Alan Carrasco Dávila.
RESUMEN.
La política económica de España se caracterizó por obstaculizar el progreso
lógico de la Nueva España en todos sus aspectos: régimen de propiedad,
agricultura, minería, ganadería, industria, trabajo y comercio.
Creó latifundios, prohibió cultivos, señaló privilegios a la minería, dictó
leyes contrarias a la industria y estancó los principales productos; fomentó la
encomienda, el repartimiento y el peonaje, de igual manera restringió el
comercio exterior.
PALABRAS CLAVE.
Nueva España. Época colonial. Régimen de propiedad. Agricultura. Ganadería.
Minería. Industria. Trabajo. Comercio exterior. Comercio interior. Hacienda
pública.
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INTRODUCCIÓN.
El imperio español instauró el Virreinato de Nueva España en 1535, luego de la
caída del imperio azteca a manos de Hernán Cortés, considerando la enormidad
territorial de sus nuevos dominios.
Su territorio abarcó una gran extensión cuyo centro natural era el valle de
México. Sobre los cimientos de la monumental Tenochtitlan, la capital azteca, se
erigió Ciudad de México, sede de la corte virreinal durante todo el período
colonial. El primer Virrey fue don Antonio de Mendoza, conde de Tendilla.
El virreinato comprendía, por el Sur, toda la América Central (Guatemala, El
Salvador, Nicaragua, Honduras y Costa Rica), salvo la gobernación de Castilla de
Oro con la estratégica ciudad de Panamá. Por el Este, incluyó al Golfo de México
y al Mar de las Antillas. Sin embargo, el territorio insular compuesto por las
Pequeñas y Grandes Antillas, vale decir, Cuba, Santo Domingo y Puerto Rico entre
otras, no formó parte de Nueva España, constituyendo gobernaciones
independientes. Al Norte, la frontera del virreinato fue avanzando gradualmente
a medida que las huestes españolas doblegaban la resistencia que oponían los
temidos pueblos chichimecas. La jurisdicción de Nueva España incluyó,
finalmente, parte de los actuales estados de California, Texas, Nuevo
México, Arizona, Utah, Nevada y Colorado, pertenecientes a Estados Unidos desde
1848.
Hacia el Oeste, Nueva España limitaba con el Océano Pacífico, hasta que se le
agregó la administración de las Islas Filipinas, conquistadas en 1564 por la
expedición de López de Legazpi. Posteriormente, Nueva España comerciaría con
Filipinas, Japón, China, India y otros países de Asia, a través del llamado
"Galeón de Manila", conocido también como "Nao de la China", que zarpando del
Puerto de Acapulco en Nueva España, hacía viajes anuales, de ida y vuelta, a
Manila, capital de las Filipinas.
Nueva España alcanzaba del orden de 4 millones de habitantes de acuerdo a las
estimaciones de algunos investigadores.
Durante la segunda mitad del Siglo XVI, el virreinato de Nueva España empeñado
en la consolidación de sus fronteras y la búsqueda de recursos mineros y
agropecuarios, allanó el camino a su futura preeminencia dentro del mundo
colonial. En efecto, tras un Siglo XVII caracterizado por altibajos económicos
que afectaron tanto a la metrópoli como a sus colonias, Nueva España se
convirtió, a partir de las primeras décadas del Siglo XVIII, en la unidad
política hegemónica de ultramar, superando incluso al virreinato del Perú.
ASPECTOS ECONÓMICOS DE LA COLONIA.
a) Política económica de España.
La política económica seguida por España en la Colonia se caracterizó por
obstaculizar el progreso lógico en todos sus aspectos: estableció el régimen de
propiedad privada de la tierra e impulsó el latifundismo en sus formas laica y
eclesiástica; implantó un sistema de prohibiciones con respecto a ciertos
cultivos; favoreció el monopolio y el estanco como medios de impedir el libre
comercio; protegió a la industria metropolitana evitando la creación de una
industria nacional y monopolizó el tráfico del comercio con el exterior.
A continuación se describirá de qué manera influyeron estas trabas
metropolitanas en cada uno de los aspectos económicos de la Nueva España:
régimen de la propiedad, agricultura, minería, ganadería, industria, trabajo y
comercio.
b) El régimen de la propiedad.
A raíz de la conquista, toda la tierra fue considerada propiedad del Rey de
España, aunque éste la enajenaba a favor de sus súbditos, ya haciéndoles merced
(merced real) de las tierras gratuitamente, ya en pago de servicios o bien
mediante cierta cantidad de dinero.
Propiedad comunal: A las ciudades, villas y pueblos indígenas se les respetó la
propiedad comunal, que consistía principalmente en montes para hacer leña,
pastos para los ganados y ejidos o lugares cercanos a las poblaciones destinados
a descargar y limpiar las cosechas de los vecinos.
Para premiar los servicios de Cortés y sus compañeros, se formaron grandísimos
latifundios, despojándose muchas veces de sus tierras a los pueblos indígenas
(montes, pastos, ejidos) Esto hizo que desde un principio la propiedad estuviera
tan mal repartida, que para fines de la época colonial toda la propiedad rústica
y urbana estaba en manos de un quinto de la población de la Nueva España y el
resto no poseía nada absolutamente.
Propiedad particular: los latifundios eran de propiedad particular y de
propiedad eclesiástica.
El latifundio particular recibió el nombre de hacienda. La mayoría de sus dueños
vivía en la ciudad y sólo se preocupaba por recoger la renta de sus tierras.
Había veces que ni las conocían, ni se preocupaban por mejorar sus cultivos, ni
sabían administrarlas. Con frecuencia las hipotecaban a los principales
prestamistas de entones: el clero o los mineros acaudalados.
El más rico y poderoso de todos los propietarios fue el clero. Acrecentó sus
bienes principalmente a través de mercedes reales, donativos de particulares,
préstamos con interés, diezmos y primicias de todos los productos de la tierra,
dotes de las mujeres que entraban en religión, derechos parroquiales, mandas y
legados y el privilegio de no pagar impuestos al Estado.
De este modo la propiedad se fue estancando y sustrayéndose a la circulación,
debido también a la creación de los mayorazgos (costumbre de heredar con todos
los bienes inmuebles al primogénito, quien sólo podía transmitirlos de igual
modo a su sucesor)
Los bienes raíces, tanto de los mayorazgos como de la Iglesia, se llamaban
bienes de manos muertas, porque no podían enajenarse ni hacerse circular.
c) La agricultura.
La base de la alimentación en esta época fueron los cultivos indígenas: el maíz,
el fríjol y el chile, que se producen en casi todo el país.
Muy importante también fue el cultivo del maguey de pulque, pues la embriaguez
se extendió de manera alarmante entre los autóctonos después de la Conquista.
En cambio los conquistadores aclimataron nuevas plantas: el trigo, que prosperó
en las tierras templadas y frías; el plátano, el arroz y la caña de azúcar se
extendieron en la tierra caliente. La plantación de árboles frutales traídos de
España se difundió rápidamente, aun entre los nativos, debido a los misioneros.
El cultivo de la morera y la cría del gusano de seda adquirieron enorme
importancia en el Siglo XVI, pero luego fueron prohibidos, así como el cultivo
de la vid y el olivo.
Otros cultivos coloniales preferidos fueron los de la cochinilla, insecto que se
cría en los nopales y produce un color púrpura; el de la vainilla, el añil y el
tabaco.
Las causas del atraso en la agricultura en la época colonial mexicana fueron las
siguientes: La mala distribución de la tierra, que originó el latifundismo; los
mayorazgos, cuyos poseedores estaban ausentes o no tenían interés en sus
propiedades; los bienes de manos muertas, que dejaban sin cultivar grandes
extensiones; la falta de buenos sistemas de irrigación, y la prohibición para
ciertos cultivos.
Aunado a esto, los españoles, los mestizos y los criollos consideraban a la
agricultura una ocupación inferior, por esta razón las haciendas estuvieron en
manos de capataces negros, los dueños se conformaron con tener una renta anual
sin que les interesara realizar mejora alguna.
d) Ganadería.
La caballada y el ganado vacuno, traídos de España, se propagaron rápidamente.
Lo mismo ocurrió con la cría de ovejas, cerdos y gallinas, aún entre los
conquistados.
A fines del Siglo XVI existían manadas de toros y caballos sin dueño. Se inició
también un comercio muy intenso de ganado vacuno y de productos de los mismos.
Los cueros se enviaban a España con el objeto de aprovecharlos en las
industrias.
e) La minería.
Fue ésta la actividad más importante de la Nueva España, debido a que el
concepto de riqueza de la época se basaba en la cantidad de metales preciosos
que poseyeran tanto los pueblos como los individuos. Otros factores favorecieron
el desarrollo de la minería: La mano de obra muy barata o gratuita de los
esclavos; los privilegios concedidos al gremio de los mineros; el interés de la
Corona por el Real Quinto que percibía y la no intervención de la Iglesia en los
negocios de minas.
Centros mineros: una vez consumada la conquista, comenzó a explorarse el
territorio de la Nueva España en todas direcciones por los gambusinos en busca
de minas. A fines del Siglo XVI eran conocidos varios de los minerales más
importantes de oro y plata; los centros mineros más importantes fueron:
Zacatecas, Sombrerete, Fresnillo, Nombre de Dios, Santa Bárbara, Guanajuato,
Tasco, Tlalpujahua, Pachuca, Oaxaca, etc. En el Siglo XVII las minas más
importantes que se descubrieron fueron las de San Luis Potosí, y en el Siglo
XVIII, las de Real de Catorce.
El sistema de patio: A fines del período colonial la minería estaba floreciente.
Una de las causas de ese desarrollo fue el descubrimiento hecho en Pachuca en
1554, por el sevillano Bartolomé de Medina, del beneficio de los minerales de
plata por medio de la sal y el mercurio. Este sistema llamado de patio o
amalgamación, facilitó la extracción de la plata e hizo costeable la explotación
de minerales de baja ley, dando origen a la fundación de numerosas haciendas de
beneficio.
Otro invento notable fue el de la capellina, que era un cono de metal que servía
para impedir la salida a los vapores de mercurio, obteniéndose una economía de
este metal, su autor fue Juan Capellán, minero de Tasco.
Privilegios de la minería. Para mejorar la técnica de las explotaciones se fundó
el Colegio de Minería en 1792; se creo también una especie de Banco de Avío,
donde los mineros encontraron protección económica; se dictaron las Célebres
Ordenanzas de Minería, para brindar mayor confianza a quienes se dedicaban a tal
actividad, y se erigió un tribunal especial, la Diputación de Minería, para
proteger los intereses de los mineros.
f) La industria.
Todas las leyes dictadas por el Consejo de Indias en materia de industria
tuvieron un carácter prohibitivo para la Nueva España.
No se permitió la fabricación de vinos, ni la elaboración de sedas. Al efecto se
mandaron destruir inmensos plantíos de caña de azúcar, de vid y de moreras.
Si a lo expuesto agregamos que la técnica usada era rudimentaria, pues los
peninsulares, al pasar a América, implantaron en estas nuevas tierras las formas
más retrasadas de trabajo, lastre del decadente feudalismo en que se debatía
España.
La Corona Española no ahogaba las iniciativas de producción industrial, sino las
frenaba para que ellas se mantuvieran en nivel que a ella convenía.
Los obrajes. Las industrias carecieron de capitales que permitieran la
introducción y renovación de maquinaria. Las primeras fábricas que hubo en
México recibieron el nombre de obrajes. La vida que llevaron los trabajadores
era verdaderamente espantosa. Se les mantenía presos por deudas, se les azotaba
por la menor falta hasta matarlos a golpes, y sin darles casi de comer, se les
encerraba en piezas subterráneas, mezclados con criminales. Todo esto a pesar de
que las leyes lo prohibían.
Los gremios. El taller artesano de españoles, en cambio, disfrutó de
privilegios. Estaban agrupados, por la religión, en cofradías, bajo el patronato
de algún santo; por la ley, en gremios. Cada oficio tenía el suyo,
minuciosamente reglamentado por medio de ordenanzas que prohibían, entre otras
cosas, admitir como miembros a los indios, negros y mulatos.
Como todo estaba reglamentado, y nadie podía apartarse de la regla, el progreso
industrial se estancó por completo.
Las categorías de los trabajadores eran tres: aprendices, oficiales y maestros.
Los gremios eran distintos a los sindicatos actuales, porque los primeros no
eran asociaciones de trabajadores para defender sus derechos de un empresario
capitalista, sino más bien unidades para organizar el trabajo de los artesanos
de un mismo oficio. Aquel medio de agremiarse correspondía a un concepto
medieval del trabajo, y poco a poco fue sustituido por el obraje llegando a
desaparecer por orden real en 1790.
Principales industrias. Sin embargo de lo anterior, hubo algunas industrias: las
de hilados y tejidos, que fabricaban telas groseras de lana y algodón, y las que
elaboraban tabacos, azúcar y naipes. La explotación de la grana y del pulque
fueron los menos perjudicados.
Centros industriales. Funcionaron industrias de hilados y tejidos en las
ciudades e México, San Miguel el Grande, Guadalajara, Córdoba y Puebla.
Los estancos. Las industrias del tabaco, la pólvora, los naipes, los cordobanes,
la nieve, la sal, el mercurio, etc., fueron estancos, estos es, constituyeron
monopolios del gobierno, quien les fijaba precio a su antojo.
g) El trabajo.
Los sistemas de trabajo empleados por los españoles en la agricultura y la
minería fueron: la encomienda, el repartimiento y el peonaje.
La encomienda significó el reparto de indígenas entre los conquistadores, a fin
de que ellos se encargaran de cristianizarlos y de protegerlos, a cambio de
utilizar sus servicios. A pesar de este espíritu humanitario de la encomienda,
la explotación de los autóctonos fue sistemática y las violaciones constantes,
pues frecuentemente los encomendaderos alquilaban a “sus” indios para el
peligroso y agotante trabajo de las minas.
A pesar de las disposiciones reales para acabar con la encomienda, los
encomendadores lograron su perpetuación hasta por cinco vidas. Sin embargo, la
encomienda empieza a perder importancia a fines del Siglo XVI, mas no como
resultado de las leyes ni del espíritu justiciero de algunos españoles, sino por
la introducción de otro sistema de trabajo más agotante y más perjudicial para
la población indígena: el repartimiento.
El repartimiento consistía en la facultad que tenían los alcaldes mayores de
sacar de pueblos de indios toda la gente que fuera indispensable para atender al
cultivo de los campos propiedad de los españoles y el trabajo de las minas
durante el término de una semana. Este trabajo tenían que desempeñarlo en
lugares distantes de sus pueblos, a jornadas de dos a tres semanas; prestar
servicio en minas y campos, para regresar con sus familias hambrientos,
miserables y enfermos.
El peonaje puso fin a la encomienda, pues el indio encomendado se convirtió en
peón de las haciendas (laicas y eclesiásticas), de las minas y de los obrajes.
No obstante que el encomendado se transformó en peón, en realidad continúo en
una situación de servidumbre, debido a que su salario era tan miserable que no
pasaba de dos reales diarios, apenas suficiente para no morirse de hambre. Para
el indio la situación no cambió. Las jornadas de trabajo continuaron siendo no
menores de doce horas diarias (de sol a sol); y como persistió la costumbre de
adelantarles hasta veinte pesos anuales, en realidad hipotecaban sus vidas, pues
a eso equivalía su calidad de peones acasillados en las haciendas.
Además, en algunos lugares se permitió que las haciendas tuvieran una especie de
cárcel, llamada “tlapizquera”, en donde, con el pretexto de cuidar y vigilar a
los indios, se les encerraba para evitar que buscaran un trabajo más
remunerativo.
Con el fin de evitar estos abusos, el Virrey Matías de Gálvez expidió, en 1785,
un Reglamento de Ganadería, prohibiendo a los hacendados y dueños de reales de
minas que se prestara a los indios, por cuenta de sus salarios, más de cinco
pesos.
Desgraciadamente, a pesar de que las leyes eran claras, no se cumplían. Se
ordenaba pagar en moneda y en propia mano, pero en haciendas, minas y obrajes
existió la fatídica tienda de raya, donde el peón, en lugar de dinero, recibía
artículos de ropa, alimentos y aguardiente a elevados precios, motivando que el
trabajador siempre estuviera endeudado con el patrón.
Los peones de minas durante el Siglo XVII tuvieron un salario de dos a cuatro
reales diarios, además del derecho al beneficio de partido, que consistía en
poder trabajar más tiempo después de cumplir su jornada de doce horas para
obtener una parte del metal extraído. Las ordenanzas de 1770 suprimieron en
definitiva los “partidos”, con el consiguiente descontento de los trabajadores,
que provocaron tumultos y sublevaciones entre los mineros del Cerro de San
Pedro, en San Luis Potosí y en Real del Monte.
El peón de industria no sufrió menos. Los obrajes parecían oscuras cárceles, sin
ventilación, ni higiene; los peones se aglomeraban adentro sin derecho a salir a
la calle, excepto los casados, que sólo lo hacían los domingos.
h) El comercio exterior.
Con el fin de organizar el comercio de la metrópoli con las colonias se creo en
el año 1503 la Casa de Contratación de Sevilla, con autoridad para conceder
permisos y recaudar impuestos sobre importación y exportación, armar
embarcaciones y supervisar mercancías, recibir el oro dirigido tanto a la Corona
como a los particulares, estudiar y resolver los litigios habidos entre los
comerciantes, conocer de las violaciones cometidas en los reglamentos y vigilar
que los barcos empleados en el comercio fuesen construidos en España y
tripulados por españoles.
Además, este organismo tuvo facultades legislativas, administrativas, judiciales
y hacendarias.
El monopolio comercial. Sin embargo, esta política de monopolio y de
proteccionismo que siguió España, lejos de favorecerla, le ocasionó su
empobrecimiento y decadencia económica, pues fomentó el contrabando, la salida
de moneda y la piratería, que enriquecieron a todos los países europeos menos a
la propia España.
El comercio. Los artículos principales que España enviaba a México, por medio de
flotas que anualmente hacían su recorrido, eran aceites, aguardientes, objetos
de hierro, lencería, telas manufacturadas en Holanda e Inglaterra, jarcias,
papel, vajillas, etc., además de los productos procedentes de las Filipinas que
la Nao de China traía al puerto de Acapulco. Este último acontecimiento fue
motivo de interesantes ferias, a las que concurrían comerciantes de distintas
partes de la Nueva España para comprar perlas, especias, muebles, perfumes,
ámbar, telas de seda, seda cruda, floja y torcida.
Las prohibiciones al comercio exterior impidieron el comercio directo entre
Nueva España y las Filipinas, entre nueva España y Buenos Aires, entre Perú y
Nueva España, pues el comercio autorizado sólo podía efectuarse a través de los
únicos puertos habilitados de España: Cádiz y Sevilla; y los de América:
Veracruz, Panamá y Cartagena.
En el Siglo XVII tuvo su auge la piratería. Francia, holanda e Inglaterra se
enriquecieron con el botín capturado por sus corsarios a los galeones españoles.
España, sin una respetable armada, trató de proteger a sus naves creando dos
flotillas para perseguir a los corsarios y resguardar a sus puertos. Una
funcionó en España; la otra en Nueva España con el nombre de Armada de
Barlovento.
La política liberal de Carlos III. Para remediar esta situación, el Rey Carlos
III tomó estas dos resoluciones:
1) Desaparición del monopolio que tenían los puertos de Cádiz y Sevilla,
Veracruz, Panamá y Cartagena y la apertura de nuevos puertos tanto en España
como en América.
2) Abolición del sistema de flotas, libertad de navegación y supresión de varios
impuestos.
La obra del monarca culminó con la expedición de la Real Pragmática del comercio
Libre, por la que se concedían numerosas franquicias mercantiles, que aumentaron
el primer año en ocho veces el concepto de derecho de aduana.
Además, se creó en México en 1792 el tribunal del Consulado y el de Veracruz en
1795, con el fin de apresurar el trámite de los juicios mercantiles entre
mercaderes, fomentar el comercio, recaudar las alcabalas, etc.
i) Comercio Interior.
El comercio interior padeció de una serie de obstáculos en perjuicio de los
consumidores, quienes adquirían los artículos con un recargo de cien a
doscientos por ciento. Los numerosos impuestos, las cuadrillas de salteadores,
la falta de vías de comunicación, la amenaza de tribus chichimecas, la escasez
periódica de moneda, etc., obligaron a los consumidores a adquirir productos de
contrabandistas holandeses, ingleses y franceses.
Rutas comerciales. El punto central del comercio interior fue la Ciudad de
México. A ella afluían todos los productos llegados de ultramar y de ella salían
para todos los lugares de la Colonia. El transporte de los artículos y
mercancías se hizo por los caminos más frecuentados por el comercio, que eran:
1) el de México a Veracruz, por Puebla y Jalapa; 2) el de México a Acapulco, por
Chilpancingo; 3) el de México a Guatemala, por Oaxaca; 4) el de México a Santa
Fe de Nuevo México, por Durango. Ramificaciones importantes fueron los caminos
que iban de México a San Luis Potosí y Monterrey, y de México a Valladolid y
Guadalajara.
j) Organización de la Hacienda Pública.
La Real Hacienda se encargaba de controlar los ingresos y egresos del gobierno
de la Colonia. Para ello dispuso de un complicado mecanismo de Oficiales Reales,
los cuales controlaban la percepción de impuestos, la llegada de los barcos de
España, la salida de los mismos, el funcionamiento de las industrias y el
comercio, así como el reparto de lo ingresado en las Cajas Reales.
Ingresos. La fuente principal de ingresos eran los derechos reales sobre el
producto de las minas (el Real Quinto)
El tributo o impuesto personal que pagaban los indios y las castas varió de
cuatro reales a un peso y cincuenta centavos y a tres pesos que pagaban en el
Siglo XVIII; estaban exceptuados las mujeres, los niños, los caciques, los
enfermos y los milicianos. Lo más duro de este impuesto era que debían pagarlo
por partida triple: al Rey, al cacique y al encomendero.
Otras fuentes de ingresos para la Corona fueron: la venta de empleos, los
impuestos sobre sueldos civiles, los diezmos y los estancos de que ya hablamos.
El clero estaba exceptuado de pagar impuestos.
Impuestos al comercio. Los principales impuestos mercantiles fueron: el derecho
de avería, el almojarifazgo y la alcabala. El primero consistía en el pago de
gastos de los buques reales que escoltaban las flotas; el segundo era el pago
por entrada y salida de mercancías, y el tercero era otro pago a razón del 10%
sobre el valor de las mercancías que llegaban a España por la primera venta que
de ellas sé hacia; en la colonia sólo se pagaba el 6%.
La amonedación. En 1536 fundó el Virrey Mendoza la Casa de Moneda, en la que se
acuñaba plata y cobre, y desde 1675 se acuñó oro. Esta institución era la más
grande del mundo y las monedas llamadas del “cuño mexicano” circulaban por toda
la tierra.
Las monedas de plata fueron de a peso (onza de plata), de cuatro reales, dos
reales, un real (1/8 de onza) y medio real.
Envíos a España y los situados. Hacia el último tercio del Siglo XVII los
ingresos anuales de la Real Hacienda ascendían a veinte millones de pesos y los
egresos se distribuían entre las remisiones a España (siete millones), otras
para sostener varios establecimientos coloniales de Asia y América que no
alcanzaban a cubrir sus gastos (situados), y que ascendían a unos tres millones,
y el resto, o sea diez millones, para la administración de la Colonia entre
gastos de guerra, pensiones, sueldos, cárceles y otros gastos.
k) Condiciones económicas de los diversos grupos sociales.
La población de la Nueva España llegó a tener unos seis millones de habitantes,
los cuales estuvieron divididos en cuatro grandes sectores: indios, mestizos y
castas, criollos y peninsulares.
El sector más numeroso de la población colonial fue el de los indios. Eran
despreciados y explotados por las demás clases sociales, estaban separados de
ellas por el idioma y la civilización. El gobierno colonial nunca los incorporó
a la civilización europea, por eso llevaron una vida primitiva y triste. El
derecho de conquista los convirtió en encomendados, es decir, en jornaleros de
los grandes propietarios, que los ocupaban en las labores más pesadas de los
campos y las minas, laborando de sol a sol, percibiendo un mísero jornal, que
era absorbido como se escribió anteriormente por la tienda de raya. Se les
castigaba despiadadamente y sus protestas siempre fueron ahogadas en sangre para
escarmiento de los demás.
Esta situación de menosprecio hacia los indios despertó en éstos un odio
profundo hacia los blancos, que con el tiempo tuvo que estallar en sublevaciones
y motines sangrientos.
Los mestizos y castas. Producto de español e india los primeros y de las demás
sangres los segundos, tenían una condición muy especial, pues mientras eran
denigrados por los blancos, se sentían superiores a los indios, a quienes
explotaban y tiranizaban. Algunos se dedicaban a la ganadería, a las armas, o
bien a servir como artesanos o peones en las haciendas, la mayoría residía en
las ciudades, donde formaban la plebe, conocida como léperos, “pelados”, etc.
Las castas pagaban tributo y se les marcaba para que jamás abandonaran su
condición. Por ello vivían en un constante estado de odio hacia los blancos.
Los criollos eran los hijos de españoles nacidos en la Nueva España, formaban el
sector más importante e ilustrado de la Colonia. La política de la Casa de
Borbón, que consideró a los países de América como verdaderas colonias,
apartando del gobierno de las mismas a los nacidos en ellas, para tenerlos
sujetos, contribuyó a enemistar a este sector criollo, tanto de los peninsulares
como de la metrópoli.
La situación de los criollos fue muy difícil. Resultaban ser personas acomodadas
cuando por derecho de primogenitura recibían cuantiosas herencias, si eran hijos
menores se dedicaban a las profesiones más lucrativas de la época, como eran la
carrera eclesiástica (donde ocupaban puestos secundarios), la abogacía, la
medicina o la profesión de las armas, siempre estaban alejados de empleos de
mando y bien retribuidos y aun eran desplazados de los centros comerciales.
Los puestos públicos que podían ocupar los criollos eran los del Ayuntamiento,
bien por haber sido heredados (regidores perpetuos), o bien por haber resultado
electos (regidores electivos) Tal situación les permitía cierta injerencia en
los asuntos gubernamentales, donde se daban cuenta de la pésima administración
que había.
Esta subordinación de los criollos a los españoles dio origen a una protesta que
el Ayuntamiento de la Ciudad de México hizo ante el soberano en 1771, condenando
la situación y sosteniendo que los criollos debían ser preferidos en los empleos
de la Nueva España, pues lo contrario traería la ruina del reino.
Los peninsulares eran los españoles nacidos en Europa, y sólo venían a la Nueva
España a enriquecerse. Formaban el sector privilegiado y constituían la minoría.
En cambio, eran dueños de las fuerzas productoras y ocupaban los principales
puestos en la administración, del ejército y de la iglesia. Sus riquezas, sus
fueros y privilegios hicieron de ellos el grupo adicto a la dominación española,
que se hizo odioso para los demás grupos sociales.
CONCLUSIÓN.
La situación general de la Nueva España a fines del Siglo XVIII era, en
apariencia próspera. La política seguida en sus colonias por Carlos III, Rey de
España, reanimó la economía del país, incrementando la producción minera,
activando el comercio y aumentando la agricultura y las pequeñas industrias. La
Ciudad de México, capital de la Nueva España, llegó a ser la más hermosa y
grande de las ciudades de América.
Pero toda esta prosperidad era aparente. En el fondo de la sociedad colonial
existía un profundo malestar, ocasionado por causas de carácter, social,
político, económico y cultural, que determinaron, fundamentalmente, el odio
irreconciliable entre un reducido sector de privilegiados y los otros grupos que
integraban la población novohispana.
Otra causa de descontento era ver que de veinte millones de pesos que producía a
la Corona la Nueva España salían del país más de diez, sin dejar en él ningún
provecho, para ser invertidos en las otras colonias o en la península.
Además, la política económica de España, consistente en crear monopolios y
estancos, así como prohibir la fabricación de determinadas mercancías y cultivar
ciertas plantas con el fin de favorecer su comercio, provocó disgustos entre los
criollos ilustrados, quienes pensaron en la independencia de la Nueva España
como única medida para que éste disfrutara de sus propias riquezas.
Por otro lado, la distribución de la propiedad territorial era desastrosa.
Numerosos latifundios sin explotación estaban en poder de los peninsulares,
mientras la inmensa mayoría del pueblo carecía de una pequeña parcela y vivía en
lugares apartados llevando una vida miserable. Los indios eran dueños de la
propiedad comunal de sus pueblos; pero no podían disponer de ella sin el premiso
de la Real Hacienda. Era justo y humano que también ellos pensaran en un cambio
del orden establecido para aliviar su situación.
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