Karl Kautsky

Pol�tica Fiscal

Pol�tica fiscal burguesa y pol�tica proletaria

Cualquier pol�tica fiscal que quiera ser algo distinto de un pillaje de la poblaci�n debe en primer lugar plantearse esta cuesti�n: �de qu� fuentes de riqueza social pueden u deben extraerse los impuestos? La cuesti�n de en que medida y en que manera los individuos particulares deben ser objeto de gravamen fiscal es una cuesti�n secundaria a la cual no podr� responderse de una manera satisfactoria m�s que cuando se haya respondido a la primera.

Considerando la producci�n total anual de la sociedad, puede descomponerse en dos partes: una parte sirve al mantenimiento y la reproducci�n de las fuerzas de trabajo, la cual debe necesariamente ser adjudicada a los obreros si la sociedad quiere seguir existiendo. El excedente constituye el sobreproducto con el cual se mantienen las clases no productivas . En una sociedad capitalista este sobreproducto reviste la forma de la plusval�a que se adjudican los capitalistas.

Si examinamos esta situaci�n econ�mica bajo esta forma simplificada, es evidente que los impuestos no pueden ni deben provenir m�s que de una fuente: el sobreproducto, y respectivamente la plusval�a. Esto se manifest� claramente en tiempos de feudalismo. Las funciones del Estado estaban entonces en manos del rey, de la Iglesia y de los se�ores de la tierra; todos ellos obten�an sus ingresos, no de los impuestos tal como hoy los concebimos, sino de sus tierras, es decir, del trabajo de los agricultores. Era el sobreproducto de estos agricultores el que ellos recib�an, por completo o en parte, bajo la forma de tributos es especie y de servicios personales, y a cambio de los cuales se encargaban de las funciones de la autoridad p�blica �justicia, polic�a, defensa del pa�s, relaciones con el exterior, etc.

Estos tributos y servicios generalmente no sobrepasaban el sobreproducto; en primer lugar porque la econom�a natural, como ya hizo notar Marx, no comportaba la avidez desmesurada que caracteriza la econom�a monetaria, y despu�s porque, al estar poco desarrollada la t�cnica militar, el campesinado no estaba absolutamente indefenso cara a los se�ores feudales; en fin, porque el campesinado oprimido pod�a huir siendo bien recibido en cualquier parte, dada la escasez de fuerzas de trabajo, tanto al servicio de otro se�or como en la ciudad.

En la ciudad es donde surge la producci�n de mercanc�as donde surge la econom�a monetaria. El producto se transforma en una mercanc�a de valor y  precio determinados, el sobreproducto reviste tambi�n la forma de un valor, y la parte del sobreproducto que deb�a servir al mantenimiento del Estado se convirti� en una parte del valor, realizado en dinero, de las mercanc�as. En lugar de los tributos y servicios feudales se estableci� el impuesto en dinero.

Ya al comienzo de nuestro trabajo hemos descrito la situaci�n que de ello se deriv�. El nuevo Estado que acababa de nacer con la burgues�a y que ten�a como base los impuestos en dinero, deb�a ante todo reprimir a los que hab�an sido los se�ores de la colectividad o sea la iglesia y la aristocracia feudal. La lucha se termin�, por la destrucci�n de los antiguos amos, sino mediante un compromiso que asegur� su existencia sobre nuevas bases. Los amos del Estado se convirtieron en sus servidores pero en contrapartida la autoridad protegi� sus intereses materiales. Los nacientes impuestos estatales no reemplazaron a los tributos y a los servicios feudales, sino que se les yuxtapusieron. Y el Estado centralizador, con su nueva t�cnica militar, con los fusiles y los ca�ones de los ej�rcitos profesionales y con la insaciable avidez de dinero de la econom�a monetaria, supo obtener mayores sumas de los campesinos �a quienes no resultaba tan f�cil escapar a la polic�a del Estado como al se�or de un peque�o dominio� que los antiguos se�ores. Los tributos y servicios feudales fueron m�s bien incrementados que disminuidos bajo la protecci�n del nuevo Estado, al mismo tiempo que los nuevos impuestos en dinero crecieron desmesuradamente. Los pr�ncipes arramblaban con el dinero donde quiera que se encontrase, sin la menor consideraci�n con el progreso de la producci�n ni con la prosperidad de la poblaci�n. Pero as�, la protecci�n estatal a la propiedad feudal de la tierra, ya en plena bancarrota econ�mica, no conduc�a a un progreso de la producci�n sino mas bien a un retroceso de la misma.

En estas circunstancias, el sobreproducto se hizo cada vez m�s insuficiente para satisfacer las exigencias del Estado, por lo que debi� sacrificarse, al menos en el campo, a la avidez del gobierno y de sus recaudadores arrendatarios de impuestos, una parte creciente de lo que era necesario para el mantenimiento y la reproducci�n de las clases trabajadoras. El campesinado, todav�a pr�spero en los siglos XIV y XV, se empobreci� visiblemente en los siglos XVII y XVIII; las explotaciones agr�colas retrocedieron y el campesino comenz� poco a poco a morirse de hambre. Este estado de cosas era, en parte, debido a la opresi�n feudal que no permit�a una explotaci�n agr�cola racional y, en parte, a las exigencias crecientes de la econom�a monetaria, mientras que la econom�a natural de los campesinos s�lo muy lentamente adquiri� el car�cter de producci�n para el mercado; pero tambi�n en parte, y no en una medida despreciable, se debi� a la expoliaci�n directa practicada por el fisco.

Fue en Francia donde esta situaci�n se manifest� con caracter�sticas m�s agudas y tambi�n donde durante la gran revoluci�n se produjo una reacci�n igualmente aguda contra este terrible estado de cosas. Fue en Francia donde los te�ricos de la burgues�a ascendente se esforzaron por implantar, antes que cualquier otra cosa, un sistema racional de impuestos.

Los fisi�cratas establecieron clara y decididamente que la pol�tica fiscal depend�a de la econom�a nacional y que deb�a estar sometida a ella. La consecuencia natural de ello fue el principio de que el impuesto ten�a que ser pagado s�lo por el sobreproducto. Pero el �nico trabajo que, a sus ojos, pod�a crear un plusproducto era el trabajo agr�cola y por consiguiente exigieron que todos los impuestos fuesen abolidos y reemplazados por un impuesto �nico (impot unique) que recayese sobre el excedente agr�cola (produit net). Este impuesto, que habr�a terminado por afectar esencialmente a los grandes propietarios, no les parec�a demasiado pesado, dado que reducir�a al m�nimo las funciones del Estado. En anterior Estado, ligado a la aristocracia feudal, se hab�a convertido en una sanguijuela in�til que obstaculizaba en todas partes la actividad econ�mica, de forma que la eliminaci�n de este Estado era la primera condici�n para la prosperidad econ�mica. Fueron los fisi�cratas quienes lanzaron al mundo la famosa frase laissez faire, laissez aller. Lo que comenzaron los fisi�cratas lo continuaron m�s tarde los librecambistas radicales, quienes han proseguido en nuestro siglo la lucha de la burgues�a contra las supervivencias del Estado feudal. Su base te�rica era ciertamente otra, la econom�a cl�sica inglesa. Pero igual que los fisi�cratas, tambi�n ellos ensalzaban el principio de laisser aller, laisser faire y ped�an tambi�n la reducci�n al m�nimo de las funciones del Estado; y al igual que aqu�llos, aspiraron a un sistema de impuestos en armon�a con las necesidades de la producci�n. Su sistema de impuestos se asemejaba mucho al de sus predecesores. Ciertamente, ellos no pensaron nunca en reducir verdaderamente todos los impuestos a uno solo, al impuesto sobre la plusval�a. La cuesti�n de la plusval�a ni siquiera exist�a para ellos. Sin embargo rechazaron los impuestos indirectos, al menos los que gravaban los art�culos de primera necesidad y exigieron un impuesto sobre la renta con exenci�n para las rentas bajas; �ste es un impuesto que ciertamente no se identifica con el impuesto sobre la plusval�a pero que se le asemeja mucho. Pero el manchesterianismo no ha triunfado por completo en ninguna parte. El Estado burgu�s se ha mostrado igual de belicoso que el Estado feudal. La revoluci�n francesa, basada en las ideas de los fisi�cratas, desencaden� una serie de espantosas guerras generales que durante m�s de dos d�cadas devastaron a toda Europa e impusieron a los pueblos terribles tributos en sangre y en dinero. La revoluci�n de 1848 que despej� el camino hacia la dominaci�n del librecambismo radical, amenaz� con desencadenar una segunda era de guerras. El fracaso de la revoluci�n aplaz� estas guerras, que fueron llevadas a cabo m�s tarde por los ejecutores testamentarios de la revoluci�n, los tres d�spotas Luis Napole�n, Bismarck y Alejandro II. A la era de veinte a�os de guerra, que empez� y termin� con una guerra en Oriente, sucedi� la era de la paz armada, que apenas fue m�s soportable para los pueblos que las guerras anteriores. El resultado fue, para todos los pueblos civilizados, un aumento continuo de los impuestos y de la deuda p�blica, el pago de cuyos intereses exigir�a nuevos impuestos. Al mismo tiempo crecieron las exigencias de que el Estado actuase como factor civilizador, por mucho que los gobiernos quisiesen hacer �econom�as� estrictas en este sentido. La ense�anza superior, las comunicaciones, etc., exigieron gastos cada vez mayores que era imposible eludir. En lugar del estado de paz que los hombres de Manchester hab�an so�ado, en realidad se vivi� en un campamento de guerra permanente; en lugar de laisser faire se vivi� dentro de un Estado que, cada vez m�s, extend�a la esfera de su intervenci�n en el mecanismo social. �Pero con qu� cubrir las necesidades crecientes del Estado? �Se acudi� a la plusval�a, es decir, los impuestos sobre la renta, sobre la riqueza ,sobre los derechos de sucesi�n, o bien a los impuestos indirectos que gravan las necesidades del pueblo? Esta es la cuesti�n. Pero la burgues�a es la clase dominante y como tal ha sabido siempre librarse de las principales cargas que impone el Estado. Hay Estados, por ejemplo Francia, que todav�a no tienen impuestos sobre la renta, gracias al dominio exclusivo de la burgues�a, que en Francia ha conseguido ya hace cien a�os desembarazarse de la nobleza y oponer al proletariado el dique de la peque�a burgues�a y los campesinos. Por esto es por lo que, en contrapartida, esta tan desarrollada en Francia la imposici�n sobre los v�veres del pueblo; los aranceles sobre los cereales, los impuestos indirectos, entre ellos sobre la sal, el az�car, las bebidas, el monopolio del tabaco, proporcionan los principales ingresos. La cuant�a total de los ingresos estatales fue de 3 386 millones. Los impuestos sobre negocios burs�tiles proporcionaron 8 700 000 y el impuesto sobre la renta mobiliaria 65.800.000 francos. Los dem�s impuestos (timbre, etc.) est�n bien lejos de poder reemplazar los impuestos sobre la renta. Entre todos los Estados modernos, Inglaterra es el pa�s donde, hasta hoy la burgues�a ha disfrutado de un poder menos exclusivo; y precisamente porque la producci�n capitalista se ha desarrollado all� en su forma m�s pura, la consecuencia es la constituci�n de un proletariado potente, no estorbando por la peque�a burgues�a y el campesinado, que se opuso a la burgues�a en una �poca en que �sta estaba todav�a enfrentada con la nobleza. Tampoco encontramos casi en Inglaterra impuestos indirectos que graven los art�culos de primera necesidad. Pero en cambio tambi�n la plusval�a se encuentra bien protegida. El sistema de impuestos reposa en Inglaterra sobre un compromiso: se ha establecido un impuesto sobre la renta pero no es progresivo; las rentas inferiores a 160 libras esterlinas (=3,200 marcos) no son gravadas; la ley de 1894 establece una cierta regresi�n para las rentas comprendidas entre 160 y 500 libras. Las grandes rentas no est�n en ninguna medida m�s fuertemente gravadas que las rentas medias. El impuesto sobre sucesiones act�a en el mismo sentido que el impuesto sobre la renta. Junto a esto hay impuestos indirectos y aranceles elevados sobre art�culos de lujo de consumo popular, sobre todo el tabaco y las bebidas alcoh�licas. Estos impuestos indirectos produjeron en 1896, 48 714 000 de libras esterlinas, alrededor de 1 000 millones de marcos; los impuestos sobre la renta y del timbre, de los cuales los impuestos sobre herencias se llevan la parte del le�n, han aportado 34.830 de libras, 700 millones de marcos. El total de los impuestos se elevaba a m�s de 100 millones de libras, m�s de 2 000 millones de marcos.

Los dem�s Estados civilizados han adoptado un sistema de impuestos intermedio entre el ingl�s y el franc�s. Pero en todos los pa�ses del continente (excepto en la Suiza democr�tica) la plusval�a est� mucho menos gravada que los art�culos de primera necesidad. Y en general hay la tendencia a aumentar estos impuestos indirectos, no s�lo en t�rminos absolutos, sino tambi�n en t�rminos relativos. No puede concebirse un sistema m�s irracional, ya que a menudo estos impuestos gravan m�s (como por ejemplo el impuesto sobre la sal) a las familias pobres y numerosas que a las acomodadas. Tambi�n son irracionales dado que, por ejemplo, en los impuestos aduaneros, el costo de la percepci�n de los impuestos absorbe a menudo la mayor parte de los ingresos. Pero en cambio son c�modos; el pueblo siente menos su peso que el de la imposici�n directa y, lo que es decisivo, la masa del pueblo no les opone la resistencia que opone la burgues�a a todo impuesto directo que grave seriamente sus rentas. Y todav�a hoy la burgues�a es la clase que decide. Las clases que se hunden los artesanos y los campesinos, favorecen ellos mismos el desarrollo de los impuestos indirectos en virtud de su pol�tica aduanera. La industria para la exportaci�n es casi exclusivamente la gran industria: los artesanos y los campesinos no necesitan m�s que el mercado interior y quieren asegur�rselo. Por esta raz�n, favorecen los derechos protectores que, en realidad, no les protegen sino que se convierten en nuevos impuestos indirectos de los cuales ellos mismos soportan la mayor parte.

Los partidos burgueses no llegan m�s all� de los dos sistemas de impuestos que acabamos de esbozar, a saber, el sistema manchesteriano y el sistema proteccionista; lo mismo ocurre con la democracia burguesa que no es ni un partido capitalista ni un partido anticapitalista, sino el partido de la reconciliaci�n de los intereses de clase, el partido de aquellos intereses que son comunes a los capitalistas y a los proletarios, a los peque�oburgueses y a los campesinos. Le falta a la democracia burguesa resoluci�n frente a los capitalistas . No se atreve a imponerles todas las cargas fiscales pero quiere, al mismo tiempo, aligerar a las clases inferiores, y as� todo su sistema viene a parar en reducir los impuestos al m�ximo posible, un ideal que es inconciliable con las obligaciones crecientes del Estado moderno. Sobre el terreno de la democracia burguesa, la transformaci�n del Estado en un Estado civilizador se hace imposible, por muy bien intencionada que sea, el respecto, esta democracia.

Muy distinto es el sistema de impuestos de la democracia proletaria de la socialdemocracia. Su consigna no es la disminuci�n de los impuestos sino la de cargar los impuestos sobre los hombros de quienes pueden soportar su peso. Hace suya de nuevo la vieja pretensi�n de los fisi�cratas, quienes exig�an que los impuestos gravasen la plusval�a. Es verdad que el desarrollo del modo de producci�n capitalista no permite determinar la plusval�a tan f�cilmente como el produit net de los fisi�cratas; en el siglo pasado, durante la �poca de la econom�a natural, cuando el campesino produc�a �l mismo caso todo lo que necesitaba, el producto neto era el excedente en especie de sus productos sobre sus propias necesidades, e iba a parar al propietario de la tierra. La plusval�a s�lo se manifiesta despu�s de numerosas divisiones y transformaciones, de manera que es imposible evaluarla directa e �ntegramente. La imposici�n de fuentes o componentes particulares de la plusval�a conduce f�cilmente sobre los menos afortunados. As� es como los propietarios de la tierra, en las ciudades, aprovechan su situaci�n de monopolio para trasladar a sus inquilinos el impuesto sobre la renta de la tierra.

No intentamos aqu� encontrar el medio m�s racional de gravar la plusval�a ya que esto nos llevar�a demasiado lejos. Nos contentamos con remitir al programa de la socialdemocracia alemana. Para pagar todos los gastos p�blicos, en cuanto puedan se cubiertos por los impuestos, la socialdemocracia reclama impuestos progresivos sobre la renta y sobre el capital y un impuesto sobre la sucesi�n, creciendo progresivamente con la importancia de la herencia y el grado de parentesco. Esta es una combinaci�n que, a nuestro parecer, acertar�, muy probablemente, a afectar a la plusval�a.

La democracia burguesa reclama igualmente estas clases de impuestos y los ha hecho adoptar en parte; pero no tiene la suficiente falta de miramientos como para arrancar, por esta v�a, sumas considerables al capital. La socialdemocracia es la �nica que no tiene miramientos con el capital; s�lo ella puede reclamar reformas sociales que necesitar�n gastos considerables por parte del Estado, proponiendo al mismo tiempo remplazar los otros impuestos por el impuesto sobre la renta, el impuesto sobre las riquezas y sobre los derechos de sucesi�n.

Tambi�n el propio Estado burgu�s se ve forzado, de tiempo en tiempo, a hacer una apelaci�n extraordinaria a la plusval�a para cubrir sus necesidades crecientes s�lo que no lo hace bajo la forma del impuesto sino bajo la del empr�stito estatal. Estos �ltimos tienen a veces fines econ�micos, por ejemplo creaci�n de ferrocarriles o de canales, pero generalmente est�n destinados a usos completamente improductivos, a la adquisici�n de ca�ones y de acorazados, a cubrir los gastos de guerra, etc.

Es sorprendente que, en los Estados mon�rquicos, todo es real, imperial, etc. excepto las deudas. La t�nica del soldado es la t�nica del rey pero �ste �ltimo protestar�a en�rgicamente si se llamasen deudas reales a los pr�stamos pedidos para pagar la t�nica del rey. Esas deudas las abandona generosamente en manos del Estado o de la naci�n. En este punto hasta el propio absolutismo ruso se muestra, en comparaci�n, altamente republicano.

Se pueden parangonar estos empr�stitos con las contribuciones voluntarias que se impon�an en los tiempos feudales las clases dominantes, la nobleza y el clero, cuando la patria estaba en peligro. Sin embargo hay una peque�a diferencia; los se�ores feudales no exig�an intereses por las sumas que ellos sacrifican en aras de la patria; para el capitalista, los intereses son cosa principal. Los privilegios perpetuos otorgados a los ricos se�ores territoriales, a los obispos, a los monasterios, a las ciudades, a cambio de sus subsidios, quiz� fuesen un equivalente de las
rentas perpetuas de nuestras actuales deudas p�blicas.

 

 

Despu�s de los gastos militares, los intereses de la deuda p�blica constituyen, en los Estados modernos, el cap�tulo m�s grande del presupuesto de
gastos. En Inglaterra sobre un presupuesto de 2 000 millones de marcos, el ej�rcito y la flota absorben alrededor de 800 millones de marcos y los intereses de la deuda nacional 500 millones; en Francia el ej�rcito y la marina alrededor de 700 millones de marcos y los intereses de la deuda 1 000 millones.

En el Imperio alem�n, los intereses de la deuda no se elevan en verdad m�s que a 74 millones de marcos, mientras que el ej�rcito y la flota cuestan 700 millones de marcos. Pero este imperio es joven
todav�a; la guerra de la cual surgi� le ha reportado los millones franceses y desde entonces no ha tenido que sostener grandes guerras. En la misma �poca en que el Imperio alem�n, que comenz� a funcionar con una indemnizaci�n de guerra de 4 000 millones de marcos, se endeudaba por valor de, hasta la fecha, 2 261 millones de marcos, Inglaterra ha reducido, su deuda p�blica de 15 600 millones de marcos a 12 400 millones de marcos ( o sea, una disminuci�n de 3 200 millones de marcos) �sin necesidad de aranceles sobre cereales, carne, petr�leo, etc.� �Y si se quiere establecer una comparaci�n habr�a que a�adir a la deuda del Imperio alem�n la de los Estados confederados! Solamente en Prusia la deuda se eleva a 6 500 millones de marcos, cuyos intereses significaban, en 1898, 229 millones; las deudas p�blicas de Baviera. Sajonia y W�rttemberg arrojan en total 2 500 millones. Llegamos pues, sumando las deudas p�blicas de los diferentes Estados de Alemania, a una cifra casi equivalente a la de Inglaterra con la diferencia de que en Inglaterra la deuda disminuye mientras que en Alemania aumenta r�pidamente. Los gastos militares junto con los intereses de la deuda p�blica constituyen el cap�tulo el presupuesto de un Estado moderno que, en el caso de eliminarse, proveer�an de los medios necesarios, bien para aligerar las cargas de la poblaci�n, bien para realizar grandes reformas sociales. El desarme general y la suspensi�n general del pago de intereses de los fondos p�blicos pondr�a a disposici�n de cada una de las grandes potencias m�s de mil millones de marcos anuales, suma que se podr�a emplear para estos fines. �Con eso ya pod�a hacerse algo!

La bancarrota del Estado un fen�meno extraordinario: sin embargo no queremos afirmar que un r�gimen como el que nosotros estamos suponiendo aqu�, influenciado por el proletariado pero todav�a no en situaci�n de triunfar sobre el modo de producci�n capitalista, se decidir�a sin necesidad a suprimir el pago de los intereses. Significar�a violar groseramente el principio de igualdad de derecho para todos, el escoger al azar solamente a algunos capitalista y confiscarle sus bienes, y ser�a tanto menos justificable cuanto que una gran parte de los fondos p�blicos est�n precisamente en las manos de los capitalistas m�s peque�os. La confiscaci�n de los peque�os ahorros de las peque�as gentes es lo que menos cuadra a las intenciones de un gobierno democr�tico.

Pero tambi�n es cierto que un r�gimen tal como al que nosotros nos referimos, renunciar�a de una vez para todas a acudir a nuevos empr�stitos e intentar�a amortizar la deuda existente con la mayor rapidez posible. Un nuevo empr�stito tendr�a el significado de una sujeci�n del gobierno al yugo del capital. El empr�stito es uno de los medios que emplean los Estados burgueses para poner la plusval�a, que el capital se ha apropiado, a disposici�n de sus fines estatales. Mas una democracia proletaria no conoce otro modo de apropiaci�n de la plusval�a que el impuesto. Pero naturalmente, por pocos miramientos que la democracia proletaria tenga con el capital, tampoco podr� gravar la plusval�a completamente a su gusto. No puede pensarse en elevar los impuestos anteriormente mencionados hasta el punto de confiscar toda la plusval�a. Recordemos que aqu� no tratamos de una comunidad socialista �para ella, nuestras explicaciones carecer�an de sentido ya que una comunidad que es due�a de los medios de producci�n, no necesita de impuestos para obtener el sobreproducto, sino que hablamos de una situaci�n en la cual el proletariado tiene ya el suficiente poder pol�tico como para ejercer sobre el sistema de impuestos una influencia favorable a sus ideas, pero en la cual domina todav�a el modo capitalista de producci�n. En tanto que as� sea, en tanto que, por una u otra raz�n, la sociedad no est� en situaci�n de tomar en sus manos todas las funciones del capital, la plusval�a jugar� un papel econ�mico considerable. El capitalista no puede, como antes de �l hac�an el se�or feudal o el arist�crata romano, consumir todo el sobreproducto que le suministran sus obreros. Tiene que �resignarse�, necesita �ahorrar�. No consume m�s que una parte de la plusval�a, mientras la otra se acumula, es decir, forma nuevo capital. Es esta acumulaci�n de capital la que construye, junto con el adelanto de las ciencias naturales, la gran fuerza del progreso econ�mico de nuestro siglo. Es gracias a estos dos factores por lo que el progreso en este siglo ha sido mucho m�s r�pido que en todos los siglos anteriores, por lo que han sido creadas inmensas fuerzas productivas antes las cuales las antiguas maravillas del mundo parecen enanas, por lo que, por vez primera en la historia, ha surgido la posibilidad de establecer una sociedad socialista sobre la base de una civilizaci�n m�s elevada. Mientras la sociedad no se aprecie de las fuerzas productivas y mientras no regule ella misma su propio desarrollo, impedir la acumulaci�n de capital significar�a detener el progreso, obstaculizar las condiciones previas del socialismo.

Pero afortunadamente para el progreso, el capital tiene tal tendencia a acumularse que puede soportar sin conmoverse las m�s rudas embestidas. Las leyes protectoras de los obreros y las organizaciones obreras, hasta el presente, se han mostrado como un medio de promoci�n y no como obst�culo del progreso econ�mico; no han perjudicado en nada la acumulaci�n del capital, la cual ya ha adquirido tales proporciones que comienza a convertirse en un dilema para los capitalistas. La masa de plusval�a que afluye anualmente a sus cajas es tan considerable que a
pesar del lujo m�s desenfrenado, ellos economizan todav�a m�s dinero del que pueden colocar a fin de obtener m�s plusval�a. Una serie de bancarrotas estatales �Argentina, Portugal, Grecia, etc.� y de varias empresas colosales privadas �sobre todo el �crack� de Panam� han podido ocurrir estos �ltimos a�os sin producir desordenes demasiado graves en la vida econ�mica, sin limitar la capacidad del capital para invertir cientos de millones en empr�stitos completamente improductivos y de promover con m�s potencia que nunca el desarrollo de nuevas industrias y nuevos medios de comunicaci�n.

Estos hechos muestran que se puede atacar la plusval�a mucho m�s de lo que se hace hoy sin temor a comprometer con ello el desarrollo econ�mico.

Ser�a completamente ocioso querer calcular, ni
siquiera en forma aproximada, hasta donde podr�a
llegarse en este ataque a la plusval�a.

Pero por muy considerables que sean las sumas que, por esta v�a, pudiese alimentar las finanzas estatales, no obstante hay que contar con la posibilidad de que fuesen insuficientes para cubrir todos los
gastos de un Estado civilizador que quisiese satisfacer todas las exigencias que le impone el deber de elevar a la poblaci�n entera al nivel de la civilizaci�n moderna. En este caso ser� necesario utilizar un segundo m�todo complementario para adquirir plusval�a: el Estado �o respectivamente la comunidad, para la cual vale mutatis lo antedicho� deber� producir plusval�a �l mismo.

De todas maneras le empuja a ello el desarrollo econ�mico y pol�tico. Hay una serie de monopolios naturales, actualmente en r�gimen de propiedad privada �minas, grandes v�as de comunicaci�n, iluminaci�n etc.�, cuya explotaci�n perjudica, dada la ausencia de libre competencia, no solamente a los obreros sino tambi�n a los consumidores en general. La concentraci�n del capital produce adem�s otros monopolios privados artificiales por medio de c�rteles, etc. que tienen efectos similares. No s�lo el proletariado, sino la masa entera de la poblaci�n se subleva contra estos monopolios. Las disecciones legales reguladoras son un suced�neo muy pobre; no hay m�s que un medio de poner fin a la explotaci�n de la colectividad, que consiste en la adquisici�n por la comunidad de los monopolios para continuar ella misma la explotaci�n. Pero mientras los grandes capitalistas tengan el Estado en el pu�o, como sucede hoy, esto no ser� ni f�cil ni siempre deseable. Por una parte el proletariado no puede desear que el Estado, que les es hostil, extienda su poder; por otra parte los capitalistas tienen la suficiente potencia para impedir unas nacionalizaciones que les son ingratas, como asimismo la tienen para permitirlas �nicamente en condiciones en las que ellos ser�an los �nicos beneficiados. En el caso de las nacionalizaciones de los ferrocarriles en Prusia y en Austria, no fueron precisamente los accionista quienes salieron perdiendo.

Todas estas dificultades desaparecen en un Estado en el cual el proletariado sea capaz de otorgar a la autoridad p�blica la suficiente falta de miramientos para con el capital, ya que la masa del pueblo no tiene motivos para recelar de la ampliaci�n de las esferas de poder del Estado cuando �ste est� enteramente en sus manos. Entonces la nacionalizaci�n de los monopolios puede efectuarse r�pidamente, con tanta mayor rapidez �permaneciendo invariables las dem�s circunstancias� cuando mayores sean las necesidades del Estado y cuando m�s estrechos sean los l�mites dentro de los cuales puede gravarse la plusval�a. Y la nacionalizaci�n se realizar� en todos los casos en condiciones tales que, sin ser una confiscaci�n, asegure en todo caso abundantes ingresos al Estado, quien los podr� emplear para mejorar la situaci�n de los obreros para favorecer los intereses de los consumidores y para la promoci�n, en gran escala, de la obra civilizadora.

La explotaci�n de estos monopolios de Estado no es todav�a la explotaci�n socialista sino que funciona en las condiciones dadas de la producci�n de mercanc�as y no produce todav�a directamente para uso de la sociedad. Pero en principio difiere ya esencialmente de la explotaci�n del monopolio por el Estado burgu�s. Aqu�lla, al formar parte de la pol�tica fiscal proletaria, es un medio de obtenci�n de plusval�a por parte del Estado,; �sta, que forma parte de la pol�tica fiscal burguesa es el medio m�s eficaz de establecer impuestos indirectos, de encarecer en favor del Estado los art�culos de primera necesidad.

El criterio para la apropiaci�n de una rama de la producci�n, en beneficio del monopolio estatal proletario, es el del nivel alcanzado en el modo de producci�n; las explotaciones burocr�ticamente organizadas, que de explotaciones personales se han convertido en explotaciones an�nimas sociedades por acciones o de sindicatos y que est�n ya efectivamente fuera de la libre competencia, pueden pasar con mayor facilidad a manos del Estado.

El criterio para la aprobaci�n de una rama de la producci�n, en beneficio del monopolio de Estado burgu�s, es, por el contrario, la importancia de sus productos como art�culos de consumo general, indispensables o superfluos, para la masa de los consumidores (tabaco, aguardiente, sal). El grado de desarrollo de la producci�n no es tomado en consideraci�n; se encuentran monopolios en ramas atrasadas de la producci�n donde predomina la peque�a explotaci�n (tabaco); en este caso la concurrencia es eliminada artificialmente, y para alcanzar los ingresos deseados se explota a los consumidores y tambi�n los obreros mucho m�s de lo que lo ser�an en r�gimen de libre concurrencia.

As� como no se puede confundir el monopolio de Estado con el socialismo, tampoco puede confundirse el monopolio de Estado proletario con el monopolio de Estado burgu�s.

La nacionalizaci�n o comunalizaci�n de los monopolios, la sustituci�n de los impuestos progresivos sobre la renta, sobre la riqueza y sobre los derechos de sucesi�n; la supresi�n de los empr�stitos p�blicos; he aqu� los puntos esenciales de la pol�tica fiscal proletaria. Es evidente, y no necesita de m�s demostraciones, que estas reformas, aligerar�an sensiblemente las cargas, no solamente del proletariado, sino tambi�n de la masa total de la poblaci�n trabajadora. Puede incluso decirse que son mucho m�s importantes para el peque�o artesano, para el comerciante detallista y para el peque�o campesino que para el proletario asalariado que, al menos en algunas de sus capas, est� ascendiendo mientras que las otras clases que acabamos de nombrar caminan hacia la ruina. Para las capas proletarias en descenso, la pol�tica fiscal burguesa no hace m�s que retardar este ascenso, mientras que precipita la ruina de las clases sociales en v�as de desaparici�n. Los impuestos gravan a�n m�s pesadamente al peque�o burgu�s y al peque�o campesino que al obrero asalariado; aqu�llos est�n pues m�s interesados que �ste en el establecimiento de la pol�tica fiscal proletaria.

Pero la disminuci�n de las cargas de las clases trabajadoras no ser�a el �nico resultado de este sistema de impuestos; en todas partes donde la producci�n capitalista est� muy desarrollada y donde por consiguiente, la masa de la plusval�a es muy elevada, el Estado estar�a perfectamente capacitado para proseguir una pol�tica en�rgica, tendiente a asegurar a la poblaci�n el bienestar y las conquistas de la civilizaci�n; cosa que la pol�tica fiscal burguesa no puede hacer. La imposici�n fiscal de la pobreza del pueblo tiene unos l�mites muy estrechos, a menos que se quiera arruinar a la masa de la poblaci�n y por consiguiente a toda la sociedad. Mas, por otra parte, con la pol�tica fiscal burguesa, la plusval�a estar� siempre insuficientemente gravada.

Unicamente la pol�tica fiscal proletaria puede atacar la plusval�a sin ning�n miramiento, �nicamente ella puede obtener por la v�a del impuesto todas las sumas que la clases capitalista invierte hoy en los empr�stitos interiores y exteriores, y a�n puede exigir bastante m�s sin perjudicar el desarrollo de la industria ni desmentir la capacidad de consumo de la burgues�a; la creaci�n de plusval�a mediante la nacionalizaci�n de los grandes monopolios pone al servicio de la comunidad las m�s importantes fuerzas productivas de la naci�n y permite a la autoridad p�blica
utilizar para las tareas de la civilizaci�n numerosas fuerzas de trabajo que hoy permanecen desocupadas. Los recursos materiales del Estado y de la comunidad se ver�n con ello enormemente incrementadas. La concentraci�n creciente del capital proporcionar� un campo cada vez m�s extenso a la explotaci�n estatal y, al multiplicar sus explotaciones, el Estado encontrar� indefinidamente nuevas fuentes de ingresos sin ninguna carga para el pueblo.

Pero es discutible que el proletariado llegue ninguna vez a establecer efectivamente su propia pol�tica fiscal. Eso supone una situaci�n que nosotros
hemos adoptado como base de nuestra exposici�n pero que quiz� no se produzca jam�s; una gran potencia pol�tica del proletariado coexistiendo con una permanencia ininterrumpida del modo de producci�n capitalista. Dos cosas que se excluyen casi completamente la una de la otra, s�lo podr�an coexistir por poco tiempo.

A pesar de ello nos ha parecido necesario investigar cu�l ser�a el sistema de pol�tica fiscal que el proletariado tendr�a que poner hoy en pr�ctica, si llegase a alcanzar el poder pol�tico. La importancia de un objetivo social no disminuye por el hecho de que no se alcance, si ha servido simplemente para indicar la tendencia del movimiento social.

La importancia de este movimiento y la precisi�n con que el objetivo se�alado indique el sentido de su marcha es lo que califica la importancia de dicho objetivo. Un movimiento no puede comprenderse claramente m�s que cuando se han precisado sus fines.

Ciertamente, si el proletariado ha conquistado el poder pol�tico, la situaci�n social ser� muy pronto tal que har� superfluo cualquier sistema fiscal encuadrado en el marco que acabamos de trazar; sin embargo, en todo caso, es hoy un objetivo de la democracia proletaria y la influencia pol�tica del proletariado se conocer� entre otras cosas en la medida en la cual consiga realizar su sistema fiscal. Mientras m�s potente sea la socialdemocracia m�s disminuir�n los impuestos indirectos, mayor importancia tendr�n los impuestos sobre la renta, sobre la riqueza y sobre la herencia, m�s se reducir�n las deudas p�blicas y sus intereses, y m�s r�pidamente y con menos gastos se convertir�n en monopolios del Estado y de las comunidades los grandes monopolios de los capitalistas.


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