Dager Aguilar Avilés
Con el triunfo de la Revolución se comenzaron a dar los primeros pasos para organizar un nuevo sistema penitenciario inspirado en el principio de respeto a la dignidad humana, a la integridad física y moral del hombre, con el objetivo de brindarle a los reclusos un tratamiento ajustado a las condiciones e intereses de la sociedad socialista y de garantizar su reincorporación a la misma totalmente reeducado.
La construcción de establecimientos penitenciarios a partir de conceptos más humanos y conforme a lo estipulado en las Reglas Mínimas de Naciones Unidas sobre Prevención y Tratamiento al Delincuente de 1955, ha sido una de las premisas de la Revolución. Desde los días de la Sierra Maestra, y siempre, se ha demostrado que en Cuba no se emplea la tortura, la discriminación por razones del color de la piel, el sexo, la nacionalidad o religión y tampoco existe contra el sancionado el castigo corporal, la humillación ni se les somete a trabajos que puedan contener un carácter aflictivo.
Nuestro país, luego del triunfo de la Revolución en 1959, emprendió un cambio sin precedentes en todos los campos del quehacer económico, político y social de la nación; pero también los hizo en el terreno penitenciario y transformó radicalmente la vieja y anacrónica concepción del trato al recluso y a aquellas personas detenidas o en prisión provisional.
Lo más importante ha sido el hecho mismo del cambio conceptual que ha operado acerca del sistema penitenciario y su lugar en la sociedad, de manera que las prisiones se han ido convirtiendo de almacenes de presos, en lugares con las condiciones mínimas indispensables y en donde el recluso ha podido, por encima de todo, mantener su condición humana y continúa formando parte de la sociedad.