El librecambio redundó en beneficio del capitalismo; por eso éste hubo de esforzarse al principio a impulsar la libertad de comercio. Pero a medida que fué progresando la acumulación de capitales, empezó a manifestarse una tendencia distinta. El capital, no sólo aspira a un interés elevado, sino que lo quiere también seguro, y cuando ha encontrado un buen modo de inversión, procura conservarlo. De esta manera el capital, que en los comienzos del proceso fué la fuerza impulsora del progreso, puede convertirse con el tiempo en un obstáculo a él.
El avance de la técnica lleva consigo una disminución de la dependencia de la Naturaleza y, con ello, una mengua de riesgo para la Economía. La organización de la especulación, la moderna Bolsa, procura disminuir las diferencias de precios, no sólo locales, sino también cronológicas, siempre que gana en dichas diferencias. Mientras de 1816 a 1865 el desnivel entre el precio máximo y el mínimo del centeno fué, para Prusia, de un promedio anual de 8,1 %, de 1865 a 1893 no fué más que de 3,6% (1). El perfecto servicio de información, el teléfono y el telégrafo, permiten calcular cada día con mayor exactitud las probabilidades de la Economía.
Con la continua difusión de los conocimientos económicos disminuye la importancia de la clase mercantil independiente, la cual, al principio, desempeñó un papel de primer orden como intermediaria e introductora de nuevas combinaciones técnicas y comerciales. Por eso la clase mercantil, que al fundarse el Imperio alemán ocupaba el primer puesto con ocasión de la introducción del valor monetario del Reich, ha debido ir cediendo su lugar a la industria y a la agricultura. Van organizándose los consumidores, y sobre todo los productores, con miras a realizar por cuenta propia las compras y ventas.
Doquiera que se manifieste el interés público y el riesgo es relativamente pequeño, como ocurre en los organismos de comunicaciones del país, la explotación del Estado rechaza a la privada. En Bélgica y en algunos Estados del centro de Alemania los ferrocarriles se construyeron ya desde el primer momento con carácter de caminos de hierro nacionales. Allá por los años de 1870 Bismarck intentó hacer revertir al Estado los ferrocarriles. Así fué cómo Prusia comenzó a nacionalizar los caminos de hierro del Norte a partir de 1879. Paralelamente fueren incorporados a la red prusiana los ferrocarriles de los Estados menos importantes (Turingia, Lippe, Hamburgo, Brema, etc.), y en 1896 quedó constituida la Compañía explotadora Preussisch-Hessische Finanz- und Betriebsgemeinschaft, con la cual tenían estrecha relación los caminos de hierro alemanes de Alsacia-Lorena. Al mismo tiempo había los ferrocarriles del Estado de Baviera, Württemberg, Baden, Sajonia, Mecklemburg y Oldemburg, y algunos de propiedad particular, como el de Lübeck-Büchener. Pero la organización ferroviaria pruso-hessiana, con su red de unos 30 000 kilómetros, constituía una de las mas importantes empresas unificadas. Correlativamente a la intensificación de la explotación por el Estado, las ciudades iban municipalizando también los servicios de agua, gas, electricidad, tranvías, etc.
Mientras el tráfico ve abrirse ante sí nuevos horizontes y el progreso de la técnica suministra nuevas posibilidades de valorización de las riquezas naturales, el emprendedor audaz aparece en primer plano. En la sociedad anónima, empero, la dirección de la empresa corresponde al poseedor del mayor número de acciones; el director es un funcionario de los accionistas. Este desempeña la dirección técnica, pero la económica no la ejerce a menos de controlar a la vez un número suficiente de acciones. Lo que importa a los accionistas es la obtención de dividendos lo más regulares posible; la ambición personal de superar a otras empresas les es ajena. Por eso la forma de la sociedad anónima es propicia a la constitución de empresas reunidas cuyos participantes se garantizan mutuamente, hasta cierto punto, los dividendos.
En Alemania, la crisis de 1873 impulsó poderosamente la formación de empresas reunidas. Si se produjo el fenómeno debióse a que el incremento del consumo no respondía a las condiciones de producción, cada día crecientes. Construidas ya las principales vías férreas del Occidente de Europa, restablecido el material de guerra de Francia y Alemania, la creciente capacidad de producción se halló frente a una capacidad de consumo cada vez más reducida. La mutua reducción de precios habría sido ruinosa; este pensamiento equivalía ya casi a regular la competencia, a fin de fortalecer a los productores ante los consumidores. Empezóse por avenirse respecto a las condiciones de pago, siguió luego la inteligencia sobre reparto del mercado y, finalmente, la asociación pasó a reglamentar la cantidad de producción.
Estas asociaciones de empresas especializadas pueden adquirir influencia monopolizadora cuando logran adueñarse de substancias naturales existentes sólo en cantidades reducidas o de rutas de trafico, o bien, tratándose de otras grandes empresas de igual clase, cuando, si bien cabría montar una competencia, la falta previsible del incremento de la venta no ofrecería perspectivas de rentabilidad. La esfera principal de estas organizaciones es, por lo tanto, la minería (carbón, cobre, etc), el transporte (ferrocarriles, navegación), y la industria pesada de los productos semielaborados (fundiciones, talleres metalúrgicos).
En los Estados Unidos y en Alemania es donde principalmente se han desarrollado esos cártels. Desde que en 1859 comenzáronse a excavar pozos de petróleo en Pensilvania, la competencia desenfrenada condujo, ya hacia 1870, a la unión de los empresarios. Entre estas asociaciones conquistó un lugar predominante la Standard Oil Co., fundada por Rockefeller en 1867 y 1870, sociedad que debió su éxito a la utilización del arma de la lucha de tarifas de transportes ferroviarios y a la instalación de tuberías de conducción (pipe lines) del petróleo. En 1882 se fundó el Standard Oil Trust. En lugar de las confederaciones procedióse a la reunión de las acciones de 59 sociedades en manos de fideicomisarios (trustees). Citando el grupo Rockefeller pasó a ejercer su control sobre un sinnúmero de explotaciones diversas, convirtióse en una potencia capitalista poseedora de miliardos de dólares. Al lado del trust del azúcar, del whisky y de la carne, alcanzó gran importancia el del acero, fundado por Morgan en 1901, y que absorbió a su más poderoso competidor, Carnegie. Entre los cártels alemanes sobresalen el Sindicato de carbones renano-westfaliano, creado en 1893, y el Consorcio de fabricas de acero, fundado en 1904. Vemos, pues, cómo también en Alemania se afianzaron cada vez más los convenios, y mientras el cartel parece conferir a todos los asociados, incluso a las empresas pequeñas y de escasa capacidad productora, una posición de igualdad, por medio de combinaciones y fusiones de entidades de diferentes fases de producción, como son las explotaciones hulleras y las fundiciones, se acrece aquel efecto. También ahí va ganando terreno la asociación de negocios y de capitales.
La concentración de las grandes industrias en manos del Estado o de los cártels hace posible una economía más racionalizada, pero existe el peligro de que las potentes empresas asociadas utilicen su poder no en interés de la colectividad, sino únicamente con miras a la obtención de un rédito elevado y seguro, el cual parece más fácil de alcanzar mediante la limitación de la producción y el alza de los precios que por la intensificación de aquélla y la moderación de éstos. Se logra una gran estabilidad de la Economía, pero a costa, quizá, de la capacidad de adaptación a las condiciones variables de la vida económica.
La aduana proteccionista, tanto la educadora como la mantenedora, fueron recomendadas originariamente sólo como medidas pasajeras que debían hacer mas fácil a los empresarios el período de transición. Pero al eliminar la concurrencia, los industriales pueden volveren su propio favor el alza de precios motivada en el mercado interior por los aranceles aduaneros. Esta ventaja procuran asegurársela también aquellas empresas que, aun hallándose a la altura de la competencia extranjera, procuran mantener el statu quo en perjuicio de los consumidores y elaboradores.
La Política económica no parece tornar tanto en consideración la protección del trabajo como la de las rentas nacionales. En un país de movimiento demográfico estabilizado, como Francia, estas consideraciones a los rentistas han venido desempeñando, desde hace largo tiempo, un papel considerable; pero también se manifiestan en Inglaterra, al servicio del movimiento de la aduana proteccionista. El capital inglés busca oportunidades de inversión en las colonias, y durante la guerra de los boers y la agitación de Chamberlain dominó en la política inglesa el propósito de organizar estas inversiones de un modo productivo. Los intereses económicos más importantes parecían estar representados no por las empresas y los obreros, sino por los financieros que colocaban los valores coloniales y los rentistas que se hallaban detrás de ellos.
La propiedad, adquirida por el medio que sea, debe gozar de todas las garantías de seguridad posibles. Después de la Deuda pública, el medio que parece ofrecermás seguridades es la propiedad territorial. De 1815 a 1847 en Inglaterra, y antes de la Guerra en Alemania, fué necesario asegurar a dicha propiedad territorial un rédito suficiente del capital empleado, no sólo por medio de aduanas permanentes dentro de una técnica estacionaria, sino también porque se manifestó la tendencia a unirla por el sistema del fideicomiso, garantizando al propietario una renta inalienable y sin gravamen a costa de los no propietarios y del progreso económico de la nación. Los fideicomisos, tal como dominan en Inglaterra y como, de manera alarmante, se extendieron en Prusia, significan, como dice Weber, una organización estancada de la propiedad dentro del mantenimiento de la organización de la economía de tráfico. Un capitalismo interesado en la exportación y que, gracias a combinaciones nuevas y a la apertura de nuevos mercados, contribuye al aumento de la producción nacional, se convierte en otro «capitalismo interior», que únicamente podría subsistir a base de posponer los intereses de los consumidores nacionales y de oprimir a la clase trabajadora (atracción de obreros extranjeros de categoría inferior en el Este).
Esta situación, adversa especialmente para la masa de los obreros asalariados, modificóse en Inglaterra cuando los patronos industriales tomaron a su cargo la dirección económica del país. Lo que no podía conseguir el obrero individualmente, lográronlo las organizaciones proletarias: igualdad de derechos en el contrato de salario. Gracias a esto la clase obrera inglesa pudo mejorar sus posiciones. Sin embargo, en los países donde las asociaciones de empresas y el Estado adquieren una potencia dominante, el espacio para un movimiento obrero autónomo se reduce cada vez más. Los cártels tienen, evidentemente, una significación muy distinta según que se hallen a su lado organizaciones obreras potentes o que se produzca el caso contrario. El sello del socialismo de Estado de la democrática Nueva Zelanda fué muy distinto del de Alemania o Rusia. Mediante instituciones de beneficencia (viviendas y cajas de pensiones) cuya administración se reservaban, los empresarios procuraban mantener a los obreros bajo su dependencia. En Alemania, bajo Bismarck, el seguro obrero oficial realizó grandes cosas (seguro contra enfermedades en 1883, contra accidentes en 1884, contra invalidez y vejez en 1889); pero estas leyes no eran propicias a un movimiento obrero independiente, ya que suprimieron a las organizaciones proletarias importantes objetivos, y de 1878 a 1890 imperó la ley de los socialistas.
En el Continente hubo quien concibió la esperanza de salir al paso de la descomposición de la clase media independiente (artesanos y pequeños comerciantes), amenazada por el crecimiento de la grande industria, por medio de medidas legislativas. Así el Imperio alemán (leyes de 1881, 1897 y 1908) y Austria (leyes de 1883, 1897 y 1907) intentaron dar nueva vida a los gremios. En Alemania fué concedido únicamente el llamado «pequeño certificado de aptitud» por el que se reservaba el mantenimiento de aprendices a los maestros titulares; pero en Austria, para toda una serie de profesiones, la autorización de establecerse como maestro independiente, se hizo depender de la pertenencia a un gremio y de la posesión del certificado de aptitud. Con ello se volvía a la legislación de 1840, bajo la cual habíase desarrollado, sin embargo, la gran industria y no se veía que, con esta clase de leyes, no se hacía otra cosa que impeler al capitalismo hacia nuevas formas (implantación de sucursales industriales), mientras la clase media, necesitada, en lugar de adaptarse a la nueva situación por medio de la preparación técnica y de la organización del crédito, se lanzaba a las actividades burocráticas.
La moderna política social inglesa, tal como la representa Lloyd George, equivale, de modo totalmente distinto, al abandono de la libertad profesional manchesteriana y al restablecimiento de una serie de medidas de la antigua organización económica. No solamente se adoptó la idea alemana del seguro obrero oficial con crecidas aportaciones del Estado (Iey de pensiones para la vejez de 1908, seguro contra enfermedad e invalidez de 1911, seguro contra el paro obrero, 1911) y se impulsó la colonización interior mediante la imposición del latifundismo y de la protección a colonos y campesinos (Small Holdings Act, 1907), sino que con la institución de las oficinas de salarios (primero en la industria doméstica, en 1909, y extendida en 1913 a los labriegos y mineros) y el reconocimiento de la asistencia obligatoria a los parados (subsidio oficial para el seguro de los obreros en paro forzoso), volvióse a los principios que informaban la legislación de los tiempos de la reina Isabel.
El capital no ha sido aniquilado por las crisis, contrariamente a lo que creyera Marx, sino que ha dado origen a una potente organización de la Economía política. Pero gracias a la organización económica y política, los obreros han podido ver realizada una serie de postulados sociales dentro del marco del capitalismo. Sindicatos y asociaciones, protección a los obreros y explotación por el Estado debían hacer posible un social-capitalismo (Sombart), una constitución económica en la cual el capital no estuviese al servicio de unos cuantos afortunados, sino al de toda la colectividad social. En este sistema, si bien el empresario capitalista conservaba la dirección, sus obreros entraban en posesión de ciertos derechos, de modo semejante a lo que ocurría con la Ley constitucional del Estado. Creíase que únicamente con una constitución económica de base democrática existía la posibilidad de una cultura que abrazase a la totalidad de los ciudadanos (2).
Reconozcamos que la pasada guerra mundial ha traído consigo, ante todo, un fortalecimiento extraordinario del capitalismo. En todos los países ha adquirido una nueva significación la asociación inicial del poder público y la empresa privada. Esta asociación fué provocada, no sólo para responder a las necesidades del Estado, aumentadas en proporciones enormes, sino también en interés de la población, para cuyo abastecimiento la organización cooperativista habría debido contar con mayor espacio. De ello salieron favorecidos no los empresarios particulares, sino las asociaciones cerradas de los interesados en los aprovisionamientos de materias primas y en la venta. Al fin y a la postre, la guerra fué un conflicto entre los grandes grupos capitalistas. Derrotado el grupo germánico, la organización capitalista americana ha podido seguir desenvolviéndose holgadamente, pero ha debido cargar con una fuerte responsabilidad, ya que tiene en sus manos, no sólo el abastecimiento del mundo sino también toda la estructuración de la vida económica. En la guerra el capital ha demostrado que no solamente fecunda la economía, sino que puede poner en juego fuerza destructoras más terribles aún que cualquiera otra organización económica. Hoy debe percatarse de su misión positiva. Capitalismo significa predominio de la clase capitalista en oposición a los terratenientes y a los obreros. Una hegemonía semejante del capital, en la que todas las ventajas recaerían sobre los capitalistas, hoy ya no es posible; el proletariado llama a la puerta con demasiada insistencia. Pero el capitalismo no debería servir al enriquecimiento de unos pocos; si se le vió con buenos ojos, fue porque aseguraba el abastecimiento de todos y ofrecía ocupación a los hombres faltos de fortuna. La cuestión está en saber si hoy, como antaño, no se halla en condiciones de cumplir su misión mejor que otros sistemas, como la asistencia oficial, por ejemplo.
La eliminación radical del capitalismo fué posible. Pero alIí donde se llevó a cabo, como en Rusia, hizose en condiciones tan desfavorables que no pudo pensarse en un incremento del rendimiento de la economía, ni siquiera en una distribución equitativa de los frutos obtenidos. Lenin no descartó la idea de la competencia (3). En realidad, los municipios rurales hicieron lo posible para quedarse con los productos, y hubo necesidad de obligarles por la fuerza a que los entregaran. Igualmente fué preciso tomar en consideración las diferencias en la calidad del trabajo y pagar sueldos mucho mas elevados a los técnicos y directores de fábricas. En la Nueva Política Económica (NEP) de 1922, el programa inicial sufrió profundas modificaciones.
De igual manera que en este caso un movimiento de máximo radicalismo hubo de avenirse con la multiplicidad de fenómenos de la vida económica y con las ansias de lucro de los individuos, así también el capitalismo, incluso el de las países vencedores, ha debido decidirse a hacer grandes concesiones sociales. No se trata ya únicamente de las demandas del derecho de trabajo por las cuales se vino luchando hasta hace poco, tales como pactos tarifarios entre organizaciones patronales y obreras, comités paritarios y tribunales industriales; hoy el Estado ha debido garantizar también el esfuerzo máximo, la jornada de ocho horas y los salarios mínimos (4).
Al lado del Estado como organización de consumidores, el socialismo guildista reclama el Congreso gremial de productores reunidos en unos pocos grandes grupos profesionales y emancipados del sistema de salarios. De igual modo que junto al cártel (que refine a los empresarios de una categoría de producción) propagóse la empresa combinada comprensiva de las diversas fases de la producción, así también en el movimiento obrero moderno han adquirido gran importancia, junto a los sindicatos que reúnen a todos los obreros de un ramo, las organizaciones de las diversas explotaciones. Mientras en tiempos ya pasados eran solamente Comités los que representaban a los obreros en las cuestiones proletarias, hoy los Consejos de empresa quieren extender la influencia de los trabajadores a la fiscalización de la marcha del negocio. A menos que no se quiera renunciar a la iniciativa de los empresarios independientes, aquella acción habrá de limitarse a un control semejante al que ejercen los Consejos inspectores con respecto a los accionistas, incapaces en su mayoría de participar en la dirección del negocio. En Inglaterra y los Estados Unidos reclamóse la nacionalización progresiva de los ferrocarriles y explotaciones mineras, en interés de los obreros. En Alemania la socialización vió, en las minas de carbón, una representación no sólo de los obreros y los patronos, sino también de los consumidores, de igual manera que en los Consejos de las Compañías ferroviarias podían ya estos últimos manifestar sus deseos.
Las tendencias señaladas, todas las cuales someten al individuo a la dirección colectiva en la lucha por la existencia: intervención del Estado, hegemonía de los trusts y cártels y de los sindicatos, inducen a Sombart a afirmar que en 1914 terminó la era del «alto capitalismo», mientras el «neocapitalismo» echaba por los suelos el afán de lucro por medio de una ordenación normativa. Sea come fuere, nos hallamos en presencia de una crisis del capitalismo. Este pudo rehacerse, después de la guerra de Sucesión española y de la crisis de Law, gracias a haberse asimilado nuevas capas sociales, los pequeños empresarios del país. En esta absorción de capas aún no capitalistas por el círculo del pensamiento calculador, Rosa Luxemburg no cree ver una necesidad vital del capitalismo, y ciertamente, terminada la crisis de las guerras napoleónicas, el sometimiento de la Naturaleza realizado por la técnica tuvo mucho mayor importancia que dicha expansión. ¿Sería hoy un remedio un nuevo progreso comparable a aquél? Oppenheimer opina que del mismo modo que entonces la victoria fué sobre la Naturaleza inorgánica principalmente, hoy se encierran enormes posibilidades en la investigación de las leyes de la Naturaleza orgánica. Acaso habría que buscar el factor principal en una organización mejor de la sociedad y la economía.
Hasta hace poco Alemania marchó a la cabeza de la legislación social (5). La intervención capitalista con ayuda de elementos extraños, consecuencia de la situación creada por la Guerra, le hará muy difícil mantener su posición. Cierto que la paz de Versalles prevé el fomento internacional de los intereses proletarios, pero precisamente en los países que marchan a la cabeza, Estados Unidos e Inglaterra, los obreros manifiestan una disposición marcadamente nacionalista, que el Gobierno favorece por medio de prohibiciones de inmigración, con lo cual las ventajas de la situación serían exclusivamente para los afiliados a la organización propia.
(1) J. CONRAD, Grundriss zum Studium der politisch. Oekonomie, 3.ª ed., 1900, I, pág. 214.
(2) Cfs. sobre esto: Industrial stability, ed. C. KELSEY, Universidad de Pensilvania, The Annals. Filadelfia, 1920: Mutual obligations and duties of labor and capital and the public. Esp., pág. 17 y ss.: Organización democrática en las Leeds y Northrup Comp., la cual ocupa 450 empleados en la construcción de maquinaria de precisión. Allí aparecen, desarrolladas, las ideas puestas en práctica en Jena por Abbé, en las fabricas Zeiss; el derecho de voto limitado a Ios Employees shares, a los colaboradores que llevan 5 años en la empresa y ganan 1500 dólares como mínimo. El que se retira recibe, como los capitalistas intereses únicamente, investment shares, con fixed and preferred dividend.
(3) LENIN, Die nächsten Aufgaben der Sowjet-Macht, 1918.
(4) En la Socialen Praxis de 18 de agosto de 1920, observa A. MUELLER que es el campesino ruso el que más ha salido ganando con la revolución bolchevista. Los comunistas y socialistas más exaltados habrían, pues, fortalecido precisamente la fuerza más hostil al socialismo. Inversamente A. HURD, en The great siege, British labour and Bolshevism (Revista quincenal, 20 agosto) ha formulado como sigue las demandas de los obreros británicos en su programa Labour and the new social order: 1.º, el mínimo nacional en salario o subsistencia; 2.º, el control democrático de la industria, nacionalización de los ferrocarriles, minas, energía eléctrica y de la tierra; 3.º, impuesto progresivo sobra la riqueza. Todo ello como proposiciones paralelas a las del bolchevismo. Bajo la dirección de Stalin se intensificó la reglamentación estatal de la Economía, y aunque ante todo se colectivizó la Agricultura, se puede hablar del Capitalismo de Estado en Rusia.
(5) Cfs. el prólogo de Lloyd George en WALTER, 1914: «Con frecuencia he tenido oportunidad de reconocer lo mucho que debe a Alemania no solamente mi patria y sino todo el mundo civilizado, por el valor con que, ya en la generación pasada, entro en un campo de experiencias nuevo y virgen entonces». F. A. OGG, Economic development of modern Europe, Nueva York, 1917, dedica los dos últimos capítulos de su libró al seguro social de Alemania y su expansión en otros países.