LA CULTUROCRACIA ORGANIZACIONAL EN MÉXICO
José Gpe. Vargas Hernández
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En un contexto de creencias y valores, los cuales se reflejan en tendencias profundamente arraigadas, la cultura nacional, según Gray (1995), se refiere a los valores de la mayoría de los miembros de un país o sociedad. La cultura nacional no es necesariamente una extensión de la cultura universal. La conformación de "modos de vida" que son exclusivos de regiones o pueblos, según Béjar (1979), y que dependiendo de su singularidad se "clasificarán de conformidad a factores predominantes". El comportamiento de los habitantes de una nación es moldeado por los valores, creencias y tradiciones culturales que les son comunes y los cuales difieren de otras naciones-Estado. Pero esta cultura nacional, sostiene Béjar (1979) "no incluye a todos los mexicanos ni a todas las aspiraciones y formas de vida".
La cultura nacional describe las creencias que son ampliamente compartidas por los miembros de una nación o Estado que resultan evidentes para diferenciarse en sus valores y actitudes respecto de otros. La cultura nacional es también la construcción de los mitos, muchos de los cuales surgen a la vida nacional a partir de su misma mistificación histórica. Florescano (1996) ha hecho una compilación de algunos de estos mitos mexicanos los cuales según los comentarios de González Torres (1996), en el capítulo titulado "La nación y sus mitos", se agrupan "aquellos que han sido construídos con el material más broncíneo de la historia y cuyo usufructo principal pertenece a los poderes establecidos o en pos de establecerse" y por lo tanto, los mitos son conceptualizados como "aquellos sedimentos ideológicos en los que el poder y el contrapoder se apoya para ejercer, o busca ejercer, la dominación.
Estos mitos confeccionan con la materia prima de la historia, una extensa fantasmagoría donde caben figuras contrahechas y concepciones paradójicas. Estas imágenes, protagonistas de un deformado santoral, exigen culto y se prolongan en ciertas formas de urbanidad política: conforman la liturgia cívica y, también, esa política real, marrullera y desencantada que se hace tras bambalinas." Son los componentes de una cultura nacional, de acuerdo con Béjar (1979), "los generadores de las pautas culturales más generales y compartidas que se imponen y modelan la conducta individual caracterizándola."
En ese imaginario colectivo de los mexicanos es difícil distinguir entre lo que es realidad y lo que es mito, entre lo que es verdad histórica y lo que es meramente producto de la poesía. Por ejemplo, el Nican Mopohua, el texto Nahua que relata bajo un lenguaje que refleja el sincretismo de lo indígena y lo español, las apariciones de la Vírgen de Guadalupe al indio Juan Diego. Fray Bernardino de Sahagún rescató parte de las tradiciones indígenas que dieron orígen al culto a la Vírgen de Guadalupe "aunque el propio Sahagún quiso desligarse del sincretismo mexicano-español con la diosa Tonantzin, que no concordaba con su punto de vista personal; pero afortunadamente su honestidad y tolerancia le impidieron suprimir el documento crucial que luego se convirtió en base del culto actual", afirma Lomnitz (1996b). En los tres diálogos se puede notar la inspiración del texto, y que en el análisis del mismo Lomnitz (1996), "no pueden encontrarse tales diálogos en la tradición catequética mariológica, ya que se trata inconfundiblemente de conversaciones entre dos personas pertenecientes al ámbito cultural mexicano ...las conversaciones entre Juan Diego y la Vírgen poseen esa espontaneidad deliciosa y ese individualismo mágico que son propias de las grandes obras dela literatura universal".
Las culturas nacionales son fenómenos muy complejos y profundamente enraizados, cuyos orígenes se localizan en una compleja madeja de factores ambientales y circunstancias históricas. Así conceptualizada, estamos de acuerdo con Ramos (1987) cuando sostiene que "Se tiene o se tendrá la cultura que determine la vocación de la raza, la fatalidad histórica". En la obra Las Atlántidas de Ortega y Gasset (citado por Frost, 1972 y Béjar, 1979) describe que "la cultura es, dondequiera, una: el griego y el escita, el francés y el prusiano trabajan ciertamente en una obra común. Pero hay una forma de la cultura peculiar del sur de Europa, un modo mediterráneo de amar a Dios, de contar los cuentos, de andar por las calles, de mirar a las mujeres y de decir que dos y dos son cuatro."
Estos valores cambian lentamente y usualmente en respuesta a factores externos como el comercio y la inversión internacional, el cambio tecnológico, los levantamientos de guerra y la colonización (Gray:1995). Lo que algunos autores (Burak, 1990) denominan como el modelo general societario de cultura, quedaría comprendido en este nivel.
La cultura nacional es descrita por Latapi (1995) como " el país que nos es común no es sólo la tierra que pisamos y el aire que respiramos, sino el espacio construído por los hombres a través del tiempo, fincado en la naturaleza y configurado por las instituciones y otros productos de la inteligencia y el esfuerzo de las generaciones anteriores; todo ello, lo material y lo espiritual, son objetos colectivos por orígen y destino, y por tanto públicos". Así concebida la cultura, Ramos (1987) expresa optimismo cuando afirma que "ese retorno a la tierra habrá de darnos la salud física y moral necesaria para recobrar la confianza en el porvenir...Sólo cuando de la cultura tradicional extraemos su esencia más sutil y la convertimos en "categorías" de nuestro espíritu, se puede hablar de una asimilación de la cultura ".
Por su parte, Béjar (1972) afirma que "Lo distintivo de la cultura mexicana sería el producto generado internamente, a la vez que conformado por la influencia de otras culturas nacionales". La cultura nacional al ser categorizada "como denominador común de todos los habitantes de una nación", de acuerdo con Béjar (1979), "se convierte en una aspiración de Estado". Llama la atención, por ejemplo, que la introducción de una nueva revista de reciente aparición, Fractal, entre uno de sus cinco grandes temas que porpone replantear, de acuerdo al análisis de Semo (1996), se encuentra el tema de "la transición de la primacía absoluta de la política a su subversión por el ascenso de la importancia de la cultura" y cita del ensayo introductorio de Fractal:
"El principio (político) de ciudadanía ha sido desbordado por la emergencia de identidades que reclaman el derecho no a la convergencia sino a la convivencia: una política fundada en el principio de la diversidad (...) Los rebeldes de Chiapas negocian hoy las cifras de un presupuesto y leyes que los reconozcan, pero esperan algo que el Estado no quiere -¿o no puede?- escuchar (...) la opción de una cultura singular. El mundo del trabajo se ha convertido en un laberinto de nómadas reunidos o separados por muros culturales (...) La enumeración de las nuevas culturas emergentes podría ocupar volúmenes enteros. ¿Podrá el Estado adecuarse a este rompecabezas cultural y mantener la cohesión política de la sociedad? ¿En qué consiste un Estado-nación que deviene Estado-mozaico?"
Así, podemos hablar de que existe una cultura nacional mexicana, la cual ha estado sujeta a diferentes políticas por el Estado mexicano que oscilan desde la preocupación y responsabilidad por proteger la cultural nacional, apoyándo la participación de todos los ciudadanos para hacer suyos ese patrimonio y disfrutar de sus beneficios. Para Béjar (1972) "con independencia de cualquier concepción teórica" que se tenga de la cultura mexicana, "no se caracteriza, no se manifiesta por determinada producción literaria, artística, filosófica o científica, sino por el propósito firme y decidido de incorporarse a las ventajas del desarrollo planificado en sus ámbitos cultural, científico y tecnológico del mundo actual y futuro".
El nacionalismo cultural que hizo prevalecer los valores de mexicanidad emergentes de la Revolución Mexicana, empezó a decaer a la mitad de este siglo, aparejados por un desnacionalización económica, política y social profunda, la cual luego desembocó en períodos de crisis recurrentes. Los inicios de la masificación y desvirtualización de nuestros valores culturales por una naciente televisión, coincidieron con la desnacionalización de nuestra cultura mexicana.
Grandes problemas tienen que ser resueltos para afianzar nuestra identidad nacional. En la búsqueda de la integración y la unidad de la cultura nacional mexicana, por parte del Estado mexicano, éste ha caído en muchas ocasiones en grandes contradicciones debido a que cada vez más se acentúan las diferencias económico-sociales de los diferentes estratos que componen la sociedad mexicana. El ex-presidente mexicano Miguel de la Madrid (1996) destaca como una facultad del Estado importante "..la de orientar, promover, apoyar, y en su caso dirigir el sistema educativo nacional y conservar y promover la cultura como medios estratégicos de cuidar y fortalecer la identidad nacional, base de la subsistencia del propio Estado."
La cultura nacional mexicana, que proporciona esa identidad nacional, puede lograr su integración, si se usan los vehículos adecuados de participación comunitaria. El mismo hecho de vivir en comunidad es ya un mero desafío para lograr equilibrios en las respuestas a los problemas económicos, sociales, políticos y culturales. Muchos especialistas están de acuerdo en que el Estado mexicano debe intervenir en los procesos de creación, formación y difusión de la cultura mexicana. Para otros, como Cosío Villegas, estos procesos tienen que darse a través de empresas culturales. Finalmente, otros autores afirman que la promoción cultural del Estado mexicano y la realizada por empresas culturales son complementarias y compatibles.
La compatibilidad de "empresa" y "cultura" exige una "responsabilidad del acotamiento de los mercados de la cultura", y por lo mismo, la producción cultural tiene que ajustarse a los "mecanismos del mercado", para ser funcionales, poniendo en peligro la expresión genuina de la misma cultura. Si no se llega al público, en una última instancia esto constituye "la negación misma de la cultura: no comunicarse; pero también salvarse de la perdición comercial y exitosa: una garantía de pureza", concluye Zaid (1996). Las manifestaciones culturales corren el riesgo de vulgarizarse y trivializarse en aras del mercado. Entonces estaremos de acuerdo de que efectivamente, la cultura no es mercancía y que por lo tanto "la cultura y el comercio se excluyen. Que lo culto circula y se adquiere de maneras no comerciales, más cercanas al culto y a lo oculto".
Una investigación territorial antropológica y socioculturalmente orientada, diseñada por Gendreau y Giménez (1996) para "explorar los efectos de la migración de retorno y de la exposición de los mass-media -dos vías importantes de contacto con la realidad- sobre las culturas regionales tradicionales del centro de México" la cual permitió a los investigadores "documentar la tenaz persistencia de los vínculos territoriales y de las identidades locales en las poblaciones campesinas tradicionales, a pesar del contacto con la modernidad". Esta investigación, de las escasas que existen en México, invalidan "la tesis estructural funcionalista que preveía la progresiva pérdida de la relevancia del vínculo territorial en las sociedades modernas", comprobándose "la persistencia de las identidades socioterritoriales, aunque bajo formas modificadas y según configuraciones nuevas".
Los investigadores concluyen que "las culturas y las identidades tradicionales de orígen étnico o mestizo-campesino no se disuelven ni cambián (sic) dramáticamente al contacto con la modernidad (por lo menos en el curso de una generación), sino sólo se transforman adaptativamente enriqueciéndose, redefiniéndose y articulándose con ella." Zaid (1996) nos explica que es aquí en estos planteamientos donde se encuentra lo contradictorio: "la cultura moderna nace rechazando las mediaciones tradicionales, cree en la revelación independiente...la conciencia de esta ambigüedad nace con la cultura comercial, que se escandaliza de la venta de indulgencias, pero no puede volver atrás ..."
Es en esta misma línea de pensamiento, en que se da la respuesta de Carlos Fuentes a una pregunta formulada por Gutiérrez Vivó (1996), respecto a cuál es la vocación importante de México : "Yo veo la posibilidad de una fractura. Me alarma mucho porque sí hemos logrado un grado importante, en el mundo de la unidad nacional, frente a la balcanización que observamos en otras tantas latitudes. En México hay un sentido de la nación, y ese sentido de la nación está basado en el sentido de la cultura. Los mexicanos sabemos que la cultura es más importante que el poder, que el poder de una nación es su cultura, no su política, . Eso lo sabemos íntimamente los mexicanos, pero a partir de una integración de todos los factores de esa cultura que es indígena, que es rural, que es urbana, que es mestiza, que es europea, que es muchas, muchas cosas."
Sin embargo, esta integración es de alguna manera "traumática", como en el caso, para poner un ejemplo, de la cultura indígena que está en un gran dilema que dificulta los procesos de su integración con la cultura considerada nacional: sus características distintivas de cultura indigena, no están separadas de las cultura que no son indígenas, según lo manifiesta Aguirre Beltrán (1968): "...al mismo tiempo que aceptan la superioridad de la cultura nacional, consideran evidente la superioridad de sus propias formas de vida, sin sentir en ello contradicción."
Pero cuando los pueblos, como el mexicano, proceden de distintas raíces culturales, la falta de equilibrio en las respuestas a la satisfacción de las demandas de una comunidad diversa, es la principal fuente generadora de sectarismos, racismos, discriminaciones, destrucción de los bienes comunitarios, etc. Tanto en la formación de una cultura nacional mexicana, como en la participación de todos los grupos sociales en los beneficios derivados, el Estado juega un papel importante, como lo expresa Heller en su obra "Teoría del Estado": "Con sus medios de poder, el Estado se encuentra en las mejores condiciones para hacer un solo pueblo cultural de pueblos diferentes por la lengua y la antropología".
Sin embargo, de acuerdo con la afirmación de Béjar (19799, "conciencia y solidaridad nacionales son términos todavía con gran contenido retórico: el aislamiento de muchas comunidades, el distanciamiento entre las clases, la desproporcionada distribución de la riqueza, etc., son fenómenos que traban el proceso de integración de una cultura verdaderamente nacional." Saber vivir en comunidad equilibra el desarrollo económico con el social, político y cultural. Lamentablemente, el enfoque economicista en los planes de desarrollo nacional, relegan a un segundo plano el desarrollo cultural.
Este descuído surge del orden cultural imperante en el mundo, basado en patrones culturales con valores, actitudes y gustos occidentalizados que confronta a las posiciones de las élites con las culturas localistas. Así, México es considerado como parte de lo que se ha denominado la cultura occidental, según Béjar (1979), quien sostiene que "lo mexicano será el conjunto de elementos occidentales y autóctonos que se coordinan en parte o íntegramente constituyendo roles que, a su vez, producen comportamientos peculiares que pueden denominarse mexicanos".
La cultura nahua originalmente fundamentan su modelo de organización social en el matriarcado, y encuentra su máxima expresión entre los astecas en la Madre y Diosa Coatlicue para la definición de su orígen tribal y legitimidad como nación, que luego pare a Huitzilopochtli dios de la guerra por partenogénesis y con él aparece el modelo de una cultura patriarcal. Por otro lado, la cultura española tambíen se transformó de cultura matrilineal a cultura patriarcal, patrilineal, de acuerdo don Fuentes (1996) al tener contacto con la cultura mediterránea "donde la sustitución de modelos es tan vieja y tan visible como la imágen de Atón, el dios egipcio, masturbándose para que nazcan los dioses: ahora, es el padre el que da orígen a la especie."
Este orígen matrilineal y el transitar a la cultura patrilineal es motivo de conflictos no resueltos en la mexicanidad. "Tierra aborígen y tierra occidental, la de México ha sido escenario de tiempos simultáneos y conflictos, a la vez, originales y sucesivos. El triunfo del modelo patrilineal desde Moctezuma hasta los presidentes del régimen republicano ha coincidido con la persistencia de la nostalgia matrilineal en mil maneras de la vida diaria y, sobre todo, en su consagración consoladora en la figura de la Basílica del Tepeyac, refugio último de la esperanza mexicana", concluye Fuentes (1996) en clara alusión a la Vírgen de Guadalupe, patrona de los mexicanos y orígen de la identidad cultural de la mexicanidad.
La Vírgen de Guadalupe es la identificación de la Diosa y Madre vírgen de las culturas indígenas de México, que decidió tomar ese parecido "para mejor acercarse a los indios azotados por la conquista y la colonización: escogió su idioma, su color de piel, sus símbolos", sostiene Blanco (1996). Es pues un mecanismo de defenza colectivo de la cultura, que revive, recrea e inventa "con prodigiosa recuperación de su cultura colectiva, una manera de salvar lo antíguo, lo milenario, lo perseguido, lo prohibido, a través de la forma nueva, aceptada por la nueva religión."
Sin embargo conviene aquí señalar la necesidad que existe de respetar las tradiciones culturales de los pueblos indígenas, las cuales fueron sofocadas por la conquista y continúan sindo manipuladas por antropólogos, pseudoteólogos y por indigenistas con otros fines diferentes a su reivindicación, como lo señala Ratzinger (1996): "que quieren tener a los indígenas como piezas de museo u objetos de folklor para atraer turismo. Estas personas quieren que (los indígenas) se vistan como hace 500 años, que no progresen, porque si lo hacen se acaba ese folclor y dejan de ser objeto de estudio para estos antropólogos que nos han visitado en los últimos años (...) los pueblos indígenas tienen el derecho a conservar sus valores, a que se les respete como personas y a integrarse como tales a la comunidad mundial, además de que estas culturas tienen mucho que ofrecer, grandes valores humanos y religiosos que enriquecerían el pueblo donde están, la cultura y la iglesia."
El retorno a nuestros orígenes culturales comunitarios no está exento de peligros y de conflictos. El regreso a las culturas, dice Fuentes (1996) tiene el "valor de reanimar valores de la memoria, la identidad y la creación. Posse también peligro de resucitar viejas fobias territoriales, racizmos, cruzadas de limpieza étnica y fundamentalismos religiosos." Sin embargo, al encuentro de nuestros valores, de nuestra cultura, tenemos que estar abiertos si es que deseamos trascender con nuestra cultura en los tiempos de la dimensión globalizante postmoderna.
Para la correcta identificación y categorización de una cultura nacional mexicana, ésta debe estar fundamentada en la realidad de la nación mexicana y sin ocultar nuestras mismas raíces históricas que nos obliguen a adoptar una cultura extraña, como cuando nuestro país ha adoptado sucesivamente en diversos períodos bajo el arbitrio de las modas, las culturas española, francesa y últimamente la estadounidense, o de plano negando una, como cuando bajo un falso protagónico y mesiánico nacionalismo se ha sobrevalorado las raíces indígenas.
Como un claro ejemplo de esta concepción nacionalista romántica de la cultura, se expresó como respuesta al movimiento generado por la Revolución Mexicana el cual según Monsiváis (1992) "amplía los alcances del término cultura, cuya dimensión pública exige el reconocimiento verbal y jurídico de los derechos de los trabajadores", así pues, continúa diciendo Monsiváis "La cultura de la Revolución Mexicana con el exceso que es el lenguaje inevitable del afianzamiento histórico, y por razones tanto del sectarismo como del desarrollo civilizatorio, haya en las tradiciones (mejor: en el modo en que se utilizan políticamente) al enemigo."
Si bien la posición nacionalista de la cultura, fortaleció algunos aspectos de nuestro desarrollo bajo un proteccionismo cultural, también fue la causa de muchos de nuestros desastres. La administración de las empresas paraestatales y organismos desconcentrados de los tres niveles de gobierno: el federal, estatal y municipal, así como la distribución de subsidios y otros recursos, están sujetas a decisiones en las que la cultura nacional tiene una fuerte influencia. Reyes Heroles (1995, 1991), describe la situación y menciona algunos de sus efectos como resultados negativos de nuestro nacionalismo cultural: "Erigimos así altares a nuestros mitos y costumbres y nos encerramos a regular nuestro mundo de acuerdo a ellos. Los resultados no son halagadores: mutilaciones de las riquezas con las cuales jamás soñaron otyras naciones, desperdicio admitido y casi incentivado; miseria como destino y fatalidad."
Este desarrollo de la cultura nacional no ha logrado hasta ahora la tan ansiada cohesividad entre los diferentes sectores sociales, mostrando en muchas ocasiones y de muchas formas, las contradicciones y confrontaciones existentes entre los difrentes grupos. José Agustín Ortiz Pincheti ha dicho que "somos -citado por Fuentes en Martínez (1996)- una gran nación multiracial, encrucijada entre oriente y occidente, que no ha dado todavía los frutos que de nosotros pudiera esperar la humanidad".
El carácter unívoco y homogeneizante de la cultura, pierde sentido en la caracterización de "cultura mexicana" a tal grado que hace que Monsiváis (1992) la considere como "un fenómeno dividido por clases, regiones, tendencias, hábitos de consumo, grupos y creadores individuales, y se enfrenta hoy a problemas severos." Mismo Monsiváis reafirma este carácter de la cultura mexicana en una entrevista que le hace Vera (1996) sobre su condición de ejercitante de una denominación protestante, cuando expresa que "Los integrantes de una minoría cultural se saben distintos, no sólo por sus creencias y conductas específicas, sino por el registro externo de esas creencias que, en el caso del protestantismo, describían una fe antinacional, ridiculizable y de mal gusto. En los años cuarenta y en los cincuenta ni existían ni se concebía la pluralidad. México era un país católico, guadalupano, príista, mestizo, machista y formalmente laico."
México, país de muchos contrastes culturales, que motivaron a Lewis (1990) a sentenciar: "Desgraciadamente en muchas naciones subdesarrolladas la élite nativa educada poseé por lo común un escaso conocimiento directo de la cultura de sus propios pobres". Campos (1992) argumenta estas contradicciones existentes en los siguientes términos: "México sigue siendo muchos Méxicos. Esos muchos países se pueden resumir en uno tradicional y otro moderno, en uno rural y otro urbano, en uno donde pesa el pasado y otro que quiere volar ligero al futuro". Algunas de las culturas indígenas en México han podido sobrevivir hasta nuestros días, otras han perecido y muchas otras han sido deformadas hasta hacerse irreconocibles.
Así, la cultura mexicana de acuerdo a Béjar (1979), "no incluye a todos los mexicanos ni a todas las aspiraciones y formas de vida". Al lado de un sector progresista, moderno, más identificado con las innovaciones tecnológicas, coexiste otro grupo de extracción campesina y con rasgos culturales más apegados a las tradiciones y costumbres que tienen su orígen indígena. Este sector campesino, según Béjar (1979), fundamenta su hipótesis de que "las zonas campesinas con fuerte concentración indígena es en donde las tendencias conservadoras están más arraigadas."
Los gobiernos del Estado neoliberal mexicano, bajo la óptica de considerar a la cultura como un fenómeno comunitario y como un satisfactor más, sujeto a las leyes del mercado, han transferido la obligación y la responsabilidad de mantener las instituciones de la cultura nacional en un sector privado que actúa con criterios pragmáticos y fines utilitarios, mientras que se alzan voces que alertan sobre esta problemática y se preguntan si "a largo plazo es sustentable un país en el que lo público se hace privativo de una minoría, el grueso de su población vive enajenada de su patrimonio cultural y el sentido de comunidad desaparece." (Latapí, 1995).
Sin embargo, serios obstáculos que impiden que el cambio cultural se realice, también representan grandes barreras estructurales para acelerar los procesos del desarrollo regional y nacional. Béjar (1979) hace un repaso para desatacar "la sólida red de relaciones personalistas, el entrecruzamiento de los intereses privados con los intereses públicos y la perdurabilidad de las pautas de conducta hipánica".
Las características de la cultura nacional que apenas empiezan a ser tomadas en cuenta, constituyen un factor de gran influencia en el éxito de las corporaciones. Los mismos objetivos de las corporaciones están influenciados por el contexto cultural. Existe una preocupación creciente entre los investigadores, por examinar hasta que grado la cultura nacional es una influencia importante en la medición del éxito corporativo (Grey:1995).
Las diferencias en los patrones de conducta de los individuos de las diferentes naciones, están siendo investigadas y analizadas para explicar las diferencias en las prioridades de las organizaciones. Las diferencias existentes entre las culturas nacionales, complican la administración de las organizaciones, y en gran parte, las tareas del trabajo internacional fracazan debido a las dificultades para adaptarse a los diferentes contextos culturales de las organizaciones. Por lo tanto, se necesita realizar mucha investigación en esta área, a fín de analizar las diferencias culturales de las diferentes naciones .Algunos autores que han estudiado los fenómenos culturales en las organizaciones y su impacto en otras variables organizacionales son:
Adorno (1950) explicó los patrones de liderazgo organizacional como producto de los patrones de conducta en las diferentes naciones. McClelland (1963) fundamentó las diferencias en los patrones culturales nacionales para explicar el éxito o fracaso en el desarrollo económico. Fromm and Maccoby (1970) concluyeron que las dificultades que se presentaban entre los administradores extranjeros y los empleados de orígen nacional, repercutían en serias deficiencias en todo el desempeño organizacional. Hofstede (1982) realizó estudios que explican las diferencias de la cultura nacional y su influencia en las organizaciones.
Hofstede (1984) sostiene que los patrones de las dimensiones culturales que presentan las diferentes naciones, reflejan las preferencias de los valores de los individuos miembros de dichas culturas nacionales.
Trompenaars (1992) analizó las diferencias de los patrones culturales para explicar su impacto en el comportamiento individual en las organizaciones.
Las diferencias culturales existentes entre naciones diferentes son las que las distinguen unas de otras. Las bases de estas diferencias culturales, de acuerdo con Trompenaars (1994) son:
1.- Las que surgen de las interrelaciones entre las personas.
2.- Las que vienen con el paso del tiempo, y
3.- Las relacionadas con el medio ambiente.
Las diferencias culturales que surgen de las relaciones interpersonales se clasifican, según Parsons (1951) en cinco orientaciones relacionales:
1.- Universalismo contra particularismo.
2.- Individualismo contra colectivismo.
3.- Neutral contra emocional.
4.- Especificidad contra difusidad, y
5.- Logro contra adscripción.
Desde otra perspectiva, Hanson y Lackman (1996) analizan la cultura y las diferencias culturales apoyándose en un marco de refencia de las teorías de la personalidad que se enfocan en la integración de los procesos cognitivos y emocionales dentro del individuo, asumiendo que las conductas son motivadas por los valores desarrollados como resultado de habilidades aprendidas y conflictos resueltos en el pasado. Para ejemplificar, los investigadores se apoyan en los trabajos de Adamopolis (1989) quienes sostienen que los patrones culturales son ampliamente aceptado que consisten de valores que son sostenidos por los miembros que interactúan en un grupo, y de Rokeach (1973) quien afirma que los valores consisten en preferencias que afectan la conducta humana. En esta prespectiva se incluyen los trabajos de Hofstede (1984).
De acuerdo con este enfoque que han denominado de "estructuras latentes", las diferencias culturales son más pronunciadas bajo la suposición de cómo el mundo social está organizado y cuales son las estrategias más apropiadas para el logro de objetivos comunes, tratando de integrar el análisis de los valores culturales con descripciones específicas de conductas administrativas, enfocadas en patrones específicos del comportamiento, tratando de interpretar cómo las conductas de los negocios en las diferentes culturas son contingentes en los contextos e incentivos específicos. Hanson y Lackman (1996) identifican cuatro valores dominantes sociales los cuales, dicen ellos, se identifican con las cuatro dimensiones culturales identificadas en los trabajos de Hofstede (1981), según se muestra a continuación:
________________________________________________________________________
Valor social dominante Dimensiones culturales
Hanson y Lackman (1996) Hofstede (1981)
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-Individualismo -Individualismo
-Sensibilidad a las necesidades emocionales - Masculinidad (calificación reversiva) de los amigos
-Sensibilidad a las relaciones de poder -Distancia del poder
-Enfatiza el cumplimiento de las reglas -Evitamiento de la incertidumbre
________________________________________________________________________
Fuente: Hanson y Lackman (1996).
Al respecto, Hanson y Lackman asumen que "la realidad de la organización social ampliamente compartida en una cultura en particular es la 'estructura social latente' sobre la que se enfatizan los patrones culturales. Si es correcto, entonces ambos patrones, el general de valores culturales y las conductas de negocios específicas deberían ser mutuamente consistentes, reflejando su papel de adaptación de la realidad asumida de la subyascente estructura social latente". Por lo tanto, a través del análisis de las conductas de negocios actuales se pueden identificar las estructuras sociales latentes que subrayan los patrones culturales.
Pero el trabajo de Hanson y Lackman (1996) va mas allá, hasta describir los diferentes patrones culturales en administración usando usando como base para explicarlos, las siguientes dimensiones:
Primera dimensión: Cuatro tipos de relaciones entre una persona y su posición en los mandos intermedios superiores y las personas que estén en cualquiera de las siguientes posiciones:
Superior,
Compañero cercano,
Compañero distante, y
Subordinado.
Segunda dimensión: Tres tipos relacionales:
Patronal (basado en el poder)
Colegial (basado en la amistad)
Burocrático (basado en las reglas)
Los autores omiten un cuarto tipo relacional que es el de rivalidad.
Tercera dimensión: el énfasis relativo de la cultura en la independencia <-> pertenencia, en términos más de mobilidad que de aislamiento.
Independencia. No significa que la persona se aparte de otras, sino que la "gente en culturas con altos niveles de independencia tienden a buscar contactos alternativos y otras formas de desahogar"
Pertenencia: En culturas donde existe un énfasis en la pertenencia, las obligaciones de amistad se asumen ser relativamente raras, invlocramiento profundo y de vida larga", aclaran los investigadores.
Combinando los cuatro tipos de relaciones con los cuatro tipos relacionales y estos con los dos relativos énfasis en independencia-pertenencia, tenemos como resultado 32 tipos culturales. Los investigadores emplearon en su estudio de la cultura en la práctica de negocios, el papel que éstos desempeñan, el nivel de independencia y el tipo derelaciones, como las tres dimensiones definitorias, para determinar el nivel de independencia y el grado en que cada uno de los cuatro roles de relaciones tienden a caer en uno de los tres tipos relacionales, dando como resultado la determinación de los tipos relacionales que mejor caracterizan los cuatro roles y se fundamentan en un análisis de conjuntos propuestos acerca de la conducta actual de los negocios usando la clasificación de "patrones conductuales", tal como se muestra en la siguiente figura:
Otro estudio reciente, denominado "puntos de apalancamiento de acceso" desarrollado por Pearce y Osmond (1996), está basado en las metáforas culturales, los cuales son considerados "aspectos críticos de la cultura que puede frecuentemente ayudar, pero algunas veces impedir, la introducción y administración de los esfuerzos de cambio organizacional". Este enfoque para estudiar las culturas nacionales, encuentra antecedentes en los estudios de Morgan quien desarrolló metáforas para describir a las organizaciones, de Geertz quien ha trabajado en culturas de Indonesia y Gannon (1994) quien ejemplifica con diferentes tipos de metáforas y submetáforas para representar las culturas nacionales.
Este modelo de "puntos de apalancamiento de acciones" se desarrolla en las siguientes acciones:
1).- Se selecciona una metáfora representativa de la cultura que se estudia, a partir de la cual sus proponentes Pearce y Osmond (1996) sugieren el desarrollo consistente de tres a cinco construcciones submetafóricas, las cuales sirven como "anclas" para la comprensión de las predisposiciones mentales de dicha cultura.
2).- Se determinan y aislan los "puntos de apalancamiento de acceso" de la metáfora y las construcciones submetafóricas de la cultura en estudio, considerados como "aspectos de la cultura que proveen oportunidades poderosas para actuar como catalistas para el cambio o pueden presentar serios obstáculos o impedimentos de cambio."
3).- Formulación e implementación de las estrategias de intervención específica para tratar de resolver cada uno de los "puntos de apalancamiento de acceso" de la metáfora cultural.
El estudio de las diferentes culturas nacionales a través del mecanismo metáfora cultural" fue acuñado por Gannon (1994) para significar "la predisposición mental cultural de una nación que puede ser comparada a otras naciones" y define "la construcción de una metáfora cultural como un método que identifica "algunos fenómenos o actividades de la cultura de una nación que para todos o para la mayoría de sus miembros consideran ser muy importantes y con los cuales se identifican estrechamente." El acercamiento de Gannon (1994) al estudio de las culturas nacionales a través de las metáforas culturales, constituye un enfoque creativo. "Las características de la metáfora entonces llegan a convertirse en las bases para la descripción y entendimiento de las características esenciales de la sociedad".
Estas metáforas culturales se fundamentan en tres acercamientos dimensionales, los cuales ofrecen significación y entendimiento de las similitudes y diferencias de las culturas nacionales:
1).- La comparación de la cultura en seis dimensiones de dos pioneros en la antropología intercultural, Florence Kluckholn y Fred Strodbeck (1961):
a.- la naturaleza de la gente, la cual considera qué tan buena o mala es, o ambos.
b.-la relación entre gente y naturaleza, la forma en que la gente vive con la naturaleza.
c.- la orientación de la sociedad hacia el individualismo o al colectivismo.
d.-modo de actividad que considera una sociedad para "ser" o para "hacer".
e.-las percepciones y conceptos de la gente hacia el espacio privado y público, y
f.- la orientación temporal de la sociedad, hacia el pasado, el presente o el futuro.
2).- La dimensión alta contexto-bajo contexto de Hall (1976), según la forma en que use el lenguaje, proponiendo cuatro dimensiones:
a.-contexto y el nivel de información explícita
b.-espacio, con énfasis en el espacio personal.
c.-orientación monocrónica o policrónica del tiempo
d.-el flujo de la información, y su relación con la estructura y velocidad de los mensajes.
3.- Las dimensiones culturales según las investigaciones de Hofstede (1980). Sus primeros estudios identificaron cuatro dimensiones:
a.-distancia del poder.
b.-evitamiento de la incertidumbre.
c.-individualismo-colectivismo.
d.-masculinidad-femeneidad
En los estudios posteriores de Hofstede, a las cuatro dimensiones anteriores para describir las culturas nacionales, agrega otra:
e.-tradicional estático- futuro dinámico orientación del tiempo.
A estos tres acercamientos dimensionales al estudio de las metáforas culturales, el trabajo de Gannon (1994) también hace sus propias aportaciones, adicionando otros factores que él considera importantes para la formación de metáforas culturales nacionales, como la conducta pública, la religión, dedicación del tiempo libre, el espacio aural, ética laboral, conductas de saludos, entre otros más, los cuales tienen relavancia según la sociedad de que se trate, ejemplificando con la casa británica hecha en un diseño tradicional de ladrillo o piedra, como una metáfora para la cultura británica con significado de "hacer las cosas correctas de la manera correcta".
El trabajo de Gannon (1994) ha sido muy duramente criticado por analistas de culturas nacionales, a pesar de que el investigador ha hecho notar la dinamicidad de los cambios en las culturas y ha prevenido de que las metáforas culturales nacionales no pueden ser usadas para estereotipar sino como guías para interpretar los sistemas de valores, creencias, y supuestos subyascentes. Algunas de estas críticas, recapituladas por Pearce y Osmond (1996), son las si guientes:
1).- El uso de una singular metáfora para representar una cultura nacional, es demasiado simple que distorsiona la realidad, a la que representa con imprecisiones.
2).- Una metáfora singular de una cultura nacional, es meramente un estereotipo peyorativo, como un silogismo aplicado a todos los individuos, apropiado solamente para usarse a nivel de analisis de la comunidad, sujeto a sus propios supuestos limitantes.
Por lo tanto, los acercamientos dimensionales a la cultura también tienen demasiadas limitaciones, sobretodo cuando se quieren realizar comparaciones de las culturas nacionales, o se desean estudiar a fondo. Gannon (1994) aplica su teoría de las metáforas culturales a nivel nacional, mientras que Pearce y Osmond (1996) sostienen que el desarrollo de las metáforas culturales que ayudan a un mejor entendimiento de las predisposiciones mentales culturales, pueden aplicarse a cualquier nivel de análisis: nacional, organizacional, departamental e incluso a nivel grupal.
Gannon (1994), ha demostrado que la reducción de las culturas nacionales a unas cuantas dimensiones, no proporcionan las suficientes bases para el estudiar profundamente las predisposiciones culturales de las actividades diarias, aparte de que ignora el moldeamiento de este conjunto de pensamientos y predisposiciones de la mente.
El modelo de "puntos de apalancamiento de acceso" propuesto por Pearce y Osmond (1996), tratan de mejorar estas limitaciones y deficiencias del uso de las metáforas culturales para estudiar las culturas nacionales, a través de las siguientes acciones:
1).- Detallar las metáforas culturales apropiadas a las situaciones específicas, requieren de un alto nivel de sofistificación.
2).- Para usar constructivamente los estereotipos para describir las normas de conducta de un grupo determinado, Pearce y Osmond (1996) se apoyan en el trabajo de Adler quien especifica que los estereotipos deben sujetarse a cinco criterios:
a).- Sostenidos conscientemente.
b).- Descriptivo y no evaluativo.
c).- Preciso.
d).- Usado como la primer adivinación mejor.
e).- Modificado con la experiencia.
La cultura nacional mexicana es en todo caso un ejemplo de cultura plural. México es un país con manifestaciones multiculturales, como lo afirma González Casanova (1974): "México es una sociedad plural, no sólo en el sentido de que es culturalmente heterogénea sino de que subsisten grupos humanos colonizados, superexplotados y subempleados que no participan en la cultura nacional." Un estudioso de la cultura mexicana, Béjar (1994), sostiene que no se puede hablar de una cultura general y uniforme en México, porque "es un país caracterizado por una gran heterogeneidad cultural, manifiesta en los grupos indígenas, las discontinuidades educativas, los diferentes niveles de urbanización, la concetración industrial, las interpretaciones del sistema político y otros rasgos...en México no existe una cultura general o nacional, sino que coexisten diferentes culturas específicas y subculturas. Esta acepción podría ayudar a restarle ambigüedad al concepto y, al mismo tiempo, dirigir la atención a los aspectos concretos, resaltando las diferencias en los antecedentes históricos y geográficos".
Y por subcultura, el mismo autor la entiende como "las variaciones dentro de una concepción más amplia, y que representan el estilo de vida de partes significativas de la población." (Béjar, 1979). Para Krotz(1993), la subcultura es llamada como "culturas adjetivadas", que define como "universos más o menos claramente delimitados e incluso empíricamente distinguibles unos de otros, ya sea con respecto a sectores sociales (urbano, industrial, etcétera), ya sea que se trate de una combinación de ambos elementos (la cultura política de los paracaídistas, la cultura regional del sureste, etcétera), es decir, las culturas adjetivadas se entienden como subculturas".
En otro trabajo, el mismo Béjar (1979) enfatiza que dicha "heterogeneidad de formas culturales" es en gran parte provocada por "diversos motivos de la división social, de entre los cuales sobresale el económico" y que dan orígen a las diferentes subculturas, según el estrato social en que se manifiesta, apoyándose en los estudios de Gans (citado originalmente por Valentine, 1972), quien define a las clases sociales como "estratos de la sociedad global, cada uno consta de relaciones sociales, pautas de comportamiento y actitudes."
En otro trabajo anterior de Béjar (1979), sostiene que la pretendida existencia de una cultura nacional mexicana a partir de interpretaciones y conclusiones muy generalizadas que han lanzado algunos intelectuales, queda en entredicho al afirmar que "la cultura no es uniforme ni general, por lo que puede plantearse como hipótesis central que México es un país caracterizado por una heterogeneidad cultural..." Sin embargo, está de acuerdo en que a pesar de esta heterogeneidad cultural y diferencias en los estilos de vida, no existen en México individuos y grupos que carezcan de una cultura. Después de haber analizado las investigaciones existentes sobre la cultura mexicana, Béjar (1979) concluye que lo que distingue a la "cultura mexicana", sería "un producto generado internamente, a la vez que conformado por la influencia de otras culturas nacionales". Fundamentado en los argumentos anteriores, Béjar (1979) establece su hipótesis general de que "en México no existe una cultura general o nacional, sino que coexisten diferentes culturas específicas y subculturas".
En el trabajo de Béjar (1979) titulado "Cultura Nacional y Cultura Popular", el término subcultura es entendido como "la comunidad que se basa en los valores asenciales de la cultura a que pertenece y que se define más bien por los aspectos secundarios". Sin embargo, de acuerdo al análisis de este autor, las subculturas pueden ser la expresión de un sistema de valores y creencias representativo de una contracultura, y por lo tanto, constituirse en el "rechazo a los valores esenciales" oponiéndose a la tendencia de "la búsqueda de la cohesión social". Así, las manifestaciones de una multiplicidad subcultural plantean serios dilemas para la existencia de una cultura común nacional. La respuesta a la formación de una cultura nacional, que Béjar (1979) apoyándose en Renan (1957) ofrece, es la trascendencia de la conciencia de pertenencia: "sólo cuando se desea comulgar con una serie de valores fundamentales, cuando se tiene la voluntad de actuar, pensar y sentir en común esos valores esenciales, se puede trascender lo secundario, la subcultura y formar la cultura común o nacional."
En la coexistencia de estas subculturas que forman lo que Béjar denomina el "carácter multicultural" de la sociedad mexicana, han contribuído, entre otros factores importantes, la gran diversidad de lenguas y dialectos indígenas, que integran un verdadero mozaico de estructuras y contenidos que obstaculizan los procesos de comunicación y por lo tanto de cohesión social, convirtiendo a muchos mexicanos, en extranjeros en su propio país, y poniéndolos en desventajas de participación política, económica y social. Béjar (1979) afirma que "llegar a una "cultura nacional", tomada como un valor de cohesión social, contínua siendo una meta en la estructura política de México."
Las diferentes culturas nacionales, según Hofstede (1980) y Laurent (1983), tienen
diferentes concepciones administrativas y organizacionales que forman sus propios sistemas culturales, sus creencias y valores, los cuales luego se expresan y manifiestan en las diferentes prácticas administrativas, las que a su vez, refuerzan los supuestos culturales. Gráficamente podemos expresar este ciclo, de la siguiente manera:
Laurent (1993), posiciona a las culturas nacionales en un contínuo que va desde aquéllas que conciben como un instrumento a las organizaciones, hasta aquéllas que tienen el punto de vista social de las organizaciones.