Samuel Ortiz Velasquez
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En tiempos de dominio político conservador y neoliberal, en el plano ideológico-doctrinario es la teoría neoclásica, en cualquiera de sus variantes, lo dominante. Con lo cual, la temática del desarrollo económico se retira completamente de la escena.
¿Por qué?
En parte por las preferencias teóricas de la academia neoclásica: buscar con obsesión enfermiza las condiciones de tal o cual equilibrio económico y de cómo estos equilibrios (que para nada existen en el mundo real) aseguran el máximo bienestar a los individuos participantes. Y también porque los instrumentos de análisis que maneja esta escuela resultan completamente inútiles para captar los procesos de desarrollo. Procesos, valga el recuerdo de lo elemental, que implican conflictos, desequilibrios y contradicciones mayores. Como bien decía Marx, “sin antagonismo (contradicción, JVF) no hay progreso”.
Desde la emergencia y consolidación de la escuela neoclásica –o “marginalista”- circa 1870, con Jevons, Menger, Walras y muy luego Marshall, hasta el último tercio del siglo XX, el tema del desarrollo (que fuera el predilecto de los grandes clásicos como Smith y Ricardo), fue completamente dejado de lado. De hecho, en todo ese largo período no se encuentra ningún escrito medianamente interesante sobre el tema. La única excepción es el libro de Schumpeter sobre el desarrollo, originalmente publicado en 1912, pero el enfoque allí utilizado por el gran teórico alemán, es muy ajeno al neoclásico. En sus propias palabras, el desarrollo es un proceso “discontinuo”, es decir, “un fenómeno (…) totalmente extraño a lo que puede ser observado en la corriente circular o en la tendencia al equilibrio.” Asimismo, ha escrito que “el capitalismo es, por naturaleza, una forma o método de transformación económica y no solamente no es jamás estacionario, sino que no puede serlo nunca.”
J. Schumpeter, “Teoria del desenvolvimiento capitalista, pág. 75. FCE, México, 1978.
J. Schumpeter, “Capitalismo, socialismo y democracia”, Tomo I, pág. 120. Edit. Orbis, Barcelona, 1983.