieron la potestad de tomar decisiones que de una u otra forma, conllevasen implicaciones a la propia existencia individual de millones de personas. A su vez, siempre existieron, como sus antípodas inevitables, hombres que rigieron su conducta pública y privada, por principios éticos, que los hicieron incólumes a la prevaricación y la ignominia. Entre estos últimos destaca la presencia de Eduardo Rene Chibás Ribas, que solo es comparable, en la concordancia de actuación y pensamiento, en su “locura” moralista, con Ernesto Che Guevara, en sus respectivos contextos históricos y particulares idearios políticos. Su relativamente breve presencia en la vida política cubana, apenas abarca algo más de dos décadas, desde 1927, en que como estudiante universitario, se involucra en las primeras actividades juveniles de protesta contra la dictadura machadista (1925.1933), hasta su muerte, acaecida el 16 de agosto de 1951. Hermoso legado de incalculable valor ético-político, que aún hoy nos impone la obligación, de la mayor divulgación de su vida y obra, así como de formar a las nuevas generaciones en valores que nos trascienden en su invalorable significación moralizadora, en los actuales empeños por la construcción de un nuevo modelo de socialismo para nuestra patria.
Eduardo Chibás Ribas se constituyó en luchador incansable por el rescate de una ética sustentadora de la práctica política, en una época marcada por el entreguismo de nuestros gobernantes de turno, en la llamada República neocolonial, a los intereses de los inversionistas foráneos; la corrupción administrativa; el gansterismo aupado por los propios funcionarios encargados de combatirlo; la amoral politiquería de los partidos y el actuar de los gobernantes, bien distante de los reales intereses del pueblo. Con ello se valida nuevamente, la valoración, marxista-leninista de que el surgimiento y protagonismo de las personalidades, tanto de meritoria ejecutoria o nefasta actuación, responde al momento, lugar y circunstancias en que las condiciones objetivas y subjetivas le imponen al decursar histórico de los pueblos.
Éste, en su incansable batallar por el rescate de los principios morales en la práctica política, que expresa certeramente en su antológico llamado de “Vergüenza contra dinero”, logró despertar en su momento, la conciencia nacional, adormecida por largos años, víctima de frustraciones y vana retórica demagógica y oportunista, lo que le permitió aglutinar a nuestro pueblo en pos de su idea de promisoria redención de la dignidad ciudadana. La virtud de su ideario, que trasciende a su propia desaparición física, inspiró en su momento a la Generación del Centenario, en su empeño de revitalizar las ideas del Maestro.