Paul M. Sweezy
El
marxismo es el fundamento teórico de una gran parte del actual movimiento
socialista mundial, parte que incluye no sólo a los comunistas y a los
recientemente unificados partidos obreros de la Europa oriental, sino también a
partidos y grupos socialistas de izquierda, de tamaño e importancia variables,
en muchos otros países (por ejemplo, los socialistas de Nenni en Italia y el
reciente Parti Socialiste Unitaire en Francia). Pero se puede preguntar cuál es
el fundamento teórico del resto del movimiento socialista mundial, incluyendo
los partidos laboristas de Gran Bretaña y varios de los dominios, los partidos
socialistas de la Europa occidental y una gran variedad de partidos menores en
otros países que muestran una unidad espiritual con la socialdemocracia británica
y europea.
Muchos sostendrían,
probablemente, que esta segunda rama del movimiento socialista mundial no tiene
teoría sistemática en el sentido en que el marxismo lo es. Estrictamente
hablando, esta afirmación se justifica sin duda. Aún hay algunos socialdemócratas
que rinden homenaje verbal al marxismo; pero incluso esto es un fenómeno cada
vez más raro, y resulta ya claro que ningún partido socialdemócrata puede ya
considerarse marxista. Además, no hay un cuerpo de doctrina generalmente
aceptado que desempeñe respecto de la socialdemocracia el papel que el marxismo
desempeña respecto del comunismo y de los movimientos socialistas de izquierda.
Pero creo que sería una equivocación deducir de estos hechos indiscutibles que
la socialdemocracia no tiene ningún fundamento teórico. Su visión del mundo,
sus métodos de análisis económico y político, sus concepciones tácticas y
estratégicas, son demasiado uniformes y persistentes para permitir una tal
interpretación. Puede existir un fundamento teórico —lo que hoy se llama
usualmente “ideología”— sin que nunca se haya formulado como tal. Este
tipo de situación es un claro desafío para el estudioso de ciencias sociales.
Explicitar lo que hasta ahora había quedado implícito es siempre un paso
importante en el camino de la comprensión y la evaluación.
Si alguien se decidiera a
aceptar este desafío, se vería ciertamente obligado a examinar material de una
gran variedad de fuentes, que se remontarían a más de cien años en el tiempo
y que cubrirían al menos los países más importantes de la Europa occidental.
Pero creo que, casi inevitablemente, tendría que empezar por Gran Bretaña, que
es, por todos los conceptos, la cuna del mayor y más importante partido
socialdemócrata. Tras haber seleccionado Gran Bretaña, pronto llegaría a la Fabian Society (sociedad Fabiana), y, habiendo empezado con la
Sociedad Fabiana, tendría que emprender un estudio exhaustivo de su más famosa
publicación, los Fabian Essays in
Socialism, publicados por primera vez en 1889 bajo la dirección de George
Bernard Shaw y ahora republicados (por quinta vez) en una edición jubilar, con
una posdata de 25 páginas original del propio director[1]
Me atrevo a afirmar que los Fabian Essays
(Ensayos fabianos) constituyen la fuente unitaria más importante para entender
los fundamentos teóricos del actual movimiento socialista británico. Las
siguientes notas tratan de ayudar al hipotético investigador (espero que algún
día deje de ser hipotético) a apreciar correctamente al alcance y significado
de estos Ensayos. Pero como el espacio
de que dispongo es muy limitado, no intentaré abarcar todos los aspectos de los
Ensayos, sino que limitaré más bien
mis observaciones a la economía política de los fabianos.
Antes de proceder a un análisis
de la economía política fabiana me gustaría señalar una cosa que, en mi
parecer, no se ha entendido correctamente: el fabianismo no es un fenómeno
peculiar británico. Por el contrario, apareció un poco más tarde en el
continente europeo, aunque allí revistió un aspecto algo diferente. Para
explicar esta diferencia debemos recordar que, cuando se formó la Sociedad
Fabiana (1883), el socialismo organizado era mucho más fuerte en el continente
que en Inglaterra y, además que el movimiento continental en su mayor parte había
abrazado oficialmente el marxismo. Los fabianos tenían el camino bastante
expedito, mientras que sus equivalentes en el continente encontraban frente a
ellos una ideología socialista firmemente arraigada. Por eso, cuando el
fabianismo apareció en el continente, se le dio el nombre de
“revisionismo”, esto es, de un movimiento basado en una pretendida “revisión”
del marxismo. Pero en cuanto al contenido, el fabianismo y el revisionismo son
hermanos de sangre —o quizá debiera decir “padre e hijos”—, porque
tanto la prioridad del fabianismo como la directa relación entre fabianismo y
revisionismo son hechos demostrables. E. R. Pease, el historiador de la Sociedad
Fabiana, se enorgullece, con razón, de que los fabianos encabezaron un revuelta
internacional contra el marxismo. Por
lo que se refiere al continente, Pease nos dice:
La
revuelta vino de Inglaterra en la persona de Eduardo Bernstein, que, exiliado
por Bismarck, se refugió en Londres y, durante muchos años, tuvo estrecha
relación con la Sociedad Fabiana y sus líderes. Poco después de su vuelta a
Alemania publicó, en 1899, un libro criticando al marxismo, y de ahí se
desarrolló el movimiento revisionista en favor del pensamiento libre dentro del
socialismo, que ha atraído a los más jóvenes y que, antes de la guerra (la
primera guerra mundial), había logrado el control virtualmente, si no de hecho,
del partido socialdemócrata. En Inglaterra, y en Alemania por medio de
Bernstein, creo que la Sociedad Fabiana puede reivindicar la dirección de la
revuelta.[2]
Aquí el trabajo de Bernstein queda correctamente caracterizado como un ataque,
más bien que una revisión, del
marxismo; y se da el debido reconocimiento a la prioridad de los fabianos.
Volvamos ahora a los Ensayos.
Son ocho en total (dos de Shaw y uno de cada uno de los otros seis). divididos
en tres grupos. El primer grupo se titula “La base del socialismo” y
contiene un ensayo “económico” de Shaw, un ensayo “histórico” de Sidney
Webb, un ensayo “industrial” de William Clarke y un ensayo “moral” de
Sidney Olivier. El segundo grupo, titulado “La organización de la
sociedad”, contiene “La propiedad bajo el socialismo”, de Graham Wallas, y
“La industria bajo el socialismo”, de Annie Besant. El tercero y último
grupo, titulado “La transición a la socialdemocracia”, se compone de “La
transición”, de Shaw, y “Las perspectivas”, de Hubert Bland. Los ensayos
más importantes, naturalmente, son los de Shaw y Webb, que ya detentaban la
dirección intelectual de la Sociedad Fabiana y que, junto con Beatrice Webb,
que se sumó dos años más tarde, iban a dominar su evolución durante muchos años.
Si tuviera que clasificar a los otros en orden decreciente de importancia, creo
que pondría a Clarke encabezando la lista, seguido de Wallas, Bland, Olivier y
Besant. El ensayo de Besant es, con mucho, el peor, representando una caída en
una especie de utopismo insípido que, en general, no es característico de los
fabianos.
En su valiosa introducción
a la reimpresión correspondiente a 1920 de los Ensayos fabianos, Sidney Webb expresaba la opinión de que la parte
del libro que mejor se ha mantenido es el análisis económico:
¿Cuál
era, entonces, la política económica de los fabianos en 1889 y, según parece,
durante las tres décadas siguientes?
Las varias influencias que
componían la síntesis fabiana son claramente reconocibles en el ensayo de Shaw.
El trasfondo que domina todo el conjunto es Ricardo —no el verdadero Ricardo
histórico, sin embargo, sino un Ricardo totalmente “henry-georgeficado”—.
Falta la teoría del valor-trabajo, con su teoría del beneficio correlativa,
mientras que las teorías clásicas de la renta y de la población destacan con
tanto mayor relieve cuanto que se las ha sacado de su contexto total. En lugar
de la teoría ricardiana del valor, Shaw coloca la teoría de Jevons, con toda
la característica terminología jevonsiana.[3].
En lugar de la teoría ricardiana del beneficio, ¿qué coloca Shaw? Me parece
bastante difícil dar una clara respuesta a esta pregunta. Ocasionalmente
aparece una teoría de la “renta de capacidad”. (cf. pág. 9), aunque no
queda clara la importancia que Shaw le concede. A veces el beneficio parece ser
una especie de super-renta, “un pago por el privilegio de utilizar la tierra,
por el acceso a lo que hoy es un monopolio cerrado” (pág. 10). A veces, de
manera incongruente, se presenta el beneficio como si se debiera, al estilo de
la teoría marxista, a la capacidad del proletario de producir un excedente por
encima de su subsistencia (pág.11). A veces el beneficio parece desaparecer
completamente, como en la afirmación de que “todos dejarán de producir
cuando el valor de su producto caiga por debajo de su coste de producción, bien
sea en trabajo o en trabajo más rentas”.
(pág. 17). Y a veces el beneficio (o, al menos, el interés) parece simplemente
una renta con otro nombre, como cuando se afirma que “en lenguaje corriente,
se dice que una propiedad con granja es tierra que produce renta, mientras de
una propiedad con ferrocarril se dice que es capital que produce interés” (pág.
19).
Pudiera suponerse que esta
confusión acerca de la teoría del beneficio resultaría fatal a una economía
política específicamente socialista. Pero me imagino que Shaw habría
eliminado la crítica, incluso aunque se le hubiera podido convencer de que era
correcta. Para él la renta era, con mucho, la forma dominante de ingreso no
ganado; el beneficio era un fenómeno de importancia secundaria. “La
socialización de la renta —nos dice— significaría la socialización de los
medios de producción a través de la expropiación de los actuales propietarios
privados, y la transferencia de su propiedad a toda la nación. Esta
transferencia, por tanto, es la clave de la transición al socialismo” (pág.
167). Y la misma idea se repite una y otra vez en los argumentos de los
ensayistas. Desde luego, si esto fuera así, resultaría que, por mucha confusión
que hubiera con respecto al beneficio, no podría quedar afectada la esencial
solidez del esquema fabiano de la economía política.
Ni que decir tiene que la
teoría de Shaw sobre el desarrollo económico está construida de tal forma que
la propiedad agraria y la renta de la tierra quedan en el centro del cuadro. El
factor dinámico es el crecimiento de la población, que deprime más y más la
productividad marginal del cultivo, forzando a los desventurados proletarios a
aceptar un nivel de vida cada vez más bajo y vertiendo una corriente cada vez
mayor de riqueza en los bolsillos de la inactiva clase terrateniente. Ni se
menciona el problema de la acumulación de capital.
La teoría jevonsiana del
valor no es parte integrante de este esquema. Aun sin ella, la estructura
permanecería en pie, exactamente igual que una columna sigue cumpliendo su
función sin las volutas que decoran su capitel. La única conclusión positiva
basada en la teoría de Jovens es la ingeniosa pero poco convincente afirmación
de que la existencia de obreros en paro demuestra que el trabajo carece en
realidad de valor, ya que “por la ley de la indiferencia, nadie compraría
hombres por un precio cuando puede obtener hombres igualmente útiles por
nada” (pág. 18). Desde luego, los parados no van a trabajar por nada, ni
tampoco los trabajadores empleados a quienes sustituirían. pero esto no prueba
que los trabajadores tengan un valor: “Su salario no es su precio; no valen
nada; es sólo su manutención” (pág. 18). Parece que Shaw hubiera hecho
mejor ateniéndose a la menos paradójica pero más lógica teoría clásica,
según la cual su manutención es su
valor.[4]
Es posible encontrar
numerosos pasajes en todo el volumen que apenas son compatibles con la teoría
abstracta de la economía política expuesta en el ensayo inicial.
Particularmente, al tratar de la historia de la Inglaterra decimonónica, los
fabianos se mostraron plenamente conscientes de que la victoria del libre cambio
fue simplemente un reflejo en la esfera política del triunfo económico de los
capitalistas manufactureros sobre los aristócratas terratenientes.[5]
Pero nunca siguieron las implicaciones teóricas de esta convicción. Si lo
hubieran hecho, se hubieran visto obligados a considerar los problemas de la
acumulación de capital, y quizá hubieran tenido que llegar a reconocer el
hecho de que el desarrollo del capitalismo puede llevar, por medio del avance
tecnológico y de la apertura del mercado mundial, a un alza en vez de una caída
de la productividad marginal del cultivo. Con este reconocimiento hubiera sin
duda llegado otro: que toda la estructura de Shaw en economía política era una
casa construida en la arena. ¿Y entonces? ¿Es mucho suponer que, en ese caso,
Marx hubiera sido escuchado, al menos, con un poco más de atención?
Pero esto es permitirnos una
especulación infructuosa. Volviendo a los hechos, las ideas de los fabianos
permanecieron bajo la dominación de una versión henry-georgiana pasada por
Shaw de las teorías clásicas de la renta y de la población, y creo que este
hecho puede relacionarse directamente con otro aspecto de la doctrina fabiana
que ha tenido una influencia mucho más duradera e inevitable sobre el
socialismo británico que la propia economía política fabiana. Me refiero a la
famosa teoría del “gradualismo”, que es a menudo considerada —y no sin
razón— como la verdadera esencia del fabianismo.
En los Ensayos se puede encontrar base para dos versiones diferentes de la
teoría del gradualismo. Por un lado está la idea, expresada en numerosos
pasajes, de que la sociedad se está socializando automáticamente,
de que “la historia económica del siglo (XIX) es un exponente casi continuo
del progreso del socialismo” (Webb, pág. 29) y de que “no habrá nunca un
punto en que la sociedad pase del individualismo al socialismo. El paso se efectúa
de manera continua, y nuestra sociedad va claramente hacia el socialismo” (Besant,
pág. 141). Según esta teoría, el socialismo impregna irresistiblemente todas
las clases y todos los partidos (“todos somos ya socialistas”), en la famosa
frase del político liberal Sir William Harcourt), y la única función del
socialista consciente es colaborar en el proceso; no hay necesidad de un partido
político socialista separado, con programa y estrategia propios. La segunda
concepción del gradualismo sostiene que el desarrollo subyacente de la sociedad
favorece el crecimiento del socialismo, pero que su definitiva introducción sólo
puede ser consecuencia de la acción consciente de un partido separadamente
organizado que desarrolle una lucha política continua contra todos los partidos
burgueses. La estrategia de este partido socialista debe o debiera ser (ambos
puntos de vista se encuentran en los Ensayos) la de una reforma progresiva que acabaría por traer un
socialismo de cuerpo entero tras un proceso prolongado. Esta concepción del
gradualismo encuentra su más clara expresión en el concluyente ensayo de
Hubert Bland, que presta poco crédito a la teoría de la impregnación.
A pesar de la coexistencia
en los Ensayos de estas dos ideas de
gradualismo, yo creo que no puede haber duda de que en la práctica el
fabianismo promovió la partidaria de una acción política independiente. En su
introducción de 1920, Sidney Webb insiste en este punto, y, aunque me parece
que subestima la importancia del impregnacionismo en los Ensayos, no veo razón para rechazar este juicio. Esta es la
concepción de gradualismo que fue adoptada por el partido laborista en 1919
(cuando se suscribió por primera vez una constitución definidamente
socialista) y que ha sido el lema político del partido desde entonces. ¿Cómo
se relaciona el gradualismo en este sentido con la teoría fabiana de la economía
política que hemos ya examinado?
Para contestar a esta
pregunta debemos tener presente que la estrategia gradualista implica no sólo
una suposición de lo que es deseable, sino también una suposición de lo que
es posible. Presupone obviamente que las clases propietarias reducirán su
oposición al socialismo al campo de la política constitucional y aceptarán la
derrota de buen grado. Sin esta presunción —si se supone, por el contrario,
que en un determinado momento las clases propietarias no dudarán en deshacerse
de la constitución y emplear la violencia en defensa de sus privilegios—,
predicar el gradualismo incondicional no es más que desarmar previamente al
movimiento socialista y dar lugar a un desastre definitivo. ¿Cuál era,
entonces, la base en que fundaban los fabianos su estimación sobre la probable
conducta de la clase dirigente británica? Yo creo que una pequeña parte de la
respuesta radica en su obsesiva preocupación por la renta de la tierra y la
cuestión agraria. La aristocracia terrateniente se había sometido a la derrota
en 1832 sin levantar el estandarte de la revuelta: era manifiestamente una clase
parasítica y falta de vigor. Si el logro del socialismo era esencialmente una
cuestión de nacionalizar la tierra, como todos los ensayistas afirman
repetidamente, era entonces muy razonable suponer que la “fuerza moral”
(para usar la expresión que medio siglo antes había popularizado el ala
pacifista del movimiento cartista) bastaría para lograr la victoria.
Puede demostrarse con
numerosas citas que ésta era efectivamente la perspectiva de los fabianos, pero
ilustraremos este punto con dos o tres partes dispersas de los Ensayos.
Clarke habla de tomar “las riendas cuando caigan de las débiles manos de la
inútil clase poseedora” (pág. 95). Besant insiste en que “el éxito del
capitalismo trae consigo una posición que es, a la vez, intolerable para la
mayoría y fácil de controlar por ésta” (pág.141). Shaw afirma explícitamente
que “no necesitamos prever seriamente que los terratenientes van a luchar
efectivamente” (pág. 179) y tiene la esperanza de que “gran parte de este
proceso (de transición), tal como se ha descrito aquí, puede ser previsto por
diversos sectores de la clase propietaria que va capitulando progresivamente, a
medida que la red se cierra sobre sus especiales intereses, de tal manera que
ellos puedan mantenerse hasta que su poder quede completamente destrozado” (pág.
185).
Todo esto tiene sentido si
pensamos en términos de una clase de ociosos rentistas; pero ¿qué valor tiene
si se aplica a la clase capitalista que hizo de Inglaterra el “taller del
mundo” y construyó el mayor imperio que ha conocido la historia sin reparar
en el uso de la fuerza cuando servía a sus propósitos? ¿No tenemos fundamento
para suponer que la visión política de los fabianos estaba seriamente
deformada por una teoría de la economía política rígida e irreal?
Otro aspecto más de la
economía política fabiana me parece requerir particular atención. Como es
bien sabido, la teoría marxista divide la historia (pasada, presente y futura)
de Europa desde la caída del Imperio romano en tres etapas, designada cada una
con el nombre del sistema social dominante: feudalismo, capitalismo y
socialismo. En el ensayo “histórico” de Sidney Webb aparecen tres etapas análogas,
pero con nombres diferentes: la antigua síntesis, el período de anarquía y la
nueva síntesis. No es forzar las cosas excesivamente igualar la antigua síntesis
al feudalismo y la nueva síntesis al socialismo, pero un marxista nunca estaría
de acuerdo en que el capitalismo quede debidamente caracterizado como el período
de anarquía. El contraste en los nombres indica una profunda diferencia de
puntos de vista.
Según la visión marxista,
el capitalismo es un orden social que
sólo puede entenderse en términos de sus leyes internas de cohesión y de sus
leyes generales de desarrollo. La clave de las leyes internas es lo que Marx
llamaba la “ley del valor”, que en otro lugar he caracterizado como “una
teoría del equilibrio desarrollada en primer término con referencia a la
producción simple de mercancías y adaptada después al capitalismo”,[6]
las leyes del desarrollo se derivan de la acumulación de capital. Estas
ideas no tienen correspondencia en el sistema fabiano. Como ya hemos visto, la
teoría jevonsiana del valor no desempeña un papel esencial en la economía política
fabiana[7].
y la fuerza motriz del
desarrollo capitalista —el crecimiento de la población— parece, en la visión
fabiana, natural más bien que socialmente condicionado. Al no haber una dirección
consciente, finalista, de la sociedad bajo el capitalismo, éste parece no un orden
social, sino un mero desorden —sin leyes, caótico y esencialmente
invulnerable al análisis racional—. Este punto de vista queda sucintamente
expresado por Hubert Bland en su admirativo juicio acerca de la contribución de
Sidney Webbb a los Ensayos: “Su artículo era una demostración inductiva del fracaso
de la anarquía para satisfacer las necesidades de hombres y mujeres reales y
concretos, una prueba histórica de que el mundo se mueve desde el sistema, a
través del desorden, hacia el sistema otra vez” (pág. 188). En todo el
volumen no hay indicación de que los fabianos se hayan siquiera preocupado del
problema de cómo se distribuyen los recursos productivos entre las varias
industrias bajo el capitalismo o de cómo es posible que, sin ninguna dirección
central, se mantenga un flujo estable de materias primas a lo largo del proceso
productivo y aparezcan los bienes de consumo en cantidades suficientes para
mantener el proceso vital de la sociedad.
Este vacío en la teoría
fabiana tenía un corolario peculiar que me parece que aún se hace sentir en el
movimiento socialista británico. Al no haberse nunca planteado el problema de
la distribución de los recursos bajo el capitalismo, los fabianos no llegaron a
reconocer la existencia del problema como tal. En consecuencia, nada tenían que
decir de su solución bajo el socialismo. Debo insistir en que no me refiero aquí
al abstracto y bastante irreal debate que surgió tras la primera guerra mundial
acerca de si sería teóricamente posible
para el socialismo resolver este problema. Hablo más bien de las implicaciones
del problema y del método para
resolverlo dentro de la forma y de la estructura de la sociedad socialista. A
este respecto, la evidencia más sorprendente es que, si no recuerdo mal, la
palabra “planificación” no aparece en todo el volumen; no hay ningún
examen del papel del gobierno central bajo el socialismo, aparte de afirmaciones
generales tales como la de que administrará las grandes industrias de
importancia nacional. Los ensayos que tratan de la organización de la sociedad
socialista (el de Wallas, el de Besant y el segundo de Shaw) insisten
principalmente en la municipalización de los medios de producción, y no llegan
siquiera a sugerir que las actividades de varios municipios deban coordinarse de
una manera u otra.
Así, mientras los marxistas
han sido siempre plenamente conscientes de que el socialismo debe consistir en
una sociedad planificada centralmente, el pensamiento socialista británico,
siguiendo los pasos de los fabianos (y, algo más tarde, de los socialistas
guildistas, que en este aspecto mostraban una estrecha afinidad con los fabianos),
ha sido siempre vago y oscuro en esta cuestión crucialmente importante. Yo creo
que cualquiera que se proponga descubrir lo que el actual gobierno laborista en
Inglaterra entiende por “planificación” pronto quedará penosamente
convencido de esta crónica debilidad del pensamiento socialista británico.[8]
En conclusión, yo afirmo
que la economía política fabiana, según está expuesta en los Ensayos, distaba mucho de ser el instrumento de análisis
“incisivo y perfecto” que Sidney Webb suponía confiadamente en 1920. Quizá
los fabianos hubieran podido, después de todo, haber aprendido algo de la
“pasada de moda” teoría marxista. Y quizá sea posible que aún contenga
alguna lección incluso para el actual movimiento socialista británico.
* The Journal of Political Economy, en junio de 1949.
[1] Fabian Essays, por Bernard Shaw, el Right Honorable Lord Passfield (Sidney Webb), Graham Wallas, Lord Olivier, William Clarke, Annie Besant, Hubert Bland, con un postscriptum del original editor Bernard Shaw, titulado Sixty Years of Fabianism (Londres, 1948).
[2] The History of the Fabian Society (Londres, 1916), pág. 239.
[3] Originalmente, Shaw había adoptado la teoría marxista del valor, pero se convirtió a la escuela de la utilidad a resultas de un debate con Wicksteed, en 1884, en las páginas de la revista socialista Today. La crítica de Wicksteed de la teoría marxista es una de las primeras y también una de las mejores desde el punto de vista de la teoría subjetiva del valor. Se reproduce, junto con la réplica de Shaw, en la edición de 1933 de The Commonsense of Political Economy (vol. II, pág. 705 y sgs.
[4] Sin embargo, no debe olvidarse que aquí Shaw se estaba enfrentando con un problema muy real, a cuya solución poco podían contribuir ni los clásicos ni los marginalistas. El problema es simplemente éste: cómo explicar la persistencia del paro. El intento de Shaw de resolverlo en términos de la teoría de la utilidad marginal le lleva a una clara contradicción; pero esto apenas constituye un síntoma de inferioridad para economistas que ni siquiera reconocen la existencia del problema Shaw pudo haber encontrado un camino volviendo a Marx. Sus modernos sucesores en el movimiento laborista inglés se han visto salvados de esta penosa alternativa gracias a la intervención providencial (para ellos) de Keynes.
[5] Así, por ejemplo, la afirmación de Clarke: “El triunfo del libre cambio significa, por tanto, económicamente la caída de la vieja clase terrateniente pura y simple y la victoria del capitalismo” (pág. 75).
[6] The Theory of Capitalist Development (Nueva York, 1942), pág. 53.
[7] Quizá se deba esto en parte al hecho de que Jevons a diferencia de sus contemporáneos de la escuela de Lausanne, dejó claramente de elaborar una teoría del equilibrio general. Así, la teoría subjetiva del valor no arroja ninguna luz acerca de la naturaleza del capitalismo como sistema social y sólo con una teoría del equilibrio general se destaca claramente el papel coordinador de los precios y de los mercados.
[8] Véase, por ejemplo, el libro Bblanco titulado Economic Survey for 1947, que dedica más de la cuarta parte de su texto a la sección “Planificación Económica”