Yoani Pérez Ruiz
Esta página muestra parte del texto pero sin formato.
Puede bajarse el libro completo en PDF comprimido ZIP (137 páginas, 0.99 Mb) pulsando aquí
“La vida, la familia y la educación se encuentran indisolublemente unidas. La familia es una institución y la educación, una actividad, pero una y otra están al servicio de la vida humana”, como expresara García Hoz, citado por González A.M. y Reynoso C. (2002). Este autor menciona que “…en el terreno educativo, el propio desarrollo de la ciencia contribuyó a crear la mentalidad de que la educación había que resolverla únicamente por vías técnicas, dejando marginados los factores personales que son la vía de influencia personal. Esta situación de menosprecio o de olvido de la función educativa de la familia, podemos considerarla predominante en muchos ambientes de la Pedagogía Académica durante la mitad de este siglo.” En tal sentido afirma, que: “... lo cierto es que no hay alternativa para sustituir a la familia. Ella es el primer ámbito de la vida humana y de la educación”.
Desde que los niños nacen, desde que se encuentran en el vientre de la madre, se desarrollan bajo el apoyo directo de la familia y en ella, de las personas más cercanas: los padres. Ellos ejercen una gran influencia en la formación de su personalidad y para lograrlo deben ser preparados con los correspondientes conocimientos, orientándose adecuadamente sobre las funciones que les corresponde realizar ante la gran tarea que es la educación de sus hijos. “Él, físicamente ligado a su madre cuando está en el útero y aún sujeto biológicamente a ella durante su infancia, sigue atado a ella, desde el punto de vista social durante mucho tiempo. Primero, de modo directo y emocional y después, a través del lenguaje; por este medio amplía su experiencia y adquiere nuevos modos de conducta y más tarde medios para organizar sus actividades mentales.” Luria (1982).
Las investigaciones en el campo de la intervención temprana están poniendo de manifiesto que en los primeros meses de vida no es tan necesario el simple entrenamiento sensoriomotor, sino que hay que tener muy en cuenta otros aspectos de gran importancia: el ajuste familiar, el apoyo social a la familia, los patrones de interacción, el diseño del ambiente físico del hogar, los aspectos relacionados con la salud del niño, etc. Por lo que ponemos a su disposición el concepto que presenta el Libro Blanco de Atención Temprana, que nos parece muy a lugar porque sin dudas reúne los aspectos necesarios a tener en cuenta en este tema y constituye guía de inestimable valor. A saber:
“Es el conjunto de acciones que tienen como objetivo dar respuesta lo más pronto posible a niños de 0-6 años con alteraciones del desarrollo de manera transitoria y/o permanente, a la familia y al entorno, planificadas por un equipo de profesionales de orientación interdisciplinar y transdisciplinar. Colectivo de Autores (2008).
A lo largo de la historia y durante los casi 50 años que tienen de existencia los programas se han utilizado diferentes términos como: Estimulación precoz, Atención precoz, Estimulación temprana, Educación temprana, Intervención temprana.
Siempre se ha dicho que la pieza clave en el engranaje de la atención temprana es la familia. Si bien esto es así, consideramos que, a base, de tanto insistir en esta idea, la misma ha llegado a convertirse en un tópico, desde el momento en que quienes la defendemos, no somos capaces de llevarla a la práctica y seguimos haciendo las cosas sin contar con los padres o con otros familiares del niño. No obstante, sería injusto no reconocer que uno de los principales méritos de los programas de atención temprana (AT) ha sido, precisamente, la incorporación activa de los padres desde el nacimiento de su hijo en lo que respecta a sus cuidados y educación, haciendo hincapié en el papel significativo de los mismos en dicho proceso. El cambio de mentalidad que se ha operado progresivamente en los últimos años ha dado lugar a que se sucedan dos hechos importantes: por un lado, reconceptualizar el rol de los padres y, por otro, reconocer que el niño forma parte de un medio social más amplio, como es la familia. De lo dicho hasta ahora, se deduce claramente la importancia de incluir a los padres en los programas de Atención Temprana desde el principio, con objeto de evitar, en la medida de lo posible, relaciones negativas con su hijo.
Es evidente que se ha producido un cambio de actitud en lo referente a la opinión de los profesionales sobre la adaptación de los padres ante el nacimiento de un niño.
Un programa de Intervención Temprana debe empezar a aplicarse lo antes posible. En muchos casos, la detección de la problemática del niño puede hacerse en el momento del nacimiento o en los primeros días de vida, por lo que la intervención se puede implantar muy pronto. En otros casos, se detecta la alteración más tarde, con el consiguiente retraso en el comienzo de la intervención. Lo cierto es que en muchos casos sobre todo en niños con riesgo biológico o ambiental, el tratamiento se inicia demasiado tarde debido, a nuestro juicio, a varios hechos:
1- La falta de información sobre los servicios a los que pueden acudir los padres.
2- La escasa sensibilización de los profesionales que tienen los primeros contactos con los recién nacidos: neonatólogos, neuropediatras, pediatras, etc.
3- Actitudes negativas de muchos padres por falta de apoyo o por deficiencias informativas y/o formativas.
El niño nace dentro de una familia que viene a ser su primer grupo social, dentro de él aprenderá a intercambiar no solo significados sino también sentimientos, sensaciones o emociones.
La familia cumple una función importante en la aparición y en el ritmo del desarrollo del lenguaje verbal del niño. Si éste se siente emocionalmente seguro y lingüísticamente estimulado, se desarrollará normal y óptimamente, superando las dificultades de las distintas etapas en el tiempo esperado; pero cuando la familia es conflictiva e indiferente con él, esto obstaculizará y retardará su evolución y, muchas veces, con consecuencias negativas para su comportamiento de ajuste posterior. La familia tiene entre sus manos la tarea de enseñar al bebé a conocer el mundo que le rodea y el lenguaje es el medio que utiliza para ello.
Por las razones expuestas, a la familia corresponde un papel de extraordinaria relevancia en la estimulación del lenguaje de sus hijos.
Los argumentos de Luria A.R. (1982) y las reflexiones anteriores, evidencian la importancia de la familia en la formación integral de sus hijos, donde el proceso de estimulación del lenguaje, requiere de una certera dirección por parte de los adultos, ya que de esto dependerá, en mayor o menor medida, que las características propias del lenguaje en estas edades se logren desarrollar con el éxito esperado por todos.