Sobre Conceptos y medidas de Pobreza

 

Amartya K. Sen

Los conceptos de la pobreza

Requisitos de un concepto de pobreza

En su lecho de muerte, en Calcuta, J. B. S. Haldane escribi� un poema llamado El c�ncer es una cosa extra�a.[1] La pobreza no es menos extra�a. Consid�rese la siguiente visi�n sobre ella:

  A las personas no se les debe permitir llegar a ser tan pobres como para ofender o causar dolor a la sociedad. No es tanto la miseria o los sufrimientos de los pobres sino la incomodidad y el costo para la comunidad lo que resulta crucial para esta concepci�n de la pobreza. La pobreza es un problema en la medida en que los bajos ingresos crean problemas para quienes no son pobres[2].

  Vivir en la pobreza puede ser triste, pero �ofender o causar dolor a la sociedad� creando �problemas a quienes no son pobres�, es, al parecer, la verdadera tragedia. Es dif�cil reducir m�s a los seres humanos a la categor�a de �medios�.

El primer requisito para conceptuar la pobreza es tener un criterio que permita definir qui�n debe estar en el centro de nuestro inter�s. Especificar algunas �normas de consumo� o una �l�nea de pobreza� puede abrir parte de la tarea: los pobres son aquellos cuyos niveles de consumo caen por debajo de estas normas, o cuyos ingresos est�n por debajo de esa l�nea. Pero esto lleva a otra pregunta: �el concepto de pobreza debe relacionarse con los intereses de: 1) s�lo los pobres; 2) s�lo los que no son pobres, o 3) tanto unos como otros?

Parece un tanto grotesco afirmar que el concepto de pobreza s�lo se debe ocupar de los no pobres, y me tomo la libertad de desechar la alternativa 2) y la �visi�n� incluida en la cita, sin m�s consideraciones. La posibilidad 3) puede, sin embargo, parecer atractiva por amplia y exenta de restricciones. Sin duda, la penuria de los pobres afecta el bienestar de los ricos. La verdadera pregunta es si estas consecuencias se deber�an incorporar como tales en el concepto de pobreza, o figurar como posibles efectos de la pobreza. No resulta dif�cil escoger esta �ltima respuesta, ya que en un sentido obvio la pobreza tiene que ser una caracter�stica de los pobres, y no de los no pobres. Se podr�a argumentar, por ejemplo, que si se considera un caso de reducci�n real del ingreso y un incremento del sufrimiento de todos los pobres, ello tendr� que describirse como un aumento de la pobreza, sin importar si este cambio va acompa�ado por una reducci�n de los efectos adversos para los ricos (por ejemplo, si los ricos se �ofenden� menos ante la vista de la penuria).

Esta concepci�n de la pobreza, basada en el punto 1), no implica, por supuesto, negar que el sufrimiento de los pobres puede depender de la condici�n de los no pobres. Simplemente sostiene que el foco del concepto de pobreza tiene que ser el bienestar de los pobres como tales, sin importar los factores que lo afecten. La causalidad de la pobreza y los efectos de ella ser�n, en s� mismos, objetos importantes de estudio, y la conceptuaci�n de la pobreza �nicamente en t�rminos de las condiciones de los pobres no resta importancia al estudio de estas cuestiones. En efecto, habr� mucho que decir sobre ellas m�s adelante.

Tal vez vale la pena mencionar, en este contexto, que en algunas discusiones el inter�s no gira en torno a la prevalencia de la pobreza en un pa�s, expresada en el sufrimiento de los pobres, sino en la opulencia relativa de la naci�n como un todo.[3] En esas discusiones ser� completamente leg�timo preocuparse por el bienestar de todos los habitantes de un pa�s. As�, la denominaci�n de una naci�n como �pobre� se debe relacionar con este concepto m�s amplio. Estos son ejercicios distintos y, en la medida en que se reconozca claramente este hecho, no habr� lugar para la confusi�n.

Mucho queda por hacer incluso tras identificar a los pobres y asentar que el concepto de pobreza se relaciona con las condiciones de los pobres. Est� el problema �frecuentemente importante� de agregaci�n del conjunto de caracter�sticas de los pobres, que entra�a desplazar el inter�s de la descripci�n de los pobres hacia alguna medida global de �la pobreza� como tal. Seg�n algunas corrientes de pensamiento esto se realiza simplemente contando el n�mero de pobres; as� la pobreza se expresa como la relaci�n entre el n�mero de pobres y la poblaci�n total de la comunidad.

Esta �tasa de incidencia� (H) tiene por lo menos dos serias limitaciones. En primer lugar, no da cuenta de la magnitud de la brecha de los ingresos de los pobres con respecto a la l�nea de pobreza: una reducci�n de los ingresos de todos los pobres, sin afectar los ingresos de los ricos, no modificar� en absoluto la tasa de incidencia. En segundo lugar, es insensible a la distribuci�n del ingreso entre los pobres; en particular, ninguna transferencia de ingresos de una persona pobre a una m�s rica puede incrementar esta tasa. Estos dos efectos de la medida H, la m�s ampliamente utilizada, la hacen inaceptable como indicador de pobreza, y la concepci�n de la pobreza impl�cita en ella parece bastante cuestionable.

En esta secci�n no se abordan los problemas de medici�n como tales, ya que se tratan en la siguiente. Empero, detr�s de cada medida hay un concepto anal�tico y aqu� cabe centrar el inter�s en las ideas generales relativas a la concepci�n de la pobreza. Si la argumentaci�n anterior es correcta, un concepto de pobreza debe incluir dos ejercicios bien definidos, mas no inconexos: 1) un m�todo para incluir a un grupo de personas en la categor�a de pobres (�identificaci�n�), y 2) un m�todo para integrar las caracter�sticas del conjunto de pobres en una imagen global de la pobreza (�agregaci�n�). Ambos ejercicios se desarrollar�n en la secci�n siguiente, pero antes ser� necesario estudiar el tipo de consideraciones que pueden intervenir en su definici�n. El resto de este apartado se ocupa de dichos temas.

Tales consideraciones aparecen muy claramente en los diferentes enfoques del concepto de pobreza que se encuentran en la literatura. Algunos han sido objeto de ataques severos recientemente, mientras que otros no se han examinado con una actitud cr�tica suficiente. Al evaluar estos enfoques en las pr�ximas subsecciones, se tratar� de evaluar tanto los enfoques como sus respectivas criticas.

El enfoque biol�gico

En su famoso estudio de principios de siglo sobre la pobreza en York, Seebohm Rowntree defini� las familias en situaci�n de �pobreza primaria como aquellas� cuyos ingresos totales resultan insuficientes para cubrir las necesidades b�sicas relacionadas con el mantenimiento de la simple eficiencia f�sica�. No sorprende que consideraciones biol�gicas relacionadas con los requerimientos de la supervivencia o la eficiencia en el trabajo se hayan utilizado a menudo para definir la l�nea de la pobreza, ya que el hambre es, claramente, el aspecto m�s notorio de la pobreza.

El enfoque biol�gico ha sido intensamente atacado en �pocas recientes.[4] Su uso presenta, en efecto, serios problemas.

En primer t�rmino, hay variaciones significativas de acuerdo con los rasgos f�sicos, las condiciones clim�ticas y los h�bitos de trabajo. Incluso para un grupo espec�fico en una regi�n determinada, los requerimientos nutricionales son dif�ciles de establecer con precisi�n. Algunas personas han logrado sobrevivir con una alimentaci�n incre�blemente escasa y parece haber un incremento acumulativo de la esperanza de vida a medida que los l�mites diet�ticos ascienden. De hecho, la talla de las personas parece crecer con la nutrici�n en un rango muy amplio; los estadounidenses, los europeos y los japoneses han aumentado tangiblemente su estatura a medida que han mejorado sus dietas. Es dif�cil trazar una raya en alguna parte. Los llamados �requerimientos nutricionales m�nimos� encierran una arbitrariedad intr�nseca que va mucho m�s all� de las variaciones entre grupos y regiones.

En segundo t�rmino, para convertir requerimientos nutricionales m�nimos en requerimientos m�nimos de alimentos es preciso elegir los bienes espec�ficos. Aunque puede ser f�cil resolver el ejercicio de programaci�n del �problema de la dieta� merced a la elecci�n de una dieta de costo m�nimo que cubra unos requerimientos nutricionales espec�ficos, a partir de productos alimenticios de determinado precio, no es clara la relevancia de �sta. Por lo com�n, la dieta resultante es de un costo exageradamente bajo,[5] pero mon�tona en grado monumental, y los h�bitos alimentarios de la gente no est�n determinados en la realidad por tales ejercicios de minimizaci�n de costos. Los ingresos que efectivamente permiten satisfacer los requerimientos nutricionales dependen, en gran parte, de los h�bitos de consumo de las personas.

En tercer t�rmino, resulta dif�cil definir los requerimientos m�nimos para los rubros no alimentarios. El problema usualmente se soluciona suponiendo que una porci�n definida del ingreso total se gastar� en comida. Con este supuesto, los costos m�nimos de alimentaci�n se pueden utilizar para establecer los requerimientos m�nimos de ingresos. Pero la proporci�n gastada en alimentos no s�lo var�a con los h�bitos y la cultura, sino tambi�n con los precios relativos y la disponibilidad de bienes y servicios. No es sorprendente que la experiencia contradiga a menudo a los supuestos. Por ejemplo, los c�lculos de requerimientos de subsistencia de Lord Beveridge durante la segunda guerra mundial se alejaron mucho de la realidad, en vista de que los brit�nicos gastaban en comida una porci�n de su ingreso muy inferior a la que se hab�a supuesto.[6]

En vista de estos problemas, bien se puede coincidir con Mart�n Rein cuando afirma que �casi todos los procedimientos utilizados en la definici�n de la pobreza como nivel de subsistencia se pueden cuestionar razonablemente�[7]. Sin embargo, subsiste la siguiente interrogante: tras cuestionar cada uno de los procedimientos del enfoque biol�gico, �qu� se puede hacer: ignorar simplemente este enfoque[8]. O ver si algo queda que merezca salvarse? Yo dir�a que s� queda algo.

Es cierto que el concepto de requerimientos nutricionales es muy difuso, pero no hay raz�n alguna para suponer que la idea de pobreza deba ser tajante y precisa. De hecho, hay cierta vaguedad impl�cita en ambos conceptos y la pregunta realmente interesante tiene que ver con el grado en que los �mbitos de vaguedad de ambas nociones, de acuerdo con su interpretaci�n com�n, tiendan a coincidir. El problema entonces no es si los est�ndares nutricionales son vagos, sino m�s bien si la vaguedad es del tipo requerido.

A mayor abundamiento, para evaluar si alguien tiene acceso a un paquete nutricional espec�fico, no hay necesidad de determinar si la persona tiene ingresos suficientes para adquirir ese paquete. Basta verificar si la persona cubre, efectivamente, los requerimientos nutricionales o no. Incluso en los pa�ses pobres la informaci�n nutricional directa de este tipo puede obtenerse mediante muestras estad�sticas de paquetes de consumo y analizarse ampliamente.[9] As�, el ejercicio de �identificaci�n� seg�n el enfoque nutricional no tiene que pasar, en absoluto, por la etapa intermedia del ingreso.

Incluso cuando se utiliza el ingreso, la conversi�n de un conjunto de normas nutricionales m�nimas (o de conjuntos alternativos de dichas normas) en ingresos o l�neas de pobreza se puede simplificar significativamente por el amplio predominio de patrones particulares de comportamientos de consumo en la comunidad de que se trate. La similitud de h�bitos y comportamientos reales permiti� derivar niveles de ingreso en los cuales las normas nutricionales ser�n �t�picamente� satisfechas.

Por �ltimo, aunque es dif�cil negar que la desnutrici�n s�lo capta un aspecto de nuestra idea de la pobreza, se trata de uno importante, en especial para muchos pa�ses en desarrollo.

Parece claro que la desnutrici�n tiene un lugar central en la concepci�n de la pobreza. La forma precisa en que ese lugar ha de especificarse est� a�n por estudiarse, pero la tendencia reciente a descartar todo el enfoque es un ejemplo notable de refinamiento fuera de lugar.

El enfoque de la desigualdad

La idea de que el concepto de pobreza es equiparable al de desigualdad tiene una plausibilidad inmediata. Al fin y al cabo, las transferencias de los ricos a los pobres pueden tener un efecto considerable en la pobreza en muchas sociedades. Incluso la l�nea de pobreza que se usa para identificar a los pobres ha de establecerse en relaci�n con est�ndares contempor�neos en la comunidad de que se trate. As�, la pobreza podr�a parecer muy similar a la desigualdad entre el grupo m�s pobre y el resto de la comunidad.

Miller y Roby argumentan poderosamente en favor de la visi�n de la pobreza en t�rminos de desigualdad, y concluyen:

  Enunciar los problemas de la pobreza en t�rminos de estratificaci�n supone concebir la primera como un problema de desigualdad. En este enfoque, nos alejamos de los esfuerzos de medir las l�neas de pobreza con precisi�n, seudocient�fica. En lugar de eso, consideramos la naturaleza y la magnitud de las diferencias entre el 20 o el 10 por ciento m�s bajo de la escala social y el resto de ella. Nuestro inter�s se centra en cerrar las brechas entre los que est�n abajo y los que est�n mejor en cada dimensi�n de la estratificaci�n social.[10]

  Es claro que hay mucho que decir en favor de este enfoque. No obstante, cabe arguir que la desigualdad es fundamentalmente un problema distinto de la pobreza. Analizarla pobreza como un �problema de desigualdad�, o viceversa, no le har�a justicia a ninguno de los dos conceptos. Obviamente, la desigualdad y la pobreza est�n relacionadas. Pero ninguno de los conceptos subsume al otro. Una transferencia de ingresos de una persona del grupo superior de ingresos a una en el rango medio tiene que reducir la desigualdad ceteris paribus; pero puede dejar la percepci�n de la pobreza pr�cticamente intacta. Asimismo, una disminuci�n generalizada del ingreso que no altere la medida de desigualdad escogida puede llevar a un brusco aumento del hambre, de la desnutrici�n y del sufrimiento evidente; en este caso resultar�a fant�stico arg�ir que la pobreza no ha aumentado. Ignorar informaci�n sobre muertes por inanici�n y sobre el hambre no equivale en realidad a abstenerse de una �precisi�n seudocient�fica� sino, m�s bien, es como estar ciego frente a par�metros importantes de la comprensi�n com�n de la pobreza. No es posible incluir a �sta en el �mbito de la desigualdad, ni viceversa.[11]

Otra cosa bien distinga es aceptar que la desigualdad y la pobreza se relacionan y que otro sistema de distribuci�n puede erradicar la segunda, incluso sin una expansi�n de las capacidades productivas de un pa�s. Reconocer la naturaleza distintiva de la pobreza como concepto permite tratarla como un tema de inter�s por s� mismo. El papel de la desigualdad en la prevalencia de la pobreza puede entonces considerarse en el an�lisis de �sta, sin equiparar los dos conceptos.

Privaci�n relativa.

El concepto de �privaci�n relativa� se ha utilizado con buen fruto para analizar la pobreza,[12] sobre todo en la literatura sociol�gica. Ser pobre tiene mucho que ver con tener privaciones y es natural que, para un animal social, el concepto de privaci�n sea relativo. Sin embargo, en el t�rmino �privaci�n relativa� est�n contenidas, al parecer, nociones distintivas y diversas.

Una distinci�n tiene que ver con el contraste entre �sentimientos de privaci�n� y �condiciones de privaci�n�. Peter Townsend ha sostenido que �la �ltima ser�a una mejor acepci�n�.[13] Hay mucho que decir a favor de un conjunto de criterios basados en condiciones concretas, que permitieran usar el t�rmino �privaci�n relativa� en un �sentido objetivo para describir situaciones en las cuales las personas poseen cierto atributo deseable, menos que otras, sea ingreso, buenas condiciones de empleo o poder�.[14]

Por otra parte, la elecci�n de las �condiciones de privaci�n� no puede ser independiente de los �sentimientos de privaci�n�. Los bienes materiales no se pueden evaluar, en este contexto, sin una referencia a la visi�n que la gente tiene de ellos; incluso si los �sentimientos� no se incorporan de manera expl�cita deben desempe�ar un papel impl�cito en la selecci�n de los atributos. Townsend ha insistido, con acierto, en la importancia de �definir el estilo de vida generalmente compartido o aprobado en dada sociedad y evaluar si (...) hay un punto en la escala de la distribuci�n de recursos por debajo del cual las familias encuentran dificultades crecientes (...) para compartir las costumbres, actividades y dietas que conforman ese estilo de vida�.[15] Sin embargo, para definir el estilo y el nivel de vida, cuya imposibilidad de compartir se considera importante, hay que tener tambi�n en cuenta los sentimientos de privaci�n. No es f�cil disociar las �condiciones�  de los �sentimientos�  y, un diagn�stico objetivo de las primeras requiere una comprensi�n adecuada de los segundos.

Una segunda distinci�n tiene que ver con cu�les �grupos de referencia� se escogen para fines comparativos. De nuevo, hay que considerar aquellos con los que las personas se comparan realmente, lo cual puede constituir uno de los aspectos m�s dif�ciles al estudiar la pobreza conforme al criterio de la privaci�n relativa. El marco de la comparaci�n no es independiente, desde luego, de la actividad pol�tica en la comunidad estudiada,[16] ya que el sentimiento de privaci�n de una persona est� �ntimamente ligado a sus expectativas, a su percepci�n de lo que es justo y a su noci�n de qui�n tiene derecho a disfrutar qu�.

Estos diferentes aspectos relacionados con la idea general de la privaci�n relativa influyen de modo considerable en el an�lisis social de la pobreza. Sin embargo, vale la pena se�alar que tal enfoque
�incluyendo todas sus variantes� no puede ser, en realidad, la �nica base del concepto de pobreza. Una hambruna, por ejemplo, se considerar� de inmediato como un caso de pobreza aguda, sin importar cu�l sea el patr�n relativo dentro de la sociedad. Ciertamente, existe un n�cleo irreductible de privaci�n absoluta en nuestra idea de la pobreza, que traduce los informes sobre el hambre, la desnutrici�n y el sufrimiento visibles en un diagn�stico de pobreza sin necesidad de conocer antes la situaci�n relativa. Por tanto, el enfoque de la privaci�n relativa es complementario, y no sustitutivo, del an�lisis de la pobreza en t�rminos de desposesi�n absoluta.

�Un juicio de valor?

En tiempos recientes, muchos autores han expuesto de modo convincente la concepci�n de que �la pobreza es un juicio de valor�: concebir como algo que se desaprueba y cuya eliminaci�n resulta moralmente buena parece natural. M�s a�n, Mollie Orshansky, prominente autoridad en la materia, ha dicho que �la pobreza, como la belleza, est� en el ojo de quien la percibe�.[17] El ejercicio parecer�a ser, entonces, fundamentalmente subjetivo: desplegar las normas morales propias sobre las estad�sticas de privaci�n.

Me gustar�a argumentar en contra de este enfoque. Es importante distinguir las distintas maneras en que la moral se puede incorporar en el ejercicio de medici�n de la pobreza. No es lo mismo afirmar que el ejercicio es prescriptivo de por s� que decir que debe tomar nota de las prescripciones hechas por los miembros de la comunidad. Describir una prescripci�n prevaleciente constituye un acto de descripci�n, no de prescripci�n. Ciertamente, puede ser, como ha dicho Eric Hobsbawm, que la pobreza �se defina siempre de acuerdo con las convenciones de la sociedad donde ella se presente�.[18] Pero esto no convierte al ejercicio de medirla en una sociedad dada en un juicio de valor, ni en un ejercicio subjetivo de alg�n tipo. Para la persona que estudia y mide la pobreza, las convenciones sociales son hechos ciertos (�cu�les son los est�ndares contempor�neos?), y no asuntos de moral o de b�squeda subjetiva (�cu�les deber�an ser los est�ndares contempor�neos?, �cu�les deber�an ser mis valores?, �qu� siento yo respecto de todo esto?[19]

Hace m�s de doscientos a�os, Adam Smith expuso el punto con gran claridad:  

Por mercanc�as necesarias entiendo no s�lo las indispensables para el sustento de la vida, sino todas aquellas cuya carencia es, seg�n las costumbres de un pa�s, algo indecoroso entre las personas de buena reputaci�n, aun entre las de clase inferior. En rigor, una camisa de lino no es necesaria para vivir. Los griegos y los romanos vivieron de una manera muy confortable a pesar de que no conocieron el lino. Pero en nuestros d�as, en la mayor parte de Europa, un honrado jornalero se avergonzar�a si tuviera que presentarse en p�blico sin una camisa de lino. Su falta denotar�a ese deshonroso grado de pobreza al que se presume que nadie podr�a caer sino a causa de una conducta en extremo disipada. La costumbre ha convertido, del mismo modo, el uso de zapatos de cuero en Inglaterra en algo necesario para la vida, hasta el extremo de que ninguna persona de uno u otro sexo osar�a aparecer en p�blico sin ellos.[20]

En el mismo esp�ritu, Karl Marx sosten�a que si bien es cierto que �hay un elemento hist�rico y moral� en el concepto de la subsistencia, �a�n as�, en un pa�s determinado y en un per�odo determinado, est� dado el monto promedio de los medios de subsistencia necesarios�.[21]

Es posible que Smith y Marx hayan sobrestimado el grado de uniformidad de opiniones en una comunidad en torno al contenido de la �subsistencia� o �la pobreza�. Acaso la descripci�n de �necesidades� diste mucho de ser ambigua. Pero la ambig�edad de una descripci�n no la convierte en un acto descriptivo �sino s�lo en uno de descripci�n ambigua�. Uno puede verse forzado a ser arbitrario para eliminar la ambig�edad, y en ese caso vale la pena registrar dicha arbitrariedad. Igualmente, es posible que haya que usar m�s de un criterio en vista de la falta de uniformidad en los est�ndares aceptados, y considerar la ordenaci�n parcial generada por los distintos criterios considerados en conjunto (que refleja una �dominancia� en t�rminos de todos los criterios).[22] Sin embargo, dicha ordenaci�n a�n reflejar�a una afirmaci�n descriptiva m�s que una prescriptiva. Ciertamente, ser�a como decir: �Nureyev puede o no ser mejor bailar�n que Nijinski, pero baila mejor que este autor, seg�n los est�ndares contempor�neos�, una afirmaci�n descriptiva (y por desgracia incontrovertible).

�Una definici�n de pol�tica?

Hay un problema relacionado que vale la pena explorar en este contexto. La medida de la pobreza se puede basar en ciertos est�ndares, pero �qu� clase de postulados resultan de ellos? �Se trata de est�ndares de las pol�ticas p�blicas se expresan los objetivos que se persiguen, o de opiniones sobre lo que las pol�ticas deber�an ser? Sin duda, los est�ndares deben tener mucho que ver con algunas nociones amplias de aceptabilidad, pero ello no equivale a reflejar objetivos precisos de las pol�ticas vigentes o recomendadas. En esta materia tambi�n parece existir cierta confusi�n. Por ejemplo, la Comisi�n Presidencial para el Mantenimiento del Ingreso (Income Maintenance) de Estados Unidos se manifest� en su conocido informe en favor de una �definici�n de pol�tica� de esta naturaleza.

  Si la sociedad piensa que no se debe permitir que las personas mueran de hambre o de fr�o, entonces definir� la pobreza como la falta de comida y techo necesarios para conservar la vida. Si la sociedad siente que tiene alguna responsabilidad de brindar a todas las personas una medida establecida de bienestar que vaya m�s all� de la simple supervivencia, por ejemplo, buena salud, entonces deber� a�adir a la lista de cosas necesarias los recursos para prevenir o curar la enfermedad. En cualquier momento, una definici�n de pol�tica refleja un equilibrio entre las posibilidades y los deseos de una comunidad. En sociedades donde los ingresos son bajos, la comunidad dif�cilmente puede comprometerse m�s all� de la supervivencia f�sica. Otras sociedades, m�s capaces de apoyar a sus ciudadanos dependientes, empiezan a considerar los efectos que el pauperismo tendr�, tanto sobre los pobres como los que no lo son.[23]

Hay por lo menos dos dificultades en esta �definici�n de pol�tica�. En primer lugar, depende en la pr�ctica de varios factores que van m�s all� de la noci�n prevalecientes sobre lo que debe hacerse. Las pol�ticas p�blicas son una funci�n de la organizaci�n pol�tica y dependen de diversos factores que incluyen la naturaleza del Gobierno, las fuentes de su poder y la fuerza desplegada por otras organizaciones. De hecho, en las pol�ticas p�blicas puestas en pr�ctica en muchos pa�ses es dif�cil detectar una preocupaci�n evidente por eliminar la privaci�n. Si se interpreta en t�rminos de la pol�tica p�blica efectiva, la �definici�n de pol�tica� puede omitir los asuntos pol�ticos involucrados en la toma de decisiones.

En segundo lugar, hay problemas incluso si por �pol�ticas� se entiende no la pol�tica p�blica actual, sino las recomendaciones ampliamente sostenidas por la sociedad. Es clara la diferencia entre la noci�n de �privaci�n� y la idea de lo que deber�a eliminarse mediante la �pol�tica�. Ello es as� por que las recomendaciones sobre pol�tica dependen de una evaluaci�n de factibilidades (�debe �implica� puede�),[24] pero aceptar que algunas privaciones no se puedan eliminar de inmediato no equivale a conceder que no se deban considerar como privaciones. (Contraste: �Mire, anciano, usted no es pobre aunque est� padeciendo hambre ya que en las circunstancias actuales es imposible mantener el ingreso de todos por encima del nivel requerido para eliminar el hambre�). La idea de Adam Smith acerca de la subsistencia, basada no s�lo en � las mercanc�as indispensables para el sostenimiento de la vida �sino tambi�n en aquellas� cuya carencia es, seg�n las costumbres de un pa�s, algo �indecoroso�, de ninguna manera es id�ntica a lo que com�nmente se acepta que puede y debe suministrarse a todos mediante la pol�tica p�blica. Si en un pa�s s�bitamente empobrecido por una guerra, por ejemplo, se acepta en forma generalizada que el programa de mantenimiento de los ingresos debe recortarse, ser�a correcto afirmar que en ese pa�s no ha aumentado la pobreza, en vista de que la disminuci�n de los ingresos ha sido igualada por una reducci�n de la l�nea oficial de pobreza?

Yo sostendr�a que la �definici�n pol�tica� se basa en una confusi�n fundamental. Es cierto que el desarrollo econ�mico entra�a cambios en lo que se considera como privaci�n y pobreza, y que tambi�n se modifican las ideas sobre lo que debe hacerse al respecto. Pero aunque estos dos tipos de cambios son interdependientes y est�n temporalmente correlacionados, ninguno se puede definir a cabalidad en funci�n del otro. Kuwait, pa�s rico en petr�leo, �quiz� est� m�s capacitado para apoyar sus ciudadanos dependientes� con su nueva prosperidad, pero la noci�n de la pobreza puede no subir de inmediato al nivel correspondiente. Asimismo, los Pa�ses Bajos, devastados por la guerra, pueden mantener sus est�ndares de lo que consideran como pobreza sin bajarlos a un nivel proporcional a sus padecimientos.[25]

Si se acepta este enfoque, entonces la medici�n de la pobreza ha de considerar como un ejercicio descriptivo, que eval�a las penurias de las personas en t�rminos de los est�ndares prevalecientes de necesidades. Es un ejercicio emp�rico y no �tico, en el cual los hechos se relacionan con lo que se considera como privaci�n y no directamente con las pol�ticas recomendadas. La privaci�n referida tanto aspectos relativos como absolutos, como se ha argumentado en este trabajo.

Est�ndares y agregaci�n

Todav�a quedan dos cuestiones por abordar. En primer lugar, al comparar la pobreza en dos sociedades, c�mo puede hallarse un est�ndar com�n de necesidades, si tales est�ndares var�an de una sociedad a otra? Hay en realidad dos tipos distintos de ejercicios para esta clase de comparaci�n de los alcances de la privaci�n en cada comunidad en relaci�n con sus est�ndares respectivos de necesidades m�nimas. El otro se ocupa de comparar las dificultades de las dos comunidades en t�rminos de un est�ndar m�nimo dado: por ejemplo, el que predomina en una de ellas. En realidad no hay nada contradictorio en las afirmaciones siguientes:

1) Hay menos privaci�n en la comunidad A que en la B en t�rminos de alg�n est�ndar com�n: por ejemplo, las nociones de necesidades m�nimas prevalecientes en la comunidad A.

2) Hay m�s privaci�n en la comunidad A que en la B en t�rminos de sus respectivos est�ndares de necesidades m�nimas, los cuales son muy superiores en A. [26]

No tiene mucho sentido discutir cu�l de las dos afirmaciones es la correcta, ya que claramente ambas son de inter�s. Lo importante es anotar que las dos son muy distintas.

En segundo lugar, mientras el ejercicio de �identificar� a los obres se puede basar en un nivel de necesidades m�nimas, el de �agregaci�n� requiere de alg�n m�todo que combine las privaciones de distintas personas en un indicador global. En este segundo ejercicio se requiere alg�n tipo de escala relativa de las privaciones. La arbitrariedad es aqu� mucho mayor, ya que las convenciones sobre esto est�n menos firmemente establecidas y las restricciones sobre lo aceptable tienden a dejar un gran margen. El problema se puede comparar con el criterio utilizado para hacer postulados descriptivos agregados en campos como el de los logros deportivos de distintos grupos. Mientras es claro que ciertas circunstancias permitir�an postulados agregados del tipo �los habitantes de Africa son mejores en las carreras de atletismo que los de la India� (por ejemplo, la circunstancia de que los primeros derrotan siempre a los segundos en pr�cticamente todas las competencias atl�ticas), otras circunstancias podr�an obligarnos a negar este postulado y habr�a casos intermedios en los cuales cualesquiera de las dos opciones (afirmar o negar el postulado) ser�an claramente controvertibles.

En este contexto de arbitrariedad de la �descripci�n agregada� resulta particularmente tentador redefinir el problema como un ejercicio ��tico�, tal como se ha hecho al medir la desigualdad econ�mica.[27] Pero los ejercicios �ticos involucran ambig�edades exactamente iguales. M�s a�n, acaban respondiendo a una pregunta distinta de la interrogante descriptiva originalmente formulada.[28] Casi no queda m�s que aceptar el elemento de arbitrariedad presente en la descripci�n de la pobreza y hacerlo tan transparente como sea posible. Puesto que la noci�n de pobreza de un pa�s presenta ambig�edades inherentes, no habr�a por qu� esperar otra cosa.

Observaciones finales

La pobreza es, por supuesto, un asunto de privaci�n. El reciente cambio de enfoque �especialmente en la literatura sociol�gica� de la privaci�n absoluta a la relativa ofrece un provechoso marco de an�lisis. Pero la privaci�n relativa resulta esencialmente incompleta como concepci�n de la pobreza y complementa (aunque no sustituye) la perspectiva anterior de la desposesi�n absoluta. El tan criticado enfoque biol�gico, que requiere una reformulaci�n sustancial, mas no el rechazo se relaciona con este n�cleo irreducible de privaci�n absoluta, manteniendo los problemas de la muerte por inanici�n y el hambre en el centro del concepto de pobreza.

La visi�n frecuentemente recomendadas, de la pobreza como un problema de desigualdad, no hace justicia a ninguno de los dos conceptos. La pobreza y la desigualdad se relacionan estrechamente pero son conceptos que se diferencian con claridad y ninguno se subsume en el otro.

Hay buenas razones para concebir la medici�n de la pobreza no como un ejercicio �tico, como se postula con frecuencia, sino como uno descriptivo. M�s a�n, es posible afirmar que la �definici�n de pol�tica� de la pobreza, que tanto se utiliza, est� equivocada en lo fundamental. Describir las dificultades y padecimientos de los pobres en t�rminos de los est�ndares predominantes de �necesidades� involucra, por supuesto, las ambig�edades inherentes al concepto de pobreza; pero una descripci�n ambigua no es lo mismo que una prescripci�n.[29] En cambio, la ineludible arbitrariedad que resulta de elegir entre procedimientos permisibles y entre posibles interpretaciones de los est�ndares prevalecientes, requiere tomarla en cuenta y darle un tratamiento apropiado.

Identificaci�n y Agregaci�n

Bienes y caracter�sticas

En la secci�n anterior se argument� que medir la pobreza se puede dividir en dos operaciones distintas, a saber, la identificaci�n de los pobres la agregaci�n de las caracter�sticas de su pobreza en una medida global. La identificaci�n precede obviamente a la agregaci�n. El camino m�s com�n hacia la identificaci�n consiste en definir un conjunto de necesidades �b�sicas� o �m�nimas�,[30] y considerar la incapacidad de satisfacer estas necesidades como prueba de pobreza. En la secci�n anterior se sostuvo que las consideraciones de la privaci�n relativa son pertinentes para definir las necesidades �b�sicas�, pero los intentos de hacer de la carencia relativa el �nico fundamento de esta definici�n est�n condenados a fracasar, ya que hay un n�cleo irreductible de privaci�n absoluta en el concepto de pobreza. Dentro de la perspectiva general presentada en la �ltima secci�n, en �sta se abordar�n asuntos detallados �y m�s t�cnicos� antes de pasar de la identificaci�n a la agregaci�n.

Las necesidades b�sicas involucradas en la identificaci�n de la pobreza, se especifican mejor en t�rminos de bienes y servicios, o en t�rminos de �caracter�sticas�?. El trigo, el arroz, las papas, etc., son bienes, mientras que las calor�as, prote�nas, vitaminas, etc., son caracter�sticas de estos bienes que busca el consumidor.[31] Si cada caracter�stica se pudiera obtener de un bien �nico y de ning�n otro, entonces ser�a f�cil convertir las necesidades de caracter�sticas en necesidades de bienes. Pero con frecuencia no sucede as�, de modo que los requerimientos en t�rminos de caracter�sticas no especifican los requerimientos de bienes. Mientras que las calor�as son necesarias para la supervivencia, ni el trigo ni el arroz lo son.

Las necesidades de caracter�sticas preceden, de manera obvia, a las de bienes, y convertir las primeras en las segunda s�lo resulta posible en circunstancias especiales. La multiplicidad de fuentes no es, sin embargo, uniforme. Muchos bienes proveen calor�as o prote�nas; muy pocos brindan techo. El alfabetismo proviene casi por completo de la escuela primaria, aunque existen, en principio, otras fuentes. En muchos casos resulta entonces posible pasar de los requerimientos de caracter�sticas a los de bienes �en su acepci�n amplia� con poca ambig�edad. Por esta raz�n, las necesidades �b�sicas� o �m�nimas� se definen, con frecuencia, como un vector h�brido �por ejemplo, montos de calor�as, prote�nas, vivienda, escuelas, camas de hospital� en el cual algunos de los componentes son caracter�sticas puras mientras otros son abiertamente bienes. Aunque esta mezcla desconcierta a los puristas, resulta bastantes econ�mica y es t�picamente inofensiva.

Un caso intermedio interesante surge cuando cierta caracter�stica se puede obtener de varios bienes diferentes, pero los gustos de la comunidad reducen su fuente de obtenci�n a uno solo. Por ejemplo, una comunidad puede estar �casada� con el arroz y no considerar aceptables otras fuentes de calor�as (o carbohidratos). Una manera forma de resolver este problema es definir la caracter�stica �calor�as del arroz� como lo que busca el consumidor, de tal manera que sea dicho alimento y s�lo �l el que pueda satisfacer la definici�n. Esto es anal�ticamente adecuado pero un poco subrepticio. Tambi�n hay otras maneras de manejar el problema: suponer, por ejemplo, que el grupo busca las calor�as como tales, pero considera el arroz como la �nica fuente factible. Aunque estas distinciones quiz� no tengan mucha importancia pr�ctica inmediata, de ellas se pueden desprender enfoques diferentes de pol�tica en relaci�n con las variaciones en los gustos.

El papel del conocimiento en la modificaci�n de las ideas sobre dietas factibles puede ser, en efecto, parte importante de la planeaci�n nutricional. Dicho conocimiento incluye tanto informaci�n nutricional como la experiencia sobre el sabor de las cosas (una vez superada la barrera que manifiesta el viejo anuncio de Guinness: �Nunca la he probado porque no me gusta�).

Los h�bitos diet�ticos de una poblaci�n no son inmutables, pero s� tienen un enorme arraigo. Al efectuar comparaciones intercomunitarias de pobreza, el contraste entre identificar necesidades en t�rminos de caracter�sticas y hacerlo en t�rminos de bienes puede resultar significativo. Por ejemplo, la determinaci�n de los niveles de la vida rural en distintos estados de la India cambia considerablemente cuando la base de la comparaci�n se desplaza de la obtenci�n de bienes al acceso de caracter�sticas, como calor�as y prote�nas.[32] En �ltima instancia, las caracter�sticas proporcionan el fundamento m�s relevante para definir las necesidades b�sicas, pero debido a la relativa inflexibilidad de los gustos, convertirlas en dietas de costo m�nimo se vuelve una funci�n no s�lo de los precios sino tambi�n de los h�bitos de consumo.[33] Este aspecto se debe considerar expl�citamente en el ejercicio de identificaci�n, lo que se examina en el siguiente apartado.

El m�todo directo frente al m�todo del ingreso.

Para identificar a los pobres, dado un conjunto de �necesidades b�sicas� es posible utilizar por lo menos dos m�todos.[34] Uno consiste simplemente en determinar el conjunto de personas cuya canasta de consumo actual deja insatisfecha alguna necesidad b�sica. A �ste se le puede llamar el �m�todo directo� y no involucra ninguna idea de ingreso, ni siquiera el nivel correspondiente a la l�nea de la pobreza. En contraste, en el que puede llamarse el �m�todo del ingreso�, el primer paso consiste en calcular el ingreso m�nimo, o la l�nea de pobreza (LP), en el cual todas las necesidades m�nimas especificadas se satisfacen. El siguiente paso es identificar aquellos cuyo ingreso actual est� por debajo de dicha l�nea de pobreza.

En un sentido obvio, el m�todo directo resulta superior al del ingreso, ya que el primero no se basa en supuestos particulares sobre el comportamiento del consumo que pueden ser correctos o equivocados. En efecto, podr�a arguirse que s�lo cuando se carece de informaci�n directa sobre la satisfacci�n de necesidades espec�ficas se justificar�a introducir la intermediaci�n del ingreso de tal manera que el m�todo basado en �ste ser�a, en el mejor de los casos, una segunda opci�n.

Hay mucho que decir en favor de este punto de vista y el m�todo del ingreso se puede considerar en efecto como una manera de aproximarse a los resultados del procedimiento directo. Sin embargo, no se agotan aqu� las diferencias de los dos m�todos. El del ingreso se puede concebir como una forma de considerar las idiosincrasias individuales, sin contravenir la idea de pobreza basada en la privaci�n. El asceta que ayuna sobre su costosa cama de clavos se registrar� como pobre conforme al m�todo directo, pero el del ingreso aportar� un juicio distinto al tomar nota de su nivel de ingreso, en el cual la mayor�a de las personas de su comunidad no tendr�an problemas en satisfacer sus requerimientos nutricionales b�sicos. El ingreso de una persona se puede ver no s�lo como un instrumento burdo para predecir su consumo actual, sino como un indicador de su capacidad, para satisfacer sus necesidades m�nimas independientemente de que, en los hechos, decida hacerlo o no.[35]

Hay aqu� un l�mite dif�cil de trazar. Si s�lo hubiera de considerarse la capacidad de satisfacer necesidades m�nimas sin preocuparse por los gustos, entonces, por supuesto, se podr�a plantear un problema de programaci�n que minimizara los costos y luego se verificar� si en ingreso de alguien cae por debajo de esa soluci�n de costo m�nimo. Dichas dietas de m�nimo costo resultan t�picamente muy baratas pero son en exceso mon�tonas y con frecuencia se consideran inaceptables. (En el trabajo pionero de Indira Rajaraman sobre la pobreza en el Punjab, en una vuelta inicial de optimizaci�n, los inocentes habitantes de esa regi�n fueron sometidos a un diluvio de la dieta bengal�) Los factores de gusto se pueden introducir como restricciones (como lo hizo Rajaraman, y como lo hacen otros), pero es dif�cil establecer el nivel de presencia y el grado de severidad de tales restricciones. En casos extremos, �stas determinan totalmente el patr�n de consumo.

Existe, en mi opini�n, una diferencia de principio entre las restricciones de gustos aplicables en forma amplia a toda la comunidad, y aquellas que reflejan idiosincrasias individuales. Si el ingreso de la l�nea de pobreza se puede derivar de normas de comportamiento t�picas de una sociedad, entonces una persona con un ingreso m�s alto que decida ayunar sobre una cama de clavos puede ser declarada, con alg�n grado de legitimidad, como no pobre. El m�todo del ingreso tiene, por tanto, cierto m�rito propio, aparte de su papel como v�a para aproximarse al resultado que se hubiera obtenido mediante el m�todo directo, si toda la informaci�n sobre el consumo hubiera estado disponible.

Los dos procedimientos no constituyen, en realidad, formas alternativas de medir la misma cosa, sino que representan dos concepciones distintas de la pobreza. El m�todo directo identificar a aquellos cuyo consumo real no satisface las convenciones aceptadas sobre necesidades m�nimas, mientras que el otro trata de detectar a aquellos que no tienen la capacidad para satisfacerlas, dentro de las restricciones de comportamiento t�picas de su comunidad. Ambos conceptos tienen alg�n inter�s propio en las tares de diagn�stico de la pobreza en una comunidad, y aunque el segundo es un poco m�s mediato ya que depende de la existencia de alg�n patr�n t�pico de comportamiento comunitario, es tambi�n un poco m�s refinado al trascender las elecciones observadas y llegar a la noci�n de capacidad. Una persona pobre, seg�n este enfoque, es aquella cuyo ingreso no basta para cubrir las necesidades m�nimas, definidas de conformidad con el patr�n convencional de comportamiento.[36]

El m�todo del ingreso tiene la ventaja de que brinda una escala de distancias num�ricas respecto a la �l�nea de pobreza�, en t�rminos de las brechas de ingreso. Eso no lo proporciona el �m�todo directo�, que tiene que conformarse con se�alar la brecha en cada tipo de necesidad. Por otro lado, el m�todo del ingreso es m�s restrictivo, en t�rminos de las condiciones que se requieren para la �identificaci�n�. En primer lugar, si los patrones de comportamiento de consumo no son uniformes no habr� nivel alguno de ingreso espec�fico en el cual el consumidor �t�pico� cubra sus necesidades m�nimas. En segundo lugar, si los precios son distintos para diversos grupos de personas, por ejemplo entre clases sociales, estratos de ingreso o localidades, entonces habr� una l�nea de pobreza espec�fica para cada grupo, incluso cuando se consideren normas y h�bitos uniformes de consumo.[37]

Estas son dificultades reales y no se pueden ignorar. Parece razonablemente cierto que el supuesto de una l�nea de pobreza uniforme para una sociedad determinada distorsiona la realidad. Lo que resulta mucho menos claro, sin embargo, es el grado de esta distorsi�n y su gravedad para los prop�sitos a los que se destinan las mediciones de pobreza.

Tama�o familiar y adultos equivalentes.

Otra dificultad surge de que la familia y no el individuo sea la unidad natural de consumo. el c�lculo del ingreso suficiente para cubrir las necesidades m�nimas de familias de distintos tama�os requiere alg�n m�todo de correspondencia entre el ingreso familiar y el individual. Aunque el m�todo m�s simple es dividir el ingreso familiar entre el n�mero de integrantes, este procedimiento pasa por alto las econom�as de escala que operan para muchos rubros de consumo, as� como que las necesidades de los ni�os pueden diferir significativamente en la de los adultos. Para resolver estas cuestiones, la pr�ctica com�n, tanto para estimar la pobreza como para las actividades de la seguridad social, es convertir a cada familia en cierto n�mero de �adultos equivalentes� por medio de alg�n tipo de �escala�, o bien convertir las familias en �hogares equivalentes�.[38]

Suele haber mucha arbitrariedad en una conversi�n de este tipo. Mucho depende de los exactos patrones de consumo de las personas involucradas, los cu�les var�an de una familia a otra y de acuerdo con la composici�n et�rea (por edades). En efecto, tanto las necesidades m�nimas de los ni�os, como las variaciones en el comportamiento de consumo entre familias, de acuerdo con las diferencias en el n�mero y en las edades de los ni�os, constituyen campos complejos para la investigaci�n emp�rica. La mala distribuci�n en el seno de la familia es tambi�n otro problema qu� requiere m�s atenci�n de la que ha recibido.

Hay distintas bases para derivar una equivalencia adecuada de las necesidades.[39] Una consiste en tomar los requerimientos nutricionales para cada grupo de edad por separado y despu�s considerar los cocientes de sus costos, dados los patrones de consumo vigentes. La aceptabilidad de este enfoque depende no s�lo de la validez de los est�ndares nutricionales utilizados, sino tambi�n del supuesto de que la familia tiene el mismo inter�s en satisfacer los requerimientos nutricionales de los miembros de diferentes grupos de edades.[40] Tambi�n ignora las econom�as de escala en el consumo, que parecen existir incluso en rubros como los alimentos.

Un segundo enfoque consiste en examinar las percepciones de las personas sobre la cuesti�n de la equivalencia, es decir cu�nto ingreso adicional se requiere, en su opini�n, para que una familia m�s grande tenga un nivel de bienestar igual al de una m�s peque�a. Los estudios emp�ricos sobre estas �percepciones� han mostrado una regularidad y una consistencia considerable.[41]

Un tercer camino es examinar el consumo real de familias de distintos tama�os y tratar alg�n aspecto de este comportamiento como indicador de bienestar. Por ejemplo, la fracci�n gastada en alimentos se ha interpretado como un indicador de pobreza: se considera que dos familias de distintos tama�os tienen ingreso �equivalente� cuando gastan la misma proporci�n de sus ingresos en alimentaci�n.[42]

Con independencia de c�mo se construyan estas escalas de equivalencia, queda pendiente la cuesti�n de ponderar familias de distinto tama�o. Se pueden considerar tres maneras: 1) dar el mismo peso a cada hogar, sin importar su tama�o; 2) dar el mismo peso a cada persona, sin importar el tama�o de la familia a la que pertenece, y 3) dar un peso a cada familia de acuerdo con el n�mero de adultos equivalentes que haya en ella.

El primer m�todo es claramente insatisfactorio, ya que la pobreza y el sufrimiento de una familia grande es, en un sentido obvio, mayor que el de una familia peque�a, cuando ambas tienen un nivel de pobreza considerado equivalente. La tercera forma podr�a parecer un buen compromiso, pero se basa en una confusi�n. La escala de �adultos equivalentes� proporciona factores de conversi�n para detectar qu� tan bien se encuentran los miembros de una familia, pero en �ltima instancia interesa el sufrimiento de todos los miembros de la familia y no el de un n�mero equivalente hipot�tico. Si dos personas pueden vivir tan barato como una persona y media, y tres tan barato como dos, estos hechos se deben incluir en la comparaci�n del bienestar relativo de familias de dos y tres miembros. Sin embargo, no hay raz�n para que el sufrimiento de dos familias de tres miembros se valore en menos que el de tres familias de dos miembros, en el mismo nivel de �malestar�. Existen, pues, buenos argumentos a favor del segundo procedimiento, despu�s de haber precisado el nivel de bienestar o de pobreza de cada persona, mediante escalas de equivalencia que consideren el tama�o y la composici�n de las familias a las que pertenecen.

Brechas de pobreza y privaci�n relativa.

El d�ficit de ingresos de una persona cuyas percepciones est�n por debajo de la l�nea de pobreza se puede llamar su �brecha del ingreso� En la valoraci�n agregada de la pobreza han de considerarse estas brechas de ingreso. Pero, �es acaso importante que el d�ficit de una persona sea o no inusitadamente grande en comparaci�n con el de otra? Parece razonable argumentar que la pobreza de una persona no puede ser independiente de qu� tan pobres son los dem�s.[43] Incluso si tiene exactamente el mismo d�ficit absoluto, una persona puede ser �m�s pobre� cuando los otros tienen d�ficit m�s peque�os que los suyos que cuando su d�ficit es menor que el de los dem�s. Cuantificar la pobreza exigir�a, entonces, una conjunci�n de consideraciones de privaci�n absoluta y relativa, incluso despu�s de haber definido un conjunto de necesidades m�nimas y de haber fijado una l�nea de pobreza.

La privaci�n relativa tambi�n se puede considerar en el contexto de una posible transferencia de una unidad de ingresos de una persona pobre �ll�mese 1�a otra �denominada 2�, que es m�s rica pero se encuentra tambi�n por debajo de la l�nea de pobreza y permanece en esa situaci�n incluso despu�s de la transferencia. Dicha transferencia incrementar� el d�ficit absoluto de la primera exactamente en la misma cantidad en que reducir� el de la segunda. �Podr�a arg�irse, entonces, que la pobreza global permanece intacta? Es posible responder negativamente esta pregunta, por supuesto, recurriendo a alguna noci�n de utilidad marginal decreciente del ingreso. De esta suerte pudiera sostenerse que la p�rdida de utilidad de la primera persona es mayor que la ganancia de utilidad de la segunda. Sin embargo, comparar utilidades cardinales entre distintas personas requiere de una estructura informativa muy compleja, que presenta dificultades bien conocidas. A falta de comparaciones cardinales de p�rdidas y ganancias de utilidades marginales, �resulta acaso imposible sostener que la pobreza global de la comunidad ha aumentado? Yo dir�a que no.

La persona 1 tiene relativamente m�s carencias que las persona 2 ( y puede haber otras entre ambas que tengan m�s carencias que la 2, pero menos que la 1). Cuando una unidad de ingreso se transfiere de 1 a 2, se incrementa el d�ficit absoluto de una persona m�s carente y se reduce el de una persona menos carente, de tal manera que, en sentido directo, la privaci�n relativa global se incrementa.[44]

Este es el caso independientemente de que la privaci�n absoluta se mida en t�rminos de d�ficit de ingreso o �tomando la utilidad, como una funci�n creciente del ingreso� de d�ficit de utilidades respecto de la l�nea de pobreza. No es necesario, entonces, implantar una escala cardinal de bienestar comparable entre personas para firmar que la transferencia especificada incrementar� la magnitud de la privaci�n relativa.

Al realizar la �agregaci�n� es posible que se requiera complementar las magnitudes de privaci�n absoluta mediante consideraciones de privaci�n relativa. Antes de estudiar este punto, ser� �til revisar las medidas usuales de pobreza consignadas en la literatura y examinar sus limitaciones.

Cr�tica de las Medidas Est�ndar.

La medida m�s com�n de la pobreza global, como se dijo, es la tasa de incidencia (H) definida como la proporci�n de la poblaci�n total a la que se identifica como pobre, porque, por ejemplo, cae bajo la l�nea de pobreza especificada. Si q es el n�mero de personas identificadas como pobres y n el n�mero total de personas en la comunidad, entonces H=q/n. Este �ndice se ha utilizado mucho �expl�cita o impl�citamente� desde que empez� el estudio cuantitativo y la medici�n del la pobreza.[45] Todav�a parece ser el apoyo fundamental de las estad�sticas sobre �sta que sirven de base a los programas para combatirla[46] y recientemente se ha empleado mucho en comparaciones intertemporales e internacionales.[47]

Otra medida a la que se ha recurrido bastante es la llamada �brecha de la pobreza�, que es el d�ficit agregado al ingreso de todos los pobres con respecto a la l�nea de pobreza especificada.[48] El �ndice se puede estandarizar expres�ndolo como el d�ficit porcentual del ingreso medio de los pobres con respecto a la l�nea de pobreza. Esta medida, 1, ser� llamada �la brecha estandarizada del ingreso�.

La brecha I es completamente insensible a las transferencias de ingreso entre los pobres, siempre y cuando nadie cruce la l�nea de pobreza gracias a dichas transferencias. Tampoco presta atenci�n alguna al n�mero o la proporci�n de personas pobres por debajo de la l�nea de pobreza. S�lo se concentra en el d�ficit agregado, sin importar c�mo se distribuya ni entre cu�ntas personas. Estas son limitaciones graves.[49]

La �tasa de incidencia� H no es, por supuesto, insensible al n�mero de personas por debajo de la l�nea de pobreza; de hecho, en una sociedad dada, �sta es la �nica variable a la que es sensible. Pero H no presta atenci�n alguna a la magnitud del d�ficit de ingresos de quienes est�n debajo de la l�nea de pobreza. No importa, en lo m�s m�nimo, si una persona est� precisamente por debajo de la l�nea, o muy lejos de ella, padeciendo hambre y miseria extremas.

M�s a�n, una transferencia de ingreso de una persona pobre a otra m�s rica no puede incrementarse nunca la medida de pobreza H, lo que es sin duda un rasgo perverso. La persona pobre que realiza la transferencia est� siempre incluida en H antes y despu�s de ella, y ninguna reducci�n de su ingreso la har� contar m�s de lo que ya cuenta. Por otra parte, quien recibe la transferencia no puede moverse por debajo de la l�nea de pobreza como consecuencia de ello. O bien era rico y lo sigue siendo, o era pobre y as� permanece; en ambos casos la medida H queda intacta. O bien estaba por debajo de la l�nea pero la transferencia lo sit�a encima de ella, lo cual hace la medida H Caiga en vez de subir. As�, una transferencia de una persona pobre a una m�s rica nunca incrementa la pobreza que H representa.

Existen, pues, buenas razones para rechazar las medidas est�ndar de pobreza, con base en las cuales se han desarrollado, tradicionalmente, los m�s de los debates y an�lisis sobre el tema. La tasa de incidencia, en particular, ha suscitado un apoyo impl�cito tal, que resulta sorprendente. Consid�rese la famosa afirmaci�n de Bowley. �No hay, quiz�, una mejor prueba del progreso de una naci�n que aquella que muestra la proporci�n que est� en la pobreza�.[50] El esp�ritu de esta afirmaci�n es aceptable, pero no la gratuita identificaci�n de la pobreza con la tasa de incidencia H.

�Se pueden combinar estas medidas de pobreza? En la tasa de incidencia H se ignora la magnitud de los d�ficit de ingreso, mientras que en la brecha estandarizada del ingreso 1 se ignora el n�mero de personas involucradas. �Por qu� no combinarlas? Lamentablemente, esto tampoco es adecuado. Si una unidad de ingreso se transfiere de una persona por debajo de la l�nea de pobreza a alguien m�s rico pero que todav�a est� (y permanece) por debajo de dicha l�nea, entonces ambas medidas, H e I, se mantendr�n inalteradas. De ah� que cualquier medida �combinada�, basada s�lo en estas dos, tampoco mostrar� respuesta alguna a un cambio de este tipo, a pesar del obvio incremento en la pobreza agregada, en t�rminos de privaci�n relativa, como consecuencia de la transferencia.

Sin embargo, hay un caso especial en el que una combinaci�n de H e I podr�a resultar apropiada. N�tese que aunque H por s� sola es insensible a la magnitud del d�ficit de ingreso, I lo es al n�mero de personas involucradas, criticar�amos la combinaci�n de las dos s�lo porque es insensible a las variaciones en la distribuci�n del ingreso entre los pobres. Si s�lo nos ocup�ramos, entonces, de casos en los cuales todos los pobres tienen precisamente el mismo ingreso, ser�a razonable esperar que H e I, conjuntamente, permitieran lograr nuestro prop�sito. Transferencias del tipo de las consideradas para mostrar la insensibilidad de la combinaci�n de H e I, no tendr�an entonces cabida.

El inter�s del caso especial, en el cual todos los pobres tienen el mismo ingreso, no se deriva de que sea un suceso factible. Es valioso porque aclara la forma en que se puede manejar la privaci�n absoluta, frente a la l�nea de pobreza, cuando no est� presente la caracter�stica adicional de la privaci�n relativa entre los pobres.[51] El caso especial nos ayuda a formular una condici�n que la medida requerida de pobreza, P, deber�a satisfacer cuando el problema de la distribuci�n entre los pobres se descarta postulando la igualdad. Provee una de las condiciones de regularidad que ha de satisfacerse.

Derivaci�n axiom�tica de una medida de pobreza.

Variantes de la medida. Se podr�a requerir que la medida de pobreza P sea una suma ponderada de los d�ficit de las personas consideradas pobres. Esto se hace, en t�rminos generales, con ponderadores que pueden ser funci�n de otras variables. Si se quisiera basar la medida de pobreza en alguna cuantificaci�n de la p�rdida total de utilidad derivada de la penuria de los pobres, entonces los ponderadores deber�an derivarse de las consideraciones utilitaristas conocidas. Si adem�s se supone que la utilidad de cada individuo depende s�lo de su propio ingreso, el ponderador de la brecha del ingreso de cada persona depender� s�lo del ingreso de esa persona y no tambi�n del de otros. Esto proveer� una estructura �separable�, en la que se podr� derivar el componente de cada persona en la pobreza global sin hacer referencia a las condiciones de otros. Pero este uso del modelo utilitario tradicional omitir� la idea de la privaci�n relativa, la cual �como hemos sostenido� es central en la noci�n de pobreza. M�s a�n, ha dificultades para realizar dichas comparaciones cardinales de ganancias y p�rdidas de utilidad y, aunque fueran ignoradas, no es f�cil llegar a un acuerdo sobre el uso de una funci�n particular de utilidad entre tantas que se pueden postular y que cumplen las condiciones de regularidad usuales (como la utilidad marginal decreciente).

Conviene concentrarse precisamente en algunos aspectos de la privaci�n relativa. Sea r(i) el rango que ocupa la persona i en la jerarqu�a de todos los pobres, en sentido decreciente de ingresos; por ejemplo r(i)-12, si i es la duod�cima persona mejor situada entre los pobres. Si varias personas tienen el mismo ingreso se pueden clasificar en un orden arbitrario: la medida de la pobreza debe tener tales caracter�sticas que no importe que se proceda de este modo. Por supuesto, el m�s pobre tiene el mayor rango q, cuando hay q, personas debajo de la l�nea de pobreza, mientras que el menos pobre tiene el rango 1. Cuanto mayor sea el rango, tanto mayor ser� la privaci�n relativa de una persona con respecto a otras en la misma categor�a[52].  Es razonable suponer que una medida de pobreza que capte este �ltimo aspecto de la privaci�n relativa tiene que hacer que el ponderador del d�ficit de ingresos de una persona aumente con su rango r(i).

Un caso notable y simple de tal relaci�n consiste en que la ponderaci�n de la brecha de ingresos de la persona i sea igual a su rango r (i). Esto hace que las ponderaciones sean equidistantes y que el procedimiento est� dentro del mismo esp�ritu del famoso argumento de Borda en favor del m�todo de votaci�n basado en el orden del rango, eligiendo distancias iguales ante la carencia de argumentos para cualquier otra hip�tesis.[53] Aunque esto es tambi�n arbitrario, capta la idea de la privaci�n relativa de manera sencilla y da lugar a un procedimiento transparente, que deja ver con exactitud qu� es lo que se supone.[54]

Este axioma del �rango de la privaci�n relativa� (axioma R) se centra en la distribuci�n del ingreso entre los pobres y se puede combinar con la informaci�n que proveen la tasa de incidencia H y la brecha estandarizada del ingreso I en el caso especial en el que todos los que est�n por debajo de la l�nea de pobreza tienen el mismo ingreso (de tal manera que no haya problema de distribuci�n entre los pobres). H presenta la proporci�n de personas carentes en relaci�n con la l�nea de pobreza, e I refleja la cantidad proporcional de privaci�n absoluta del ingreso frente a esa l�nea. Puede afirmarse que H capta un aspecto de la privaci�n global, a saber, cu�ntos pobres hay (no importa qu� tan pobres), mientras I se ocupa de otro aspecto: qu� tan pobres son en promedio (sin importar cu�ntas personas padezcan la pobreza). En el caso especial en el que todos los pobres tienen el mismo ingreso, H e I conjuntamente pueden darnos una idea bastante buena de la magnitud de la pobreza en t�rminos de la privaci�n global. Como no se presenta en este caso especial, el problema de la distribuci�n relativa entre los pobres, es posible conformarse con una medida que sea una funci�n s�lo de H e I, conforme a estas circunstancias. Una representaci�n simple, que conduce a una normalizaci�n conveniente, es el producto HI. Este puede llamarse axioma de �privaci�n absoluta normalizada� (axioma A).[55]

Si estos dos axiomas se utilizan en un formato bastante general, en el que la medida de la pobreza sea una suma ponderada de brechas de ingreso, surgir� una medida de precisa de pobreza (como se muestra en los trabajos de Sen).[56] Cuando G es el coeficiente de Gini de la distribuci�n del ingreso entre los pobres, dicha medida est� dada por P=H (1+(1-1)G). Cuando todos los pobres tienen el mismo ingreso, el coeficiente de Gini G de la distribuci�n del ingreso entre los pobres es igual a cero y P es igual a HI. Dada la misma brecha de pobreza media y la misma proporci�n de pobres en la poblaci�n total, la medida de pobreza P crece con la desigualdad del ingreso por debajo de la l�nea de pobreza, tal como la mide el coeficiente de Gini. As�, la medida P es una funci�n de H (que refleja el n�mero de pobres). 1 (que refleja la brecha agregada de pobreza) y G (que refleja la desigualdad de la distribuci�n del ingreso por debajo de la l�nea de pobreza). La �ltima variable captura el aspecto de la �privaci�n relativa� y se incluye como consecuencia directa del axioma del rango de la privaci�n relativa.[57]

Este enfoque de medici�n de la pobreza ha tenido muchas aplicaciones interesantes.[58] Diversa variantes tambi�n se han considerado en la literatura.[59] Aunque la medida P tiene algunas ventajas �nicas, que su derivaci�n axiom�tica pone de manifiesto, muchas de las variantes son interpretaciones permisibles de la concepci�n com�n de la pobreza. No hay nada derrotista ni sorprendente en la aceptaci�n de este �pluralismo�: En efecto, este pluralismo es inherente a la naturaleza del ejercicio. Pero el punto importante que se debe reconocer es que la valoraci�n de la pobreza global tiene que atender a una variedad de consideraciones que representen las distintas caracter�sticas de la privaci�n absoluta y relativa. Medidas simplistas, como la �tasa de incidencia� H com�nmente utilizada, o la brecha estandarizada del ingreso I, no le hacen justicia a algunas de estas caracter�sticas. Es necesario utiliza medidas complejas, como el �ndice P, para que la medici�n sea sensible a las distintas caracter�sticas impl�citas en las ideas sobre la pobreza. En particular, el tema de la distribuci�n sigue siendo relevante incluso cuando se consideran ingresos por debajo de la l�nea de pobreza.

* Comercio Exterior, vol. 42, n�m. 4, M�xico, abril de 1992. Con omisiones.

[1]Oxford Book of 20th Century English Verse, P. Larkin (ed.), Oxford, 1973, p. 271

[2]M. Rein, Problems in the Definition and Measurement of Poverty, en Peter Townsend, The Concept of Poverty, Heineman, Londres, 1971, p. 46. En la cita Rein describe el �ltimo de los tres �conceptos amplios� de la pobreza, a saber 1) "subsistencia"; 2) "desigualdad", y 3) "externalidad".

[3] V�ase, por ejemplo, Paul Streeten, "�Cu�n pobres son los pa�ses pobres y por qu�?"

[4]V�ase, por ejemplo, Peter Townsend, op. cit., y Poverty as Relative Deprivation: Resources and Styles of Living, en Dorothy Wedderburn (ed.), Poverty, Inequality and Class Structure, Cambridge University Press, Cambridge, 1974, as� como M. Rein, op. cit.

[5]V�anse, por ejemplo, los sorprendentes c�lculos de Stigler sobre los costos de la subsistencia en G. J. Stigler, The Cost of Subsistence, en Journal of Farm Economics, n�m. 27,1945; tambi�n cons�ltese al respecto Indira Rajaraman, Constructing the Poverty Line: Rural Punjab, 1960-1961, Discussion Paper, n�m. 43, Programa de Investigaci�n en Desarrollo Econ�mico, Universidad de Princeton. 

[6]V�ase Peter Townsend, Poverty as Relative Deprivation.., op. cit., p. 17.

[7] M. Rein, op. cit., p. 61.

[8] Mucho depende de cu�les sean las alternativas. Rein mismo indica que otras concepciones "merecen m�s atenci�n y desarrollo" (op. cit., p. 62). Como la "subsistencia" constituye uno de sus tres "conceptos amplios" de la pobreza, nos quedamos con "externalidad" y "desigualdad". Esta �ltima, aunque se relaciona con la pobreza tanto en t�rminos de causalidad como de evaluaci�n, es, no obstante, un problema distinto, como se argumenta en el siguiente apartado. La externalidad, en t�rminos de los efectos de la pobreza en los no pobres, es una perspectiva que ya se ha examinado cr�ticamente en la primera secci�n de este trabajo.

[9] V�anse, por ejemplo, T.N. Srinivasan y P.K. Bardhan, Poverty and Income Distribution in India, Statistical Publishing Society, Calcuta, 1974, especialmente el art�culo de Chatterjee, Sarkar y Paul, as� como P.G.K. Panikar et al., Poverty, Unemployment and Development Policy, Naciones Unidas, ST/ESA/29, Nueva York, 1975.

[10]S.M. Miller y P. Roby Poverty: Changing Social Stratification, en Peter Townsend, The concept of Poverty, op. cit., p. 143. V�ase tambi�n S.M.Miller M. Rein, M. Roby y B. Cross, Poverty, Inequality and Conflict en Annals of the American Academy of Political Science, 1967. Otras concepciones al respecto se pueden consultar en Dorothy Wedderburn (ed.), op. cit.

[11] Vale la pena destacar que hay muchas medidas de desigualdad. La de la brecha "entre el 20 o el 10 por ciento y el resto" es s�lo una. V�anse A.B. Atkinson. On the Measurement of Inequality, en Journal of Economic Theory, n�m. 2, 1970; A.K. Sen, On Economic Inequality, Clarendon Press, Oxford, 1973; S. Ch. Kolm, Unequal Inequalities: I y II., en Journal of Economic Theory, n�ms. 12 y 13, 1976; C. Blackorby y D. Donaldson, Utility vs. Equity: Some Plausible Quasi-orderings, en Journal of Public Economics, n�m. 7, 1977, y C. Blackorby y D. Donalson, Ethical Indices for the Mesurement of Poverty, en Econometrica, n�m. 48, 1980. La desigualdad no es s�lo un asunto del grado de concentraci�n del ingreso sino de investigar los contrastes entre diversos sectores de la comunidad desde muchas perspectivas, por ejemplo en t�rminos de relaciones de producci�n, como lo hizo Marx. V�ase de �ste Zur Kritik der Politischen Okonomie, Deitz Verlag, Berl�n, 1964 y Das Kapital.

[12] W.G. Runciman, Relative Deprivation and Social Justice, Routledge and Kegan Paul, Londres, 1966, y Peter Townsend, The Concept of Poverty..., op. cit. en cuyas obras se encuentran dos enfoques diferentes del concepto.

[13] Peter Townsend, Poverty as Relativa Deprivation..., op. cit., pp. 25-26.

[14] Dorothy Wedderburn (ed.), op. cit., p. 4

[15]Peter Townsend, Poverty as Relative..., op. cit., p. 36

[16] Por ejemplo, Richard Scase anota que los trabajadores suecos tienden a escoger grupos de referencia m�s amplios que los trabajadores brit�nicos y relaciona este contraste con las diferencias entre los movimientos sindicales y la organizaci�n pol�tica general de los respectivos pa�ses. V�ase, de ese autor, Relative Deprivation: A. Comparison of English and Swedish Manual Workers, en Dorothy Wedderburn (ed.), op. cit.

[17] M. Orshansky, How Poverty is Measured, en Monthly Labour Review, 1969, p. 37. Townsend critica esta posici�n en su art�culo Poverty as Relative Deprivation... op. cit.

[18] E.J. Hobsbawm, Poverty, en International Encyclopedia of the Social Sciences, Nueva York, 1968, p. 398.

[19]Esto no niega, en manera alguna, que los valores propios pueden afectar impl�citamente la valoraci�n de los hechos, como sucede con mucha frecuencia. La afirmaci�n tiene que ver con la naturaleza del ejercicio, el cual se ocupa de valorar los hechos, y no con la manera como se realiza t�picamente la valoraci�n ni con la sicolog�a que est� detr�s del ejercicio (el m�dico vinculado a la pensi�n de estudiantes en la cual me hosped� en Calcuta se rehusaba a diagnosticar la gripe porque consideraba que "esa enfermedad no deber�a ser una raz�n para quedarse en cama"). La cuesti�n es, en cierta forma, comparable con la influencia de los intereses en los valores de una persona. Para un importante an�lisis hist�rico de diversos aspectos de esa relaci�n, v�ase A.O. Hirschman, The Passions and the Interests, Princeton University Press, Princeton, 1977.

[20] Adam Smith, An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations, 1776, p. 769. En la traducci�n de este p�rrafo se tom� como base la edici�n en espa�ol del Fondo de Cultura Econ�mica (segunda reimpresi�n, M�xico, 1981), si bien con algunos cambios para reflejar m�s literalmente el texto original. (N. de los traductores).

[21]Karl Marx, Das Kapital, op. cit., p. 208.

[22] A.K. Sen, On Economic Inequality, op. cit., cap�tulos 2 y 3.

[23] U.S. President's Commission on Income Maintenance, Poverty amid Plenty, U.S. Government Printing Office, Washington, 1969 p. 8.

[24] V�ase R.M. Hare, Freedom and Reason, Clarendon Press, Oxford, 1963, cap�tulo 4.

[25] En el libro Z. Stein, M. Susser, G. Saenger y F. Marolla, Famine and Human Development: the Dutch Hunger Winter of 1944-1945, Oxford University Press, Londres, 1975, se describen esas penurias.

[26] Tampoco hay necesariamente contradicci�n cuando se afirma que la comunidad A tiene menos privaciones en t�rminos de los est�ndares de una comunidad (por ejemplo los de A misma), mientras la comunidad B padece menos privaciones en t�rminos de los est�ndares de otra comunidad, por ejemplo, los de B).

[27] V�ase H. Dalton, The Measurement of the Inequality of Incomes, en Economic Journal, n�m 30, 1920; n�m. 30, 1920; S. Ch. Kolm, The Optimal Productions of Social Justice, en J. Margolis y H. Guitton (eds.) Public Economics, MacMillan, Londres, 1969, y A.B. Atkinson, op. cit.

[28] R, Bentzel, The Social Significance of Income Distribution Statistics, en Review of Income and Wealth, n�m 16, 1970; B. Hansson, The Measurement of Social Inequality, en R.E. Butts y J. Hintikka (eds.), Foundational Problems in the Special Sciences, Reidel, Dordrecht, 1977 y A.K. Sen, Ethical Measurement of Inequality: Some Difficulties, en W. Krelle y A.F. Shorroks, Personal Income Distribution, North- Holland, Amsterdam, 1978.

[29] En A.K. Sen, Description as Choice, Oxford Economic Papers, n�m. 32, 1980, se pueden consultar los aspectos metodol�gicos respectivos.

[30] La literatura sobre las necesidades b�sicas es extensa. Algunos de los problemas principales se pueden estudiar en OIT, Employment, Growth and Basic Needs: A One World Problem, Ginebra, 1976, y de la misma organizaci�n internacional, Basic Needs and National Employment Strategies, ponencias de la Conferencia Mundial Tripartita sobre Empleos, Distribuci�n del Ingreso, Progreso Social y la Divisi�n Internacional del Trabajo, Ginebra, vol. I, 1976; Mahbubul Haq, The Poverty Curtain Choices for the Third World, Columbia University Press, Nueva York, 1976 R. Jolly, The World Employment Conference: The Enthronement of Basic Needs, en Overseas Development Institute Review, n�m 2, 1976. F. Stewart y P. Streeten, New Strategies fo Development: Poverty. In come Distribution and Growth, en Oxford Economic Papers n�m. 28, 1976; W. Beckerman, Some Reflections on "Redistribution Growth en World Development, n�m. 5, 1977; Ajit Bhalla, Technologies Appropiate for a Basic Needs Strategy, mimeo.,OIT, Ginebra, 1977; F. Ghai, A. R. Khan, E Lee y T.A. Alfthan, The Basic Needs Approach to Development, OIT, Ginebra, 1977; Paul Streeten, The Constructive Features of a Basic Needs Approach to Development, mimeo., Banco Mundial, Washington ., 1977; T. Balogh; Failures in the Strategy Against Poverty, en World Development, N�m. 6, 1978; K. Griffin y A. R. Khan, Poverty in the Third World: Ugly Facts and Fancy Models, en World Development, n�m. 6, 1978; D.H. Perkins, Meeting Basic Needs in the People�s Republic of China, en World Development, n�m. 6, 1978; Ajit Singh, The Basic Needs Approach to Development vs the New International Economic Order: the Significance of Third World Industrialization, mimeo., Department of Applied Economics, Universidad de Cambridge, 1978, y Paul Streeten y S.J. Burki, Basic Needs: Some Issues, en World Development, n�m. 6, 1978. Otros temas relacionados con las necesidades b�sicas se encuentran en I. Adelman y C.T. Morris, Economic Growth and Social Equity in Developing Countries, Stanford University Press, Stanford, 1973; H. Chenery, M. S. Ahluwalia, C.L.G. Bell, J.H. Duloy y R. Jolly, Redistribution With Growth, Oxford University Press, Londres, 1974; D. Morawetz, Twenty-five Years of Economic Development, 1950 to 1975, John Hopkins University Press, Baltimore, 1977; S. Reutlinger y M. Selowsky, Malnutrition and Poverty: Magnitude and Policy Options, John Hopkins University Press, Baltimore, 1976; J. Drewnowsky, Poverty: Its Meaning and Measurement, en Development and Change, n�m, 8, 1977; J.P. Grant, Disparity Reduction Rates in Social Indicators, Overseas Development Council, Washington, 1978; Graciela Chichilnisky, Basic Needs and Global Models: Resources, Trade and and Distribution, mimeo., Universidad de Essex, 1979; M.D. Morris, Measuring the Condition of the World's Poors: The Physical Quality Life Index, Pergamon Press, Oxford, 1979, y G. S. Fields, Poverty, Inequality and Development, Cambridge University Press, Cambridge, 1980.

[31] Diversos an�lisis de la teor�a del consumidor en t�rminos de caracter�sticas se pueden consultar en W.M. Gorman, The Demand for Related Goods, en Journal Paper, n�m. 3129, Iowa Experimental Station, Ames, Iowa, 1956, y Tricks with the Utility Function, en M.J. Artis y A.R. Nobay (eds.) Essays in Economic Analysis, Cambridge University Press, Cambridge, 1976, as� como K.J. Lancaster, A New Approach to Consumer Theory, en Journal of Political Economy, n�m. 74, 1966.

[32]Sobre este tema general v�ase A.K. Sen, Poverty and Economic Development, Second Vikram Sarabhai Memorial Lecture, Vikram A. Sarabhai AMA Memorial Trust, Ahmedabad, la India, 1976. Las investigaciones emp�ricas, respectivas se encuentren en N. Rath, Regional Variation in Level and Cost of Living in Rural India, en Artha Vijnana, n�m. 15, 1973; N. Bhattacharya y G.S. Chatterjee, Between States Variation in Consumer Prices and Per Capita Household Consumption in Rural India, en Sankhya, n�m. 36, 1974, y A Further Note on Between States Variation in Level of Living in Rural India, Technical Report ERU/4/77, Indian Statistical Institute, Calcuta, 1977, y A.K. Sen, Real National Income en Review of Economic Studies, n�m. 43, 1976.

[33] Los h�bitos alimentarios no son f�ciles de cambiar. Sin embargo en situaciones de hambre extrema, por ejemplo en condiciones de hambruna, se transforman de modo radical. De hecho, una de las causas m�s comunes de muerte en una hambruna es la diarrea causada por la ingesti�n de alimentos inhabituales y de sustancias no comestibles.

[34] La distinci�n se relaciona estrechamente con la diferencia establecida por Seebohm Rowntree entre pobreza "primaria" y "secundaria". V�ase, de este autor, Poverty A.Study of Town Life, Mac Millan, Londres, 1901.

[35] El m�todo del ingreso tiene v�nculos cercanos con las comparaciones de ingreso real de la econom�a del bienestar. V�ase J.R. Hicks, The Measurement of Real Income, en Oxford Economic Papers, n�m. 10, 1958.

[36] El m�todo del ingreso se basa en dos conjuntos distintos de convenciones, a saber: 1) las utilizadas para identificar las necesidades m�nimas, y 2) las que sirven de base para definir las restricciones de comportamiento y de gustos.

[37] Las pruebas de diferencias agudas en los deflactores de precios para grupos espec�ficos de ingreso en la India se pueden obtener en P.K.Bardhan, On the Incidence of Poverty in Rural India, en Economic and Political Weekly, febrero de 1973, reimpreso en T.N. Srinivasan y P.K. Bardhan, op. cit; A. Vaidyanathan, Some Aspects of Inequalities of Living Standards in Rural India, en N. Srinivasan y P.K. Bardhan, op. cit., y R. Radhakrishna y A. Sarma, Distributional Effects of the Current Inflation, en Social Scientist, vol. 30, n�m. 1, 1975, entre otros V�ase tambi�n S.R. Osmani, Economic Inequality and Group Welfare: Theory and Aplication to Bangladesh Oxford University Press, 1978.

[38] V�ase M. Orshansky, Counting the Poor: Another Look at the Poverty Profile en Social Security Bulletin, N�m 28, 1965: B Abel Smith y P. Townsend, The Poor and the Poorest, Bell, Londres, 1965, y A.B. Atkinson, op. cit., entre otros. Tambi�n cons�ltese, G.S. Fields, op. cit.

[39]Una versi�n esclarecedora de estos m�todos y de su l�gica se encuentra en A. Deaton y J. Muellbauer, Economics and Consumer Behaviour, Cambridge University Press, Cambridge, 1980.

[40] Otra variable importante es la carga laborar, incluyendo la de los ni�os; que tambi�n puede ser alta en econom�as pobres. V�ase B.Hansen, Employment and Wages in Rural Egypt en American Economic Review, n�m. 59. 1969. y C. Hamilton, Increased Child Labourt-An External Diseconomy of Rural Employment Creation for Adults, en Asian Economy, diciembre de 1975.

[41] V�ase, por ejemplo, T. Goedhart, V. Halberstadt, A. Kapteyn y B. Van Praag, The Poverty Line: Concept and Measurement, en Journal of Human Resources, n�m 4, 1977.

[42] V�ase John Muellbauer, Testing the Barten Model of Household Composition Effets and the Cost of Children, en Economic Journal, n�m. 87, 1977, y A. Deaton y J. Muellbauer, Economic and Consumer Behaviour, Cambridge University Press, Cambridge, 1980, cap�tulo 8. El m�todo se remonta hasta E. Engel, Die Lebenkosten Belgisher Arbeiter Familien fr�her und jetzt. 1985, en International al Statistical Institute Bulletin, n�m. 9. Los problemas derivados de comparar el bienestar de distintos hogares se pueden estudiar en M. Friedman. A Method of Comparing Incomes of Families Differing in Composition, en Studies in Income and Wealth, n�m 15, 1952; 1952; J. A.C. Brown. The Consumption of Food in Relation lo Household Composition and Income, en Econometrica n�m 22, 1954; S.J. Prais y H.S. Houthakker, The Analysis of Family Budgets, Cambridge University Press, Cambridge, 1955 (segunda ed. 1971) A.P. Barten, Family Composition, Prices and Expenditure Pattern en P? Hart y G. Mills, Econometric Analysis for National Accounts, Butterworth, Londres, 1964; H. Theil, Economics and Information Theory, North Holland, Amsterdam, 1967; J.L. Nicholson, Appraisal of Different Methods of Estimating Equivalent Scales and their Results, en Review of Income and Wealth, n�m 22, 1976; John Muellbauer, Cost of Living, en Social Science Research, HMSO, Londres, 1977, A, Deaton y J, Muellbauer, op. cit; G.S. Fields, op. cit.; N? Kakwani, Income Inequality and Poverty, Oxford University Press, Nueva York, 1980, y R. Marris y H. Theil, International Comparisions of Economic Welfare, mimeo., Departamento de Ciencias Econ�micas, Universidad de Maryland, 1980.

[43]V�ase Tibor Scitovsky, The Joyless Economy, Oxford University Press, Nueva York, 1976, y F. Hirsch, Social Limits to Growth, Harvard University Press, Cambridge, 1976. V�ase tambi�n A.O. Hirschman y M. Rothschild, The Changing Tolerance for Income Inequality in the Course of Economic Development, en Quarterly Journal of Economics, n�m 87, 1973.

[44] Surge un problema complejo cuando la transferencia hace que la persona 2 cruce la l�nea de pobreza, posibilidad que se ha excluido deliberadamente en el caso postulado. Este involucra una reducci�n de uno de los par�metros b�sicos de la pobreza, es decir, la identificaci�n de los pobres y, aunque hasta cierto punto es arbitrario dar mucha importancia a que una persona cruce realmente la l�nea de la pobreza tal arbitrariedad est� impl�cita en el concepto mismo de pobreza que se basa en el uso de una l�nea normativa.

[45] V�ase S. Rowntree, op. cit.

[46] V�ase M. Orshansky, Counting the Poor... , op cit. y Recounting the Poor: A Five Year Review, en Social Security Bulletin, n�m 29, 1966 y B. Abel-Smith y P. Townsend, op. cit.

[47] V�ase, por ejemplo, el animado debate sobre la tendencia temporal de la pobreza en la India en P.D. Ojha, A Configuration of Indian Poverty, en Reserve Bank of Indian Bulletin, N�m. 24, 1970; V.M. Dandekar y N. Rath, Poverty in Indian, Indian School of Political Economy, Poona, 1971; B.S. Minhas, Rural Poverty, Land Distribution and Development, y Rural Poverty and Minimum Level of Living, en Indian Economic Review, N�m. 5 y 6 1970 y 1971, respectivamente; P.K. Bardhan, On the Minimum of Living and the Rural Poor y On the Minimum Level of Living and the Rural Poor: A Further Note, en Indian Economic Review, n�m. 6, 1971, respectivamente, as� como On the Incidence of Poverty in Rural India, op. cit., M. Mukherjee, N. Bhattcharya y G.S. Chatterjee, Poverty in India: Measerument and Amelioration, en Commerce, n�m. 125, Calcuta, 1972; I.Z. Bhatty, Inequality and Poverty in Rural India, en T.N. Srinivasan y P.K. Bardhan, op. cit.; Dharma Kumar, Changes in Income Distribution and Poverty in India: A Review of the Literature, en World Development, n�m. 2 1974; Deepak Lal, Agricultural Growth, Real Wages and the Rural Poor in India, en Economic and Political Weekly, II, 1976; M. Ahluwalia, Rural Poverty Studies, n�m. 14, 1978, y Bhaskar Dutta, On the Measurement of Poverty in Rural India, en Indian Economic Review, n�m. 13, 1978. Las comparaciones internacionales relevantes se pueden apreciar en H. Chenery, M.S. Ahluwalia, C.L.G. Bell, J.H. Duloy y R. Jolly, op. cit.

[48] La brecha de la pobreza ha sido utilizada por la U.S. Social Security Administration; v�ase A.B. Batchelder, The Economics of Poverty, John Wiley, Nueva York, 1971. Tambi�n N., Kakwani, Measurement of Poverty and Negative Income Tax, en Australia Economic Papers, n�m. 16, 1977, y W. Beckerman The Impact of Income Maintenance Programmes on Poverty in Four Developed Countries, OIT, Ginebra, 1979, y The Impact of Income Maintenance Payments on Poverty in Britain, 1975, en Economic Journal, n�m 89. 1979.

[49] Se pueden estudiar en A.K. Sen, Poverty, Inequality and Unemployment: Some Conceptual Issues in Measurement, en Economic and Political Weekly, 8, n�m especial, 1973, y Poverty: An Ordinal Approach lo Measurement, en Econometrica, n�m 44, 1976, V�ase tambi�n G.S. Fields. op. cit.

[50] A.L. Bowley, The Nature and Purpose of the Measurement of Social Phenomena, P.S. King, Londres, 1923, p. 214.

[51] La cuesti�n de la privaci�n relativa frente al resto de la comunidad est� presente tambi�n en la determinaci�n de las necesidades m�nimas sobre las cuales se basa la l�nea de pobreza, como se examin� en este trabajo. As� la estimaci�n de la "privaci�n absoluta", frente a la l�nea de pobreza involucra impl�citamente algunas consideraciones de privaci�n relativa. El texto de este apartado, en cambio, se refiere a cuestiones de privaci�n relativa que subsisten incluso despu�s de que se ha trazado la l�nea de pobreza, ya que queda pendiente la pregunta adicional de la privaci�n propia comparada con la de otros que tambi�n son pobres.

[52]V�ase W.G. Runciman, op. cit., y P. Townsend, The concept of Poverty, op. cit.

[53] V�ase J.C. Borda, M�moire sur les �lections au scrutin, en M�moires de L"Acad�mie Royale des Sciences, Par�s, 1781.

[54] De hecho, es posible derivar las caracter�sticas de la equidistancia a partir de otros axiomas m�s primitivos (v�ase A. K. Sen, Poverty, Inequality and Unemployment..., op. cit., e Informational Bases of Alternative Welfare Approaches: Aggregation and Income Distribution, en Journal of Public Economics, n�m. 4, 1974.

[55] Cabe recordar que, al establecer la l�nea de pobreza, las consideraciones de privaci�n relativa ya han desempe�ado un papel, de tal manera que la privaci�n absoluta frente a la l�nea de pobreza es no relativa s�lo en el contexto limitado del ejercicio de "agregaci�n". Como se vio los conceptos de privaci�n absoluta y relativa son relevantes para cada uno de los dos ejercicios de medici�n de la pobreza, a saber, identificaci�n y agregaci�n. Los axiomas A y R tienen que ver exclusivamente con la agregaci�n.

[56] V�ase de este autor, Poverty, Inequality and Unemployment..., op. cit.,y Poverty: An Ordinal Approach to Measurement, op. cit.

[57] V�ase Appendix C: Measurement of Poverty, en Poverty and Famines. An Essay on Entitlement and Deprivation, op. cit., donde se realiza la derivaci�n axiom�tica precisa del �ndice de Sen (nota de los traductores)

[58] V�ase, por ejemplo M. Ahluwalia, op. cit; M. Alamgir, Poverty, Inequality and Development Strategy in the Third World, mimeo., 1976. y Bangladesh: A Case of Relow Poverty I. evel Equilibrium Trap, 1978, ambos con el sello de Bangladesh Institute of Development Studies, en Dacca: S, Anand, Aspects of Poverty in Malaysia, en Review of Income and Wealth, n�m 23, 1977; S. Clark, R. Hemming y D. Ulph, On Indices for the Measurement of Poverty, mimeo, Institute for Fiscal Studies, Londres, 1979; Bhaskar Dutta, op. cit; g.s. Fields, op. cit.; W. Van Ginneken, Some Methods of Poverty Analysis: An Application to Iranian Data, 1975-1976. en World Development, n�m. 8, 1980; N Kakwani, Measurement of Poverty and Negative Income Tax, op. cit. y On a Class of Poverty Measures, en Econometrica, n�m 48, 1980; S.R. Osmani, op. cit.; Y.V. Pantulu, On Sen's Measure of Poverty, mimeo., Sadar Patel Institute of Economic and Social Research, 1980; S.A.R. Sastry, Poverty, Inequality and Development: A Study of Rural Andhra Pradesh en Anvesak, n�m. 7, 1977, y Poverty: Concepts and Measurement, en Indian Journal of Economics, n�m. 61, 1980; F. Seastrand y R. Diwan, Measurement and Comparison of Poverty and Inequality in the United States, trabajo presentado en el Third World Econometric Congress. Toronto 1975, y R. Szal, Poverty, Measurement and Analysis, OIT, Working Paper WEP2-23/WP60,1977.

[59] V�ase S. Anand, op. cit; Blackorby y D. Donaldson, Ethical Indices for the Measurement of Poverty, en Econometrica, n�m 48, 1980; S. Clark, R. Hemming y D. Ulph, op. cit; K. Hamada y N. Takayama. Censored Income Distribution and the Measurement of Poverty, en Bulletin of Internacional Statistical Institute, n�m. 47, 1978.

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