La Hansa y las ciudades sudalemanas, que en el siglo XVI habían ocupado un destacado lugar en el tráfico, quedaron rezagadas en las siglos XVII y XVIII. Las causas de semejante cambio hay qua buscarlas tanto en las circunstancias exteriores como en las interiores.
La Alemania meridional había debido su florecimiento a la participación que tuvo en el comercio italiano y español, pero hubo de retirarse a medida que prosperaron Holanda y Francia. La caída de Amberes acarreó la quiebra de muchas e importantes casas de Augsburgo. Con la monopolización de la desembocadura del Rhin, la penetración en el Báltico y el acaparamiento del comercio de las Indias orientales y occidentales, Holanda conquistó la hegemonía comercial sobre Alemania, a la par que forzaba a la Hansa y a las ciudades sudgermánicas a pasar a segundo término. Y mientras las incursiones militares de los franceses perjudicaban a la Industria alemana, la superioridad de las manufacturas galas situaba al mercado germano bajo la dependencia del gusto francés (1). Lo que perjudicó a Alemania no fué el desplazamiento de las vías de tráfico (en el siglo XVI los alemanes participaron plenamente de las ventajas de los descubrimientos geográficos), sino el cambio habido en la situación política (2).
Añádase a ello el hecho de que en Alemania nunca llegó a realizarse la unión de las fuerzas económicas. Las ciudades, que en sus luchas contra la competencia exterior habrían debido encontrar apoyo en su hinterland, veían precisamente sus adversarios más temibles en los príncipes territoriales. Éstos pugnaban contra el comercio, y en los siglos XVI y XVII las ciudades hubieron de someterse, en su mayoría, al poder, cada vez más consolidado, de los señores territoriales. Mientras los Estados Escandinavos e Inglaterra se emancipaban del domine de los mercaderes alemanes, las ciudades germanas perdían incluso su independencia : Münster en 1661, Erfurt en 1664, Magdeburg en 1666, Brunswick en 1671, Höxter en 1674. Y si bien los príncipes alemanes consiguieron sustraer Brema (1666) y Hamburgo (1686) a la soberanía de Suecia y Dinamarca, respectivamente, los franceses ocuparon Estrasburgo en 1681. Pero la vieja unión no se mantuvo ya ni siquiera entre las mismas ciudades. En los intentos que en el siglo XVI realizó Inglaterra para entrar en la esfera comercial de la Hansa, logró enfrentar a Emden y Stade contra Hamburgo, y a Elbing contra Danzig. Finalmente, Hamburgo y Danzig se dieron por satisfechas con admitir a los extranjeros, renunciando a su antiguo privilegio de comercio exclusivo, para asegurar siquiera un copioso intercambio a sus localidades.
Mientras desde el siglo XIII al XVI los comerciantes alemanes penetraron audazmente en los Países nórdicos y en España e Italia, vemos ahora ocurrir lo contrario, es decir, que son los extranjeros quienes invaden el circulo comercial germánico. A fines del siglo XVI, Colonia debió su prosperidad mercantil a los portugueses, holandeses e italianos establecidos en su recinto; en Nuremberg, los italianos suplantaron a los indígenas en el comercio de artículos de seda y especias; en Francfort y Mannheim desempeñaron importante papel los holandeses inmigrados, y en cuanto al florecimiento de Hamburgo en el siglo XVII, hay que atribuirlo, si bien con ciertas reservas, a los ingleses, holandeses y judíos portugueses admitidos en la ciudad (fundación del Banco en 1619). Después de la revocación del edicto de Nantes, en ningún país hallaron los réfugiés tan excelente acogida como en las tierras alemanas, Brandeburgo y Hesse.
Cierto qua desde fines del siglo XVI las ciudades hanseáticas ganaron terreno en un sector, pues se adueñaron de los transportes a la Península Ibérica, a Lisboa, Cádiz y el Mediterráneo, y lograron magníficos beneficios gracias precisamente a las alternativas de la guerra; así, por ejemplo, cuando holandeses e ingleses quedaron excluidos de los puertos españoles. Únicamente cabe decir que si no faltaron tampoco gestas heroicas por parte de algunos convoyes, no había, tras ese tráfico, como en otros tiempos, la prepotencia marítima de las ciudades asociadas, por lo que, fué preciso exponerse al riesgo de someterse al dominio del más fuerte.
La flota alemana, que en el siglo XVI había incrementado su tonelaje de 30.000 a 55.000 last, mantúvose al mismo nivel durante el siglo XVII, mientras las escuadras rivales, particularmente la holandesa, aumentaban considerablemente. En 1670 la alemana seguía nivelada con la inglesa (52.000 last) y era superior a la francesa (40.000 last). Mientras Emden, que a fines del siglo XVI había disfrutado de una prosperidad extraordinaria, descendía de 14.000 a 4.000 last y Prusia y Pomerania sufrían también un retroceso, Lübeck se sostenía con sus 8.000 a 9.000 last, y Hamburgo pasaba de 6.800 a 21.200 (3).
Paralelamente al tráfico marítimo, el terrestre iba creciendo también en importancia, gracias al florecimiento de Leipzig, cuya región, libre de una política comercial territorial, convertíase, por sus Ferias, en el centro del comercio con el Este, especialmente con Polonia y los Balcanes. La capacidad adquisitiva de los judíos polacos, así como la de los griegos y armenios, fué decisiva para el éxito de las Ferias.
En el Este algunos príncipes germanos lograron extender la influencia alemana por Ios países vecinos: Austria sobre Hungría, Sajonia y Prusia sobre Polonia. No obstante, fué mayor la influencia que sobre la personalidad alemana ejercieron Ias potencias económicas occidentales, superiores en realidad.
Del mismo modo que los diversos territorios llevaron al primer plano sus intereses respectivos, así también la sociedad alemana de la época se caracteriza por una marcada diferenciación y separación de las clases sociales. Cuando los tiempos reclamaban la aproximación cada vez mayor de las diversas clases, no cabe duda de que era contraproducente el tesón con que la nobleza se aferraba a sus privilegios sobra los burgueses, y éstos a su vez sobre los aldeanos. Pero precisamente las capas inferiores fueron las que con más porfía defendieron sus prerrogativas. Nadie opuso condiciones más severas a la admisión de aspirantes, nadie mostró más rigor que los compañeros artesanos en la exclusión de los "villanos" (4).
Semejantes exigencias pueden explicarse como el contrapeso a la desorganización de la gran guerra; no obstante, revelan las dificultades con que hubo de contar la estructuración de una economía nacional alemana después de tantas devastaciones.
Tampoco Francia logró la unificación hasta el siglo XVII; durante un tiempo pareció como si en la Alemania central el Emperador pudiera conseguir una situación semejante a la del poder real de Francia. El ejército de Wallenstein se hallaba en el Báltico, y en 1628 los representantes de las ciudades hanseáticas reunidos en Lübeck hubieron de deliberar sobre la conveniencia de arriesgarse a armar una flota alemana en apoyo de aquella fuerza. La proposición fué rechazada; las desavenencias entre el Emperador y las potestades particulares se agudizaron por causa de la oposición religiosa; en la Liga con los suecos, hermanos en religión, desestimáronse las demandas del Soberano. Esta alianza con el protestantismo alemán y la victoria sobre Polonia dieron por algún tiempo a Suecia, en guerra con Cristián IV de Dinamarca, el dominium maris baltici. Los 808.707 táleros recaudados en Danzig, Pillau, Memel, Windau y Libau como producto principalmente de los derechos de aduanas sobre la exportación de granos, representaban la mitad de los ingresos del Estado sueco. De modo semejante Francia en el Sur, en su pugna con los Habsburgo, pudo apoyarse sobre los poderes particulares, principalmente sobre los de Baviera.
Mientras en Inglaterra se hermanaron la maldad y la libertad, en Francia la primera lucho de ser impuesta al principio a costa de la segunda, y en Alemania se mantuvo una cierta libertad a costa de la dispersión política. Por eso los judíos expulsados de las ciudades imperiales y de los grandes principados pudieron establecerse en los pequeños Estados espirituales y temporales (Deutz, Hanau, Fürth).
A pesar de la descomposición territorial; surgió un mercado nacional. El comercio y la industria traspasaron las fronteras locales, y el Norte y el Sur, que durante la Edad Media habían formado, hasta cierta punto, dos esferas económicas separadas, fueron aproximándose cada vez más, con lo cual la ordenación del comercio y la industria convirtióse en cuestión nacional. Y en efecto, por medio de sus disposiciones monetarias, el Imperio procuró unificar la circulación del dinero, mientras intentaba acabar con la rigidez de las viejas constituciones gremiales mediante las ordenaciones imperiales de policía. En correspondencia con el nuevo sistema capitalista, era preciso salir al paso de las exigencias exclusivistas de los maestros y de las veleidades de independencia de los oficiales. En 1676 el Imperio prohibió la entrada de las mercancías francesas en el país, de igual modo que en 1597 había prohibido la de las inglesas, y, tras un largo período de dificultades, fué promulgada en 1731 una ley sobre las industrias, ley que, como las disposiciones de Isabel y las francesas de
fines del siglo XVI, pretendía anular la autonomía de los gremios y de las asociaciones de operarios. Los primeros debían convertirse en órganos del poder público, y Ios oficiales iban a depender de los maestros por efecto del «certificado de trabajo».
Ocurrió, no obstante, que el Imperio no se hallaba en condiciones de hacer cumplir sus ordenamientos. Sin embargo, desde 1567 a 1571 los oficiales habían sabido resistir con éxito al despido que las ciudades habían intentado llevar a efecto en 1566. Pero únicamente los territorios contaban con la fuerza suficiente para dar efectividad a sus disposiciones; por eso tomaron en sus manos la dirección propiamente dicha de la política económica alemana. Como poseían el derecho de acuñar moneda, pretendieron reemplazar por acuerdos privados las ordenaciones monetarias imperiales sobre la ley de la moneda, como las referentes a las monedas de estaño de 1667 y de Leipzig de 1690. Hans Taxis, nombrado en 1595 Maestro general de postas del Imperio, sólo pudo implantar plenamente la institución ideada por su familia en los Estados pequeños; los mayores organizaron sus correos propios, principalmente el Gran Elector, quien, después de rechazar las proposiciones de los Taxis, mantuvo un modélico servicio postal brandenburgués entre Memel y Cleve. También con la ley industrial del Imperio (1731) ocurrió que, a pesar de haber salido la iniciativa de Prusia, la aplicación estuvo a cargo de los territorios, cada uno de los cuales la interpretó a su manera. Mientras los grandes Estados, especialmente Prusia, en su reglamento de trabajos de 1733, tradujeron con toda fidelidad el espíritu de la ley, los pequeños y particularmente las ciudades imperiales hubieron de tomar en cuenta la personalidad de sus gremios y oficiales.
Si la dispersión de los oficiales artesanos y del tráfico comercial traspasó las fronteras territoriales, así vemos también agudizarse en las sectores agrarios, después de la gran guerra, las diferencias entre el país colonial y los antiguos establecimientos, entre el Sur y el Norte. Por su constitución agraria, Alemania quedó dividida en tres regiones; mientras en el Sudoeste predominaba la pequeña explotación agrícola, en Hannover se restablecía nuevamente el sistema de administraciones autónomas y en el Este se desarrollaba la propiedad señorial.
En el Este el Estado necesitaba también las explotaciones campesinas dependientes de los propietarios rurales, porque de ellas extraía con preferencia sus reclutas. Sus establos y edificaciones, que constituían una carga para el propietario, eran indispensables a los generales para sus alojamientos. La protección de que en Prusia y Austria se hizo objeto al campesino fué impuesta por necesidades militares. La llamada legislación de reintegración de los Estados germanos del Noroeste, por la cual se pedía la reapertura de las administraciones autónomas después de la guerra de los Treinta Años, tuvo un carácter distinto (5). Su finalidad explicábase por el interés financiero que los Gobiernos tenían por los tributos a cargo de los granjeros, y se dirigía ante todo contra la ocupación del país por pequeños propietarios, quinteros, etc., todos los cuales ofrecían al Gobierno escasas posibilidades de rendimiento. Al ser declaradas las granjas unidades cerradas, procedióse en el Noroeste contra la desmembración en pequeñas economías y en el Este contra la absorción por el latifundismo.
Las ciudades imperiales y los pequeños Estados lograron en aquella época cierta prosperidad, cuando, con su comercio e industria, consiguieron colmar las lagunas que había dejado la expansión de las potencias económicas dominantes. Pero así como anteriormente el comercio y la industria tenían su sede principal en las villas imperiales, eran ahora los territorios los que, al no poder someter a las ciudades libres, procuraban crearse centros independientes de tráfico por medio de fundaciones nuevas. A esas ciudades señoriales se les otorgaba privilegios semejantes a los que tanto habían contribuido al desenvolvimiento de las ciudades libres (6). El comercio y el tráfico debían concentrarse en ellas. Frente a las fosilizadas disposiciones de aquellas ciudades, las fundaciones de los príncipes solían caracterizarse por sus principios más liberales; facilitábase la residencia a forasteros y heterodoxos, y con mucha frecuencia la severa vigilancia del príncipe territorial era ejercida con mucho mayor previsión que la del Consejo municipal (7). Así, al lado de las ciudades imperiales aisladas floreció la palatina Mannheim, y al lado de Colonia creció Crefeld; y junto a Nuremberg vernos prosperar Fürth, y Altona junto a Hamburgo. No obstante, las residencias donde los príncipes se esforzaban por establecer manufacturas privilegiadas según el concepto de Colbert, sufrían de los desplazamientos territoriales y cambios de dinastías, cambios que solían acarrear el desplazamiento de la Corte (8). A las ciudades las favorecían sus viejas relaciones comerciales y la tradición de cultura de sus clases industriales. Así pudo mantenerse Augsburgo en el siglo XVIII en su puesto de centro del tráfico monetario, a pesar de todas las contrariedades; y así pudo también organizar en su recinto una manufactura de indianas estampadas bajo las nuevas faunas fabriles.
Mientras Augsburgo y Nuremberg sufrían de la pérdida de sus antiguas regiones de intercambio, crecían Francfort, convertida, por sus ferias, en la puerta de acceso de las mercaderías francesas y holandesas, y Leipzig, que, con las suyas, servía de igual modo la venta de géneros extranjeros (tela de seda francesas y de lana inglesas) al Este. Ambas ciudades proporcionaban también excelente mercado a las industrias de Sajonia y Turingia (Gera). Por su industria textil, Sajonia era la región manufacturera más activa y rica de Alemania. Si bien sus talleres trabajaban fundamentalmente para el mercado local, la industria linera westfaliana (Bielefeld) y silesiana, por ejemplo, así como la metalúrgica, lograban producir un sobrante destinado a la exportación, el cual, sin embargo, no compensaba, ni con mucho, la importación de artículos de lujo extranjeros. Los recursos para la adquisición de este plus de importación sacábalos Alemania, en primer lugar, de los subsidios que ciertas potencias extranjeras pagaban a los príncipes germanos a cambio de las tropas que éstos les suministraban, tanto si luchaban éstas como aliados independientes, como si lo hacían al servicio de los holandeses, ingleses o franceses (9). En el tráfico marítimo las ciudades libres pudieron mantener cierta posición, aunque solamente parte del tráfico se efectuaba en sus propios barcos. Danzig era el centro de la exportación de trigo polaco, servida casi en su totalidad por Ios holandeses. Hamburgo, Brema y Lübeck cuidaban de la importación de productos coloniales, vinos y artículos manufacturados extranjeros. Con el comercio articulábase la elaboración de las mercancías importadas; así fijó cómo florecieron en Hamburgo las refinerías de azúcar, las manufacturas de terciopelo y otras industrias.
Desde que, en 1734, Francia concedió a sus colonias de Las Indias Occidentales la libertad de exportación de sus productos, gran parte de este tráfico se concentró en Hamburgo, gracias a lo cual esta ciudad pudo emanciparse de Holanda. La conquista de los Países Bajos fué causa de que, a partir de 1795 y por algún tiempo, el comercio holandés se transfiriera a Hamburgo. La explotación más racional del comercio y la marcha de las empresas hacia su amplificación, marcha que, iniciada en Italia, se había abierto camino en la Alta Alemania durante el siglo XVI, generalizóse en Hamburgo en el curso del siglo XVIII (10). En esta ciudad abrióse en 1765 la primera Compañía anónima de seguros, a la que siguieron otras, en ocasión principalmente de la guerra de independencia de los Estados Unidos (11).
El Gran Elector intentó participar en el comercio de esclavos negros por la adquisición de colonias en Africa (12). Carlos VI esperaba conseguir que sus Estados tomasen parte en el comercio ultramarino mediante el realce de Trieste, la fundación de una Compañía oriental y el impulso de la de las Indias Orientales (1722-1731).
Pero los holandeses dieron al traste con aquella molesta competencia. Mejores eran las perspectivas que ofrecían los ensayos coIonizadores de las potencias nórdicas. En el siglo XVII, Suecia se instaló por algún tiempo en el Delaware, y Dinamarca, por obra de Cristián IV, entró a formar parte de la serie de los países coloniales. Quebrantada por Inglaterra la potencia de Holanda y debilitada aquélla a su vezpor la pérdida de las colonias norteamericanas, logró gran importancia el comercio colonial danés a fines del siglo XVIII, apoyado como estaba por las posesiones de Indias Orientales y Occidentales y las de la costa de Guinea, sin que por ello se resintiese el tráfico nórdico, hasta que en 1801 los ingleses destruyeron la flota de Dinamarca.
Dada la escasa extensión y consistencia del territorio, es evidente que habían de resultar infructuosos los intentos de pequeños Estados de crearse una esfera económica independiente. El subvencionamiento de una fábrica de porcelana o de patios que, esencialmente, trabajaba para la Corte o para el ejército, no era, en la mayoría de los casos, sino una modalidad particular del dispendio, una caricaturesca imitación, en pequeña escala, del modulo francés. Únicamente los grandes Estados del Este, Austria y Prusia, pudieron pensar seriamente en adoptar semejantes medidas; y para ellos no entraban tampoco en consideración, en la realización de dichos ensayos, los "enclaves" dispersos en el Oeste. El aislamiento de estos Estados no hizo sino agudizar la fragilidad de Alemania; al principio, a nadie perjudicó tanto el mercantilismo austriaco y prusiano como a Sajonia y a las ciudades imperiales (13). Sin embargo, ocurrió que el incremento de la capacidad de consumo de vastos territorios que hasta entonces no entraban en una etapa de economía de tráfico intensivo, hubo de redundar en beneficio de aquellas ciudades, situadas fuera de ellos, a las cuales concedían ventaja la excelencia de su posición comercial y la libre economía que por necesidad habían adoptado. Así Leipzig, a pesar de todos los contratiempos de la guerra de los Siete Años, por causa de la cual perdió su derecho de depósito, había llegado a fines del siglo XVIIIa un elevado nivel de prosperidad; y así también Hamburgo, que no podía ya pensar, como en el siglo XVII, en un bloqueo del Elba (14), obtuvo beneficios definitivos del impulso económico del hinterland brandenburgues.
Mientras los Ramos de Hamburgo (1619) y Nuremberg (1621), así como los de Amsterdam, Venecia y el que en Génova estaba asociado a la Casa di San Giorgio, fueron, en esencia, Bancos de giro al servicio del intercambio, el Banco municipal de Viena, fundado en 1706, pudo dedicarse a las operaciones de crédito, a la manera del Banco de Inglaterra.
Cuando Schmoller quiere presentar los siglos del XVI al XVIII como la era de la economía territorial entre la época ciudadana de la Edad Media y la económico-nacional del siglo XIX, precisa convenir que tal carácter sólo afecta a la idiosincrasia de la Europa central, donde no pudo constituirse ninguna fuerza económica centralizada. En Alemania, como en Italia, la dispersión territorial sometía el país a influencias forasteras.
Los Estados italianos presentaban mayor unidad que los germanos; mientras las ciudades imperiales alemanas, incluso Ulm, Rotenburgo, Nuremberg, Lübeck, Hamburgo y Brema, no contaban sino con reducidas extensiones territoriales, Venecia se había creado un importante dominio en terra firma (aparte de sus posesiones coloniales de Dalmacia, Candía, Chipre y Peloponeso); en cuanto a Génova, mantenía su soberanía sobre Liguria. Si bien en Italia no faltaron tampoco Estados pequeños, su mapa político no presentaba, sin embargo, la maraña del de la Alemania deI siglo XVIII. En los territorios extensos, como el Reino de las Dos Sicilias, el Milanesado austríaco, la Toscana y el Piamonte, una administración avanzada pudo llevar a cabo diversas reformas tras las cargas impositivas de los siglos XVII y XVIII.
En Nápoles las ciencias económicas fueron objeto de tantas atenciones como la economía política y social en Prusia y Austria. Si Broggia, en 1743, logró estatuir un sistema de impuestos de modo semejante a como Justi iba a crear más tarde un sistema de régimen financiero, y si Genovesi, siguiendo en parte a Hume, desarrolló en su Economía civile un sistema de economía pública a la manera de la privada, en Nápoles las reformas no fueron implantadas sino más tarde, a fines del siglo, bajo Palmieri. En cambio, fué verdaderamente modélica la administración austríaca en Milán, donde, bajo el príncipe Eugenio, se estableció el primer impuesto territorial racional, basado en una medición exacta del suelo y su división en tres clases, según la fertilidad del mismo. La obra, proseguida desde 1718 a 1733, fué completada bajo Maria Teresa desde 1749 a 1758. Mientras Neri se hacía merecedor de la general consideración por aquel censimento milanese, Verri salía victorioso en su lucha por la abolición del arrendamiento del impuesto. De igual manera en el Piamonte, tras los sacrificios impuestos por la guerra de Sucesión española, la acertadísima administración de Gropello supo dar nuevo impulso a las energías del país.
En la Edad Media las ciudades habían ido a la cabeza de los movimientos de progreso económico; ahora, empero, quedaban rezagadas. Venecia se convirtió en una ciudad de rentistas, donde la nobleza disipaba los ingresos que le procuraban sus propiedades de terra firma; en el siglo XVIII, esta capital era considerada como un centro de lujo y placeres. Génova, gracias a sus actividades en la esfera del comercio monetario y de los negocios financieros, mantuvo en la economía una posición más sólida. Pero la plaza comercial que floreció con el máximo esplendor bajo la soberanía toscana fué el puerto libre de Livorno, donde los holandeses acudían a abastecerse de los productos de Levante. Mientras en la Edad Media Florencia se había destacado por su industria, las reformas, con razón consideradas como modélicas, de la época del gran duque Leopoldo (1765-1790), se dirigieron a la fundamentación agraria del país e hicieron de la Toscana un Estado agrícola.
Así como vimos en el mercantilismo una asociación de la administración pública racional y la dirección racional de la economía, así también predominó en Holanda e Inglaterra, después de la Revolución del siglo XVII, la iniciativa particular, mientras en el resto del Continente, incluyendo Italia, pasaba a primer plano la administración ilustrada.
(1) Según A. BUFF, Augsburgo durante el Renacimiento. Para la decadencia de la ciudad, la guerra de los Treinta Años fué aún más fatal que las turbulencias de Holanda. En 1617 tenía 201 contribuyentes que tributaban por 25 a 50 fl., 103 que lo hacían por 50 a 100 fl. y 124 que pagaban más de 100 fl. En 1661 aquellas cifras quedaban reducidas a 80, 36 y 20. En 1617 el impuesto máximo ascendió a 2666 fl.; en 1661 no fué más que de 448 fl. Sobre el "monopolio" de Holanda en el comercio de especias, efectuado anteriormente por vía Venecia, cfr. BECHER, pág. 93, cap. 27.
(2) D. SCHÄFER, Die deutsche Hanse, 1903, págs. 124 y ss. H. SIEVEKING, Die Handelsstellung Süddeutschlands in MA. und Neuzeit. Suplem. a la Allg. Zeitg., 4 y 5, nov. 1902.
(3) VOGEL, Zur Grösse d. europ. Handelsflotten, pág. 301.
(4) En 1671 fué promulgada en Francfort d. M. una disposición sobre el modo de vestirse las gentes, que fue renovada aún en 1731. Las cinco clases sociales debían diferenciarse no sólo en el traje, sino también en los atavíos usados para asistir a fiestas, bodas y entierros. Bräuer, I, pág. 227.
(5) WITTICH, pág. 401 y ss.
(6) BORGIUS, Mannheim and die Entwicklung des südwestdeutschen Getreidehandels. Friburgo, 1899, págs. 21 y ss., 26. SCHMOLLER, pág. 19: fomento sistemático de la vida industrial-municipal.
(7) E. BAASCH, Hamburgs Handel und Schiffahrt am Ende des 18. Jhs. Hamburg um die Jahrhundertwende, 1800. Hamburg, 1900, 5, pág. 171: Las restricciones gremiales llevan a los Estados vecinos la construcción de buques de Hamburgo.
(8) SCHMOLLER (Herkunft u. Wessen der deutschen Institutionen, Deutschland u. der Weltkrieg) no está en lo cierto al atribuir únicamente a las residencias de la Alemania de aquella época el florecimiento, y al añadir: "Todas las demás ciudades retrogradaron, tanto más cuanto más independientes eran". Hamburgo y Leipzig no eran residencias. Düsseldorf y Mannheim sufreron intensamente del traslado de la Corte a Munich.
(9) Sobre la desfavorable balanza comercial de Alemania con respecto a Francia, cfr. BIEDERMANN. Más aún que al exceso de importación de artículos manufacturados (5,1 millones de libras contra 3,7) pesaba el plus de importación de vituallas (vino!) (7 millones de libras contra 2,3). Las cifras relativas a materias primas arrojan 2 millones para la importación de Francia y 2,3 millones para la exportación a dicho país.
(10) J. G. BÜSCH, Theoretisch-praktische Darstellung der Handlung; Versuch einer Geschichte der Hamburgischen Handlung.—R. EHRENBERG, Grosse Vermögen II, das Haus Parish in Hamburg. Jena, 1905.
(11) A. KIESSELBACH, Die wirtschafts- und rechtsgeschichtliche Entwicklung der Seeassekuranz in Hamburg, 1901.
(12) SCHÜCK, Brandenburg-Preussens Kolonialpolitik unter dem Grossen Kurfürsten und seinen Nachfolgern, 1889. Sobre las colonias de Curlandia en el Gambia y en Tobago, cfr. E. ECKERT, Kurland unter dem Einfluss, des Merkantllismus. Ein Beitrag zur Staats-und Wirtschaftspol. Herzog Jakobs v. Kurland (1642-92), Riga, 1927.
(13) HASSE, cfr. págs. 150 y ss., pág. 326, 1765: Die hohen Imposten in Böhmen und Brandenburg. HINTZE, págs. 210 y ss. ADLER, pág. 42. BÜSCH passim.
(14) E. BAASCH, Der Kampf des Hauses Braunschweig-Lüneburg mit Hamburg um die Elbe vom 16.-18. Jh. Quellen und Darstellungen zur Geschichte Niedersachsen, vol. XXI,1905.
1.7 La expansión rusa y el mercantilismo oriental