Jairo Toro Diaz (coordinador)
(coordinador)
jtorod@autonoma.edu.co
Administración es un término digno de ser utilizado en muchos contextos, no sólo públicos, como se entiende cotidianamente, sino también privados. Sin embargo, en ambos casos la administración se escenifica en el mundo de la percepción y de la práctica como los actos, las acciones, las actualizaciones y las actividades que ponen en movimiento una realidad que le imprime al hacer humano un orden nuevo o tradicional, a una situación específica en un contexto determinado. Quizá de aquí la importancia de la etimología misma de la palabra ya que el prefijo latino ad indica “tender hacia o dirección”, es decir, es la acción que muestra un camino o mejor que lo alumbra para que los caminantes del mundo puedan tener claridad en su caminar y en su finalidad; de la palabra misma también tenemos el término latino ministrare, que traducimos como suministrar algo o servir, en otras palabras, es brindar al alguien algo que no posee o por lo menos no sabe que lo posee. De esta forma, ad-ministrare nos evoca una realidad donde alguien contribuye a direccionar unas situaciones con unas estrategias y unos fines claros, de ahí que la administración como ejercicio en la vida cotidiana trascienda el significado que en la actualidad tiene.
Bajo este panorama, cuando nos referimos a administración aparecen una cantidad de áreas de aplicación que van mucho más allá de liderar, planificar y organizar unas actividades, o de distribuir la fuerza de trabajo en coherencia con el tiempo y el espacio. La administración implica necesariamente a la humanidad, a las personas como sujetos autónomos, independientes y participantes de las mismas decisiones. Cuando evocamos la palabra ad-ministrare, necesariamente tenemos que invocar la existencia de los hombres y de las mujeres libres, de tal forma que sólo es posible exteriorizar estrategias de dirección en la medida en que los seres humanos mismos sean consientes que previo a lo externo a ellos mismos está su propia direccionalidad, es decir, antes de tener la competencia de saber qué se hace con el mundo práctico se tiene que saber qué se hace uno mismo, pues nuestra posesión es la primera y más legitima
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forma de auto-administrarnos. De tal manera que se es un buen administrador cuando el
sujeto en cuestión se administra a sí mismo de una forma óptima. En este sentido podemos afirmar que sólo se administra en la medida en que nos administremos o, dicho en coherencia con la reflexión anterior, sólo conducimos una realidad en la medida en que conducimos nuestra propia realidad.