Karl Marx
Un fantasma
recorre Europa: el fantasma del comunismo. Todas las fuerzas de la vieja Europa
se han unido en santa cruzada para acosar a ese fantasma: el Papa y el zar,
Metternich y Guizot, los radicales franceses y los polizontes alemanes.
¿Qué
partido de oposición no ha sido motejado de comunista por sus adversarios en el
Poder? ¿Qué partido de oposición a su vez, no ha lanzado, tanto a los
representantes más avanzados de la oposición como a sus enemigos
reaccionarios, el epíteto zahiriente de comunista?
De
este hecho resulta una doble enseñanza:
Que
el comunismo está ya reconocido como una fuerza por todas las potencias de
Europa.
Que
ya es hora de que los comunistas expongan a la faz del mundo entero sus
conceptos, sus fines y sus aspiraciones; que opongan a la leyenda del fantasma
del comunismo un manifiesto del propio Partido.
Con este fin, comunistas de diversas nacionalidades se han reunido en Londres y han redactado el siguiente Manifiesto, que será publicado en inglés, francés, alemán, italiano, flamenco y danés.
I
Burgueses
y Proletarios[1]
La historia de
todas las sociedades que han existido hasta nuestros días[2]
es las luchas de clases.
Hombres
libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores y siervos, maestros[3]
y oficiales, en una palabra: opresores y oprimidos se enfrentaron
siempre, mantuvieron una lucha constante, velada unas veces y otras franca y
abierta; lucha que terminó siempre con la transformación revolucionaria de
toda la sociedad o el hundimiento de las clases beligerantes.
En
las anteriores épocas históricas encontramos casi por todas partes una
completa división de la sociedad en diversos estamentos, una múltiple escala
gradual de condiciones sociales. En la antigua Roma hallamos patricios
caballeros, plebeyos y esclavos; en la Edad Media señores feudales, vasallos,
maestros, oficiales y siervos, y, además, en casi todas estas clases todavía
encontramos gradaciones especiales.
La
moderna sociedad burguesas, que ha salido de entre las ruinas de la sociedad
feudal, no ha abolido las contradicciones de clase. Únicamente ha sustituido
las viejas clases, las viejas condiciones de opresión, las viejas formas de
lucha por otras nuevas.
Nuestra
época, la época de la burguesía, se distingue, sin embargo, por haber
simplificado las contradicciones de clase. Toda la sociedad va dividiéndose,
cada vez más en dos grandes campos enemigos, en dos grandes clases que se
enfrentan directamente: la burguesía y el proletariado.
De
los siervos de la Edad Media surgieron los villanos libres de las primeras
ciudades; de este estamento urbano salieron los primeros elementos de la burguesía.
El
descubrimiento de América y la circunnavegación de África ofrecieron a la
burguesía en ascenso un nuevo campo de actividad. Los mercados de las Indias y
de China, la colonización de América, el intercambio con las colonias, la
multiplicación de los medios de cambio y de las mercancías en general
imprimieron al comercio, a la navegación y a la industria un impulso hasta
entonces desconocido, y aceleraron, con ello, el desarrollo del elemento
revolucionario de la sociedad feudal en descomposición.
El
antiguo modo de explotación feudal o gremial de la industria ya no podía
satisfacer la demanda, que crecía con la apertura de nuevos mercados. Vino a
ocupar su puesto la manufactura. La clase media industrial suplantó a los
maestros de los gremios; la división del trabajo entre las diferentes
corporaciones desapareció ante la división del trabajo en el seno del mismo
taller.
Pero
los mercados crecían sin cesar la demanda iba siempre en aumento. Ya no bastaba
tampoco la manufactura. El vapor y la máquina revolucionaron entonces la
producción industrial. La gran industria moderna sustituyó a la manufactura;
el lugar de la clase media industrial vinieron a ocuparlo los industriales
millonarios jefes de verdaderos ejércitos industriales, —los burgueses
modernos.
La
gran industria ha creado el mercado mundial ya preparado por el descubrimiento
de América. El mercado mundial aceleró prodigiosamente el desarrollo del
comercio, de la navegación y de todos los medios de transporte por tierra. Este
desarrollo influyó a su vez en el auge de la industria, y a medida que se iban
extendiendo la industria, el comercio, la navegación y los ferrocarriles,
desarrollábase la burguesía, multiplicando sus capitales y relegando a segundo
término a todas las clases legadas por la Edad Media.
La burguesía moderna, como
vemos, es por sí misma fruto de un largo proceso de desarrollo, de una serie de
revoluciones en el modo de producción y de cambio.
Cada
etapa de la evolución recorrida por la burguesía ha ido acompañada del
correspondiente éxito político[4].
Estamento oprimido bajo la dominación de los señores feudales; asociación
armada y autónoma en la comuna[5];
en unos sitios, República urbana independiente; en otros, tercer estado
tributario de la monarquía[6];
después durante el periodo de la manufactura, contrapeso de la nobleza en las
monarquías feudales o absolutas y, en general, piedra angular de las grandes
monarquías, la burguesía, después del establecimiento de la gran industria y
del mercado universal, conquistó finalmente la hegemonía exclusiva del Poder
político en el Estado representativo moderno. El gobierno del Estado moderno no
es más que una junta que administra los negocios comunes de toda la clase
burguesa.
La
burguesía ha desempeñado en la historia un papel altamente revolucionario.
Dondequiera
que ha conquistado el Poder, la burguesía ha destruido las relaciones feudales,
patriarcales, idílicas. Las abigarradas ligaduras feudales que ataban al hombre
a sus “superiores naturales” las ha desgarrado sin piedad para no dejar
subsistir otro vínculo entre los hombres que el frío interés, el cruel
“pago al contado”. Ha ahogado el sagrado éxtasis del fervor religioso, el
entusiasmo caballeresco y el sentimentalismo del pequeño burgués en las aguas
heladas del cálculo egoísta. Ha hecho de la dignidad personal un simple -
valor de cambio. Ha sustituido las numerosas libertades escrituradas y bien
adquiridas por la única y desalmada libertad de comercio. En una palabra, en
lugar de la explotación velada por ilusiones religiosas y políticas, ha
establecido una explotación abierta, descarada, directa y brutal.
La
burguesía ha despojado de su aureola a todas las profesiones que hasta entonces
se tenían por venerables y dignas de piadoso respeto. Al médico, al
jurisconsulto, al sacerdote, al poeta, al sabio, los ha convertido en sus
servidores asalariados.
La
burguesía ha desgarrado el velo de emocionante sentimentalismo que encubría
las relaciones familiares, y las redujo a simples relaciones de dinero.
La
burguesía ha revelado que la brutal manifestación de fuerza en la Edad Media,
tan admirada por la reacción, tenía su complemento natural en la más relajada
holgazanería. Ha sido ella la que primero ha demostrado lo que puede realizar
la actividad humana; ha creado maravillas muy distintas a las pirámides de
Egipto, a los acueductos romanos y a las catedrales góticas, y ha realizado
campañas muy distintas a los éxodos de los pueblos y a las Cruzadas.
La
burguesía no puede existir sino a condición de revolucionar incesantemente los
instrumentos de producción y, por consiguiente, las relaciones de producción,
y con ello todas las relaciones sociales. La conservación del antiguo modo de
producción era, por el contrario, la primera condición de existencia de todas
las clases industriales precedentes. Una revolución continua en la producción,
una incesante conmoción de todas las condiciones sociales, una inquietud y un
movimiento constantes distinguen la época burguesa de todas las anteriores.[7]
Todas las relaciones estancadas y enmohecidas, con su cortejo de
creencias y de ideas veneradas durante siglos, quedan rotas; las nuevas se hacen
añejas antes de haber podido osificarse. Todo lo estamental y estancado se
esfuma; todo lo sagrado es profano, y los hombres al fin se ven forzados a
considerar serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas.
Espoleada
por la necesidad de dar cada vez mayor salida a sus productos, la burguesía
recorre el mundo entero. Necesita anidar en todas partes, establecer en todas
partes, crear vínculos en todas partes.
Mediante
la explotación del mercado mundial, la burguesía dio un carácter cosmopolita
a la producción y al consumo de todos los países. Con gran sentimiento de los
reaccionarios, ha quitado a la industria su base nacional. Las antiguas
industrias nacionales han sido destruidas y están destruyéndose continuamente.
Son suplantadas por nuevas industrias, cuya introducción se convierte en cuestión
vital para todas las naciones civilizadas, por industrias que ya no emplean
materias primas indígenas, sino materias primas venidas de las más lejanas
regiones del mundo, y cuyos productos no sólo se consumen en el propio país,
sino en todas las partes del globo. En lugar de las antiguas necesidades,
satisfechas con productos nacionales, surgen necesidades nuevas, que reclaman
para su satisfacción productos de los países más apartados y de los climas más
diversos. En lugar del antiguo aislamiento de las regiones y naciones que se
bastaban a sí mismas, se establece un intercambio universal, una
interdependencia universal de las naciones. Y esto se refiere tanto a la
producción intelectual de una nación se convierte en patrimonio común de
todas. La estrechez y el exclusivismo nacionales resultan de día en día más
imposibles; de las numerosas literaturas nacionales y locales se forma una
literatura universal.
Merced
al rápido perfeccionamiento de los instrumentos de producción y al constante
progreso de los medios de comunicación, la burguesía arrastra a la corriente
de la civilización a todas las naciones, hasta a las más bárbaras. Los bajos
precios de sus mercancías constituyen la artillería pesada que derrumba todas
las murallas de China y hace capitular a los bárbaros más fanáticamente
hostiles a los extranjeros. Obliga a todas las naciones si no quieren sucumbir,
a adoptar el modo burgués de producción, las constriñe a introducir la
llamada civilización, es decir, a hacerse burguesas. En una palabra: se forja
un mundo a su imagen y semejanza.
La burguesía ha sometido el campo
al dominio de la ciudad. Ha creado urbes inmensas; ha aumentado enormemente la
población de las ciudades en comparación con la del campo, substrayendo una
gran parte de la población al idiotismo de la vida rural. Del mismo modo que ha
subordinado el campo a la ciudad, ha subordinado los países bárbaros o semibárbaros
a los países civilizados, los pueblos campesinos a los pueblos burgueses, el
Oriente al Occidente.
La
burguesía suprime cada vez más el fraccionamiento de los medios de producción,
de la propiedad y de la población. Ha aglomerado la población, centralizado
los medios de producción y concentrado la propiedad en manos de unos pocos. La
consecuencia obligada de ello ha sido la centralización política. Las
provincias independientes, ligadas entre sí casi únicamente por lazos
federales, con intereses, leyes, gobiernos y tarifas aduaneras diferentes, han
sido consolidadas en una sola nación, bajo un solo gobierno, una sola ley, un
solo interés nacional de clase y una sola línea aduanera.
La
burguesía, con su dominio de clase, que cuenta apenas con un siglo de
existencia, ha creado fuerzas productivas más abundantes y más grandiosas que
todas las generaciones pasadas juntas. El sometimiento de las fuerzas de la
naturaleza, el empleo de las máquinas, la aplicación de la química a la
industria y a la agricultura, la navegación de vapor, el ferrocarril, el telégrafo
eléctrico, la adaptación para el cultivo de continentes enteros, la apertura
de los ríos a la navegación, poblaciones enteras surgiendo por encanto, como
si salieran de la tierra. ¿Cuál de los siglos pasados pudo sospechar siquiera
que semejantes fuerzas productivas dormitasen en el seno del trabajo social?
Hemos
visto, pues, que los medios de producción y de cambio, sobre cuya base se ha
formado la burguesía, fueron creados en la sociedad feudal. Al alcanzar un
cierto grado de desarrollo estos medios de producción y de cambio, las
condiciones en que la sociedad feudal producía y cambiaba, toda la organización
feudal de la agricultura y de la industria manufacturera, en una palabra, las
relaciones feudales de propiedad, cesaron de corresponder a las fuerzas
productivas ya desarrolladas. Frenaban la producción en lugar de impulsarla[8].
Se transformaron en otras tantas trabas. Era preciso romper esas trabas, y se
rompieron.
En
su lugar se estableció la libre concurrencia, con una constitución social y
política adecuada a ella y con la dominación económica y política de la
clase burguesa.
Ante
nuestros ojos se está produciendo un movimiento análogo. Las relaciones
burguesas de producción y de cambio, las relaciones burguesas de propiedad,
toda esta sociedad burguesa moderna, que ha hecho surgir tan potentes medios de
producción y de cambio, se asemeja al mago que ya no es capaz de dominar las
potencias infernales que ha desencadenado con sus conjuros. Desde hace algunas décadas
la historia de la industria y del comercio no es más que la historia de la
rebelión de las fuerzas productivas modernas contra las actuales relaciones de
producción, contra las relaciones de propiedad que condicionan la existencia de
la burguesía y su dominación. Basta mencionar las crisis comerciales que, con
su retorno periódico, plantean en forma cada vez más amenazante, la cuestión
de la existencia de toda la sociedad burguesa. Durante cada crisis comercial se
destruye sistemáticamente, no sólo una parte considerable de productos
elaborados, sino incluso de las mismas fuerzas productivas ya creadas. Durante
las crisis, una epidemia social, que en cualquier época anterior hubiera
aparecido absurdo, se extiende sobre la sociedad la epidemia de la superproducción.
La sociedad se encuentra súbitamente retrotraía a un estado de barbarie momentánea:
diríase que el hambre, que una guerra devastadora mundial la ha privado de
todos sus medios de subsistencia; la industria y el comercio parecen
aniquilados. Y todo eso, ¿por qué? porque la sociedad posee demasiada
civilización, demasiados medios de vida, demasiada industria, demasiado
comercio. Las fuerzas productivas de que dispone no sirven ya al desarrollo de
la civilización burguesa y[9]
de las relaciones de propiedad burguesas; por el contrario, resultan ya
demasiado poderosas para estas relaciones, que constituyen un obstáculo para su
desarrollo; y cada vez que las fuerzas productivas salvan este obstáculo
precipitan en el desorden a toda la sociedad burguesa y amenazan la existencia
de la propiedad burguesa. Las relaciones burguesas resultan demasiado estrechas
para contener las riquezas creadas en su seno. ¿Cómo vence esta crisis la
burguesía? De una parte, por la destrucción obligada de una masa de fuerzas
productivas; de otra, por la conquista de nuevos mercados y la explotación más
intensa de los antiguos. ¿De qué modo lo hace, entonces? Preparando crisis más
extensas y más violentas y disminuyendo los medios de prevenirlas.
Las
armas de que se sirvió la burguesía para derribar al feudalismo se vuelven
ahora contra la propia burguesía.
Pero
la burguesía no ha forjado solamente las armas que deben darle muerte; ha
producido también los hombres que empuñaron esas armas: los obreros modernos,
los proletarios.
En
la misma proporción en que se desarrollo la burguesía, es decir, el capital,
desarróllase también el proletariado, la clase de los obreros modernos, que no
viven sino a condición de encontrar trabajo, y lo encuentran únicamente
mientras su trabajo acrecienta el capital. Estos obreros, obligados a venderse
al detal, son una mercancía como cualquier otro artículo de comercio, sujeta,
por tanto, a todas las vicisitudes de la competencia, a todas las fluctuaciones
del mercado.
El
creciente empleo de las máquinas y la división del trabajo quitan al trabajo
del proletario todo carácter substantivo y le hacen perder con ello atractivo
para el obrero. Este se convierte en un simple apéndice de la máquina, y sólo
se le exigen las operaciones más sencillas, más monótonas y de más fácil
aprendizaje. Por tanto, lo que cuesta hoy día al obrero se reduce poco más o
menos a los medios de subsistencia indispensables para vivir y para
perpetuar su linaje. Pero el precio del trabajo[10],
como el de toda mercancía, es igual a su coste de producción por consiguiente,
cuanto más fastidioso resulta el trabajo, más bajos los salarios. Más aún,
cuanto más se desenvuelven el maquinismo y la división del trabajo, más
aumenta la cantidad de trabajo[11]
bien mediante la prolongación de la jornada, bien por el aumento de trabajo
exigido en un tiempo dado, la aceleración del movimiento de las máquinas, etcétera
La
industria moderna ha transformado el pequeño taller del maestro patriarcal en
la gran fábrica del capitalista industrial. Masas de obreros, hacinados en la fábrica,
están organizados en forma militar. Como soldados rasos de la industria, están
colocados bajo la vigilancia de una jerarquía completa de oficiales y
suboficiales. No son solamente esclavos de la clase burguesa, del Estado burgués,
sino diariamente, a todas horas, esclavos de la máquina, del capataz y, sobre
todo, del patrón de la fábrica. Y este despotismo es tanto más mezquino,
odioso y exasperante, cuanto mayor es la franqueza con que se proclama que no
tiene otro fin que el lucro.
Cuanto
menos habilidad y fuerza requiere el trabajo manual, es decir, cuanto mayor es
el desarrollo de la industria moderna, mayor es la proporción en que el trabajo
de los hombres es suplantado por el de las mujeres y los niños. Por lo que
respecta a la clase obrera, las diferencias de edad y sexo pierden toda
significación social. No hay más que instrumentos de trabajo, cuyo costo varia
según la edad y el sexo.
Una
vez que el obrero ha sufrido la explotación del fabricante y ha recibido su
salario en metálico, se convierte en víctima de otros elementos de la burguesía:
el casero, el tendero, el prestamista, etcétera
Pequeños
industriales, pequeños comerciantes y rentistas. Artesanos y campesinos, toda
la escala inferior de las clases medias de otro tiempo, caen en las filas del
proletariado; unos, porque sus pequeños capitales no les alcanzan para acometer
grandes empresas industriales y sucumben en la competencia con los capitalistas
más fuertes; otros, porque su habilidad profesional se ve despreciada ante los
nuevos métodos de producción. De tal suerte, el proletariado se recluta entre
todas las clases de la población. El proletariado pasa por diferentes etapas de
desarrollo. Su lucha contra la burguesía comienza con su surgimiento.
Al
principio, la lucha es entablada por obreros aislados, después, por los obreros
de una misma fábrica, más tarde, por los obreros del mismo oficio de la
localidad contra el burgués aislado que los explota directamente. No se
contentan con dirigir sus ataques contra las relaciones burguesas de producción,
y los dirigen contra los mismos instrumentos de producción[12]:
destruyen las mercancías extranjeras que les hacen competencia, rompen las máquinas,
incendian las fábricas, intentan reconquistar por la fuerza la posición
perdida del trabajador de la Edad Media.
En
esta etapa, los obreros forman una masa diseminada por todo el país y
disgregada por la competencia. Si los obreros forman en masas compactas, esta
acción no es todavía la consecuencia de su propia unidad, sino de la unidad de
la burguesía, que para alcanzar sus propios fines políticos debe —y por
ahora aún puede— poner en movimiento a todo el proletariado. Durante esta
etapa, los proletarios no combaten, por tanto, contra sus propios enemigos, sino
contra los enemigos de sus enemigos, es decir, contra los vestigios de la
monarquía absoluta, los propietarios territoriales, los burgueses no
industriales y los pequeños burgueses. Todo el movimiento histórico se
concentra, de esta suerte, en manos de la burguesía; cada victoria alcanzada en
estas condiciones es una victoria de la burguesía.
Pero
la industria, en su desarrollo, no sólo acrecienta el número de proletarios,
sino que los concentra en masas considerables; su fuerza aumenta y adquiere
mayor conciencia de la misma. Los intereses y las condiciones de existencia de
los proletarios se igualan cada vez más a medida que la máquina va borrando
las diferencias en el trabajo y reduce el salario, casi en todas partes, a un
nivel igualmente bajo. Como resultado de la creciente competencia de los
burgueses entre sí y de las crisis comerciales que ella ocasiona, los salarios
son cada vez más fluctuantes; el constante y acelerado perfeccionamiento de la
máquina coloca al obrero en situación cada vez más precaria; las colisiones
individuales entre el obrero y el burgués adquieren más y más el carácter de
colisiones entre dos clases. Los obreros empiezan a formar coaliciones[13]
contra los burgueses y actúan en común para la defensa de sus salarios.
Llegan hasta formar asociaciones permanentes para choques circunstanciales. Aquí
y allá la lucha estalla en sublevación.
A
veces los obreros triunfan; pero es un triunfo efímero. El verdadero resultado
de sus luchas no es el éxito inmediato, sino la unión cada vez más extensa de
los obreros. Esta unión es favorecida por el crecimiento de lo medios de
comunicación creados por la gran industria y que ponen en contacto a los
obreros de diferentes localidades. Y basta ese contacto para que las numerosas
luchas locales, que en todas partes revisten el mismo carácter, se centralicen
en una lucha nacional, en una lucha de clases. Más toda lucha de clases es una
lucha política. Y la unión que los habitantes de las ciudades de la Edad
Media, con sus caminos vecinales, tardaron siglos en establecer, los proletarios
modernos, con los ferrocarriles, la llevan a cabo en unos pocos años.
Esta
organización del proletariado en clase, y, por tanto, en partido político, es
sin osar socavada por la competencia entre los propios obreros. Pero surge de
nuevo, y siempre más fuerte, más firme, más potente. Aprovecha las
disensiones intestinas de los burgueses para obligarles a reconocer por la ley
algunos intereses de la clase obrera; por ejemplo, la ley de la jornada de diez
horas en Inglaterra.
En
general, las colisiones en la vieja sociedad favorecen de diversas maneras el
proceso de desarrollo del proletariado. La burguesía vive en lucha permanente.
Al principio, contra la aristocracia; después, contra aquellas fracciones de la
misma burguesía, cuyos intereses entran en contradicción con los
progresos de la industria, y siempre, en fin, contra la burguesía de todos los
demás países. En todas estas luchas se ve forzada a apelar al proletariado, a
reclamar su ayuda y a arrastrarle así el movimiento político. De tal manera,
la burguesía proporciona a los proletarios los elementos de su propia educación[14],
es decir, armas contra ella misma.
Además,
como acabamos de ver, el progreso de la industria precipita en las filas del
proletariado a capas enteras de la clase dominante, o al menos las amenazas en
sus condiciones de existencia. También ellas aportan al proletariado numerosos
elementos de educación.[15]
Finalmente,
en los periodos en que la lucha de clases se acerca a su desenlace, el proceso
de desintegración de la clase dominante, de toda la vieja sociedad, adquiere un
carácter tan violento y tan patente que una pequeña fracción de esa clase
reniega de ella y se adhiere a la clase revolucionaria, a la clase en cuyas
manos está el “porvenir. Y así como antes una parte de la nobleza se pasó a
la burguesía, en nuestros días un sector de la burguesía se pasa al
proletariado, particularmente ese sector de los ideólogos burgueses que se han
elevado teóricamente hasta la comprensión del conjunto del movimiento histórico.
De
todas las clases que hoy se enfrentan con la burguesía, sólo el proletariado
es una clase verdaderamente revolucionaria. Las demás clases van degenerando y
desaparecen con el desarrollo de la gran industria; el proletariado, en cambio,
es su producto más peculiar.
Las
capas medias —el pequeño industrial, el pequeño comerciante, el artesano, el
campesino—, todas ellas luchan contra la burguesía para salvar de la ruina su
existencia como tales capas medias. No son, pues, revolucionarias, sino
conservadoras. Más todavía, son reaccionarias, ya que pretenden volver atrás
la rueda de la Historia. Son revolucionarias únicamente cuando tienen ante sí
la perspectiva de su tránsito inminente al proletariado, defendiendo así no
sus intereses presentes, sino sus intereses futuros, cuando abandonan sus
propios puntos de vista para adoptar los del proletariado.
El
lumpen proletariado, ese producto pasivo de la putrefacción de las capas más
bajas de la vieja sociedad. Puede a veces ser arrastrado al movimiento por una
revolución proletaria; sin embargo, en virtud de todas sus condiciones de vida
está más bien dispuesto a venderse a la reacción para servir a sus maniobras.
Las
condiciones de existencia de la vieja sociedad están ya abolidas en las
condiciones de existencia del proletariado. El proletariado no tiene propiedad;
sus relaciones con la mujer y con los hijos no tienen nada de común con las
relaciones familiares burguesas; el trabajo industrial moderno, el moderno yugo
del capital, que es el mismo en Inglaterra que en Francia, en Norteamérica que
en Alemania, despoja al proletariado de todo carácter nacional. Las leyes, la
moral, la religión, son para él meros prejuicios burgueses, detrás de los
cuales se ocultan otros tantos intereses de la burguesía.
Todas las clases que en el pasado lograron hacerse dominantes, trataron de
consolidar la situación adquirida sometiendo a toda sociedad a las condiciones
de su modo de apropiación. Los proletarios no pueden conquistar las fuerzas
productivas sociales, sino aboliendo su propio modo de apropiación en vigor, y,
por tanto, todo modo de apropiación existente hasta nuestros días. los
proletarios no tienen nada que salvaguardar; tienen que destruir todo lo que
hasta ahora ha venido garantizando y asegurando la propiedad privada existente.
Todos
los movimientos han sido hasta ahora realizados por minorías o en provecho de
minorías. El movimiento proletario es el movimiento independiente[16]
de la inmensa mayoría en provecho de la inmensa mayoría. El proletariado, capa
inferior de la sociedad actual; no puede levantarse, no puede enderezarse, sin
hacer saltar toda la superestructura formada por las capas de la sociedad
oficial.
Por
su forma, aunque no por su contenido, la lucha del proletariado contra la
burguesía es primeramente una lucha nacional. Es natural que el proletariado de
cada país debe acabar en primer lugar con su propia burguesía.
Al
esbozar las fases más generales del desarrollo del proletariado, hemos seguido
el curso de la guerra civil más o menos oculta que se desarrolla en el seno de
la sociedad existente, hasta el momento en que se transforma en una revolución
abierta, y el proletariado, derrocando por la violencia a la burguesía,
implanta su dominación.
Todas
las sociedades anteriores, como hemos visto, han descansado en el antagonismo
entre clases opresoras y oprimidas. Mas para oprimir a una clase, es preciso
asegurarle unas condiciones que le permitan, por lo menos, arrastrar su
existencia de esclavitud. El siervo, en pleno régimen de servidumbre, llegó a
miembro de la comuna, lo mismo que el pequeño burgués llegó a elevarse a la
categoría de burgués bajo el yugo del absolutismo feudal. El obrero moderno,
por el contrario, lejos de elevarse con el progreso de la industria, desciende
siempre más y más por debajo de las condiciones de vida de su propia clase. El
trabajador cae en la miseria, y el pauperismo crece más rápidamente todavía
que la población y la riqueza. Es, pues evidente que la burguesía ya no es
capaz de seguir desempeñando el papel de clase dominante de la sociedad ni de
imponer a ésta, como ley reguladora, las condiciones de existencia de su clase.
No es capaz de dominar, porque no es capaz de asegurar a su esclavo la
existencia ni siquiera dentro del marco de la esclavitud, porque se ve obligada
a dejarle decaer hasta el punto de tener que mantenerle, en lugar de ser
mantenida por él. La sociedad ya no puede vivir bajo su dominación; lo que
equivale a decir que la existencia de la burguesía es, en lo sucesivo
incompatible con la de la sociedad.
La
condición esencial de la existencia y de la dominación de la clase burguesa es
la acumulación de la riqueza en manos de particulares[17]
la formación y el acrecentamiento del capital. La condición de existencia del
capital es el trabajo asalariado. El trabajo asalariado descansa exclusivamente
sobre la competencia de los obreros entre sí. El progreso de la industria, del
que la burguesía, incapaz de oponérsele, es agente involuntario, sustituye el
aislamiento de los obreros, resultante de la competencia, por su unión
revolucionaria mediante la asociación. Así, el desarrollo de la gran industria
socava bajo los pies de la burguesía las bases sobre las que ésta produce y se
apropia lo producido. La burguesía produce, ante todo, sus propios
sepultureros. Su hundimiento y la victoria del proletariado son igualmente
inevitables.
II
Proletarios
y Comunistas
¿Qué relación
mantienen los comunistas con respecto a los proletarios en general?.
Los
comunistas no forman un partido aparte, opuesto a los otros partidos obreros.
No
tienen intereses algunos que no sean los intereses del conjunto del
proletariado.
No
proclaman principios especiales[18]
a los que quisieran amoldar el movimiento proletario.
Los
comunistas sólo se distinguen de los de más partidos proletarios en que, por
una parte, en las diferentes luchas nacionales de los proletarios, destacan y
hacen valer los interese comunes a todo el proletariado, independientemente de
la nacionalidad; y, por otra parte, en que, en las diferentes fases de
desarrollo porque pasa la lucha entre el proletariado y la burguesía,
representan siempre los intereses del movimiento en su conjunto.
Prácticamente,
los comunistas son, pues, el sector más resuelto[19]
de los partidos obreros de todos los países, el sector que siempre impulsa
adelante a los demás; teóricamente, tienen sobre el resto del proletariado la
ventaja de su clara visión de las condiciones, de la marcha y de los resultados
generales del movimiento proletario.
El
objetivo inmediato de los comunistas es el mismo que el de todos los demás
partidos proletarios: constitución de los proletarios en clase, derrocamiento
de la dominación burguesa, conquista del Poder político por el proletariado.
Las
tesis teóricas de los comunistas no se basan en modo alguno en ideas y
principios inventados o descubiertos por tal o cual reformador del mundo.
No
son sino la expresión de conjunto de las condiciones reales de una lucha de
clases existentes, de un movimiento histórico que se está desarrollando ante
nuestros ojos. La abolición de las relaciones de propiedad existentes desde
antes no es una característica peculiar y exclusiva del comunismo.
Todas
las relaciones de propiedad han sufrido constantes cambios históricos,
continuas transformaciones históricas.
La
revolución francesa, por ejemplo, abolió la propiedad feudal en provecho de la
propiedad burguesa.
El
rasgo distintivo del comunismo no es abolición de la propiedad en general, sino
la abolición de la propiedad burguesa.
Pero
la propiedad privada actual, la propiedad burguesa, es la última y más acabada
expresión del modo de producción y de apropiación de lo producido basado en
los antagonismos de clase, en la explotación de los unos por los otros.[20]
En
este sentido los comunistas pueden resumir su teoría en esta fórmula única:
abolición de la propiedad privada.
Se
nos ha reprochado a los comunistas el querer abolir la propiedad personalmente
adquirida, fruto del trabajo propio, esa propiedad que forma la base de toda
libertad, de toda actividad, de toda independencia individual.
¡La
propiedad bien adquirida, fruto del trabajo, del esfuerzo personal! ¿Os referís
acaso a la propiedad del pequeño burgués, del pequeño labrador, esa forma de
propiedad que precede a la propiedad burguesa? No tenemos que abolirla: el
progreso de la industria la ha abolido y está aboliéndola a diario.
¿O
tal ves o referís a la propiedad privada moderna, a la propiedad burguesa?
Pero,
¿es que el trabajo asalariado, el trabajo del proletario, crea propiedad para
el proletario? De ninguna manera. Lo que crea es capital, es decir, la propiedad
que explota al trabajo asalariado y que no puede acrecentarse sino a condición
de producir nuevo trabajo asalariado, para explotarlo a su vez. En su forma
actual, la propiedad se mueve en el antagonismo entre el capital y el trabajo
asalariado. Examinemos los dos términos de este antagonismo.
Ser
capitalista significa ocupar, no sólo una posición meramente personal en la
producción, sino también una posición social. El capital es un producto
colectivo; no puede ser puesto en movimiento sino por la actividad conjunta de
muchos miembros de la sociedad y, en último término, sólo por la actividad
conjunta de todos los miembros de la sociedad.
El
capital no es, pues, una fuerza personal; es una fuerza social.
En
consecuencia, si el capital es transformado en propiedad colectiva,
perteneciente a todos los miembros de la sociedad, no es la propiedad personal
la que se transforma en propiedad social. Sólo habrá cambiado el carácter
social de la propiedad. Esta perderá su carácter de clase.
Examinemos
el trabajo asalariado.
El
precio medio del trabajo asalariado es el mínimo del salario, es decir, la suma
de los medios de subsistencia indispensables al obrero para conservar su vida,
como tal obrero. Por consiguiente, lo que el obrero asalariado se apropia por su
actividad es estrictamente lo que necesita para la mera reproducción de su
vida. No queremos de ninguna manera abolir esta apropiación personal de los
productos de trabajo, indispensable a la mera reproducción de la vida humana,
esa apropiación, que no deja ningún beneficio líquido que pueda dar un poder
sobre el trabajo de otro. Lo que queremos suprimir es el carácter miserable de
esa apropiación, que hace que el obrero no viva sino para acrecentar el capital
y tan sólo en la medida en que el interés de la clase dominante exige que
viva. En la sociedad burguesa, el trabajo viviente no es más que un medio de
incrementar el trabajo acumulado. En la sociedad comunista, el trabajo acumulado
no es más que un medio de ampliar, enriquecer y hacer más fácil la vida de
los trabajadores.
De
este modo, en la sociedad burguesa el pasado domina al presente; en la sociedad
comunista es el presente el que domina al pasado. En la sociedad burguesa el
capital es independiente y tiene personalidad, mientras que el individuo que
trabaja carece de independencia y de personalidad.
¡Y
es la abolición de semejante estado de cosas lo que la burguesía considera
como la abolición de la personalidad y de la libertad! Y con razón. Pues se
trata efectivamente de abolir la personalidad burguesa, la independencia
burguesa y la libertad burguesa.
Por
la libertad, en las condiciones actuales de la producción burguesa, se entiende
la libertad de comercio, la libertad de comprar y vender.
Desaparecido
el chalaneo, desaparecerá también la libertad de chalanear. Las declamaciones
sobre la libertad de chalaneo, lo mismo que las demás bravatas liberales de
nuestra burguesía, sólo tienen sentido aplicadas al chalaneo encadenado y al
burgués sojuzgado de la Edad Media, pero no ante la abolición comunista del
chalaneo, de las relaciones de producción burguesas y de la propia burguesía.
Os
horrorizáis de que queramos abolir la propiedad privada. Pero en vuestra
sociedad actual la propiedad privada está abolida para las nueve décimas
partes de sus miembros. Precisamente porque no existe para esas nueve décimas
partes, existe para nosotros. Nos reprocháis, pues, el querer abolir una forma
de propiedad que no puede existir sino a condición de que la inmensa mayoría
de la sociedad sea privada de propiedad.
En
una palabra, nos acusáis de querer abolir vuestra propiedad. Efectivamente, eso
es lo que
queremos.
Según
vosotros, desde el momento en que el trabajo no pueda ser convertido en capital,
en dinero, en renta de la tierra, en una palabra, en poder social susceptible de
ser monopolizado; es decir, desde el instante en que la propiedad personal no
puede transformarse en propiedad burguesa[21]
desde ese instante la personalidad queda suprimida.
Reconocía,
pues, que por personalidad no entendéis sino al burgués, al propietario burgués.
Y esta personalidad ciertamente debe ser suprimida.
El
comunismo no arrebata a nadie la facultad de apropiarse de los productos
sociales, no quita más que el poder de sojuzgar el trabajo ajeno por medio de
esta apropiación.
Se
ha objetado que con la abolición de la propiedad privada cesaría toda
actividad y sobrevendría una indolencia general.
Si
así fuese, hace ya mucho tiempo que la sociedad burguesa habría sucumbido a
manos de la holgazanería, puesto que en ella los que trabajan no adquieren y
los que adquieren no trabajan. toda objeción se reduce a esta tautología: no
hay trabajo asalariado donde no hay capital.
Todas
las objeciones dirigidas contra el modo comunista de apropiación y de producción
de los productos materiales han sido hechas igualmente respecto a la apropiación
y a la producción de los productos del trabajo intelectual. Lo mismo que para
el burgués la desaparición de la propiedad de clase equivale a la desaparición
de toda producción, la desaparición de la cultura de clase significa para él
la desaparición de toda cultura.
La
cultura, cuya pérdida deplora, no es para la inmensa mayoría de los hombres más
que el adiestramiento que los transforma en máquinas.
Más
no discutáis con nosotros mientras apliquéis a la abolición de la propiedad
burguesa el criterio de vuestras naciones burguesas de libertad, cultura,
derecho, etcétera. Vuestras ideas son en sí mismas producto de las relaciones
de producción y de propiedad burguesas, como vuestro derecho no es más que la
voluntad de vuestra clase dirigida en ley; voluntad cuyo contenido está
determinado por las condiciones materiales de existencia de vuestra clase.
La
concepción interesada que os ha hecho erigir en leyes eternas de la Naturaleza
y de la Razón las relaciones sociales dimanadas de vuestro transitorio modo de
producción y de propiedad —relaciones históricas que surgen y desaparecen en
el curso de la producción—, la compartís con todas las clases dominantes hoy
desaparecidas. Lo que concebís para la propiedad antigua, lo que concebís para
la propiedad feudal, no os atrevéis a admitirlo para la propiedad burguesa.
¡Queréis
abolir la familia! Hasta los más radicales se indignan ante este infame
designio de los comunistas.
¿En
qué bases descansa la familia actual, la familia burguesa? En el capital, en el
lucro privado. La familia, plenamente desarrollada, no existe más que para la
burguesía; pero encuentra su complemento en la supresión forzosa de toda
familia para el proletariado y en la prostitución pública.
La
familia burguesa desaparece naturalmente al dejar de existir ese complemento
suyo, y ambos desaparecen con la desaparición del capital.
¿Nos
reprocháis el querer abolir la explotación de los hijos por sus padres?
Confesamos este crimen.
Pero
decís que destruimos los vínculos más íntimos, sustituyendo la educación
doméstica por la educación social.
Y
vuestra educación, ¿no está también determinada por la sociedad, por las
condiciones sociales en que educáis a vuestros hijos, por la intervención
directa o indirecta de la sociedad a través de la escuela, etcétera? Los
comunistas no han intentado esta injerencia de la sociedad en la educación, no
hacen más que cambiar su carácter y arrancar la educación a la influencia de
la clase dominante.
Las
declamaciones burguesas sobre la familia y la educación, sobre los dulces lazos
que unen a los padres con sus hijos, resultan más repugnantes a medida que la
gran industria destruye todo vínculo de familia para el proletario, y
transforma a los niños en simples artículos de comercio, en simples
instrumentos de trabajo.
¡Pero
es que vosotros, los comunistas, queréis establecer la comunidad de las
mujeres? —nos grita a coro toda la burguesía.
Para
el burgués, su mujer no es otra cosa que un instrumento de producción. Oye
decir que los instrumentos de producción deben ser de utilización común, y,
naturalmente, no puede por menos de pensar que las mujeres correrán la misma
suerte.
No
sospecha que se trata precisamente de acabar con esa situación de la mujer como
simple instrumento de producción.
Nada
más grotesco, por otra parte, que el horror ultramoral que inspira a nuestros
burgueses la pretendida comunidad oficial de las mujeres que atribuyen a los
comunistas. Los comunistas no tienen necesidad de introducir la comunidad de las
mujeres: casi siempre ha existido.
Nuestros
burgueses, no satisfechos con tener a su disposición las mujeres y las hijas de
sus obreros, sin hablar de la prostitución oficial, encuentran un placer
singular en encornudarse mutuamente.
El
matrimonio burgués es, en realidad, la comunidad de las esposas. A lo sumo, se
podría acusar a los comunistas de querer sustituir una comunidad de las mujeres
hipócritamente disimulada, por una comunidad franca y oficial. Es evidente, por
otra parte, que con la abolición de las relaciones de producción actuales
desaparecerá la comunidad de las mujeres que de ellas se deriva, es decir, la
prostitución oficial y privada.
Se
acusa también a los comunistas de querer abolir la patria, la nacionalidad.
Se
acusa también a los comunistas de querer abolir la patria, la nacionalidad.
Los
obreros no tienen patria. No se les puede arrebatar lo que no poseen. Mas, por
cuanto el proletariado debe en primer lugar conquistar el Poder político,
elevarse a la condición de clase nacional[22],
constituirse en nación todavía es nacional, aunque de ninguna manera en el
sentido burgués.
El
aislamiento nacional y los antagonismos entre los pueblos desaparecen de día en
día con el desarrollo de la burguesía, la libertad de comercio y el mercado
mundial con la uniformidad de la producción industrial y las condiciones de
existencia que le corresponden.
El
dominio del proletariado los hará desaparecer más de prisa todavía. La acción
común del proletariado, al menos el de los países civilizados; es una de las
primeras condiciones de su emancipación.
En
la misma medida en que sea abolida la explotación de un individuo por otro, será
abolida la explotación de una nación por otra.
Al
mismo tiempo que el antagonismo de las clases en el interior de las naciones,
desaparecerá la hostilidad de las naciones entre sí.
En
cuanto a las acusaciones lanzadas contra el comunismo, partiendo del punto de
vista de la religión, de la filosofía y de la ideología en general, no
merecen un examen detallado.
¿Acaso
se necesita una gran perspicacia para comprender que con toda modificación
sobrevenida en las condiciones de vida, en las relaciones sociales, en la
existencia social, cambia también las ideas, las nociones y las concepciones,
en una palabra, la conciencia del hombre?
¿Qué
demuestra la historia de las ideas sino que la producción intelectual se
transforma con la producción material? Las ideas dominantes en cualquier época
no han sido nunca más que las ideas de la clase dominante.
Cuando
se habla de ideas que revolucionan toda una sociedad, se expresa solamente el
hecho de que en el seno de la vieja sociedad se han formado los elementos de una
nueva, y la disolución de las viejas ideas marcha a la par con la disolución
de las antiguas condiciones de vida.
En
el ocaso del mundo, las viejas religiones fueron vencidas por la religión
cristiana. Cuando en el siglo XVIII las ideas cristianas fueron vencidas por las
ideas de la ilustración, la sociedad feudal libraba una lucha a muerte contra
la burguesía, entonces revolucionaria. Las ideas de libertad religiosa y de
libertad de conciencia no hicieron más que reflejar el reinado de la libre
concurrencia en el dominio de la conciencia[23]
“Sin
duda —se nos dirá—, las ideas religiosas, morales, filosóficas, políticas,
jurídicas, etcétera, se han ido modificando en el curso del desarrollo histórico.
Pero la religión, la moral, la filosofía, la política, el derecho, se han
mantenido siempre a través de estas transformaciones.
Existen
además, verdades eternas, tales como la libertad, la justicia, etcétera, que
son comunes a todo estado de la sociedad. Pero el comunismo quiere abolir estas
verdades eternas, quiere abolir la religión y la moral, en lugar de darles una
forma nueva, y por eso contradice a todo el desarrollo histórico anterior.
¿A
qué se reduce esta acusación? La historia de todas las sociedades que han
existido hasta hoy se desenvuelve en medio de contradicciones de clase, de
contradicciones que revisten formas diversas en las diferentes épocas.
Pero
cualquiera que haya sido la forma de estas contradicciones, la explotación de
una parte de la sociedad por la otra es un hecho común a todos los siglos
anteriores. Por consiguiente, no tiene nada de asombroso que la conciencia
social de todas las edades, a despecho de toda variedad y de toda diversidad, se
haya movido siempre dentro de ciertas formas comunes, dentro de unas formas[24]
—formas de conciencia—, que no desaparecerán completamente más que con la
desaparición definitiva de los antagonismos de clase.
La
revolución comunista es la ruptura más radical con las relaciones de propiedad
tradicionales, nada de extraño tiene que en el curso de su desarrollo rompa de
la manera más radical con las ideas tradicionales.
Mas,
dejemos aquí las objeciones hechas por la burguesía al comunismo.
Como
ya hemos visto más arriba, el primer paso de la revolución obrera, es la
elevación del proletariado a clase dominante, la conquista de la democracia. El
proletariado se valdrá de su dominación política para ir arrancando
gradualmente a la burguesía todo el capital, para centralizar todos los
instrumentos de producción en manos del Estado, es decir, del proletariado
organizado como clase dominante, y para aumentar con la mayor rapidez posible la
suma de las fuerzas productivas.
Esto,
naturalmente, no podrá cumplirse al principio más que por una violación despótica
del derecho de propiedad y de las relaciones burguesas de producción, es decir,
por la adopción de medidas que desde el punto de vista económico parecerán
insuficientes e insostenibles, pero que en el curso del movimiento se sobrepasarán
a sí mismas[25]
y serán indispensables como medio para transformar radicalmente todo el
modo de producción.
Estas
medidas, naturalmente, serán diferentes en los diversos países.
Sin
embargo, en los países más avanzados podrán ser puestas en práctica casi en
todas partes las siguientes medidas:
1º
Expropiación de la propiedad territorial y empleo de la renta de la tierra para
los gastos del Estado.
2º.
Fuerte impuesto progresivo.
3º.
Abolición del derecho de herencia.
4º.
Confiscación de la propiedad de todos los emigrados y sediciosos.
5º.
Centralización del crédito en manos del Estado por medio de un Banco nacional
con capital del Estado y monopolio exclusivo.
6º.
Centralización en manos del Estado de todos los medios de transporte.
7º.
Multiplicación de las empresas fabriles pertenecientes al Estado y de los
instrumentos de producción, roturación de los terrenos incultos y mejoramiento
de las tierras, según un plan general.
8º.
Obligación de trabajar para todos; organización de ejércitos industriales,
particularmente para la agricultura.
9º.
Combinación de la agricultura y la industria; medidas encaminadas a hacer
desaparecer gradualmente la oposición[26]
entre la ciudad y el campo[27].
10º.
Educación pública y gratuita de todos los niños; abolición del trabajo de éstos
en las fábricas tal como se practica hoy, régimen de educación combinado con
la producción material, etcétera.
Una
vez que en el curso del desarrollo hayan desaparecido las diferencias de clase y
se haya concentrado toda la producción en manos de los individuos asociados, el
Poder público perderá su carácter político. El poder político, hablando
propiamente, es violencia organizada de una clase para la opresión de otra. Si
en la lucha contra la burguesía el proletariado se constituye indefectiblemente
en clase, si mediante la revolución se convierte en clase dominante y, en
cuanto clase dominante, suprime por la fuerza las viejas relaciones de producción,
suprime al mismo tiempo que estas relaciones de producción las condiciones para
la existencia del antagonismo de clase y de las clases en general[28],
y, por tanto, su propia dominación como clase.
En
sustitución de la antigua sociedad burguesa, con sus clases y sus antagonismos
de clase, surgirá una asociación en que el libre desenvolvimiento de cada uno
será la condición del libre desenvolvimiento de todos.
III
Literatura
Socialista y Comunista
I.
El Socialismo Reaccionario
a)
El socialismo feudal.
Por su posición
histórica, la aristocracia francesa e inglesa estaban llamadas a escribir
libelos contra la moderna sociedad burguesa. En la revolución francesa de julio
de 1830 y en el movimiento inglés por la reforma, habían sucumbido una vez más
bajo los golpes del odiado advenedizo. En adelante, no podía hablarse siquiera
de una lucha política seria. No les quedaba más que lucha literaria.
Pero,
también en el terreno literario, la vieja fraseología de la época de la
Restauración[29]
había llegado a ser inaplicable. Para crearse simpatías era menester que la
aristocracia aparentase no tener en cuenta sus propios intereses y que formulará
su acta de acusación contra la burguesía sólo en interés de la clase obrera
explotada. Dióse de esta suerte la satisfacción de componer canciones satíricas
contra su nuevo amo y de musitarle al oído profecías más o menos siniestras.
Así
es como nació el socialismo feudal, mezcla de jeremiadas y pasquines, de ecos
del pasado y de amenazas sobre el porvenir. Si alguna vez su crítica amarga,
mordaz e ingeniosa hirió a la burguesía en el corazón, su incapacidad
absoluta para comprender la marcha de la historia moderna concluyó siempre por
cubrirle de ridículo.
A
guisa de bandera, estos señores enarbolaban un mísero zurrón de proletario, a
fin de atraer al pueblo. Pero cada vez que el pueblo acudía, advertía que sus
posaderas estaban ornadas con el viejo blasón feudal y se dispersaban en medio
de grandes e irreverentes carcajadas.
Una
parte de los legitimistas franceses y la “Joven Inglaterra”[30]
han dado al mundo este espectáculo.
Cuando
los campeones del feudalismo demuestran que su modo de explotación era distinto
del de la burguesía, olvidan una cosa y es que ellos explotaban en condiciones
y circunstancias por completo diferentes y hoy anticuadas. Cuando advierten que
bajo su dominación no existía el proletariado moderno, olvidan que la burguesía
moderna es precisamente un retoño fatal del régimen social suyo.
Disfrazan
tan poco, por otra parte, el carácter reaccionario de su crítica, que la
principal acusación que presentan contra la burguesía es precisamente haber
creado bajo su régimen una clase que hará saltar por los aires todo el antiguo
orden social.
Lo
que imputan a la burguesía no es tanto el haber hecho surgir un proletariado en
general, sino el haber hecho surgir un proletariado revolucionario.
Por
eso, en la práctica política, toman parte en todas las medidas de represión
contra la clase obrera. Y en la vida diaria, a pesar de su fraseología
ampulosa, se las ingenian para recoger las manzanas de oro caídas del árbol de
la industria y trocar el honor, el amor y la fidelidad por el comercio en lanas,
azúcar de remolacha y aguardiente[31].
Del
mismo modo que el cura y el señor feudal marcharon siempre de la mano, el
socialismo clerical marcha unido con el socialismo feudal.
Nada
más fácil que recubrir con un barniz socialista el ascetismo cristiano. ¿Acaso
el cristianismo no se levantó también contra la propiedad privada, el
matrimonio y el Estado? ¿No predicó en su lugar la caridad y la pobreza, el
celibato y la mortificación de la carne, la vida monástica y la iglesia? El
socialismo cristiano[32]
no es más que el agua bendita con que el clérigo consagra el despecho
de la aristocracia.
b)
El socialismo pequeño-burgués.
La aristocracia
feudal no es la única clase derrumbada por la burguesía y no es la única
clase cuyas condiciones de existencia empeoran y van extinguiéndose en la
sociedad burguesa moderna. Los villanos de las ciudades medievales y el
estamento de los pequeños agricultores de la Edad Media fueron los precursores
de la burguesa moderna. En los países de una industria y un comercio menos
desarrollados esta clase continúa vegetando al lado de la burguesía en auge.
En los países donde se ha desarrollado la civilización moderna, se ha formado
—y, como parte complementaria de la sociedad burguesa, sigue formándose sin
cesar— una nueva clase de pequeños burgueses que oscila entre el proletariado
y la burguesía. Pero los individuos que la componen se ven continuamente
precipitados a las filas del proletariado a causa de la competencia, y, con el
desarrollo de la gran industria, ven aproximarse el momento en que desaparecerán
por completo como fracción independiente de la sociedad moderna y en que serán
reemplazados en el comercio, en la manufactura y en la agricultura por capataces
y empleados.
En
países como Francia, donde los campesinos constituyen bastante más de la mitad
de la población, es natural que los escritores que defendían la causa del
proletariado contra la burguesía, aplicasen a su crítica del régimen burgués
el rasero del pequeño burgués y del pequeño campesino, y defendiesen la causa
obrera desde el punto de vista de la pequeña burguesía. Así se formó el
socialismo pequeño-burgués. Sismondi es el más alto exponente de esta
literatura, no sólo en Francia, sino también en Inglaterra.
Este
socialismo analizó con mucha sagacidad las contradicciones a las modernas
relaciones de producción. Puso al desnudo las hipócritas apologías de los
economistas. Demostró de una manera irrefutable los efectos destructores del
maquinismo y de la división del trabajo, la concentración de los capitales y
de la propiedad territorial, la super-producción, la crisis, inevitable ruina
de los pequeños burgueses y de los campesinos, la miseria del proletariado, la
anarquía en la producción, la escandalosa desigualdad en la distribución de
las riquezas, la exterminadora guerra industrial de las naciones entre sí, la
disolución de las viejas costumbres, de las antiguas relaciones familiares, de
las viejas nacionalidades.
Sin
embargo, el contenido positivo de ese socialismo consiste, bien en su anhelo de
restablecer los antiguos medios de producción y de cambio, y con ellos las
antiguas relaciones de propiedad y toda la sociedad antigua, bien en querer
encajar por la fuerza los medios modernos de producción de cambio en el marco
estrecho de las antiguas relaciones de propiedad, que ya fueron rotas, que
fatalmente debían ser rotas por ellos. En uno y otro caso, este socialismo es a
la vez reaccionario y utópico.
Para
la manufactura, el sistema gremial; para la agricultura, el régimen patriarcal;
he aquí su última palabra.
En
su ulterior desarrollo esta tendencia ha caído en una decepción cobarde[33]
c)
El socialismo alemán o socialismo verdadero.
La literatura
socialista y comunista de Francia, que nació bajo el yugo de una burguesía
dominante y es la expresión literaria de la lucha contra dicha dominación, fue
introducida en Alemania en el momento en que la burguesía acababa de comenzar
su lucha contra el absolutismo feudal. Filósofos, semifilósofos e ingenios de
salón alemanes se lanzaron ávidamente sobre esta literatura: pero olvidaron
que con la importación de la literatura francesa no habían sido importadas a
Alemania, al mismo tiempo, las condiciones sociales de Francia. En las
condiciones alemanas. la literatura francesa perdió toda significación práctica
inmediata y tomó un carácter puramente literario. Debía parecer más bien una
especulación ociosa sobre la sociedad verdadera[34],
sobre la realización de la esencia humana[35].
De este modo, para los filósofos alemanes del siglo XVIII las reivindicaciones
de la primera revolución francesa no eran más que las reivindicaciones de la
“razón práctica” en general, y las manifestaciones de la voluntad de la
burguesía revolucionaria de Francia no expresaban a sus ojos más que las leyes
de la voluntad pura, de la voluntad tal como debe ser, de la voluntad
verdaderamente humana.
Toda
la labor de los literatos alemanes se redujo únicamente a poner de acuerdo las
nuevas ideas francesas con su vieja conciencia filosófica, o, más exactamente,
a asimilarse las ideas francesas partiendo de sus propias opiniones filosóficas.
Y
se las asimilaron como se asimila en general una lengua extranjera; por la
traducción.
Se
sabe cómo los frailes superpusieron sobre los manuscritos de las obras clásicas
del antiguo paganismo las absurdas descripciones de la vida de los santos católicos.
Los literatos alemanes procedieron inversamente con respecto a la literatura
profana francesa. Deslizaron sus absurdos filosóficos bajo el original francés.
Por ejemplo: bajo la crítica francesa de las funciones del dinero, escribían:
“enajenación de la esencia humana”; bajo la crítica francesa del Estado
burgués decían: “eliminación del poder de lo universal abstracto”, y así
sucesivamente.
A
esta interpelación de su fraseología filosófica en la crítica francesa le
dieron el nombre de “filosofía de la acción”, “socialismo verdadero”,
ciencia alemana del socialismo”, “fundamentación filosófica del
socialismo”, etcétera.
De
esta manera fue completamente castrada la literatura socialista-comunista
francesa. Y como en manos de los alemanes dejó de ser la expresión de la lucha
de una clase contra otra, los alemanes se imaginaron estar muy por encima de la
“estrechez francesa” y haber defendido, en lugar de las verdaderas
necesidades, la necesidad de la verdad, en lugar de los intereses del
proletariado, los intereses de la esencia humana, del hombre en general, del
hombre que no pertenece a ninguna clase ni a ninguna realidad y que no existe más
que en el cielo brumoso de la fantasía filosófica.
Este
socialismo alemán, que tomaba tan solemnemente en serio sus torpes ejercicios
de escolar y que con tanto estrépito charlantesco los lanzaba a los cuatro
vientos, fue perdiendo poco a poco su inocencia pedantesca. La lucha de la
burguesía alemana, y principalmente de la burguesía prusiana, contra los
feudales y la monarquía absoluta, en una palabra, el movimiento liberal adquiría
un carácter más serio.
De
esta suerte, ofreciósele al “verdadero” socialismo la ocasión tan deseada
de contraponer al movimiento político las reivindicaciones socialistas, de
fulminar los anatemas tradicionales contra el liberalismo, contra el Estado
representativo, contra la concurrencia burguesa, contra la libertad burguesa de
prensa, contra el derecho burgués, contra la libertad y la igualdad burguesa y
de predicar a las masas populares que ellas no tenían nada que ganar, y que más
bien perderían todo, en este movimiento burgués. El socialismo alemán olvidó
muy a propósito que la crítica francesa, de la cual era simple eco insípido,
presuponía la sociedad burguesa moderna, con las correspondientes condiciones
materiales de existencia y una constitución política adecuada, es decir,
precisamente las premisas que todavía se trataba de conquistar en Alemania.
Para los gobiernos absolutos de Alemania, con su séquito de
clérigos, de pedagogos, de hidalgo rústicos y de burócratas, este socialismo
se convirtió en una espantajo propicio contra la burguesía que se levantaba
amenazadora.
Formó
el complemento dulzarrón de los amargos latigazos y tiros con que esos mismos
gobiernos respondieron a los alzamientos de los obreros alemanes.
Si
el “verdadero” socialismo se convirtió de este modo en un arma en manos de
los gobiernos contra la burguesía alemana, representaba además, directamente,
un interés reaccionario, el interés del pequeño burgués alemán[36].
La clase de los pequeños burgueses, legada por el siglo XVI, y desde entonces
renaciendo sin cesar bajo diversas formas, constituye para Alemania la verdadera
base social del orden establecido.
Mantenerla
es conservar en Alemania el orden establecido. La supremacía industrial y política
de la burguesía le amenaza con una muerte cierta: de una parte, por la
concentración de los capitales, y de otra, por el desarrollo de un proletariado
revolucionario. A la pequeña burguesía le pareció que el verdadero”
socialismo podía matar los dos pájaros de un tiro. Y éste se propagó como
una epidemia.
Tejido
con los hilos de araña de la especulación, bordado de flores retóricas y bañado
por un rocío sentimental, ese ropaje fantástico en que los socialistas
alemanes envolvieron sus tres o cuatro descarnadas “verdades eternas”, no
hizo sino aumentar la demanda de su mercancía entre semejante público.
Por
su parte, el socialismo alemán comprendió cada vez mejor que estaba llamado a
ser el representante pomposo de esta pequeña burguesía.
Proclamó que la nación alemana era la nación modelo y el mesócrata alemán el hombre modelo. A todas las infamias de este hombre modelo les dio un sentido oculto, un sentido superior y socialista, contrario a lo que era realidad. Fue consecuente hasta el fin, manifestándose de un modo directo contra la tendencia “brutalmente destructiva” del comunismo y declarando su imparcial elevación por encima de todas las luchas de clases. Salvo muy raras excepciones, todas las obras llamadas socialistas y comunistas que circulan en Alemania pertenecen a esta inmunda y enervante literatura[37].
2.
El Socialismo Conservador o
Burgués
Una parte de la
burguesía desea remediar los males sociales con el fin de consolidar la
sociedad burguesa.
A
esta categoría pertenecen los economistas, los filántropos, los humanitarios,
los que pretenden mejorar la suerte de las clases trabajadoras, los
organizadores de la beneficencia, los protectores de animales, los fundadores de
las sociedades de templanza, los reformadores domésticos de toda suerte. Y
hasta se ha llegado a elaborar este socialismo burgués en sistemas completos.
Citemos
como ejemplo la “Filosofía de la Miseria”, de Proudhon.
Los
burgueses socialistas quieren perpetuar las condiciones de vida de la sociedad
moderna, pero sin las luchas y los peligros que surgen fatalmente de ellas.
Quieren perpetuar la sociedad actual, pero sin los elementos que la revolucionan
y descomponen. Quieren la burguesía sin el proletariado. La burguesía, como es
natural, representa el mundo en que ella domina como el mejor de los mundos. El
socialismo burgués elabora en un sistema más o menos completo esta
representación consoladora. Cuando invita al proletariado a realizar su sistema
y a entrar en la nueva Jerusalén, no hace otra cosa, en el fondo, que inducirle
a continuar en la sociedad actual, pero despojándose de la concepción odiosa
que se ha formado de ella.
Otra
forma de este socialismo, menos sistemática, pero más práctica, intenta
apartar a los obreros de todo movimiento revolucionario, demostrándoles que no
es tal o cual cambio político el que podrá beneficiarles sino, solamente una
transformación de las condiciones materiales de vida, de las relaciones económicas.
Pero, por transformación de las condiciones materiales de vida, este socialismo
no entiende, en modo alguno, la abolición de las relaciones de producción
burguesas —lo que no es posible más que por vía revolucionaria—, sino únicamente
reformas administrativas realizadas sobre la base de las mismas relaciones de
producción burguesas, y que, por tanto, no afectan a las relaciones entre el
capital y el trabajo asalariado, sirviendo únicamente, en el mejor de los
casos, para reducirle a la burguesía los gastos que requiere su dominio y para
simplificarle la administración de su Estado.
El
socialismo burgués no alcanza su expresión adecuada, sino cuando se convierte
en simple figura retórica.
¡Libre
cambio, en interés de la clase obrera! ¡Aranceles protectores, en interés de
la clase obrera! ¡Prisiones celulares, en interés de la clase obrera! He ahí
la última palabra del socialismo burgués, la única que ha dicho seriamente.
El
socialismo burgués se resume precisamente en esta afirmación: los burgueses
son burgueses en interés de la clase obrera.
3.
El Socialismo y el Comunismo Crítico-Utópicos.
No se trata aquí
de la literatura que en todas las grandes revoluciones modernas, ha formulado
las reivindicaciones del proletariado (los escritos de Babeuf, etcétera).
Las
primeras tentativas directas del proletariado para hacer prevalecer sus propios
intereses de clase, realizadas en tiempos de efervescencia general, en el
periodo del derrumbamiento de la sociedad feudal, fracasaron necesariamente,
tanto por el débil desarrollo del mismo proletariado como por la ausencia de
las condiciones materiales de su emancipación, condiciones que surgen sólo
como producto del advenimiento de la época burguesa. La literatura
revolucionaria que acompaña a estos primeros movimientos del proletariado, era
forzosamente, por su contenido, reaccionario. Preconizaba un ascetismo general y
un burdo igualitarismo.
Los sistemas socialistas y comunistas propiamente dichos, los sistemas de Saint
-Simón, de Fourier, de Owen, etcétera, hacen su aparición en el periodo
inicial y rudimentario de la lucha entre el proletariado y la burguesía,
periodo descrito anteriormente.
Los
inventores de estos sistemas, por cierto se dan cuenta del antagonismo de las
clases, así como de la acción de los elementos destructores dentro de la misma
sociedad dominante. Pero no advierten del lado del proletariado ninguna
iniciativa histórica, ningún movimiento político que le sea propio.
Como
el desarrollo del antagonismo de clases va a la par con el desarrollo de la
industria, ellos tampoco pueden encontrar las condiciones materiales de la
emancipación del proletariado, y se lanzan en busca de una ciencia social de
unas leyes sociales que permitan crear esas condiciones.
En
lugar de la acción social tienen que poner la acción de su propio ingenio; en
lugar de las condiciones históricas de la emancipación, condiciones fantásticas;
en lugar de la organización gradual del proletariado en clase, una organización
de la sociedad inventada por ellos. La futura historia del mundo se reduce para
ellos a la propaganda y ejecución práctica de sus planes sociales.
En
la confección de sus planes tienen conciencia, por cierto, de defender ante
todo los intereses de la clase obrera, por ser la clase que más sufre. El
proletariado no existe para ellos sino bajo el aspecto de la clase que más
padece.
Pero
la forma rudimentaria de la lucha de clases, así como, su propia posición
social, les lleva a considerarse muy por encima de todo antagonismo de clase.
Desean mejorar las condiciones de vida de todos los miembros de la sociedad,
incluso de los más privilegiados. Por eso, no cesan de apelar a toda la
sociedad sin distinción, e incluso se dirigen con preferencia a la clase
dominante. Porque basta con comprender su sistema, para reconocer que es el
mejor de todos los planes posibles de la mejor de todas las sociedad posibles.
Repudian,
por eso, toda acción política, y en particular toda acción revolucionaria; se
proponen alcanzar su objetivo por medios pacíficos, intentando abrir camino al
nuevo evangelio social valiéndose de la fuerza del ejemplo, por medio de pequeños
experimentos, que, naturalmente fracasan siempre.
Estas
fantásticas descripciones de la sociedad futura, que surgen en una época en
que el proletariado, todavía muy poco desarrollado, considera aún su propia
situación de una manera también fantástica, corresponden a[38]
las primeras aspiraciones instintivas de los obreros hacia una completa
transformación de la sociedad. Mas estas obras socialistas y comunistas
encierran también elementos críticos. Atacan todas las bases de la sociedad
existente. Y de este modo han proporcionado materiales de un gran valor para
instruir a los obreros. Sus tesis positivas referentes a la sociedad futura[39],
tales como la desaparición del contraste entre la ciudad y el campo[40],
la abolición de la familia, de la ganancia privada y del trabajo asalariado, la
proclamación de la armonía social y la transformación del Estado en una
simple administración de la producción; todas estas tesis no hacen sino
enunciar la desaparición del antagonismo de las clases, antagonismo que
comienza solamente a perfilarse y del que los inventores de sistema no conocen
todavía sino las primeras formas indistintas y confusas. Así, estas tesis
tampoco tienen más que un sentido puramente utópico.
La
importancia del socialismo y del comunismo crítico utópicos está en razón
inversa al desarrollo histórico. A medida que la lucha de clases se acentúa y
toma formas más definidas, el fantástico afán de abstraerse de ella, esa fantástica
oposición que se le hace, pierde todo valor práctico, toda justificación teórica.
He ahí por qué si en muchos aspectos los autores de esos sistemas eran
revolucionarios, las sectas formadas por sus discípulos son siempre
reaccionarias, pues se aferran a las viejas concepciones de sus maestros, a
pesar del ulterior desarrollo histórico del proletariado. Buscan, pues, y en
eso son consecuentes, embotar la lucha de clases y conciliar los antagonismos.
Continúan soñando con la experimentación de sus utopías sociales; con
establecer falansterios aislados, crear colonias interiores en sus países o
fundar una pequeña Icaria[41],
edición en dozavo de la nueva Jerusalén. Y para la construcción de todos
estos castillos en el aire se ven forzados a apelar a la filantropía de los
corazones y de los bolsillos burgueses. Poco a poco van cayendo en la categoría
de los socialistas reaccionarios o conservadores descritos más arriba y sólo
se distinguen de ellos por una pedantería más sistemática y una fe
supersticiosa y fanática en la eficacia milagrosa de su ciencia social.
Por
eso, se oponen con encarnizamiento a todo movimiento político de la clase
obrera, pues no ven en él sino el resultado de una ciega falta de fe en el
nuevo Evangelio.
Los
owenistas, en Inglaterra, reaccionan contra los cartistas, y los fourieristas,
en Francia, contra los reformistas[42].
IV
Actitud
de los Comunistas Ante los
Diferentes
Partidos de Oposición
Los
comunistas luchan por alcanzar los objetivos e intereses inmediatos de la clase
obrera: pero, al mismo tiempo representan y defienden también, dentro del
movimiento actual, el porvenir de ese movimiento. En Francia, los comunistas se
suman al Partido Socialista Democrático[43]
contra la burguesía conservadora y radical, sin embargo, al derecho de criticar
las ilusiones y la fraseología legadas por la tradición revolucionaria. En
Suiza apoyan a los radicales, sin desconocer que este partido se compone de
elementos contradictorios, en parte de socialistas democráticos, al estilo
francés, y en parte de burgueses radicales. Entre los polacos, los comunistas
apoyan al partido que ve en una revolución agraria la condición de la liberación
nacional; es decir, al partido que provocó en 1846 la insurrección de
Cracovia. En Alemania, el Partido Comunista lucha de acuerdo con la burguesía,
en tanto que ésta actúa revolucionariamente contra la monarquía absoluta, la
propiedad territorial feudal y la pequeña burguesía reaccionaria. Pero jamás,
en ningún momento, se olvida este partido de inculcar a los obreros la más
clara conciencia del antagonismo hostil que existe entre la burguesía y el
proletariado, a fin de que los obreros alemanes sepan convertir de inmediato las
condiciones sociales y políticas que forzosamente ha de traer consigo la
dominación burguesa en otras tantas armas contra la burguesía, a fin de que,
tan pronto sean derrocadas las clases reaccionarias en Alemania, comience
inmediatamente la lucha contra la misma burguesía. Los comunistas fijan su
principal atención en Alemania, porque Alemania se halla en vísperas de una
revolución burguesa y porque llevará a cabo esta revolución bajo las
condiciones más progresivas de la civilización europea en general, y con un
proletariado mucho más desarrollado que el de Inglaterra en el siglo XVII y el
de Francia en el siglo XVIII, y por lo tanto, la revolución burguesa alemana no
podrá ser sino el preludio inmediato de una revolución proletaria.
En
resumen, los comunistas apoyan por doquier todo movimiento revolucionario contra
el régimen social y político existente. En todos estos movimientos ponen en
primer término como cuestión fundamental del movimiento, la cuestión de la
propiedad, cualquiera que sea la forma más o menos desarrollada que ésta
revista.
En
fin, los comunistas trabajan en todas partes por la unión y el acuerdo entre
los partidos democráticos de todos los países.
Los
comunistas consideran indigno ocultar sus ideas y propósitos. Proclaman
abiertamente que sus objetivos sólo pueden ser alcanzados derrocando por la
violencia todo el orden social existente. Que las clases dominantes tiemblen
ante una Revolución Comunista. Los proletarios no tienen nada que perder en
ella más que sus cadenas. Tienen en cambio un mundo que ganar.
¡Proletarios
de Todos los Países, Unidos!
[1]
Por burguesía se comprende a la clase de los capitalistas modernos,
propietarios de los medios de producción social, qué emplean el trabajo
asalariado. Por proletarios se comprende a la clase de los trabajadores
asalariados, modernos que, privados de medios de producción propios, se ven
obligados a vender su fuerza de trabajo para poder existir. (Nota de F.
Engels, 1888).
[2]
Es decir, la historia escrita. En 1847, la historia de la organización
social que precedió a toda la historia escrita, la prehistoria, era casi
desconocida. Posteriormente, Haxthausen ha descubierto en Rusia la propiedad
comunal de la tierra; Maurer ha demostrado que ésta fue la base social de
la que partieron históricamente
todas las tribus teutonas, y se ha ido descubriendo poco a poco que la
comunidad rural, con la posesión colectiva de la tierra, es o ha sido la
forma primitiva de la sociedad, desde las Indias hasta Irlanda. La
organización interna de esa sociedad comunista primitiva ha sido puesta en
claro, en lo que tiene de típico, con el culminante descubrimiento hecho
por Morgan de la verdadera naturaleza de la gens y de su lugar en la tribu.
Con la disolución de estas comunidades primitivas comenzó la división de
la sociedad en clases distintas y, finalmente, antagónicas. He intentado
analizar este proceso en la obra “El origen de la familia, de la propiedad
privada y del Estado”. (Nota de F. Engels a la edición Inglesa de 1888).
[3]
Zunftbürger, esto es, miembro de un gremio con todos los derechos, maestro
del mismo, y no su dirigente. (Nota de F. Engels 1888).
[4]
En 1888, a las palabras “éxito político” se ha añadido “de esta
clase”.
[5]
“Comunas” se llamaban en Francia las ciudades nacientes todavía antes
de arrancar a sus amos y señores feudales la autonomía local y los
derechos políticos como “tercer estado”. En términos generales, se ha
tomado aquí a Inglaterra como país típico del desarrollo económico de la
burguesía, y a Francia como país típico de su desarrollo político. (Nota
de F. Engels, 1888).
[6]
En 1883, a las palabras “república urbana independiente” se ha añadido”
(como en Italia y en Alemania)”, y a las palabras “tercer estado
tributario de la monarquía” las palabras “(como en Francia)”.
[7]
En la edición alemana de 1890, en lugar de “anteriores” dice
“otras”.
[8]
En la edición inglesa de 1888, esta frase ha sido omitida. pág. 39
[9]
En la edición alemana de 1872 y en las posteriores de 1883 y 1890 las
palabras “de la civilización burguesa y” han sido omitidas.
[10]
En sus escritos posteriores, Marx y Engels, en lugar de “valor del
trabajo” y “precio del trabajo”, utilizaron “valor de la fuerza de
trabajo” y precio de la fuerza de trabajo”,
[11]
En 188, en lugar de “cantidad de trabajo” dice dureza del trabajo”.
[12]
En 1888 en lugar de esta frase dice “Ellos dirigen sus ataques no contra
las relaciones burguesas de producción, sino contra los mismos instrumentos
de producción”
[13]
En 1888, después de “coaliciones” ha sido añadido “(tradeuniones)”.
[14]
En 1888, en lugar de “elementos de su propia educación” dice
“elementos de su propia educación política y general”
[15]
En 1888, en lugar de “elementos de educación” dice “ elementos de
ilustración y progreso”.
[16]
En 1888, a “el movimiento independiente” se añade “y consciente”.
[17]
En 1888, “la acumulación de
la riqueza en manos de particulares” han sido omitidas.
[18]
En 1888, en lugar de “especiales” dice “sectarios”.
[19]
En 1888, en lugar de “el sector más resuelto” dice “el sector más
avanzado y más resuelto”.
[20]
En 1888, en lugar de “la explotación de los unos por los otros” dice
“la explotación de la mayoría por la minoría”.
[21]
En 1888, a “en propiedad burguesa” se ha añadido “en capital”.
[22]
En 1888, en lugar de “elevarse a la condición de clase nacional” dice
“elevarse a la condición de clase dirigente de la nación”.
[23]
En la edición alemana de 1872 y en las ediciones posteriores , en lugar de
“en el dominio de la conciencia” dice “en el dominio del saber”.
[24]
En 1890, las palabras “dentro de unas formas” han sido omitidas.
[25]
En 1888, a las palabras “se sobrepasarán a sí mismas” se ha añadido
“exigiendo ulteriormente atacar al viejo orden social”.
[26]
En 1872 en lugar de “la oposición” dice “las diferencias”.
[27]
En 1888, dice “9. Combinación de la agricultura y la industria; abolición
gradual de las diferencias entre la ciudad y el campo, mediante la
distribución más equilibrada de la población en el país”.
[28]
En 1872 y 1883 y 1890 en lugar
de “las condiciones para la existencia del antagonismo de clase y de las
clases en general”.
[29]
No se trata aquí de la Restauración inglesa de 1660-1689, sino de la
francesa de 1814-1830. (Nota de F. Engels, 1888).
[30]
Los legitimistas eran los sostenedores de la dinastía de los Borbones que
fueron destronados en 1830 y que representaba el interés hereditario de
los grandes terratenientes. En la lucha en contra de la dinastía de
Orleans, que fue sostenida por la aristocracia financiera y la gran burguesía,
una parte de los legitimistas frecuentemente recurrían a una suerte de
demagogia social y pretendían ser los protectores de la clase trabajadora
en contra de la explotación de la burguesía.
“Joven
Inglaterra”, un grupo de políticos ingleses y hombres de letras que
pertenecían al Partido Tory. Se organizaron a principios de 1840. Los
representantes de la “Joven Inglaterra” reflejaban el descontento de la
aristocracia de la tierra que se oponía al crecimiento de las fuerzas económicas
y políticas de la burguesía. Ellos recurrieron a métodos demagógicos,
con miras a poner a la clase trabajadora bajo su influencia y usarla
finalmente para combatir a los burgueses.
[31]
Esto se refiere en primer término a Alemania, donde los terratenientes
aristócratas y los “junkers” cultivan por cuenta propia gran parte de
sus tierras con ayuda de administradores, y poseen, además, grandes fábricas
de azúcar de remolacha y destilerías de alcohol de patatas. Los más
acaudalados aristócratas británicos todavía no han llegado a tanto: pero
también ellos saben cómo pueden compensar la disminución de la renta,
cediendo sus nombres a los fundadores de toda clase de sociedades anónimas
de reputación más o menos dudosa. (Nota de F. Engels, 1888).
[32]
En 1848, de “socialismo cristiano” dice “socialismo sagrado y
actual”.
[33]
En 1888, dice “Finalmente, cuando hechos históricos irrefutables
desvanecieron todos los efectos embriagadores de las falsas ilusiones, esta
forma de socialismo acabó en un miserable abatimiento”.
[34]
En 1872 y en 1883 y 1890, las palabras “sobre la sociedad verdadera” han
sido omitidas.
[35]
En 1888 esta frase ha sido omitida.
[36]
En 1888, “pequeño burgués alemán” y “pequeña burguesía alemana”
han sido sustituidas, en el apartado socialismo “verdadero”, por las
expresiones “filisteos alemanes” y “filisteo pequeñoburgués alemán”.
[37]
La tormenta revolucionaria de 1848 barrió esta miserable escuela y ha
quitado a sus partidarios todo deseo de seguir haciendo socialismo. el
principal representante y el tipo clásico de esta escuela es el señor Karl
Grün. (N. de F. Engels, 1890).
[38]
En 1872, 1883 y 1890, en “corresponden” dice “provienen de”.
[39]
En 1888, en “Sus tesis positivas referentes a la sociedad futura” dice
“Las medidas prácticas propuestas en ellas”.
[40]
En 1888, en “el contraste entre la ciudad y el campo” dice “de la
diferencia entre la ciudad y el campo”.
[41]
Falansterios se llamaban las colonias socialistas proyectadas por
Carlos Fourier. Icaria era el nombre dado por Cabet a su país utópico y más
tarde a su colonia comunista en América (Nota de F. Engels, 1888).
Owen
llamó a sus sociedades comunistas modelo “home-Colonies” (colonias
interiores) El falansterio era el nombre de los palacios proyectados por
Fourier. Llamábase Icaria el país fantástico-utópico, cuyas
instituciones comunistas describía Caber. (Nota de F. Engels, 1890).
[42]
Se refiere a los partidos del periódico La Réforme, órgano del Partido
Socialista Democrático. Ellos propugnaban el establecimiento de una república
y llevar a cabo las reformas democráticas sociales.
[43]
Este partido estaba representado en el parlamento por Ledru-Rollin, en la
literatura por Luis Blanc y en la prensa diaria por La Réforme. El nombre
de Socialista Democrático significaba, en boca de sus inventores, la parte
del Partido Democrático o Republicano que tenía un matiz más o
menos socialista. (Nota de F. Engels, 1888).
Lo
que se llamaba entonces en Francia el Partido Socialista Democrático estaba
representado en política por Ledru-Rollin y en la literatura por Luis Blanc;
hallábase, pues a cien mil leguas de la social democracia alemana de
nuestro tiempo. (Nota de F. Engels, 1890).