MIGRACIÓN INTERNACIONAL Y POLÍTICAS MIGRATORIAS
Julieta Nicolao
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A fines del siglo XIX, se produjo un notable proceso de integración de la economía mundial, el que se realizó por tres vías principales: el movimiento internacional de capitales, la expansión del comercio mundial y las corrientes migratorias. En sus tres manifestaciones el proceso integrador alcanzó su máxima intensidad entre las últimas décadas del siglo XIX hasta 1914, cuando estalla la Primera Guerra Mundial. Las masivas migraciones que se produjeron durante esos años se caracterizaron por ser movimientos de población desde Europa hacia países de ultramar, y permitieron incorporar a países de gran extensión territorial, enormes recursos naturales y escasa población al proceso formativo de la economía mundial. Así, los principales destinos fueron Estados Unidos, Canadá, Brasil, Australia, Sudáfrica y Argentina, entre otros.
En nuestro país, la escasez de mano de obra en la región pampeana, núcleo dinámico de la economía y eje de la integración a la economía mundial, no podía superarse a través del crecimiento vegetativo de la población ni a través de la migración interna proveniente de otras regiones, pues esta se caracterizaba por una relativa inmovilidad. La solución fue entonces la atracción de fuertes contingentes del exterior, convirtiéndose de tal manera el desarrollo de políticas activas de atracción de inmigrantes en una cuestión central de los sucesivos gobiernos durante la segunda mitad del siglo XIX. Como para los sectores gobernantes de la Argentina, Europa era el ejemplo del progreso y la civilización, las políticas inmigratorias debían, por tanto, tener como destino atraer a la población europea. Esa idea aparece claramente expresada en el “proyecto político” de esos grupos, si tomamos como tal a la Constitución Nacional de 1853 –influenciada por la premisa alberdiana de “gobernar es poblar”-, en la cual se hace explícita referencia a ese deseo:
“El Gobierno federal fomentará la inmigración europea; y no podrá restringir, limitar ni gravar con impuesto alguno la entrada en el territorio argentino de los extranjeros que traigan por objeto labrar la tierra, mejorar las industrias, e introducir y enseñar las ciencias y las artes”. (Artículo 25, Constitución Nacional de 1853) .
De la misma forma, la Ley nacional Nº 817 de Fomento de la Inmigración y Colonización promulgada durante el gobierno del presidente Nicolás Avellaneda en el año 1876 ofició de marco legal para el arribo masivo de inmigrantes, expresando en su artículo 12º lo siguiente: “reputase inmigrante, a todo extranjero jornalero, artesano, industrial, agricultor o profesor, que siendo menor de sesenta años, y acreditando su moralidad y sus aptitudes llegase como pasajero de segunda o tercera clase en una nave de inmigrantes con la intención de establecerse en la República Argentina”. Como se observa, desde los comienzos de la historia de nuestra política migratoria, las medidas jurídico-administrativas se centraron en la inmigración europea y en los extranjeros que ingresaban al país por el puerto de Buenos Aires.
Asimismo, esta ley disponía la creación del Departamento General de Inmigración, dependiente del Ministerio del Interior (Art.1), otorgándole al Poder Ejecutivo la facultad de nombrar agentes en aquellos puntos de Europa o de América que considere convenientes para fomentar la inmigración para la República Argentina, los que tendrían como función "desarrollar una continua propaganda, proporcionar gratuitamente informes a los interesados, certificar sobre la conducta y actitud industrial del inmigrante, intervenir en los contratos de transporte y, en algunos casos, pagar sus pasajes" (Art.4). Ésta, entre otras disposiciones, da cuenta de la implementación sistemática de medidas destinadas a captar flujos inmigratorios.
Producto de esas políticas, entre 1857 y 1914, la Argentina recibió la espectacular cifra de 4.600.000 inmigrantes , consiguiendo su máximo inmigratorio en 1913 (con el ingreso de 300.000 extranjeros). Tal movimiento estuvo compuesto en su mayoría por jóvenes en edades productivas, de sexo masculino, quienes se asentaron especialmente en la zona litoral-pampeana. Procedían de diversos destinos, destacándose el contingente de italianos y españoles (éstos últimos sobre todo en las dos primeras décadas del siglo XX), pero también provenían de Francia, Alemania, Bélgica, Dinamarca, Europa del Este y Asia Central.
Además de las medidas activas implementadas en países europeos por el gobierno argentino, diversas razones influyeron en los desplazamientos masivos, desde tecnológicas (la modernización de los transportes, en especial el marítimo, con la masificación del buque a vapor), hasta demográficas (la ya mencionada necesidad de nuestro país de poblar las tierras y ponerlas en producción).
Si bien en la década de 1920, y luego, producto de la guerra civil española y de la Segunda Guerra Mundial hay un leve repunte de la inmigración europea, queda claro que el año 1914 marcó el punto culminante en ese fenomenal proceso de arribo de población transoceánica. Para ese año, el 30% de la población argentina era inmigrante, cifra que convierte al caso argentino en el más importante desde el punto de vista de la influencia del aporte inmigratorio en el crecimiento poblacional.
Los párrafos precedentes deben ser interpretados simplemente a manera de introducción al tema específico de la presente tesis, pues no puede obviarse en un país como la Argentina el significado que tuvo la inmigración europea en la conformación de su sociedad contemporánea. En efecto, la envergadura que durante ese período tuvo dicho aporte poblacional, dejó en un discreto segundo plano el estudio de las migraciones provenientes de países limítrofes, que, sin embargo, mantuvieron un constante crecimiento durante esos años. Para el primer Censo Nacional de 1869 representaban el 19,7% de la población inmigrante total, mientras que para 1914 -momento en que se desarrollo el máximo inmigratorio europeo- constituyeron el 8,5% del total de extranjeros.
Si se analiza la evolución de la composición de esta población según los países de procedencia, tomando del Censo Nacional de 1869 al de 1980, puede observarse que, a grandes rasgos, los cambios más notables fueron el decrecimiento de los provenientes de Uruguay y Brasil que representaban el 36% y 14% respectivamente para el primer censo, y el 15% y 6% para el último indicado. Bolivia y Chile mantuvieron con escasos cambios su participación, del 15% al 16% el primero, y del 26% al 29% el segundo, resultando notorio el incremento de la población paraguaya que evolucionó del 8% al 35% del total (Ver: cuadro 1).
Es destacable también el nivel de estabilidad que exhibe este flujo y que se mantiene en la actualidad, representando siempre entre el 2% y el 3% de la población total del país:
Ahora bien, ¿cómo puede explicarse el fenómeno de la migración limítrofe en la Argentina? ¿Pueden diferenciarse etapas dentro del mismo? ¿Qué razones lo impulsaron?
Desde la perspectiva de la evolución de la economía argentina pueden señalarse al respecto, como mínimo, dos momentos decisivos que actuaron como elemento de atracción. El desarrollo de los denominados cultivos industriales (1890-1930) y el proceso de industrialización liviana del país, o modelo orientado al mercado interno (1943-1955).
En relación a la primera etapa Fuscaldo relaciona a los migrantes de países limítrofes con el desarrollo de los denominados cultivos industriales, mencionando entre los principales sistemas productivos en que se insertaban estos trabajadores el algodonero, azucarero, tabacalero, yerbatero, te, viñatero y frutícola, aclarando que también participaron de actividades ganaderas y forestales. En su visión, estos migrantes provenían, en sus países de origen, de sectores del campesinado pobre que suministraron con su arribo a la Argentina la fuerza de trabajo necesaria para actividades agropecuarias estacionales, que requerían de numerosa cantidad de mano de obra sólo durante algunos meses al año. Señala asimismo, que donde los ciclos agrícolas no se superponían, sino que eran consecutivos, se formaban verdaderas huestes trashumantes que iban enlazando una cosecha con otra, completando la mayoría de las veces un ciclo anual (Fuscaldo; 1986).
La autora diferencia dos circuitos en cuanto al desplazamiento de mano de obra: el circuito oeste y el circuito este. En el primero la cosecha más importante era la zafra azucarera; allí, en las plantaciones de Salta y Jujuy la mayor parte de los cosecheros provenía de Bolivia. Finalizada la actividad se dirigían a la cosecha del tabaco, también en Salta y Jujuy y otros a la vendimia. A posteriori, otros, se trasladaban a las cosechas de manzana y pera del Alto Valle, a las que también concurrían campesinos chilenos. En el circuito este, la actividad más importante, por la cantidad de mano de obra requerida, era la cosecha del algodón, realizada en Chaco, Formosa y Santa Fé, en la cual (en especial, en Formosa) se contrataban cosecheros paraguayos. Estos trabajadores eran acompañados muchas veces de sus familias, ya que las mujeres y los niños intervenían en algunas de las tareas o brindaban servicios a los cosecheros que viajaban solos (Fuscaldo; 1986).
De igual modo, Schiavoni (1999) señala que desde fines del siglo XIX la instalación espontánea de pequeños productores originarios de Brasil constituye una característica de la estructura agraria de la provincia de Misiones, fenómeno que permitió el avance sostenido de la frontera agrícola.
Ahora bien, según Ceva “Numerosos estudios han señalado que la migración limítrofe comienza a adquirir importancia cuando las economías regionales comienzan a expandirse” (Ceva; 2006:29). No obstante, la mayoría de los análisis existentes al respecto relacionan este fenómeno migratorio con la crisis de 1930 y esto parece no coincidir con algunos estudios sobre el proceso de consolidación de las economías regionales. Por ello, y a fin de situar el fenómeno cronológicamente, se ubicará a continuación el período de desarrollo y consolidación de los denominados cultivos industriales, actividades dinamizadoras de estas regiones.
En cuanto a la industria azucarera comienza a expandirse vigorosamente a partir de 1876 con la llegada del ferrocarril, que permite importar la maquinaria necesaria para la instalación de ingenios modernos, resultando su crecimiento más notable en el período previo a la Primera Guerra Mundial. El algodón, por su lado, registra entre 1914-1930 el crecimiento más destacado, vinculado a la sustitución y complementación de importaciones de materia prima para la industria textil (Cantón, Moreno y Ciria; 1980). La yerba mate, empieza a desarrollarse en la Argentina a fines de siglo XIX, si bien su pico culminante es a partir de 1926. En relación a la explotación algodonera (y forestal) del Chaco alcanza su desarrollo a partir de 1911.
Como síntesis, podría decirse que los cultivos industriales registraron un crecimiento cuya característica no fue el espectacular boom cerealero sino el de una marcada regularidad (al igual que el desarrollo de la migración limítrofe). Fenómeno que tiene su explicación en el aumento de los requerimientos industriales, la formación de un mercado interno importante y cierta política proteccionista por parte del Estado. La mayoría de estos cultivos tienen en común que movilizaron zonas hasta entonces económicamente marginales, y que la mano de obra necesaria para su desarrollo provino de minifundistas pobres de las regiones citadas, de indios sometidos y de inmigrantes provenientes de los países fronterizos. También queda claro que estas actividades se remontan, en algunos casos, a fines de siglo XIX – principios del siglo XX, y que no son producto exclusivo de la crisis del 30’.
En efecto, los datos censales demuestran que el flujo de pobladores provenientes de países limítrofes no es un fenómeno nacido en 1930, sino en décadas anteriores tal como se sostiene en este trabajo: de acuerdo al Censo Nacional de 1869 se registraron 41.360 habitantes provenientes de dichos países, cifras que prácticamente se triplicó para 1895, al alcanzar a los 115.892 pobladores. Para 1914, el crecimiento sigue siendo notable y la cifra totaliza 206.700 personas. Así, en menos de medio siglo los migrantes provenientes de países vecinos se quintuplicaron.
Sin embargo, vale aclarar que no sólo los cultivos industriales atrajeron desde tiempos tempranos a trabajadores de esos países hacia la Argentina. También influyeron otro tipo de actividades: podría al respecto señalarse como ejemplo el desarrollo de la ganadería ovina, que empezó a expandirse luego de la campaña del Gral. Julio A. Roca (1879-1884) en las grandes estancias de la Patagonia, cuya explotación extensiva requería de importantes contingentes de mano de obra, que se multiplicaban además en ciertas etapas del proceso, como la esquila. Estas estancias sureñas se poblaron pronto de obreros que llegaron desde Chile.
Más tarde, la expansión de oportunidades ocupacionales asociadas al desarrollo industrial del país en el marco de la estrategia de industrialización por sustitución de importaciones (en adelante ISI) representó una segunda etapa de atracción central para el arribo de población extranjera procedente de países vecinos. Estimulada por factores externos tales como las dos guerras mundiales y la depresión de los años 30’ -que redujeron significativamente las importaciones argentinas de productos manufacturados y bienes de capital y por ende volvieron necesaria su producción nacional-, como por factores internos -vinculados a la concentración urbana consecuencia de las migraciones internas iniciadas en los años 30’ y la conformación de un mercado interno demandante-, el proceso de industrialización atravesó su etapa más dinámica durante los años 1943-1955.
Antes de proseguir con el análisis de este último proceso, resulta oportuno incorporar también otras cuestiones. En efecto, las consecuencias de la Gran Depresión internacional de 1929 fueron catastróficos para los países latinoamericanos, al caer el precio unitario y el volumen de sus exportaciones, por lo que el valor total durante los años 1930-1934 fue un 48 % más bajo que el correspondiente al período 1925-1929 (Skidmore y Smith; 1996). A este problema de tipo general se agregaron otros fenómenos que afectaron con la misma o mayor intensidad a países en particular: tal el caso de la Guerra del Chaco (1932-1935) que enfrentó a Paraguay y Bolivia. Aunque Paraguay salió victorioso de la contienda sufrió terribles pérdidas humanas y económicas y el valor nominal de sus exportaciones siguió decayendo hasta 1940 (Bulmer-Thomas; 1998); en el caso de Bolivia, a la derrota militar, se le agregó que los gastos de defensa se octuplicaron en 1932-1933 y el desequilibrio fiscal que ello produjo ya no pudo ser revertido (Bulmer-Thomas; 1998). Las tensiones políticas y sociales producidas por la depresión y la guerra fueron nuevos factores que contribuyeron a la emigración de oriundos de ambos países a la Argentina .
Hecha esta aclaración y volviendo al caso argentino, debido al tipo de industrias que se expandieron (industrias livianas, de mano de obra intensiva) y a la política de pleno empleo del gobierno peronista 1946-1955, este sector absorbió importantes contingentes de trabajadores migrantes –fundamentalmente internos pero también limítrofes- que se movilizaron desde el interior del país hacia las áreas urbanas, en particular, hacia el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA).
Marshall y Orlansky explican que es durante estos años y hasta 1960 cuando la fuerza de trabajo procedente de países vecinos desempeña su papel más decisivo en las economías regionales, respondiendo a incrementos en el empleo para los cuales la oferta de trabajo nativa resulta insuficiente, o bien se conjuga con el proceso migratorio interno, ocupando los migrantes los vacíos dejados por los nativos en su éxodo desde las economías regionales a los centros industriales en auge. Asimismo, plantea que, durante la segunda mitad de los años 50’, esta inmigración se vio particularmente estimulada por el propio auge de las producciones provinciales en las que se localizan los inmigrantes, que en este período experimentaron un desarrollo vertiginoso hasta entrar en una crisis irreversible en los 60’. Por ejemplo, se produce la segunda expansión yerbatera en Misiones entre 1955-1959, crece un 55% el área sembrada con algodón en Formosa entre 1955-1960, y la producción de azúcar en Salta y Jujuy aumenta un 45% entre 1955-60. No sólo se acrecienta la producción agrícola, sino también el empleo en la minería. Así, se habría operado en este período un proceso de reemplazo de mano de obra nativa por mano de obra inmigrante, ya que el favorable desarrollo de las producciones regionales se conjuga en la mayoría de las provincias con saldos migratorios internos negativos desde 1947 (Marshall y Orlansky; 1983).
Asimismo, coincidentemente con estos elementos de atracción, se crean o se intensifican situaciones de índole fuertemente expulsoras en los países de origen, especialmente en Bolivia y Paraguay. Los eventos más impactantes fueron: durante 1946-1950, la guerra civil en Paraguay, que hace crisis en 1947 generando un masivo éxodo al exterior de opositores y exiliados políticos, incorporándose al flujo habitual de mano de obra una corriente originada en otros estratos sociales; y durante 1956-60, lo efectos diferidos del golpe militar de 1954 en Paraguay, así como las consecuencias operadas en Bolivia debido a la revolución de 1952 y su Reforma Agraria, que se tradujo en una reducción del producto nacional en general y del agrícola en particular (Marshall y Orlansky; 1983).
En la década de 1960, se modifica el patrón de localización de los inmigrantes limítrofes, que comienzan a trasladarse, en contingentes numerosos, desde las provincias del interior hacia los centros urbanos, proceso que la socióloga Maguid denomina “metropolización de la inmigración limítrofe” . Su desarrollo respondió a la baja capacidad de generar nuevos empleos en las provincias argentinas de residencia tradicional de esta inmigración, asociada a la crisis de las economías regionales de este decenio (crack algodonero en Chaco, crisis del azúcar y cierre de ingenios en Tucumán, crisis de la yerba mate en el Noroeste, del tabaco en Corrientes, disminución de la producción forestal, etc.) junto a la incorporación de la mecanización ahorradora de mano de obra en estos sectores.
Pero en esta década, en el área metropolitana, el empleo global, y el industrial, en particular, ya no crece al mismo ritmo que en los decenios anteriores. La rama de la construcción asume entonces desde el punto de vista de la demanda de fuerza de trabajo un rol protagónico, así como el servicio doméstico se vuelve el punto de inserción por excelencia de las mujeres migrantes. Al igual que en las economías regionales, en su destino urbano, los inmigrantes fronterizos tienden a incorporarse a sectores de baja productividad con condiciones laborales desfavorables (construcción, servicio doméstico y actividades industriales con demanda intensiva de mano de obra) (Benencia; 2003). Una tendencia que se acentuará en los decenios posteriores es la cada vez menor importancia que va a representar la opción del empleo en el sector industrial para este grupo extranjero.
El cambio en el patrón de asentamiento, que se mantiene hasta la actualidad, condujo a que hacia 1970, más de la tercera parte de los limítrofes asentados en la Argentina se concentrara en el Área Metropolitana de Buenos Aires. Las excepciones a la tendencia a la mayor concentración en el AMBA las constituyen los inmigrantes brasileños y chilenos: los primeros asentados mayoritariamente en el Noreste argentino, especialmente en la provincia de Misiones, y los segundos localizados preferentemente en las provincias patagónicas y, en segundo término, aunque en una medida significativamente menor, en el Área Metropolitana. (Sturzenegger; 2005).
Los chilenos no comparten este patrón porque en este período Chile ofrece alternativas ocupacionales urbanas comparables, principalmente en Santiago, y las diferencias entre salarios urbanos entre los dos países son relativamente pequeñas. No sucede los mismo en los sectores agrícolas, donde los diferenciales de salarios son más acentuados, lo que explica de alguna manera la persistencia y aún el incremento del ritmo de la emigración chilena hacia zonas de frontera donde la demanda de mano de obra agrícola es elevada como en Tierra del Fuego, o donde se combinan las actividades agrícolas con otras urbanas, como en Río Negro. En ambos destinos el sector agropecuario es el que mayor peso tiene en la distribución ocupacional de la fuerza de trabajo chilena. (Marshall y Orlsansky; 1983).
Los párrafos precedentes han evidenciado que el movimiento de personas desde países fronterizos hacia la Argentina, constituye una corriente migratoria de larga data, que ha respondido a etapas de incremento en la demanda de mano de obra en nuestro país, a coyunturas expulsoras en los países de origen, impulsada también por la proximidad geográfica, la facilidad de acceso a territorio argentino, entre otros elementos. Su característica más destacable es el volumen estable que ha mantenido a lo largo de la historia, rasgo que la diferencia de los marcados vaivenes experimentados por la migración de ultramar. Si bien el flujo migratorio de procedencia limítrofe nunca se interrumpió, sus características se fueron modificando a lo largo de los años, y a continuación se analizará su evolución durante las últimas décadas del siglo XX, etapa en la que se convierte en la corriente migratoria más importante que recibe Argentina.