Francisco José Calderón Vázquez
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La territorialidad, como tal concepto complejo, podría ser abordada desde diferentes perspectivas disciplinares e interdisplinares. Siguiendo a Cairo (2001) la territorialidad desde la perspectiva de la etología, podría definirse como la tendencia animal a definir, establecer y conservar espacios físico-territoriales concretos y determinados, instaurando demarcaciones, limites y fronteras. Procediendo a excluir o a admitir dentro del espacio territorial considerado como propio, solo a quienes los “titulares” o “propietarios” quieran. La territorialidad por tanto constituiría una parte innata, instintiva y genéticamente determinada del comportamiento animal. Para los etólogos, la especie humana, el hombre como tal animal condivide, dicho tipo de conductas o comportamientos, lo que podría explicar esa tendencia histórica manifiesta de los humanos hacia la delimitación, posesión y defensa de áreas territoriales determinadas (Ardrey, 1966).
En la perspectiva etológica, un “buen territorio” permitiría disponer de acceso a recursos, con los cuales satisfacer las necesidades esenciales de los humanos en todas sus dimensiones, alimenticias, reproductivas, seguridad y control, la dominancia sobre otros rivales, estimulo para la acción y, muy especialmente la identidad. Siguiendo a Ardrey (1967) las connotaciones identitarias de la territorialidad, implicarían la afirmación de los individuos y de los grupos conformados por estos, como sujetos claramente identificables, y por tanto reconocibles, no anónimos, sino singulares y particulares; y en este sentido, diferentes y distintos de los otros.