J.M. KEYNES, EL PROFETA OLVIDADO
Mario Guillermo Gómez Olivares
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La Ética Práctica, es aquella que en primer lugar nos interesa abordar y de la cual se derivan consecuencias para la filosofía y doctrina económica keynesiana, allí se investiga el problema de las justificaciones probables entre los actos y la conexión entre ‘ lo que es probable’ y ‘ lo que es debido’ en la conducta humana. Investiga las máximas generales existentes, teniendo en cuenta su estricta relatividad en relación con las circunstancias particulares del individuo. También se indagan los medios de producir buenos sentimientos, objetos adecuados; se pregunta como resolver problema tales como: la relación entre lo que es público y lo que es privado, la naturaleza y el valor de la virtud, la teoría y los métodos de la educación, la oportunidad práctica y los limites del egoísmo, la teoría y los métodos de la política, las excepciones a las reglas morales y éticas, una crítica a las reglas morales que eran las reglas morales anglicanas y victorianas, etc.. Estas preocupaciones con los problema éticos trasparecen en un ensayo filosófico, escrito por el joven Keynes en 1905, intitulado “Miscelánea Ética”.
Keynes discute la relación entre lo que es público y lo que es privado, confrontándose en ese dominio con su reconocido maestro de filosofía G. Moore. Para Moore, existía un vínculo entre los estados de satisfacción y vínculos afectivos en la existencia de los objetos materiales (cosas bellas) y los objetos mentales (cualidades intelectuales) que son de contemplación agradable, en un cuadro que distingue claramente objetivos y medios.
Contrariamente, para Keynes, la existencia de tales objetos no podía hacer parte del bien ético, pues el bien ético consiste exclusivamente en estados mentales valiosos. Keynes propone como alternativa una tesis basada en la distinción entre el bien co-mo atributo de los estados mentales y la funcionalidad como atributo de los objetos. Solo los estados mentales son valiosos; los objetos que inspiran directamente bue-nos sentimientos son funcionales. Por cada buen sentimiento, existe un objeto adecuado que nos puede decir que un objeto apropiado es aquel cuja contemplación debe suscitar el estado mental que es más valioso. Pero el proceso de especificación no puede invertirse. Los sentimientos adecuados siempre deben ser los mejo-res posibles, dadas las circunstancias, pero no son, por necesidad, absolutamente buenos .
Keynes divide el universo de las entidades relevantes para la ética práctica en dos clases: los sentimientos de las mentes conscientes y los objetos mentales, los cua-les suscitan tales sentimientos. Keynes pretende decir que si los sentimientos son buenos, los objetos pueden no serlo. Esto tiene consecuencias para la Ética Práctica, pues obligan a definir que tipo de objetos son apropiados a los sentimientos buenos, porque la Ética Práctica debería crear un universo de tales objetos. Es de este modo que Keynes refuerza la importancia atribuida a las creencias autenticas como atributo de su valor.
Un segundo momento de confrontación con Moore surge para Keynes cuando desea responder a la cuestión de saber si se debería mejorar los estados mentales propios o el estado mental del universo . Keynes entendía que, tal como no se puede examinar directamente los estados mentales de terceras personas, también no se puede decir cual es el mejor modo de aumentar el bien del universo en su conjunto: “Para aquellos que carecen de fe en las máximas utilitaristas y en las sanciones religiosas... la dificultad principal es la de saber si es cada uno de nosotros un fin. Su-pongamos que entra en vigor el siguiente decreto: es bueno, del punto de vista de los medios, que yo sea malo. ¿Debo aceptarlo? ¿Voy optar por ser malo para que algunos, que no conozco ni me importan, vayan al paraíso? Puede suceder que con mi obediencia, aumente el bien general y que, por tanto, yo haga el bien. ¿Pero mi obligación es ser bueno o de hacer el bien?” .
Esto no quiere decir que Keynes fuese partidario de un ideal individualista y que, si ambos los objetivos entrasen en conflicto, la solución de ese conflicto tuviese una respuesta concluyente. No obstante, estaba dispuesto a aceptar dos clases de obligaciones impuestas por Universo, que podrían estar en contradicción con la regla mooreniana, “preocupate con tú propio Bien”. La primera se relacionaba con la creación de los objetos deseables, nada obligando a que los objetos apropiados al deseo fuesen buenos. La segunda, tenía que ver con el bien del mundo, mismo que ellos ocasionasen el propio tormento. Que no es sino el modo de introducir el tema del deber y de la responsabilidad del individuo y del colectivo social.
Así, por medio indirecto, surge una nueva línea de confrontación con su maestro. El bien del mundo está relacionado con el conocimiento causal, que podrá revelarse inadecuado para medir las consecuencias de los actos de os individuos. Keynes argumentó que, relativamente a la clase de conocimientos que posibilitarían un sistema de ese tipo, de perfecta armonía entre el bien del mundo y los actos adecuados, se colocaría el problema de saber cuales son los actos adecuados para esa finalidad. Visto que nunca se podrá saber si los actos que producimos alcanzan las consecuencias y resultados que esperamos, y nada indica que su observación fuese admisible a través del conocimiento probabilístico.
Esta confrontación surge con toda evidencia en un ensayo publicado posteriormente, “La ética en relación con la conducta”. Keynes propone aquí una tesis que des-envuelve con más profundidad en el Treatise on Probability “(...) dada la dificultad intrínseca del cálculo de los efectos más longincuos e indirectos de nuestros actos, resulta racional proseguir nuestro propio bien inmediato, pero solo si existir una razonable probabilidad de que las nuestros actos aumenten, o por lo menos que no disminuyan el bien universal. En la medida en que es improbable que podamos estar seguros de tal cosa, en la mayoría de los casos lo mejor que podemos hacer es obedecer las reglas de la moralidad existente” .
Moore aceptaba el egoísmo como una doctrina sobre los medios, pero no sobre los fines, restringiendo la racionalidad presupuesta en el cálculo Benthamiano, por lo que la conducta humana debería también someterse y obedecer las reglas generalmente aprobadas, lo que originaria, en la mayoría de los casos, los mejores resulta-dos posibles.
Keynes pretendía demostrar que se puede hacer un juicio racional probable sin poseer el tipo de conocimiento que, según Moore, seria imprescindible, de modo a decidir racionalmente cuando se posee una determinada clase de conocimiento, por lo que afirmó: “No es nada evidente que sea necesaria una prueba tal que, para poder emitir juicios sobre la verdad probable, es decir, para que un acto sea racional”,... “no es necesario tener fundamentos para creer que no vengan a ocurrir consecuencias de nuestros actos en el futuro distante, de modo que se modifique el signo del saldo del bien”.
Según la concepción keynesiana, un enunciado probabilística se refiere a la evidencia disponible y no puede ser refutado o confirmado por los acontecimientos subsecuentes. Como los enunciados probabilísticas son enunciados sobre la relevancia relativamente a las conclusiones y no son previsiones sobre los resultados, ellos de-ben constituir creencias o juicios .
El argumento ético de Keynes representa la afirmación de un pensamiento, en el sentido en que un individuo realiza libremente el bien, sea el propio o el universal, mismo sin tener conocimiento cierto de las consecuencias probables y mismo siendo su actuación racional. De este modo, limitó la posibilidad de alcanzar un determina-do conocimiento cierto, aumentando aquello que designó por juicios intuitivos. Tales juicios, obviamente, pueden ser ampliados no solo a la ética, son importantísimos en la formulación de las leyes psicológicas de la Teoría General.
Keynes no creía que los objetivos sociales, políticos y administrativos fuesen buenos en si propios, ni que fuesen necesariamente buenos como medios, ni que, inclusivamente, siendo buenos como medios, fuese obligatorio perseguirlos por el propio bien. Pero creía que tenían un valor, en relación al cual el individuo tenía una responsabilidad real y talvez prioritaria en determinadas circunstancias. Las responsabilidades públicas eran responsabilidades del individuo como ciudadano, luego eran responsabilidades con relación al universo .
En un ensayo retrospectivo de 1938 intitulado “My Early Belief”, Keynes explica las raíces condicionantes de sus primeras convicciones éticas; recuerda la importancia de las creencias autenticas que, al ser descubiertas, permiten racionalizar la conexión entre creencias y actos, explicando intelectualmente los actos en una perspectiva compatible con esas creencias.
Keynes rememora con nostalgia la filosofía de Moore por esta suministrar los rudi-mentos de una teoría ética verdadera, es decir, de los valores que dejasen un grado de libertad, de modo a que las obligaciones morales no fuesen fines estimados útiles por sociedad, sin que lo fuesen antes y principalmente por los individuos. Una adhesión a estos fundamentos implicó, en la práctica, cuestionar la moral vitoriana que había dominado y orientado las generaciones anteriores.
De acuerdo a Keynes, Moore había resuelto el problema de como relacionar los fines con los aspectos de la vida práctica, o dicho de otro modo, la manera de armonizar las esferas públicas y privadas, aunque, recuerda Keynes, no se hubiese sentido obligado a asimilar la filosofía ética de Moore. El problema de la actitud moral seria, entonces, el de explicar la relación con el mundo exterior. Keynes acepta la llamada religión de Moore y sigue los principios fundamentales: “Nothing mattered except states of mind, our own and other people's of course, but chiefly our own. These states of mind were not associated with action or achievement or with consequences. They consisted in timeless, passionate state of contemplation and communion, largely unattached to `before' and `after'. Their value depended, in accordance with the principle of organic unity, on the state of affairs as a whole which could not be usefully analyzed into part...”Our religion closely followed the English puritan tradition of being chiefly concerned with the salvation of our own souls. The divine resided within a closed circle. There was not a very intimate connection between `being good' and `doing good'; and we had a feeling that there was some risk that in practice the latter might interfere with the former. But religion proper, as distinct from mo-dern `social service' pseudo-religions, have always been of that character; and per-haps it was sufficient offset that our religion was altogether unworldly- with wealth, power, popularity or success it had no concern whatever, they were thoroughly despised" . La crítica de Keynes a Bentham, es el corolario de la no-aceptación de la moral propuesta por Moore, pues esta resultaba de un compromiso entre lo que denominaba cálculo benthamita y las reglas generales de la conducta correcta.
Keynes descubre, en el acto de rechazar el cálculo benthamita, la forma mediante la cual escapó a una de las causas del desmoronar de la civilización moderna y responsable por su decadencia moral, y por otro lado, una forma de repudiar la sobrestimación del criterio económico. El cristianismo representaba la tradición, la convención, que era vista por Keynes como un adversario filosófico. Pero el rechazo sobre Bentham, según Keynes, fue una vacuna contra otros tipos de benthamismo, designadamente el marxismo, pues eso lo llevó por el camino crítico, aunque reconozca que: “We have completely failed, indeed, to provide a substitute for these economic bogus-faiths capables of protecting or satisfying our succesors” .
Pero esa irreverencia joven condicionó la ruptura constante con la tradición, las convenciones y la sabiduría escolástica. Lo que estaba en causa para Keynes eran, justamente, los valores fundados en una ética basada en el rational self-interest, que justificaba la visión de que la naturaleza humana es razonable. El self-interest, del modo presupuesto, era absolutamente racional de tal modo que los sistemas egoís-ticos y altruistas podrían contribuir para los mismos propósitos . Así, Keynes observa que esa seudo racionalidad en la visión del ser humano conduce a la superficialidad, no solo de la capacidad de juicio, como también en los sentimientos. Excluyese todas las categorías que pueden ser definidas como valuable emotion. Por eso la atribución de racionalidad al ser humano, en vez de lo enriquecer, lo empobrecía. El distanciamiento en relación con la moral, que implicaba renunciar a obedecer las reglas estipuladas más allá de la propia aceptación y a juzgar cada caso por sus meritos, permite estipular el principio de la libertad de conciencia por un lado, y, por otro, reformular el utilitarismo clásico en un utilitarismo ideal, lo que se concretiza en la noción de Keynes de tener siempre la posibilidad de ser la excepción a la regla, y por tanto, de no obedecer a ella, siendo las consecuencias de los actos juzgados por los propios: “ (...) we were..Who believed in a continuing moral progress” .
Keynes señala, como decisiva para su dedicación al estudio de la teoría de las probabilidades, esta preocupación con los problemas éticos, los cuales irían a conceder una clave para el problema teórico del cálculo de los actos de la conducta humana, considerando que la cuestión colocada por Moore es incomprensiblemente dejada sin solución.
La discusión que Keynes propone de nuevo en 1938, aunque con una estatura intelectual diferente de la de sus tiempos de Cambridge, fue: “(...) an a priori view of what human nature is like” . La posición de Keynes pretendía ser la posición de los últimos utopistas:“ (...) or meliorist as they are sometimes called, who believe in a continuing moral progres by virtues of which the human racy lalreade exists of reliable, rational, decent people...” .
Sin duda que la contribución de Moore es una referencia para la formación de Keynes en el plano ético. Pero, en la construcción de su pensamiento ético, Keynes pretende emanciparse de Moore mediante la crítica, sobre todo la crítica a la ineficacia de la solución mooriana del problema del relacionamiento entre las esferas privada y pública. A la exigencia de un comportamiento probable basado en un conocimiento calculable de los motivos humanos, Keynes opone la posibilidad de elaborar juicios intuitivos basados en creencias y no en una probabilidad experimentada, lo que significaba sobre todo realzar la libertad del individuo y la posibilidad de extender las reglas a una área que colisionaba con la moral establecida.
Para Keynes el recurso a credos tenía la virtud de establecer principios y valores arraigados en la tradición y a costumbres que contribuyesen para el ideal ético. Conseguir buenos estados mentales y una sociedad feliz era un objetivo del individuo, pero Keynes era sagaz en la expectativa dudosa de conseguir buenos estados mentales en grande escala, así como era audacioso en la estimativa de la magnitud y utilidad o felicidad que un gobierno puede conseguir. De este modo, Keynes refuerza la importancia conferida a las creencias autenticas como atributo del valor ético.
Por un lado, en la investigación de los fundamentos éticos de la conducta humana, Keynes rechazó el cálculo benthamita y buscó cautelarse contra una sobre valorización del criterio económico, y por otro, procuró fundamentar la convicción de que no era correcto considerarlo como el único criterio de valorización de las consecuencias de los actos humanos. Pero reconoció la falta de una propuesta alternativa al benthamismo del punto de vista teórico- económico.
Como consecuencia de sus ideas en el dominio ético, Keynes estudia una base para el cálculo probable de la conducta humana. La teoría de las probabilidades suministra a Keynes una lógica de la acción, que permite decidir cual de los objetivos posibles de nuestros actos resultan más adecuados en las circunstancias existentes. Esto es sumamente relevante para su punto de vista sobre la conexión que existe entre los fines éticos y no-éticos en la aplicación sobre lo que es verdadero o no en la teoría económica. Es de suma importancia para conseguir entender la opción por los problemas económicos investigados, los juicios sobre la verdad ética del desarrollo teórico económico.
Podemos decir que la existencia del ideal ético presupone que el individuo existe previamente en relación a la sociedad, siendo el único modo de garantizar su libertad y la capacidad crítica relativamente a la influencia de las normas y las virtudes en su vigencia institucional y temporal. El ideal ético keynesiano exigía el bien intrínseco como expresión de la igualdad de oportunidades para los individuos, de ningún modo la delegación del bien en un espíritu universal que diluye el propósito de mejorar la vida humana, solo y preferencialmente alcanzables por los individuos, para los individuos. Keynes creía en el progreso moral continuo de los individuos como parte integrante del crecimiento de la civilización humana, pero no creía en la imposición de propósitos finales para la sociedad, aunque defendía la idea de que cada individuo mejorase su propia existencia, disponiendo de los medios adecuados para ese.