Ocasionalmente se ha creído ver en las disposiciones de Colbert, el ministro de Luis XIV, el núcleo esencial del mercantilismo, hasta el extremo de que hubo quien llamó «Colbertismo» al sistema. Esta opinión es parcial, sin embargo, ya que el mercantilismo no floreció únicamente en monarquías absolutas como la de Francia; antes bien se inició y se desarrollo en repúblicas ciudadanas, para conseguir más tarde una estructuración más amplia en el Parlamento inglés. En Inglaterra, dicho sistema económico hallo incluso una aplicación más diversificada que en Francia. Allí la reglamentación fiscal que debía llevar a la extensión de la economía del tráfico, abarcaba todas las profesiones, la agricultura lo mismo que el comercio y la industria, mientras en la agraria Francia, donde todavía Sully, el ministro de Enrique IV, había considerado el cultivo de la tierra y la ganadería como las fuentes de vida del Estado, Colbert hubo de empezar despertando el comercio y la industria por medio de un trato de favor. Además, Colbert no logró influir de modo permanente en la economía francesa; su brillante labor no se extendió más allá de dos decenios, y no puede decirse que sus sucesores persistieran en el camino por él iniciado.
La potencia de la Francia moderna no se consolidó hasta el siglo XVII, en el cual tuvieron fin las guerras religiosas del anterior en las cuales se dirimió a la vez la pugna existente entre la Corona y los Estamentos. Richelieu tomó La Rochelle en 1628. El poder hispano, que atenazaba a Francia por todos lados, habíase alzado nuevamente en el siglo XVII, y solamente bajo Turenne los franceses se manifestaron superiores a la infantería española. La victoria definitiva de Francia no tuvo lugar hasta 1659, cristalizando en la Pazde los Pirineos.
Colbert ejerció el cargo de Intendente general de la economía pública francesa desde 166l hasta 1683 habiendo sido él quien libró las finanzas de su país del fardo de deudas y del desorden en que lo había encontrado, y creando así los recursos que iban a hacer posible la política de altos vuelos de Luis XIV (1).Una de las medidas principales que adoptó para el saneamiento de las finanzas fué el estimulo de la economía política. Impulsó la agricultura aligerando el impuesto de la taille y suprimiendo muchos privilegios abusivos de la nobleza; su preocupación principal, empero fué la prosperidad del comercio y de laindustria. Francia debía ocupar en el Meditarráneo el lugar de las ciudades españolas e italianas el comercio levantino iba a concentrarse no en Génova y Barcelona, sino en Marsella, y así como la plaza comercial de Lyon debía dejar atrás a la de Ginebra, así también la industria de exportación de aquella ciudad debía abastecer de artículos manufacturados al mundo, en lugar de las ciudades italianas. En este punto Colbert adoptaba las medidas de soberanos anteriores, particularmente de Francisco I. Si los franceses, en la guerra contra los Habsburgos, acudieron a aliarse con los turcos, al hacerlo consiguieron a la vez ventajas comerciales en el imperio otomano, y así como Francisco I, en 1535, concertó con el Sultán un tratado por el que se aseguraba esas ventajas, así logró también Colbert, mediante una alianza idéntica, crear al comercio francés de Levante una situación de privilegio. No obstante, dicho comercio quedó concentrado en Marsella, cuyo puerto fué declarado libre, concediéndosele derecho preferente de importación de especias a Francia.
En 1581 fué abolida en este país la autonomía de los gremios; la Corona reclamó para sí el derecho de la ordenación de los oficios. No obstante, no derogó la antigua constitución económica, sino que se limitó a asentarla sobre una nueva base jurídica, y así los gremios pasaron a ser instituciones oficiales, persistiendo los privilegios ciudadanos. En 1673 Colbert intentó extender a todo el país la constitución gremial. Los gremios debían servir ante todo a la creación de un impuesto industrial escalonado por clases y localidades. Con el fin de mantener en toda su eficiencia al artesanado, se eliminaba la competencia mediante la limitación del número de maestros y oficiales. Pero la diversidad de las demandas y de los trabajos que las satisfacían se hicieron tan grandes, particularmente en el siglo XVIII, que cada día resultaba más difícil delimitar entre si las diferentes profesiones. Forbonnais calculaba que los gremios gastaban anualmente más de un millón de libras en procesos por desavenencias recíprocas, y era de una dificultad extrema reducir al artesanado de los suburbios al cumplimiento de los reglamentos gremiales. Por otra parte, la nueva industria capitalista de exportación no podía desenvolverse con libertad. Como en las ciudades italianas, adoptó también las formas del gremio, y así vemos en posición de rivalidad, en la industria sedera de Lyon, las organizaciones de los maitre marchands, capitalistas, y de los maitres ouvriers, maestros artesanos. Sin embargo, las actividades de ambos estaban minuciosamente estipuladas en reglamentos oficiales (2).
El tráfico, circunscrito hasta entonces a las ciudades, debía beneficiar a todo el país. Francia había de ser centro industrial donde se abastecieran los demás países, como en días pretéritos la comarca lo había sido para la ciudad. A tal fin Colbert se había propuesto eliminar los obstáculos, así de orden natural corno jurídico, que entorpecían el intercambio en el país. Construyó carreteras y canales, siendo su obra maestra el Canal du Midi, que une el Atlántico con el Mediterráneo. En la tarifa de 1664 redujo a un solo arancel, pagadero en la frontera a la entrada y salida de las mercancías, las diversas cuotas aduaneras de tránsito que eran exigidas en las carreteras y en los ríos. Cierto que este edicto se aplicaba únicamente a une parte de Francia (Normandía, Picardía, Champaña, Borgoña, Berry, Bourbonnais, Poitou, Anjou, y las provincias en ellas incluidas, de Isle de France, Orléannais, Nivernais, Touraine); y aun cuando Colbert, en su último Compte au Roi, manifestó que en este punto había aún mucho quo corregir, lo cierto es que nadie se preocupó de llevar a la práctica aquella sugerencia.
Quedaban exentos los Pays d'Etat, que, como el Languedoc, la Provenza, Bretaña y Artois, habían logrado salvar restos de representación comunal. En cierto sentido eran considerados como país extranjero, y las provincias alemanas de Alsacia y Lorena fueron tratadas corno del todo extranjeras. Por fuera de la línea arancelaria de 1664 quedó Lyon como región aduanera independiente, y en la aduana del Ródano de Valence se mantuvo un sensible obstáculo al tráfico de las provincias del Sur. La Bretaña, y con ella la desembocadura del Loire, Nantes, quedó fuera de la demarcación de las cinq grosses fermes a las cuales se aplicaba la tarifa de 1664. Todavía en el siglo XVIII se protesta de las aduanas interiores; así, por ejemplo, el vino transportado de Languedoc a Paris, debe pagar en 35 puntos de tránsito. Las aduanas fluviales obligaban con frecuencia a emplear los caminos terrestres, mucho más incómodos, como ocurría en el Rhin. Con todo, en el interior del Reino se llegó a una relativa libertad de comercio, debido a la circunstancia de haber sido abolida la responsabilidad de los particulares por las deudas de sus municipios, proceder que en otros tiempos había sido causa de represalias incalculables. Si Colbert no consiguió implantar en Francia la unificación aduanera, cuando menos creó la unidad jurídica, no menos importante que aquélla (Ordonnance de Commerce de 1673).
El comercio y la industria franceses viéronse ayudados, de una parte, por premios directos otorgados a los particulares y, de otra, por un gravamen diferencial de los extranjeros. Con objeto de realzar la navegación nacional, aplicóse a la extranjera un derecho de tonelaje, concedióse a las Compañías francesas el privilegio del comercio con las colonias del Cenada y las Antillas, con Africa (Senegal) y las indias Orientales, y, finalmente, acudióse en ayuda de la industria nacional con la tarifa de 1667, por la que se gravaban fuertemente o se excluían las manufacturas extranjeras, a la par que se facilitaba la entrada de materias primas.
Las Manufactures royales eran, en parte, establecimientos oficiales qua trabajaban principalmente para la Corte (como la fábrica de Gobelinos) y, en parte, empresas dotadas con elevadas subvenciones y privilegios, de organización parecida a la militar, y cuyo aspecto exterior era el de una pequeña ciudad amurallada. Junto a ellas encontrábanse las manufacturas privilegiadas, posesoras, asimismo, de derechos monopolistas. Esas patentes y privilegios eran también concedidos a extranjeros; así los van Robais, de Middelburg, establecieron en 1665 una fábrica de telas en Abbeville.
Colbert pudo vanagloriarse del éxito de sus disposiciones, cuyo resultado venía a resumirse del modo siguiente:
La exclusión de los holandeses del tráfico con las islas azucareras había representado para Francia un beneficio anual de 4 millones de libras, y otro tanto la exportación de paños y medias; la industria encajera de Venecia y de Génova quedaba destruída, y su rendimiento, de 3 600 000 libras, pasaba a Francia, amén de otro millón que le valían sus espejos. «Todos esos establecimientos dieron vida a numerosísimas gentes y conservaron el dinero en el Reino» (Forbonnais).
Pese a tantos éxitos iniciales contra la Inglaterra de la Restauración, la economía francesa hubo de dejar el primer lugar a la inglesa bajo el reinado del mismo Luis XIV. ¿Cuáles fueron las causas del fracaso?
En primer término, los franceses no supieron incorporarse aquella libertad de espíritu emprendedor que, en holandeses e ingleses, fué el fundamento de la potencia económica. No sin razón se han comparado las reglamentaciones de Colbert con las medidas de Isabel y del primer Estuardo. Pero mientras en Inglaterra la revolución condujo a la abolición de los monopolios, en Francia fracasaron totalmente las demandas del tercer estado (1614 y 1648), encaminadas a conseguir la supresión de monopolios y privilegios, y la instauración de la libertad profesional de las industrias hasta entonces emancipadas de la constitución gremial. Frente a la «gran industria», artificialmente cultivada, hubo de retroceder la pequeña explotación, particularmente la industria agrícola, que en Inglaterra formaba la base del sistema capitalista y que más tarde, a mediados del siglo XVIII, abandonado ya el sistema de Colbert, contribuyó esencialmente, bajo Gournay (1750-1770), a la prosperidad de Francia. El mismo Colbert calificó de «muletas», de expediente educativo, la protección que otorgaba a la industria nacional, protección que habría de cesar en el momento en que los industriales se hubieran emancipado. No obstante, en contradicción con esta concepción amplia, los reglamentos se convirtieron, bajo los sucesores de Colbert, en trabas burocráticas que obstaculizaban la libertad de movimientos. Mientras el gran ministro de Luis XIV había procurado limitar el número de empleos, sus seguidores no cesaron de crear nuevas plazas en enorme proporción. La creación de la Curia en el siglo XIV había sido una medida financiera. Cuando el Estado necesitaba dinero, creaba un nuevo cargo venal, dotado con emolumentos y derechos que percibía el funcionario una vez satisfecha al erario el importe del empleo adjudicado. El perjuicio ocasionado por esta institución era doble: en lugar de explotar independientemente una empresa, muchos preferían posesionarse de aquellos lucrativos puestos, mientras los gastos que su sostenimiento ocasionaba gravitaban sobre el comercio y el tráfico.
La represión de la libertad religiosa tuvo, para el espíritu de empresa de los franceses, efectos peores aún que el embotamiento fiscal de la constitución industrial. Pareció como si con los herejes anduvieran aparejados el comercio y el bienestar, y precisamente fueron aquellos elementos, los hugonotes, los afectados por la con-versión forzosa y la revocación dad edicto de Nantes de 1685. No es precisamente que la persecución del protestantismo hubiese destruido la industria francesa, sino que, al llevar los rèfugiès sus manufacturas a Holanda, Inglaterra, Brandenburg y otros Estados alemanes, impulsaron la industria de esos países a costa de la francesa, de la cual no sólo les emanciparon, sino que los convirtieron en competidores de Francia en los mercados extranjeros, frustrando así el proyecto de Colbert de situar a los demás pulses bajo la hegemonía económica de su patria.
Además, la economía de tráfico, tal como la concebía Colbert, presuponía el mantenimiento del dominio del mar (3). Colbert creó una flota nacional que se hizo famosa en el Mediterráneo por los bombardeos de Argel y Génova. Unicamente que Luis XIV desvió el centro de gravedad de sus empresas en conquistas territoriales que le enfrentaron con una coalición de potencias, contra las cuales los recursos de Francia eran insuficientes.
Como lo habían hecho Holanda e Inglaterra, también Francia procuró enriquecerse a costa de España; y como Francia estaba rodeada de territorios hispánicos y la debilidad del vecino germánico prometía pingües beneficios, Luis XIV se lanzó ávidamente contra la frontera oriental.
Cierto que logró grandes éxitos, puesto que se anexionó una parte de los Países Bajos españoles, el Franco Condado y Estrasburgo, y que la guerra española de Sucesión llevó a los Borbones al trono de España; en la cuestión principal, empero, Luis XIV fracasó por completo. La dominación de Holanda le resultó tan poco ventajosa como la reunión del imperio colonial español con la potencia industrial francesa, reunión que no duró más allá de un breve espacio durante la antedicha guerra de Sucesión. Según la paz de Utrecht de 1713, España no debería unirse nunca a Francia; el Pacto de Asiento, el productivo transporte de negros a la América española, quedaba adjudicado a los ingleses, mientras pasaban a poder de Austria los ricos dominios hispanos de los Países Bajos e Italia.
Estas luchas motivaron el abandono de la propia expansión colonial. El plan de Leibniz de una expedición a Egipto quedó sin efecto, y la fIota creada por Colbert experimentó una derrota decisiva frente a La Haya, en 1692. A pasar de todos los esfuerzos de Colbert, Luis XIV dejó a Francia tan agotada y con tantas deudas como había estado en otro tiempo. Al finalizar el siglo XVII la deuda del Estado francés se elevaba, según Davenant, a 100.130.000 libras, mientras que la de Inglaterra no excedía de 17.552.544 libras y la de Holanda de 25.000.000.
No faltaron ensayos, en el siglo XVIII, encaminados a restablecer el equilibrio en beneficio de Francia, habiendo sido uno de los principales el emprendido por el escocés Law, sucesor, en 1720 y por breve tiempo, de Colbert en el cargo de Intendente general de finanzas.
Mientras Colbert había visto en las aduanas la palanca principal para impulsar los fundamentos de la riqueza nacional, Law tuvo una idea más amplia del comercio exterior. Cierto que también él procuró atraerse, y lo logró durante un tiempo, a técnicos ingleses, fundidores de cañones y especialistas en construcciones navales, tejedores de lana y vidrieros, acudiendo para ello a la concesión de premios y privilegios.
Con todo, la varita mágica que debía servirlepara animar la circulación interior era el crédito, con cuya organización habíanle familiarizado sus estudios en Inglaterra, Holanda e Italia. En la corte de Turin, Law había propuesto, en 1711, sus planes de la utilización en gran escala del crédito; una organización bancaria en la que se concedía especial atención a la garantía en dinero efectivo. Pero, muerto ya Luis XIV y convertido Law bajo el Regente en el personaje mas influyente del poderoso reino de Francia, más unificado cada día, creyó poder jugar sin miramientos con el nuevo instrumento.
Al igual que su compatriota Paterson, el fundador del Banco de Inglaterra, Law se proponía crear una nueva organización capitalista. Y del mismo modo que Paterson no tuvo éxito con otra de sus fundaciones, la Compañía escocesa del Darién, así fracasó también por completo la empresa de Law. El principal motivo del fracaso estuvo en la sobreestimación mercantilista que hizo Law del proceso de circulación y en el hecho de haber confundido el dinero con el capital.
En un país, un aumento de los medios de pago puede cooperar al impulso de las explotaciones. Law vió en aquella incrementación un elemento principalísimo para el realce de la economía nacional. El milagro debían realizarlo no el oro y Ia plata, sino los billetes de emisión, billetes que deberían emitirse en la proporción del importe de las acciones de su fundación. En Escocia, Law había propuesto la creación de un Banco hipotecario. En su concepto, el suelo del país poseía un valor más positivo que el oro y la plata, puesto que podía elevarse hasta lo infinito, mientras que aquellos metales se desvalorizarían a medida que aumentase su producción. Debía prestarse sobre las tierras la cantidad equivalente a los dos tercios de su valor, y emitir, sobre el capital de la fundación, billetes que vendrían e ser lo que hoy nuestras cédulas hipotecarias. En Francia, Law edificó su sistema sobre las acciones de la Compañia del Mississippi (5), las cuales debían representar también un valor más sólido que el oro y la plata, y que, en consecuencia, ofrecían, con sus billetes, el mejor elemento de circulación. Aun suponiendo que ese raciocinio hubiese sido justo, nada autorizaba aún a inferir que aquellos valores se prestaran de modo especial a constituir un medio general de circulación. Aun siendo estimados como un buen recurso de inversión de capitales, su valor como medio de circulación dependía de la demanda de medios de pago y de su eventual capacidad de realización, de su conversión en otras modalidades de capital, particularmente de capital numerario en metales nobles, tan apreciada también en el extranjero. Mientras no se emitió un número excesivo de billetes y los poseedores de ellos pudieron utilizarlos como medios de pago, todo marchó bien. Pero en cuanto hubo en circulación un exceso de medios de pago, cada cual procuró realizar los que poseía. Los primeros pudieron hacerlo, pero cuando el movimiento se generalizó, vióse que los valores destinados a servir de garantía no podían liquidarse con la rapidez necesaria. De igual manera más tarde, durante la Revolución, los asignados fueron también garantizados sobre los bienes nacionales procedentes de las expropiaciones de la Iglesia y de la nobleza fugitiva; pero ¿quién iba a comprar, dada la inseguridad política del momento? ¿Quién podía adquirir tantas tierras? Los bienes debieron ser cedidos a un precio inferior a su valor, y con todo, su venta se realizó con gran lentitud. ¡Cuánto más las acciones de la Compañía del Mississippi! Sumamente buscadas durante un tiempo, porque de su posesión dependía la adquisición de acciones de otras empresas, una terrible bancarrota sucedió al alza artificial de aquel modo provocada.
Al lado del escocés Law puede colocarse a Iren Carey como inflacionista, como multiplicador de los medios de pago sin consideración a su seguridad. Como el segundo en América en el siglo XIX, así el primero en Francia obró animado por el deseo de quebrantar la potencia capitalista inglesa por medio de la estimulación de la economía adversaria. Y, en realidad, en Londres preocuparon seriamente los proyectos de Law (6).
Law se brindó a hacerse cargo de la Deuda pública de Francia. ¡Seductora proposición! Tan pesada carga debía transformarse incluso en palanca impulsora de la economía nacional al ser convertida en medio de circulación. En lugar de rentistas ociosos iban a aparecer accionistas de una poderosísima empresa que abarcaría todo el comercio francés. Law supo convencer al Regente de la bondad de sus proyectos.
En 1716 el financiero escocés fundó un Banco que emitía billetes y descontaba giros y, al año siguiente, creó la «Compagnie d'Occident», a la cual se le confirió el derecho exclusivo al comercio de Luisiana. En 4 de diciembre de 1718 aquel establecimiento bancario fué convertido en Banco del Estado. El fondo del proyecto de Law, sin embargo, no era la simplificación del movimiento de pagos por medio de un Banco central, cuyas ventajas había explicado el escocés a los franceses, ni tampoco la colonización de la Luisiana, a la cual se entregó Law con gran celo, atrayendo a emigrantes o haciendo deportar a gentes, persiguiendo la adquisición de metales preciosos y procurando, aunque en vano, traspasar a Francia el comercio con las colonias españolas; más que en todo eso, pensaba en la utilización del agio en una empresa que a todo el mundo fascinaba, con el fin de facilitar el crédito del Estado.
Nadie como Law ha sabido hacer subir el cambio de sus valores mediante negocios con prima, supeditación de toda nueva emisión de acciones a los derechos adquisitivos de los antiguos accionistas y reducidos reintegros al lanzar emisiones nuevas.
Los «billetes de Estado» no valían más que el 30% cuando Law les otorgó el derecho de ser recibidos por la totalidad de su valor nominal en los pagos destinados a constituir el capital de la Compañía y del Banco. Con todo, el curso de su propio papel apenas llegó a la par, hasta que, en 1719, Law consiguió incorporar a su Compañía las empresas financieras más importantes de Francia. En junio del citado año las Compañías de las Indias Orientales y de China se fusionaron con la suya, bajo el nombre de Compañía de las Indias, y en julio fuéle traspasado el arriendo de la moneda. En consecuencia, a las 200.000 acciones de la Compañía vinieron a sumarse, en 20 de junio de 1719, otras 50.000 nuevas para indemnización de las antiguas Sociedades coloniales, y en 27 de julio otras 50.000 en pago de la concesión del arriendo de la moneda. Dióse el nombre de filles a las acciones de la primera nueva emisión, porque para adquirir una de ellas era preciso presentar cuatro de las antiguas, o mères. Las de la segunda nueva emisión denomináronse petites-filles, debido a que no pedían ser adquiridas sin poseer cuatro de las viejas y una de la emisión anterior. Eso determinó un cambio de 110 para las primeras y de 200 % para las segundas.
El sistema de Law llegó a su cúspide cuando el financiero hubo conseguido, no sin la oposición do otros concurrentes, hacer adjudicar a la Compañía el arriendo general de los impuestos, a la par que se hacía cargo del pago de los réditos de la Deuda nacional. En agosto de 1719 la expectación de este negocio había hecho subir las acciones de la Compañía al décuplo de su valor nominal. En septiembre y octubre, Law pudo colocar a dicho cambio las 300.000 acciones necesarias para entrar en posesión del arriendo general. De estas acciones exigióse solamente el pago inmediato del 10%, es decir, 500 libras; de ahí que se las llamara cinq cents. Una vez en marcha, la máquina hizo subir las acciones, en diciembre, hasta 20.000 libras, es decir, hasta cuarenta veces su valor nominal. Por consiguiente, los que habían comprado en la primera emisión de acciones pagando con papel del Estado al 30%, obtuvieron un beneficio equivalente a 120 veces su aportación. Nada tiene, pues, de sorprendente que todas las clases sociales se sintieran dominadas por la fiebre de la especulación, y que en la rue Quincampoix pudieran presenciarse las escenas de loco frenesí que más adelante iban a verse en Londres, en la South Sea Bubbles Change Alley.
La renta correspondiente a tan elevados cambios difícilmente podía extraerse de la administración del impuesto y de los beneficios comerciales y de arriendo de la moneda con que contaba la Compañía; y aun cuando Law, en diciembre de 1719, decidió el reparto de un dividendo del 40%, el rentista que había comprado a un cambio elevado se encontró con que su capital le producía un interés menos que mediano. No habiendo ya más emisiones en expectativa, las gentes empezaron a realizar. Los mississippienses compraron terrenos y desplegaron un lujo inusitado, los precios subieron y el cambio de las acciones comenzó a vacilar.
A fin de evitar la caída de las acciones, Law, en 23 de febrero de 1720, fusionó el Banco y la Compañía; en 5 de marzo fijó el curso de las acciones en 9.000 libras, es decir, en 18 veces su valor nominal, y declaró que en todo momento aquel papel podía ser cambiado por billetes. Con ello proponíase Law convertir las acciones en dinero. Al mismo tiempo el metal noble debía ser rebajado a la categoría de moneda de vellón. Ya en 21 de diciembre de 1719 la plata había sido autorizada únicamente para pagos de hasta 10 libras, y para pagos de hasta 300 el oro; en 27 de febrero de 1720 quedó prohibido el pago en metálico de cantidades superiores a 100 libras; nadie podía guardar en su casa más de 500 libras en moneda efectiva. Por otra parte, los repetidos cambios de tarifación y la desvalorización del dinero determinaron en los poseedores el afán de desprenderse de él, cambiándolo contra billetes que, al parecer, tenían mayor estabilidad.
Tanto los poseedores de dinero como los propietarios de acciones se apresuraron a trocar en billetes sus existencias, hasta el extremo de que, en el mes de mayo, se había desembolsado en billetes un valor de 2 1/2 miliardos de libras. Su acumulación gravitaba sobre su valor, circunstancia que movió a Law, en 21 de mayo de 1720, a reducir el cambio de los billetes a la mitad, fijando el de las acciones en 500 libras, es decir, el décuplo de su valor nominal solamente, el curso de emisión de los cinq cents
Con razón vióse en este edicto un abuso de confianza, principio de una crisis, la cual se tradujo en un pánico que no logró detener la revocación de aquella disposición promulgada en 27 de mayo. El mismo Law quería que ese descenso del cambio del billete no se considerase más quo como una tarifación modificativa de las monedas de oro y plata, modificación que habría sido justificada por el estado de la circulación. Así como los medies de circulación pertenecían al rey en virtud de su derecho a la acuñación de la moneda, así podía también el soberano determinar sus valores recíprocos. Pero precisamente esta facultad de estabilizar a capricho, sin tener en cuenta para nada las condiciones del mercado y la opinión del mundo de los negocios, hizo perder toda confianza en el Gobierno, el cual, del mismo modo que había forzado por todos los medios la coyuntura de alza, hacía ahora todo lo posible para agudizar la bancarrota. Los beneficios de los mississippienses fueron declarados ilegítimos y castigados, y los billetes revocados.
Billetes y acciones fueron convertidos nuevamente en valores a crédito fijo; los atrevidos accionistas volvieron a ser rentistas; la deuda flotante del Estado trocóse de nuevo en deuda perpetua, aunque, como se comprende, con grandes cercenamientos, que debieron soportar, no sólo los antiguos rentistas, sino—y principalmente—el mundo de los negocios, cuyo capital de circulación en billetes quedó transformado súbitamente en renta ruinosa. En vano los comerciantes extranjeros protestaron por boca de sus gobiernos; la liquidación del papel de Law fué una verdadera bancarrota.
La asociación de las formas capitalistas de la economía con la omnipotencia del absolutismo, asociación de la cual tan grandes cosas había esperado Law, había resultado fatal por causa de la voluntad caprichosa del monarca. El brusco cambio en las condiciones de fortuna determinado por el sistema, conmovió la posición de los antiguos privilegiados. La constitución democrática qua Law dió a su Compañía, en contraposición a la de sus modelos holandeses, la igualdad de los accionistas, contribuyó a preparar la igualdad política de la Revolución.
Es curioso que escritores tan destacados como James Steuart y Büsch no reconocieran el error de Law. Ambos creyeron que si se hubiese dejado circular tranquilamente todo el cúmulo de billetes, las cosas se hubieran mantenido en regla. Pasaron por alto la desvalorización. Así, el sistema de Law pudo resucitar, más tarde, en la economía de los asignados. Mientras el empleo moderado del recurso de la emisión de billetes no cubiertos con numerario hacía del Banco de Inglaterra la médula de la potencia económica y financiera del país en su lucha contra la Revolución francesa y Napoleón, el Banco de Francia no pudo prestar el mismo servicio a su nación hasta 1870.
La guerra de los Siete Años costóa Francia la pérdida del Canadá; además, hubo de retirarse ante los ingleses en las Indias Orientales. En 1770 disolvióse la Compañía francesa de las Indias Orientales. En compensación, la supresión de los privilegios de la Compañía de las Indias Occidentales (1734), la autorización de un cierto tráfico de los neutrales con las colonias (1784), fueron la causa del florecimiento de las Antillas francesas en el siglo XVIII. Su producción anual elevóse a la suma de 170 millones de francos, correspondiendo los primeros lugares al azúcar y al café, siguiendo después el algodón, el cacao, el jengibre y el índigo. Pero la industria francesa recibió también un gran impulso entre 1750 y 1770, gracias a la gran libertad que le otorgaron Gournay y sus discípulos; impulso solamente comparable, según Martin, al que recibió en los años 1850 a 1870. Las viejas disposiciones sobre fabricación cayeron en desuso, mientras que, a partir de 1749, encontramos medidas contra las organizaciones de trabajadores, favorecidas por los cambios de residencia de los obreros, pero divididas en diversas asociaciones secretas. Para comprender cómo logró Francia convertirse en país de exportación industrial, bastará con decir que, según cálculos de Necker, de 300 millones de libras a que ascendía la exportación francesa, la mitad correspondía a artículos manufacturados de la industria textil y 40 millones a vinos y licores, mientras qua la cifra de importación, equivalente a 230 millones, contenía 26 millones en lana bruta, 30 en seda bruta, y solamente 40 millones en artículos fabricados.
Al lado de los ricos comerciantes y fabricantes, los arrendadores de impuestos y los compradores de empleos formaban la aristocracia financiera, ante la cual, ya en el siglo XVIII, la vieja nobleza se eclipsaba.
Las turbulencias subsiguientes a la Revolución arrebataron a Francia sus ricas posesiones coloniales, dando en este punto la hegemonía a Inglaterra. Todavía Napoleón intentó quebrar el poderío inglés combatiendo, de acuerdo con las ideas de Colbert, la importación británica por medio de aranceles y prohibiciones, y dirigiendo sus ataques, en concordancia con los planes de Law, contra el crédito del Banco de Inglaterra.
El mercantilismo francés llegó a su punto culminante el día en que la Revolución y Napoleón hubieron dado mayor fuerza a la potencia militar de Luis XIV. En 1791, con la supresión de las aduanas interiores, Francia quedó convertida en una región económica unificada. Las victorias de las armas francesas abrieron a las mercancías nacionales los mercados de los países continentales dominados, sin compensación por parte de Francia, quo fracasó únicamente en la lucha contra Inglaterra. En vano el Directorio prohibió en 1796 la entrada de los productos británicos; en vano decretó Napoleón en 1805 el bloqueo continental. En 1805 Nelson obtuvo, frente a Trafalgar, una victoria decisiva. El dominio de los mares confirmó a Inglaterra el monopolio del comercio colonial. Y del mismo modo que falló la exageración de la interdicción mercantilista, así también la mengua de la fuerza adquisitiva de las regiones sometidas condujo, en 1811, a una crisis de la industria francesa, perjudicada en sus mercados de salida. Ya antes del derrumbamiento político manifestóse la derrota económica de Francia.
(1) G. K. HECHT, Colberts politische und volkswirtschaflische Grundanschauungen. Volkswirtsch. Abh. d. bad. Hochschulen I, 2. Friburgo, 1898.
(2) SAVARY, Dictionnaire du Commerce, 1743 y ss.
(3) Cfr. Edicto de 1664: «afin d'exciter par ce moyen tous nos sujets des Provinces Maritimes d'entreprendre des voyages de long cours, et ceux des autres Provinces à y prendre intérêt». «Donné la meilleure parte de nos soins au rétablissment de la Navigation et du Commerce au dehors comme étant le seul moyen d'attirer cette abondance, dont nous souhaitons si ardemment que nos Peuples jouissent». FORBONNAIS, I, págs. 345, 337.
(4) H. GRAVIER, La colonisation de la Louisiane à I'époque de Law. Paris, 1904.—A. FRANZ, Die Kolonisation des Mississippitales bis zum Ausgange der französischen Herrschaft. Leipzig, 1906.- «La monnaie d'or tire sa valeur de sa matière qui est un produit étranger. La monnaie de banque tire sa valeur de l'action de la Compagnie des Indes qui est un produit de la France». FORBONNAIS, II, pág. 583.
(5) Public Record Office XIX State Papers, Foreing, France 166. Letters from Mr. Blade. and Mr. Pulteny. 26 August 1719: «We cannot but be something alarmed at a scheme that seems one day to threaten the destruction of all the British Colonies in America». 24 Dezember: «Part of Mr. Laws scheme to improve as much as possible the French sugar plantations and to beat us entirely out of the sugar trade». 3 January: «Law says, we are bankrupts and shall be forced to shelter ourselves under the protection of France».