Mario Alberto Gaviria Ríos
mgavi@ucpr.edu.co
En la sociedad es evidente la tensión que existe entre eficiencia económica y justicia distributiva; es decir, entre las demandas que provienen de la organización racional-instrumental de la esfera económica y las exigencias de equidad e igualdad de oportunidades que resultan de la organización racional-deliberativa de la esfera político-social. Desde la óptica de la eficiencia parece difícil “repartir sin crear” y, por supuesto, repartir más de lo que se crea. En la otra dimensión resulta defendible y deseable que una sociedad avance hacia una mayor igualdad de oportunidades entre sus integrantes.
Fruto de ello, de manera reciente pero con gran intensidad, se ha revivido en la teoría del desarrollo la preocupación por evaluar la posibilidad de conciliar estos dos objetivos sociales. Una clara expresión de lo anterior es la sorpresiva (pero grata) concesión del premio Nobel de 1998 al economista hindú Amartya Sen, por sus contribuciones teóricas alrededor de la igualdad y las relaciones entre la economía y la ética.
Hasta hace poco hubiera sido improcedente o retórico incorporar el tema de la ética en economía, pues en la perspectiva tradicional se ha considerado que esta corresponde al territorio de los juicios de valor ajenos a la objetividad y la neutralidad de los enunciados científicos, por lo cual parecería no haber lugar para las proposiciones normativas que son más propias de la filosofía moral o la filosofía política. Pero, por fortuna las teorías del desarrollo y el bienestar recientes están haciendo una relectura de los temas del egoísmo, el utilitarismo y la eficiencia, para volver directamente a los valores morales. En definitiva es la revisión de una vieja ruptura, dañina tanto para la teoría como para la elaboración de la política pública, según la cual la economía era hasta Adam Smith una parte de la filosofía moral y después de él un cuerpo doctrinal objetivo y científico que debía prescindir de la ética y de los juicios morales.