Ludwing Von Mises
Publicaciones del Instituto Tecnológico de México de la Asociación Mexicana de Cultura, México, s/a. Con omisiones.
1. La tendencia actual hacia una regimentación integral
Nadie puede negar y nadie niega que la tendencia de la política social y económica conduce a la regimentación completa de todos los aspectos de la vida y de los actos del individuo. Podemos hacer caso omiso de Rusia y de los demás pueblos de Europa Oriental y Suroriental, recurriendo a la torpe excusa de que esas naciones no contribuyeron al desarrollo de la civilización occidental y de que se habían limitado a importar algunos de sus aditamentos externos, pero sin comprender el espíritu que la inspira. ¿Pero qué diremos de los demás países europeos?. ¿Qué decir de la Gran Bretaña que en un tiempo fue el hogar clásico del libre cambio y de la libertad política? Algunas personas observan por vía de disculpa que la adopción del socialismo resulta explicable como medio de borrar los destrozos causados por la Guerra. La empresa libre, dice, es un sistema que tiene éxito únicamente donde hay riqueza. Una nación pobre tiene que ensayar el socialismo. Quienes hablan de esta guisa confirman implícitamente el dogma básico del socialismo, a saber, que es un sistema más eficiente que el capitalismo. Pasan en silencio el hecho de que los países capitalistas no recurrieron al capitalismo una vez que se hicieron ricos, sino que su riqueza fue resultado de varias generaciones de una actividad económica que puede calificarse como libre, hablando en términos generales. El programa socialista fue formulado y propagado sin hacerlo depender de la guerra o la paz. Marx y Engels consideraban que el enorme aumento de riqueza que había producido el capitalismo, constituía el principal requisito previo para la realización del socialismo. Ninguno de los partidos comunistas o socialistas contemporáneos estima que el socialismo sea simplemente un expediente provisional destinado a remediar lo daños causados por la Guerra. Hasta ahora, las consecuencias económicas del socialismo han sido ciertamente muy poco satisfactorias. Los países socialistas solicitan ayuda financiera de la única gran nación que no ha adoptado una política declarada de socialización y nacionalización de la producción, el comercio y la distribución. El inglés particular ha perdido la libertad de elegir su ocupación, su lugar de habitación, sus alimentos y sus vestido. Ha dejado de ser libre para viajar en el exterior y para leer los libros extranjeros que prefiera. Está adscrito a la gleba como los siervos medioevales. Y todo lo que obtiene en cambio de las libertades perdidas es la promesa de que dentro de unos cuantos cientos de años, cuando se haya alcanzado “la fase superior de la sociedad comunista” que Marx predijo en 1875 en su carta al camarada Bracke, entonces habrá abundancia.
Los votantes británicos parecen aceptar la esperanza. Pero en los Estados Unidos más y más personas comienzan a preocuparse. Empiezan a comprender que la libertad es indivisible y que un individuo se convierte en un verdadero esclavo si está obligado a aceptar cualquier trabajo que las autoridades le señalen y a gastar el dinero que gane conforme a las órdenes de sus superiores. En el Continente Americano todavía hay hombres dispuestos a resistir a los planificadores.
2. Carácter ideológico del conflicto entre la libertad y la regimentación
La lucha entre los dos sistemas de organización social, el de libertad y el de totalitarismo, se decidirá en las urnas electorales de las naciones democráticas. Tal y como están las cosas en la actualidad, el resultado en los Estados Unidos, determinará igualmente el resultado por lo que se refiere a todos los demás pueblos. Mientras este país no se convierta al socialismo, las victorias socialistas en otras partes del mundo son de importancia secundaria.
Algunas gentes, entre ellas varias de inteligencia muy aguda, esperan un alzamiento revolucionario de los comunistas o una guerra con Rusia y sus satélites, o una combinación de ambas cosas.
Sea de ello lo que fuere, es obvio que el resultado final depende de factores ideológicos. Los campeones de la libertad solamente pueden triunfar si cuentan con el apoyo de un cuerpo de ciudadanos adheridos íntegra e incondicionalmente a los ideales de la libertad. Serán derrotados si en su propio campo quienes modelan la opinión pública se hallan infectados de simpatías para el programa totalitario. Los hombres luchan hasta la muerte por defender sus convicciones. Pero nadie está dispuesto a consagrarse seriamente a una causa que a su manera de ver únicamente tiene razón en un 50%. No se puede confiar en quienes dicen: “No soy comunista , pero...”.
“En Rusia, en 1917, los bolcheviques contaban únicamente con unos cuantos miles de hombres. Desde el punto de vista aritmético, sus fuerzas eran ínfimas. A pesar de ello pudieron apropiarse del poder y someter a toda la nación porque no encontraron oposición ideológica alguna. No había en el vasto imperio de los azares ningún grupo ni partido que fuera partidario de la libertad económica. No existían autores ni profesores, libros, revistas ni diarios que declaraban que la ausencia de regimentación burocrática era el único medio de hacer al pueblo ruso tan próspero como fuera posible.
Todo el mundo conviene en que el peligro
comunista es muy grande en Francia e Italia, a pesar de lo cual es un hecho que
las mayorías son hostiles al comunismo en ambos países. Pero la resistencia de
esas mayorías es débil, por cuanto han adoptado
partes esenciales de la crítica del sistema capitalista que hace Marx y del
programa socialista. Gracias a esta penetración ideológica de sus adversarios,
las perspectivas de los comunistas son mucho mejores de lo que justificaría el
número de los miembros del partido.
3. El problema filosófico imbibito en el conflicto
Quienes manejan un negocio, ejercitan una profesión, se dedican a la política o editan y escriben periódicos y revistas, se hallan tan absorbidos por los variados problemas con que tienen necesidad de enfrentarse, que omiten fijar su atención en los grandes conflictos ideológicos de nuestro tiempo. Las urgentes tareas de la vida rutinaria de todos los días les imponen una enorme cantidad de trabajos apremiantes, que no les dejan tiempo para hacer un examen a fondo de los principios y doctrinas que entran en juego. Confundido por la gran masa de detalles y trivialidades, el hombre práctico atiende únicamente a las consecuencias inmediatas de los extremos entre los cuales tienen que optar de momento y no se inquieta por las consecuencias que puedan tener a la larga. Es víctima de la ilusión de que semejante actitud es la única digna de un ciudadano ocupado que contribuye constructivamente al progreso y el bienestar, y de que preocuparse por las cuestiones fundamentales constituye un pasatiempo que se queda para los autores y lectores de libros y revistas pretenciosos e inútiles. En los democráticos Estados Unidos, los hombres más distinguidos en los negocios, las profesiones y la política, guardan para las “teorías” y “abstracciones” el mismo desprecio de que Napoleón Bonaparte hizo gala al ridiculizar y denostar a los “ideólogos”.
El desdén por las teorías y la filosofía se debe principalmente a la equivocada creencia de que los hechos hablan por sí mismos y de que ellos bastan para refutar las interpretaciones erróneas. Ningún daño serio pueden causar los “ismos” falsos, por vitriólicos e insidiosos que sean. La realidad es más poderosa que las fábulas y los mitos; la verdad hace automáticamente que la mentira se desvanezca. No hay motivo para alarmarse por la propaganda que desarrollan los apóstoles de la mendacidad.
Sale sobrando emprender una investigación de los problemas epistemológicos que suscita esta opinión tan difundida y bastará con citar algunas líneas de John Stuart Mill. El hombre, dice Mill, “es capaz de rectificar sus errores, mediante la discusión y la experiencia, mas no a través de ésta sola. Es preciso que haya discusión, para mostrar como ha de interpretarse la experiencia. Las opiniones y prácticas equivocadas sucumben gradualmente ante los hechos y las razones, pero para que éstos produzcan algún efecto sobre el entendimiento se necesita que se le presenten. Son poquísimos los hechos susceptibles de comprenderse por sí solos, sin la ayuda de comentarios que saquen a luz su significado”
Aquéllos que creen que el simple relato de las hazañas del individualismo económico en los Estados Unidos es suficiente para proteger a la juventud de ese país en contra de que se les adoctrine con las ideas de Karl Marx, Thorstein, Veblen, John Dewey, Bertrand Russell y Harold Laski, se encuentran seriamente equivocados. No logran discernir el papel que el polilogismo marxista desempeña en el modo de pensar que prevalece en la actualidad.
Conforme a esta doctrina, las ideas de un hombre reflejan necesariamente su posición dentro de las clases sociales y no son más que un disfraz de los intereses egoístas de la clase a que pertenece, irreconciliablemente opuesto a los intereses de todas la demás clases de la sociedad. Como las “fuerzas materiales productoras” que determinan el curso de la historia humana, han escogido al proletariado a fin de que acabe con todos los antagonismos de clase y de que traiga la salvación eterna a toda la humanidad, los intereses de los proletarios, que ya en la actualidad constituyen la inmensa mayoría, acabarán por coincidir con los de todos nosotros. Si se juzga desde el punto de vista del destino inevitable del hombre, los proletarios tienen razón y los burgueses no. Es necesario refutar a un autor que disiente de las enseñanzas “progresistas” de Marx, Engels y Lenin. Todo lo que hay que hacer es desenmascarar sus antecedentes burgueses, demostrando así que está equivocado porque es un burgués o un “sicofante” de la burguesía.
En su forma consistente y radical, el polilogismo únicamente es aceptado por los bolcheviques rusos. Aun en las matemáticas y la física, la biología y la medicina, distinguen entre la doctrina “burguesa” y la “proletaria”. Pero la variedad más moderada del polilogismo que aplica la vara de medir de lo “burgués” o lo “proletario” únicamente a las ramas sociales e históricas del conocimiento, es acogida en términos generales inclusive por muchas de esas escuelas y autores que enfáticamente se califican a sí mismos como anti-marxistas. Hasta en las universidades que los marxistas radicales vilipendian como ciudadelas de la mentalidad burguesa, la historia general, lo mismo que la historia de la filosofía, la literatura y el arte, se enseñan a menudo desde el punto de vista del materialismo dialéctico.
Es imposible quebrantar los dogmas de los que se han adherido al polilogismo marxista, mediante argumento alguno que proceda de un autor, político y otro ciudadano de quien se sospeche que esté afiliado a la burguesía. Entre tanto que una parte considerable de la nación se halle imbuida por prejuicios polilogistas, aunque muchas personas nos e den cuenta de lo que están, resulta inútil discutir con ellas con relación a las teorías especiales de las diversas ramas de las ciencias o a la interpretación de hechos concretos. Los hombres de ese tipo son inmunes al pensamiento, a las ideas y a la información basada en hechos que procedan de la sórdida fuente de la mentalidad burguesa.
De lo anterior se desprende con claridad
que los intentos por liberar al pueblo, y más que a nadie, a la juventud
intelectual, de los grilletes de la doctrina “heterodoxa” que se le ha
inyectado, deben empezar en un nivel filosófico y epistemológico. La tendencia
a ocuparse de la “teoría” equivale a doblegarse sumisamente al materialismo
dialéctico. El conflicto intelectual entre la libertad y el totalitarismo no se
decidirá en discusiones sobre la significación de determinados hechos
históricos y números estadísticos,
sino en un examen cabal de las cuestiones
fundamentales de la epistemología y la teoría del conocimiento.
Es cierto que las masas poseen tan solo un entendimiento muy tosco y simplificados. Lo que importa en primer lugar no es cambiar la ideosociología del saber. Pero todos los conocimientos de la mitad son toscos y simplificados. Lo que importa en primer lugar no es cambiar la ideología de las masas, sino la de las capas intelectuales cuya mentalidad determina el contenido de las simplificaciones que hacen suyas los individuos de un nivel mental inferior.
4. El marxismo y el “progresismo”
Las enseñanzas sociales y económicas de los que se llaman a sí mismos “progresistas heterodoxos” son una revuelta mezcla de diversas partículas de doctrinas heterogéneas e incompatibles entre sí. Los ingredientes principales de este cuerpo de doctrina provienen del Marxismo, del Fabianismo Británico y de la Escuela Histórica Prusiana. Algunos elementos esenciales se han tomado de las enseñanzas de esos reformadores monetarios a quienes durante mucho tiempo no se aplicó otro nombre que el de “chiflados monetarios”. No menos importante es la herencia del Mercantilismo.
Todos los progresistas odian el siglo diecinueve, sus ideas y sus normas políticas. A pesar de esto, los ingredientes principales del Progresismo se formaron en esa época tan difamada y sólo el Mercantilismo procede del siglo diecisiete. Sin embargo, es evidente que el Progresismo difiere de cada una de las doctrinas cuyas partes ese utilizaron para la síntesis de la cual constituye el producto.
La nota característica del Marxismo consiste en que es “revolucionario”, esto es, qué quienes han comprendido y aprueban todo su sentido, tienden resueltamente a derrocar por medio de la violencia el “gobierno clasista” de la “burguesía” No hay duda de que entre quienes se ostentan como Progresistas figura cierto número de Marxista convencidos. Quienes así piensan no tienen sino un programa: ayudar por todos los medios posibles los planes de agresión del gobierno soviético de Moscú. Lealtad, únicamente la tienen para el dictador ruso.
La gran mayoría de los progresista, no obstante, son moderados y eclécticos en la justipreciación que hacen Marx. Aunque hablando en términos generales simpatizan con los objetivos materiales de los bolcheviques, critican ciertos fenómenos concomitantes del movimiento revolucionario. Condenan los métodos dictatoriales del régimen soviético, su anti-cristianismo y su “cortina de hierro”. Con el transcurso del tiempo estas críticas se han vuelto más osadas. Mientras los Soviets “liquidaban” a los burgueses exclusivamente, los progresistas guardaron silencio. Elevaron templadas protestas cuando llegó el turno de los kulaks. Se irritaron bastante cuando también los Marxistas rusos fueron objeto de una “purga”. Hoy arden de cólera porque los verdugos rojos no perdonan siquiera a los artistas de los países recién invadidos por los rusos. Es que el peligro se aproxima cada vez más.
Los marxistas ortodoxos echan en cara a los moderados su inconsistencia lógica, su corrupción moral y su cobarde insinceridad. Sin que por ello adopte actitud alguna frente a estos conflictos internos, un observador desinteresado no puede dejar de llamar la atención sobre el hecho de que historia del Marxismo en todos los países ha mostrado una tendencia hacia esa “degeneración”. En donde quiera los partidos marxistas empezaron con una inflexible intransigencia, revolucionaria. Pero en todas partes también se desarrolló una “herejía” derechista. La misma Rusia tuvo sus marxistas “legales” o “leales”.
Los marxistas ortodoxos y los moderados están de acuerdo en la crítica del capitalismo y en su creencia de que el advenimiento del socialismo es a la vez inevitable y el único medio de traer la prosperidad al género humano. Los ortodoxos creen que sólo un levantamiento revolucionario puede liberar a las clases trabajadoras explotadas, establecer la sociedad sin clases y hacer, de este modo, que el estado finalmente “se esfume”. Los moderados piensan que es posible llegar a la gloria gradualmente, mediante reformas sociales que poco a poco conviertan la “jungla” capitalista en el edén socialista.
Los marxistas ortodoxos hace hincapié en la escasa diferencia que existe entre los planes de acción que preconizan los moderados y los de la Socialpolitick prusiana, tales como fueron proyectados por los Profesores Schmoller y Wagner, y llevados a la práctica por Bismark y sus sucesores, el Fabianismo Británico y el “New Deal” norteamericano. Califican a todas esta ideologías como “reaccionarias” y se complacen en citar declaraciones de jefes eminentes de los grupos mencionados, conforme a las cuales sus propósitos no son destruir, sino por el contrario, conservar, el sistema de empresa libre.
Como regla general, tales citas son exactas. Muchos de los campeones destacados del progresismos declaran abiertamente que el fin último a que aspiran es poner el socialismo en lugar de la empresa libre. Otros progresistas, en cambio, anuncian una y más veces que con las reformas que sugieren, desean salvar el capitalismo, cuyos días estarían contados si no se reforma y mejora. Propugnan el intervencionismo como un sistema permanente de organización económica de la sociedad a diferencia del grupo anterior, que lo ve como un método para la realización gradual del socialismo.
No es necesario que emprendamos en esta ocasión un análisis del intervencionismo. De una manera irrefutable se ha demostrado que todas las medidas intervencionistas producen consecuencias que, desde el punto de vista de los gobiernos y partidos que recurren a ellas, son menos satisfactorias que el estado anterior de cosas para cuyo arreglo se idearon. Si ni el gobierno ni los políticos aprenden de estos fracasos las lección que enseñan y si no quieren dejar de entrometerse con los precios de las mercancías, con los salarios y las tasas de interés, tendrán que agregar más y más regimentación a sus medidas iniciales, hasta que todo el sistema de la economía de mercado haya sido reemplazada por la planificación y el socialismo integrales.
Sin embargo, la finalidad de este
documento no es ocuparse de los planes de acción que
recomiendan los campeones del intervencionismo. Las medidas concretas difieren
según los diversos grupos. Apenas es una exageración observar que no sólo
cada grupo de presión, sino cada profesor, tiene su variedad propia de
intervencionismo, así como que está vivamente interesado en exhibir los
defectos de los intervencionismos de todas las variedades rivales. A pesar de
ello, las doctrinas que se encuentran en el fondo de las aventuras
intervencionistas, así como la exposición de las contradicciones y males que
alegan que son inherentes a capitalismo, coinciden en general en todas las ramas
del progresismo. La mayor parte de las gentes las acepta casi sin opción. Las
teorías que se aparten de ellas se encuentran prácticamente proscritas. La
versión que se da de esas teorías en las cátedras universitarias, en los
libros, folletos, artículos y periódicos es caricaturesca. Las nuevas
generaciones no oyen otra cosa con referencia a ellas, fuera de que son las
doctrinas de los Borbones económicos, de los explotadores sin conciencia y de
los señores feudales cuya supremacía ha desaparecido para siempre.
5. Las tesis cardinales del “progresismo”
Las doctrinas que se enseñan hoy día bajo el título de “economía progresista” pueden condensarse en los diez puntos siguientes:
I
La tesis económica fundamental, común a todos los grupos socialistas, afirma que gracias a los adelantos tecnológicos de los últimos doscientos años, existe una abundancia potencial. Marx y Engels repiten una y otra vez que la insuficiencia de la oferta de las cosas útiles se debe exclusivamente a las contradicciones y deficiencias inherentes al sistema capitalista de producción. Una vez que se adopte el socialismo y que, después de desarraigar los últimos vestigios del capitalismo, haya alcanzado su etapa superior, sobrevendrá la abundancia. El trabajo ya no causará dolor, sino placer. La sociedad estará en aptitud de dar “a cada quien según sus necesidades”. Nunca advirtieron Marx y Engels que existe una escasez inexorable de los factores materiales de la producción.
Los “progresistas” académicos son más cautos en al terminología que emplean. A pesar de ello, casi todos hacen suya la tesis socialista tácitamente.
II
La rama inflacionista del Progresismo coinciden con los Marxistas más fanáticos en hacer caso omiso del hecho de la escasez de los factores materiales de la producción. De este error desprende la conclusión de que el tipo de interés y el provecho de los empresarios pueden ser eliminados mediante la expansión del crédito. A su modo de ver, únicamente los egoístas intereses de clases de los banqueros y usureros se oponen a la expansión del crédito.
El éxito incontrastable del partido
inflacionista se manifiesta en la política monetaria y crediticia de todos los
países. Las transformaciones doctrinales y semánticas que precedieron a esta
victoria, que la hicieron posible, y que en la actualidad impiden la
adopción de una sana política monetaria, son las siguientes:
a) El término inflación significó hasta hace unos cuantos años: un aumento de consideración en la cantidad de la moneda y de lo sustitutos monetarios. Semejante aumento tiende por necesidad a producir una alza general en los precios de las mercancías. Pero hoy día el término inflación se emplea para denotar las consecuencias inevitables de lo que antes se llamaba inflación. Con esto se insinúa que un aumento en la cantidad de la moneda y los sustitutos monetarios no influye sobre los precios y que el alza general de éstos que hemos presenciado en los últimos años no ha sido efecto de la política monetaria del gobierno, sino de la codicia insaciable de los hombres de negocios.
b) Se acepta como un hecho que la elevación de los tipos de cambio sobre el exterior en aquellos países en que la magnitud del incremento inflacionista en la cantidad de moneda y sustitutos monetarios en circulación excedió el incremento habido en otros países, no es consecuencia de este exceso sino producto de otros factores. Como tales se acostumbra enumerar: la balanza de pagos desfavorable, las siniestras maquinaciones de los especuladores, la “escasez” de divisas extranjeras y las barreras comerciales levantadas por gobiernos extranjeros (no por el propio).
c) También se da por sentado que un gobierno en que no existe el patrón oro y que dispone de un banco central, está en la posibilidad de manipular la tasa del interés a voluntad, sin que ello acarree efecto indeseable alguno. Con vehemencia se niega que semejante política de dinero barato conduzca inevitablemente a una crisis económica. La teoría que explica la recurrencia de los períodos de depresión económica como resultado necesario de los constantes esfuerzos por expandir el crédito se pasa por alto intencionalmente o se tergiversa con el fin de ridiculizarla y de burlarse de sus autores.
III
Así se despeja el camino con el objeto de explicar los períodos recurrentes de depresión económica como un mal inseparable del capitalismo. La sociedad capitalista, afirman quienes tal piensan, es impotente para dirigir su propio destino.
IV
La consecuencia más desastrosa de la crisis económica consiste en el desempleo en masa, que se prolonga a través de los años. La gente se muere de hambre porque la iniciativa privada es incapaz de proporcionar trabajo suficiente para todos. El adelanto tecnológico, que podría ser una bendición general, se convierte bajo el capitalismo en una calamidad para la clase más numerosa.
V
El mejoramiento de las condiciones materiales de trabajo, la elevación de los salarios reales, la disminución de las horas de trabajo, la desaparición del trabajo infantil y todas las demás “conquistas sociales” son otros tantos triunfos de los sindicatos obreros de las leyes promulgadas por el gobierno para favorecer a los trabajadores. Si no fuera por la interposición del gobierno y de los sindicatos, la situación de la clase laborante sería tan mala como en el primer período de la revolución industrial.
VI
Aun así y a despecho de todo el empeño de los gobiernos populares y los sindicatos obreros, la suerte de los asalariados es desesperada. Tuvo razón Marx al predecir la pauperización inevitable y progresista del proletariado. (La circunstancia de que ciertos factores accidentales hayan procurado al asalariado norteamericano una ligera mejoría en su nivel de vida, nada vale en contra. Esta mejoría favorece tan sólo a un país cuya población no pasa del 7% de la del mundo y constituye, a mayor abundamiento, un fenómeno puramente transitorio). Cada vez se enriquecen más los ricos y se empobrecen más los pobres, en tanto que las clases medias desaparecen. La mayor parte de la riqueza se encuentra concentrada en manos de unas cuantas familias. Los lacayos de éstas ocupan los puestos público más importantes y los regentean para provecho exclusivo de “Wall Street”. Lo que los burgueses llaman democracia, significa en realidad “pluto-democracia”, es decir, una astuta manera de encubrir el gobierno clasista de los explotadores.
VII
En ausencia del control oficial de precios, los hombres de negocios manipulan los precios de las mercancías a su antojo. Si no fuera por el salario mínimo y los contratos colectivos de trabajo, los patrones también manipularían los salarios en la misma forma. El resultado de esto es que las utilidades van absorbiendo una proporción cada vez mayor del ingreso nacional. Si los sindicatos no estuvieran tan pendientes para desbaratar las maquinaciones de los patrones, se impondría la tendencia a la disminución de los salarios.
VIII
La descripción del capitalismo como un sistema de competencia en los negocios, puede haber sido correcta en sus etapas iniciales, pero hoy es manifiestamente inadecuada. Los trusts gigantescos y las combinaciones monopolísticas dominan los mercados nacionales. Su lucha por alcanzar un monopolio exclusivo del mercado mundial culmina en guerras imperialistas, en que los pobres dan su sangre a fin de que los ricos se enriquezcan más.
XI
Como bajo el capitalismo la producción tiene como finalidad obtener ganancia en vez de producir las cosas más útiles posibles, las que de hecho se fabrican no son las que podrían satisfacer de manera más eficaz las verdaderas necesidades de los consumidores, sino aquéllas cuya venta deja mayores provechos. Los “comerciantes en muertes” producen armas destructoras. Otros grupos de negociantes envenenan el cuerpo y el alma de las masas mediante las drogas cuyo consumo se convierte en hábito, las bebidas intoxicantes, el tabaco, los libros y revistas pornográficos, las películas imbéciles y las idiotas historietas cómicas.
X
La parte del ingreso nacional que fluye hacia las clases acomodadas en tan enorme que puede considerarse como inagotable para cualquier efecto práctico. Un gobierno popular que no tema obligar a los ricos a contribuir conforme a su capacidad de pago, tampoco puede tener razones válidas para abstenerse de ningún gasto que beneficie a la masa del pueblo. Por otra parte, las utilidades pueden gravarse libremente con el fin de elevar los salarios y de hacer que desciendan los precios de los artículos de primera necesidad.
Estos son los dogmas cardinales de la “heterodoxia” de nuestra época, cuyas falacias debe exhibir la educación económica
Conclusión
Las observaciones que preceden demuestran, por una parte, la importancia primordial de la educación económica y esbozan, por otra, un programa para dicha educación. El éxito o el fracaso de la empresa tendiente a sustituir ideas sanas en lugar de las erróneas que prevalecen, dependerá en último término de la capacidad y personalidad de los hombres a quienes tocará realizarla. Si en esta hora de decisión faltan los hombres idóneos, entonces la ruina de nuestra civilización es irremediable. Pero cuando se cuente con tales adalides, sus afanes serán fútiles si los rodean la indiferencia y la apatía de sus conciudadanos. Las fechorías de los dictadores individuales. de Fuehrers y Duces, pueden poner en peligro la supervivencia de la civilización. Su preservación, reconstrucción y continuación requieren los esfuerzos unidos de todos los hombres de buena voluntad.