(Entrevista de Mario Osava a Celso
Furtado, ex ministro de Planificación de Brasil entre 1962 y 1963, autor entre otros libros, de La formación económica de Brasil; en Brecha del 25 de junio de 1999)
-Hace más de diez años usted llamaba a la entonces Comunidad Económica Europea (ahora Unión Europea, UE) "un club de egoístas". Brasil intenta promover el acercamiento de esa Europa unida a América Latina y especialmente al MERCOSUR. ¿Es factible ese proyecto ?
-No lo creo. El egoísmo permanece, es normal que los países cuiden primero sus propios intereses. Hay dificultades, por ejemplo, para armonizar los puntos de vista de Francia y Alemania.
Los franceses no aceptan el fin de los subsidios y la libre competencia, que liquidaría su
agricultura, porque saben que eso significaría renunciar a su identidad. Francia tiene una larga historia de defensa de su identidad y es difícil imaginarla convertida en simple complemento de una economía internacional.
Fueron necesarias dos circunstancias muy especiales, únicas, para alcanzar la unidad europea: la Segunda Guerra Mundial, que destruyó gran parte de Europa y el poder industrial de Alemania, y luego la Guerra Fría, que dio a Estados Unidos la condición de potencia tutelar.
-La meta del MERCOSUR, el libre comercio con la UE a partir de 2005, ¿es entonces una ilusión?
-Es una maniobra táctica, creo, para enfrentar la presión de Estados Unidos. Se aplaza todo hasta 2005, y entonces se verá cómo retomar las discusiones.
-¿Tampoco avanzará el Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA), ese proyecto de libre comercio desde Alaska hasta Tierra del Fuego?
-Tampoco. Es necesario desconocer la situación específica de las Américas, ignorar su heterogeneidad, para creer en esa iniciativa. Es difícil imaginar un entendimiento entre países tan heterogéneos.
Es distinto el caso de Europa, que presenta niveles de desarrollo más equilibrados. La distancia entre Portugal y Alemania o Francia no es nada comparada a la diferencia entre Estados Unidos y cualquiera de los países latinoamericanos.
Ignorar tales disparidades es también el pecado del gobierno de Brasil, que abrió su economía sin calcular los riesgos. El país se endeudó desordenadamente, generando un desequilibrio que ahora es de difícil corrección.
La experiencia brasileña, de internacionalización indiscriminada, de integración a la economía mundial sin disciplina, sin un proyecto propio, condujo al fracaso.
-¿Países como Brasil, con tanta pobreza, pueden renunciar al nacionalismo económico?
-No. Si renuncian, pueden desaparecer, como ya pasó históricamente en otras partes del mundo, incluso con la Unión Soviética.
-¿Cree usted que los países de economía emergente comprenderán esa situación, que intentarán recobrar el proyecto nacional de desarrollo?
-Los pequeños no tienen opción. Tienen que buscar una inserción internacional dinámica que les abra espacio en el exterior, porque un proyecto nacional se agota rápidamente en su caso. En cuanto a los países medianos y grandes deben evaluar bien sus alternativas. Es probable que empiecen el nuevo siglo en una fase de turbulencias, de inestabilidad e inseguridad. Es lo opuesto a lo que tuvimos en los últimos 30, 40 años, cuando se buscaba la unidad nacional en torno del proyecto de industrialización.
En Brasil, cuando teníamos el mercado interno como referencia mayor, era fácil conciliar los intereses. Los habitantes del sur consumían el caucho del norte y el azúcar del nordeste, y todos compraban productos industriales del sur, aunque eran más costosos que los del mercado internacional.
Eso ha sido y es posible porque el país tiene muchos recursos aún no utilizados. Tiene mucha mano de obra subutilizada. Antes bastaba con transferirla de una zona a otra y se solucionaban los problemas.
Así se aflojaba la presión demográfica del nordeste y se reducían los salarios en el sur.
Es por eso que los salarios en el sur de Brasil crecieron menos de lo que deberían, a causa de esa inmensa masa de subempleados.
-Sin ese factor, ¿cómo explicar que San Pablo pague salarios muy inferiores a los de Argentina, si la productividad media es la misma, quizás más alta?
-San Pablo tiene una mano de obra subutilizada que acepta casi cualquier remuneración, porque igual mejora su nivel de vida. Eso no ocurre en países de mercado de trabajo integrado, como Argentina. Si la economía de Brasil crece también habrá paz social, pese a las grandes desigualdades.
Ese es el misterio brasileño. Y fue lo que se denominó "milagro brasileño", cuando el país estaba unido en la lucha por el mercado interno. Ahora el desempleo es dramático y puede agravarse si se elige el camino equivocado de abandonar la prioridad del mercado interno.
-Los grandes países en desarrollo, como Brasil, China e India, ¿podrán tener algún papel importante en el mundo en las próximas décadas?
-Únicamente China puede afectar de hecho la economía mundial. Va descubriendo su camino, porque no permitió su internacionalización económica, mantiene el control de los flujos financieros y un crecimiento anual de 8 por ciento, envidiable para cualquier país. En diez años, China puede más que duplicar su producto nacional. Pasa así a ser un problema internacional acomodar a semejante país en este mundo nuevo, lo que exige redistribuir la renta mundial. Pero ese objetivo exige la reducción de los salarios en Estados Unidos y Europa, salvo que ocurran turbulencias políticas en China, la hipótesis a la que apuesta Occidente.
India también tiene todas las posibilidades de lograr un crecimiento razonable, aunque, como Brasil, debe desarrollar su mercado interno. En la medida en que avancen y se vuelvan más homogéneos, Brasil e India pueden tener un papel relevante en el futuro.
-¿Y América Latina?
-Es duro reconocerlo, pero como conjunto ya no existe. México un país importante por su larga experiencia de encuentros y desencuentros con Estados Unidos, abandonó toda estrategia propia, para integrarse al vecino norteño. Argentina, que también había demostrado capacidad para actuar con autonomía, renunció a ella al optar por la dolarización. Queda Brasil, con un resto de política propia, pero muy aislado en la región. Otras naciones menores enfrentan graves problemas, como la guerra civil en Colombia y la dependencia de Venezuela de su petróleo.
-Y en el plano internacional ¿cómo será la próxima década?
-De tensión, porque tiene lugar un reordenamiento de fuerzas a escala mundial, que se encamina fundamentalmente a una especie de unificación de las monedas.
-¿Cree usted que esa tendencia de reducción a tres monedas en el mundo (dólar, euro y yen) es irreversible?
-Sí, porque el sistema financiero logró un poder de tal magnitud que es una ingenuidad pensar en una reforma monetaria mundial, un nuevo Bretton Woods, una sola solución. Antes había un sistema financiero de mayor solidaridad, determinado por el común interés en equilibrar las balanzas de pago. Ese fue el espíritu de Bretton Woods, de cooperación. Hoy tenemos una situación caótica, con una masa de recursos indisciplinada, sin posibilidades de equilibrio.
La hegemonía del dólar permite a Estados Unidos endeudarse permanentemente, sin problemas para financiar su balanza de pagos. Una situación increíble. Cada año, Estados Unidos aumenta su endeudamiento en 10 mil millones de dólares y todo marcha bien. Gran parte del ahorro mundial se va a Estados Unidos, ante la mínima señal de riesgo.
-¿No habrá un límite para eso?
-Bien, esto tiene que ver con la parte social y política, la reacción que puede ocurrir, las tensiones. Tenemos medios de formular hipótesis sobre lo económico, no así sobre las áreas política y social. ¿Quién preveía el fin de la Guerra Fría? Parecía el hecho más importante del mundo y se acabó repentinamente. La historia es más rica que nuestra imaginación. La sociedad se hizo tan compleja que se dificulta la previsión de los acontecimientos. Eso era posible cuando la historia era más lenta, la sociedad más sencilla y los actores más limitados.
-¿Cómo se podrá enfrentar el desempleo en sociedades industriales ya estructuradas, como las de Europa ?
-Están buscando salidas. Ya parece evidente que eso (el desempleo) sólo se solucionará en Europa creando un nuevo modelo de civilización, menos volcado al ahorro privado y más hacia su aplicación social. La armonía del ahorro y las inversiones sólo será posible con el control del mercado.
Imagino que es posible el surgimiento en Europa -o que el continente se encamine en esa dirección- de una civilización de mayor ocio, que reparta el ingreso de otra forma, y no sólo por la vía del empleo.
Muchos dicen que esa alternativa provocaría un individualismo desenfrenado, porque eliminaría la disciplina social (condiciones de trabajo y relaciones laborales alcanzadas en la sociedad de bienestar) pretendida por los sindicatos.
De todas formas, será necesario crear una civilización basada en menos horas de trabajo y más en el uso personal del tiempo libre. Pero Europa sólo podrá hacerlo organizando un sistema de protección propio, sin el cual no podrá competir con el resto del mundo.
-Además, se expone a recibir una avalancha de inmigrantes
-Una presión migratoria permanente, que ya está llegando desde el este europeo. Es materia de ingeniería política: reconstruir una sociedad preservando su dinamismo, su propensión a invertir en tecnología, y acabar con la lucha por el salario. Que las personas tengan que luchar por bienes sociales, por más salario social y menos por salario individual. Debe ser una sociedad basada más en la solidaridad, y no en la competencia entre personas. Esta, la competencia, ha alcanzado el paroxismo, un hecho que indica su agotamiento".