Así comohacia 1860 pareció haberse iniciado una era librecambista, así también al acercarse 1870 parecieron revivir decididamente las ideas proteccionistas. En Ios Estados Unidos, los territorios del Sur, exportadores de algodón, se declararon en pro del libre comercio, mientras los del Norte reclamaban aduanas proteccionistas para defender su incipiente industria contra la concurrencia inglesa. La guerra civil terminó con la victoria de los Estados del Norte; y precisamente en el momento en que en Europa caían las barreras aduaneras, los Estados Unidos se rodeaban de una muralla de elevadas tarifas con el fin de cubrir sus gastos de guerra; tarifas que continuaron en vigor, en beneficio de los interesados, aun después de haber cesado la causa financiera que las motivó.
De modo semejante a los Estados Unidos, Rusia, en 1880, transformó en sistema de alta protección aduanera las tarifas arancelarias implantadas en 1878-1880 para sufragar los gastos ocasionados por la guerra con Turquía.
En Alemania quedó disuelta en 1867 la Liga septentrional germánica, para constituir la Unión aduanera, de la cual pasaron a formar parte los Estados del Sur, representados por el Consejo de la Liga aduanera y el Parlamento aduanero. Mecklenburg, Lübeck y Schleswig-Holstein quedaron incluídos dentro de la frontera aduanera. En 1871, el Imperio alemán fué el heredero de la Unión; Alsacia-Lorena entró en ella, y en los años subsiguientes a 1880 adhiriéronse tambiénHamburgo y Brema. La línea fronteriza aduanera alemana deja fuera los puertos libes; en cambio, incluía el Luxemburgo, entrado en la Unión en 1842. El Imperio llevó a la economía alemana no sólo la conclusión de Ia unidad aduanera, sino que, mediante la legislación imperial, creó en el interior una verdadera unificación económica.
El Reich se preocupó, en primer lugar, de impulsar la política comercial librecambista de la Unión aduanera; en 1873, y a petición de la clase agrícola, fué decidida la total anulación del arancel del hierro. Pero la crisis de 1873 desalentó a la industria, y la agricultura, a su vez, se manifestó contraria al librecambio, debido a la concurrencia transoceánica, cada día más sensible, contribuyendo así a que se realizara un profundo cambio en la política comercial alemana aun antes de 1880.
List había tolerado la aduana proteccionista únicamente como factor educativo: la competencia extranjera debía servir de aguijón a una industria desarrollada. Creyóse, sin embargo, que, tanto como una aduana proteccionista educativa, se justificaba otra conservadora que protegiese las energías productivas de la nación contra los embates de la competencia exterior, que trabajaba en condiciones naturales más favorables.
Austria se había aislado en 1878; al año siguiente Alemania abandonó también el camino del librecambio. Los representantes de las industrias textil y siderúrgica, siempre proteccionistas y que habían sufrido más que nadie de la supresión de los aranceles del hierro después de la crisis, aliáronse con los agricultores del Este del Elba, convertidos también al proteccionismo. El Gobierno del Reich, que se había visto privado de otros ingresos, aspiraba a mantener, por medio de aranceles proteccionistas, la base financiera con la que debía hacer frente a sus necesidades.
Desde 1816 hasta los días de Napoleón III, Francia había opuesto a la superioridad inglesa el sistema de la solidaridad de los intereses proteccionistas, combinación de protección agraria e industrial. Nada tiene de extraño que, después de la derrota de 1870, los intereses proteccionistas levantaran aún más la cabeza. Ocurrió además que los viticultores, librecambistas hasta entonces, se vieron en la imposibilidad de exportar por causa de la plaga de la filoxera, y solicitaron protección contra la competencia española y la italiana. Así fué cómo Francia implantó en 1892 unas elevadas tarifas aduaneras proteccionistas.
Habiendo conseguido Alemania asegurarse el trato de nación favorecida, nada hubo de temer, durante los años de 1880, por la suerte de su exportación, a pesar de la elevación de sus aranceles. Pero las cosas cambiaron cuando, a principios del último decenio del siglo XIX, Francia se dispuso a aumentar también sus aduanas a costa de las relaciones de tarifas hasta entonces existentes. Entonces fué cuando Alemania, bajo Caprivi, entró a desempeñar el papel que Francia había representado bajo Napoleón Ill. En 1891 concluyó tratados con Austria-Hungría, Italia, Bélgica y Suiza, en 1892 con Serbia, en 1893 con Rumania y en 1894 con Rusia; tratados par los cuales el Reich aseguraba a su exportación tarifas fijas a cambio de la reducción de sus aranceles trigueros.
Pero esta política fué abandonada en 1902, al aceptar una tarifa aduanera con elevados derechos, especialmente para granos; y si en 1905 fué posible establecer nuevos pactos, a base de esta tarifa, con Rusia, Austria-Hungría, Bélgica, Suiza, Italia, Rumania y Serbia, en ellos pueden observarse unos derechos mucho más elevados por ambas partes. Inspirándose en el proceder de Alemania, las potencias europeas occidentales, lejos de suprimir sus barreras aduaneras, aisláronse mutuamente más y más, y el Reich, que gracias a la debilitación de Rusia por su guerra con el Japón hubiera podido realizar el proyecto de economía política de Federico, es decir, impulsar intensamente su exportación industrial hacia el Este, hubo de contentarse con establecer con Rusia un simple pacto de tarifas.
En la propia Inglaterra el librecambio hubo de sufrir diversas acometidas. Al principio sus ventajas sobresalientes se manifestaron en la creciente prosperidad del país. El cuadro, sin embargo, cambió en cuanto aparecieron en escena sus dos grandes competidores industriales, los Estados Unidos y Alemania. La exportación británica, no sólo encontró dificultades crecientes, sino que se vió enfrentada con una activa importación. Y lo más doloroso para los ingleses fué, no ya el aislamiento del extranjero, sino que las colonias utilizaran la autonomía que se les había otorgado para imitar a aquél. Un Estado y una economía fuertes son las premisas esenciales del comercio libre. La industria inglesa, empero, ya no poseía superioridad absoluta, y políticos orgullosos parecieron asignar al Estado objetivos para cuya realización hubiera sido preciso recurrir a medios considerados dudosos en otros tiempos.
Chamberlain propuso medidas fiscales que, a la vez, tenían carácter proteccionista. Pero ahora no se trataba, como antoño, de la protección de la agricultura, sino de la industria; y así como en tiempos pasados Mánchester, con su industria algodonera, se declaró partidaria del librecambio, ahora fué Birmingham, con su fabricación siderúrgica, la que reclamó arancel proteccionista. Cierto que, simultáneamente, debía restablecerse un arancel triguero; pero ello no iba en favor de la agricultura indígena, sino de la colonial. Mediante la reimplantación del trato diferencial de favor para los productos coloniales, Chamberlain creyó alcanzar mejores condiciones para la exportación británica a las colonias y así ligar a éstas más fuertemente con la metrópoli. En efecto, las principales posesiones (Canadá en 1897, Nueva Zelanda y Africa del Sur en 1903, Australia en 1907) concedieron a Inglaterra tarifas preferentes; pero este relativo trato de favor no significa la apertura del mercado colonial a los productos británicos. Las tarifas aduaneras de las colonias van dirigidas, hoy como antes, contra la importación inglesa principalmente. Pero Inglaterra, en las elecciones de 1906 y 1910, declaróse contra Chamberlain, inclinándose por el mantenimiento del librecambio.
Generalizando, se ha hablado de una Era del neomercantilismo. Habíanse formado grandes regiones económicas independientes, tales como Rusia, Francia, los Estados Unidos e Inglaterra con sus colonias. Su rivalidad, empero, dejaba lugar a los demás. Alemania, pese a su limitado territorio, pudo vivir hacia 1890 un poderoso impulso económico, y, ya en nuestro siglo, apareció en escena una nueva gran potencia: el Japón. A los avances del proteccionismo oponíanse la permanencia de Inglaterra en el régimen de librecambio y el paso de los Estados Unidos a una moderación de sus tarifas aduaneras (1913). Existían tendencias al aislamiento por parte de los Estados, pero frente a los múltiples aumentos arancelarios, cabía pensar que, en determinadas circunstancias, podía producirse una compensación más que suficiente por medio del abaratamiento de los transportes. Las diversas partes del Globo iban uniéndose cada día más estrechamente por el tráfico comercial, por los créditos internacionales y por el movimiento de trabajadores y viajeros.
De este estadio de la evolución, la Guerra llevó al mundo a una situación de mutuo bloqueo de una tal intensidad, que apenas la encontraríamos en los años del primitivo mercantilismo. Cruelmente se nos recordó que la libertad personal de los neutrales y la libertad de la propiedad privada, consideradas como bases naturales del tráfico, dependen del poder del Estado llamado a defender esos bienes, y de su capricho.
Para la política económica exterior, la Guerra significó un retroceso a los tiempos que precedieron al fin del mercantilismo, puesto que mientras entonces un grupo de potencias mantenía siempre el equilibrio con respecto a otro, esta vez nos encontrábamos ante la victoria absoluta de un grupo que podía explotar impunemente a su rival, sin que primeramente se manifestasen en la organización politicoeconómica aplicada en toda la redondez de la Tierra nuevas posibilidades de desarrollo independiente, tal como las presentaron las colonias en épocas pasadas. La finalidad de dominio universal que habían perseguido sucesivamente los españoles, Luis XIV y Napoleón, habíanla logrado casi por completo los anglosajones. El librecambio, considerado por la Inglaterra victoriana como el objetivo lógico del proceso racional, fué conocido en sus limitaciones por la constelación política. Hoy cabría calificarlo casi de provechoso episodio de la Historia de la Economía. Ricardo, el economista de la paz, habría de ceder ante el de la guerra, Malthus. De nuevo, como en los tiempos de las corporaciones y de los gremios, uníanse las empresas de una misma profesión en defensa de sus intereses en lo relativo al abastecimiento de materias primas y frente a los trabajadores y compradores. En la economía de guerra el Estado apoyó a aquellas organizaciones, las cuales se ven forzadas a mantener su cohesión precisamente para asegurarse la necesaria libertad de movimientos entre la trama de disposiciones fiscales que envuelve a todos los países. En cambio, la estructuración interior de la Economía plantea problemas totalmente distintos a los de la Era del mercantilismo.
Aunque el mundo fué ya abarcado espacialmente en el período de los descubrimientos, y aunque en la época de las comunas italianas realizáronse ya cosas fundamentales para la articulación reciproca de diversas regiones económicas, la Economía mundial de nuestros tiempos está constituida por regiones de esta misma especie completamente organizadas. A mediados del siglo XIX existía un único centro industrial (Inglaterra), al cual se enfrentaba todo el resto del mundo, como proveedor de primeras materias y de productos alimenticios; en contraposición, la descentralización de las industrias, que la Guerra impulsó intensamente, constituye una de las características esenciales de la Economía mundial actual.
(1) The way to outdo England without fighting her. Filadelfia, 1865.—M. PRAGER, Die Währungsfrage in den Vereinigten Staaten von Nordamerika. Stuttgart, 1897. Münchner Volkswirtschaft St. 23, págs. 135 y ss.
4.1 Saint-Simon y el Saint-Simonismo