El orden de las racionalidades
Propuesta:
No es posible valorar o establecer un orden de prioridades entre las diferentes racionalidades ya que ello implicaría el uso de otra racionalidad.
Supongamos que vamos a invertir un millón de euros y que escribimos en cuatro fichas los diferentes ordenamientos de preferencias entre posibles usos en atención a los cuatro criterios o sistemas de medición de valores: instintivo, tradicional, político y financiero.
La racionalidad del instinto nos induce a gastar el millón de euros principalmente en consumo: comida, sexo, quizá drogas o placeres.
La racionalidad de la ética y las tradiciones nos induce a detraer de lo anterior ciertas cantidades para destinarlas a la caridad y al sostenimiento de la iglesia o de una organización política o social.
La racionalidad política nos fuerza a detraer de lo anterior ciertas cantidades para pagar impuestos o multas.
La racionalidad financiera nos induce a reservar ciertas cantidades para gastarlas en el futuro y para distribuirlas entre diversas formas de productos financieros.
No podremos ordenar racionalmente esas cuatro fichas si no es utilizando precisamente alguno de esos criterios.
Sirva esto para hacer explícito que la ordenación establecida en la pirámide de necesidades-recursos, basada en criterios cronológicos, no implica un orden de valor o preferencias entre los sistemas económicos asociados y sus correspondientes racionalidades.
Hay una parábola, escenificación de un problema lógico, llamada “del asno de Buridan”. Buridan, un filósofo escolástico discípulo de Guillermo de Ockham, defendía la validez de la voluntad para determinar entre la buena y la mala elección; para ello describió el caso opuesto representándolo como un asno que, carente de voluntad por no ser humano, no sabe elegir entre dos montones de heno y termina muriendo de inanición. Es una parábola famosa, quizá porque en nuestra experiencia cotidiana observamos precisamente lo contrario: los animales parecen ser capaces de elegir siempre con determinación mientras que los seres humanos nos vemos frecuentemente sometidos a dilemas o alternativas ante los que nos sentimos indecisos.
Los conceptos y clasificaciones que hemos propuesto aquí nos permiten dar una explicación de esta aparente paradoja y contradecir a Buridan. Los seres humanos, a diferencia de los animales, tenemos varias racionalidades, varias formas de medir y valorar; y como no podemos elegir entre ellas, en ocasiones nos vemos enfrentados a alternativas irresolubles.
Ciertamente, cada individuo humano se enfrenta durante toda su vida a este dilema de forma más o menos consciente. Creemos que nos conocemos a nosotros mismos, que tenemos claro nuestro sistema de valores y que ese sistema de valores forma parte de nuestra identidad. Sin embargo, cuando recordamos experiencias pasadas nos sorprendemos a veces de la decisión que tomamos en cierta ocasión y que sería diferente de la decisión que adoptaríamos hoy. La edad y las experiencias que hayamos vivido influyen en nuestra selección de criterios de valor. Parafraseando a Karl Marx podríamos decir que no es nuestra racionalidad la que determina nuestra vida sino nuestra vida la que determina nuestra racionalidad.
También nos sorprendemos a veces del comportamiento “instintivo” que adoptamos en situaciones extraordinarias. Cuando se interroga al individuo que manifestó una actitud heroica en un incendio arriesgando su propia vida para salvar las de otros, se muestra incapaz de explicar el hecho porque la forma de racionalidad que le dominó en aquel momento es diferente de la que utiliza habitualmente.
Los humanos modernos tenemos en nuestras mentes unos modelos arquetípicos que parecen representar las diversas formas de racionalidad.
El arquetipo de financiero puro es la descripción de alguien que trata de obtener la mayor cantidad de dinero posible sin importarle pasar por encima del derecho, de los valores éticos tradicionales o de sus propios instintos.
El arquetipo de político es la descripción de alguien que busca el poder y no el dinero, y para ello domina sus instintos y actúa frecuentemente sin respeto a los valores éticos tradicionales.
El arquetipo de los valores tradicionales toma la forma mítica de héroes o mártires, personas que tratan de obtener sus elevados fines dominando sus instintos y sin caer en las tentaciones del dinero o el poder, dispuestos incluso a conculcar las normas jurídicas establecidas.
El arquetipo de ser instintivo será alguien al que llamaremos salvaje y del que digamos que actúa como un animal, dejándose arrastrar por sus instintos naturales, sin respetar valores, derechos o beneficios.
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