Thomas Robert Malthus
Cap�tulo I
Exposici�n del asunto. Proporci�n entre el aumento de la poblaci�n y los alimentos
En una investigaci�n concerniente al mejoramiento de la sociedad, el tratamiento que el mismo tema sugiere es:
1. Investigar las causas que han impedido hasta ahora la evoluci�n de la humanidad hacia la felicidad; y,
2. Examinar las probabilidades de supresi�n total o parcial de esas causas en el porvenir.
Tratar el asunto a fondo y enumerar todas las causas que han influido hasta ahora sobre el mejoramiento de la humanidad estar�a m�s all� del alcance de un solo individuo. El principal objeto del presente Ensayo es examinar los efectos de una gran causa, �ntimamente unida a la naturaleza misma del hombre, la cual, si bien ha estado actuando constantemente desde el origen de la sociedad, ha recibido poca atenci�n por parte de quienes se han ocupado de estos temas. Cierto que se han expuesto y reconocido repetidas veces los hechos que establecen la existencia de esta causa; pero se han pasado por alto sus efectos naturales y necesarios, aun cuando es probable que entre esos efectos pueda reconocerse una parte considerable de aquellos vicios y miserias, y de la desigual distribuci�n de las mercedes de la naturaleza, que siempre trataron de corregir los fil�ntropos m�s instruidos.
La causa a que aludo es la tendencia constante de toda vida a aumentar, reproduci�ndose, m�s all� de lo que permiten los recursos disponibles para su subsistencia.
El Dr. Franklin ha observado que la fecundidad natural de las plantas y de los animales no tiene m�s l�mite que el que fija su propio nacimiento y la m�tua restricci�n de los medios de subsistencia. Seg�n el Dr. Franklin, si la superficie de la tierra estuviera desprovista de toda clase de plantas ser�a f�cil hacer que se extendiera por toda ella una sola, por ejemplo, el hinojo, y que si estuviera despoblada excepto el territorio ocupado por una sola naci�n, digamos Inglaterra, ser�a f�cil para los habitantes de �sta llegar a poblar toda la tierra en pocas generaciones.
Es esta una verdad incontrovertible. Tanto en el reino animal como en el vegetal la naturaleza ha esparcido con profusi�n las semillas de la vida; pero ha sido avara al conceder espacio y alimentos. Si los g�rmenes de vida que existen en la tierra pudieran desarrollarse en libertad, llenar�an en el transcurso de unos cuantos miles de a�os millones de mundos como el nuestro. S�lo la necesidad, esa ley inflexible y universal, es la que los mantiene dentro los l�mites prescritos. Tanto las plantas como los animales retroceden ante esta importante ley restrictiva, y el hombre no puede, cualesquiera que sean sus esfuerzos, escapar a ella.
En lo que se refiere a las plantas y a los animales irracionales, el modo de ver el asunto es bien sencillo. Un poderoso instinto empuja a todos ellos a reproducir su especie, y este instinto no se detiene ante ninguna clase de dudas sobre la posibilidad de criar a su descendencia. Por tanto, siempre que existe la libertad necesaria para ello se ejerce la facultad de procrear, y los efectos se presentan despu�s bajo la forma de falta de espacio y de alimentos.
En lo que respecta al hombre, los efectos de este obst�culo son m�s complicados. Un instinto igualmente poderoso le impulsa a procrearse y reproducir su especie; pero la raz�n pone obst�culos a ese instinto oblig�ndole a preguntarse si no traer� al mundo seres a quienes no podr� criar. Si atiende a esta sugesti�n natural de su raz�n, la restricci�n da lugar a menudo al vicio. Si no la escucha, la raza humana estar� tratando constantemente de aumentar m�s all� de lo que permiten los medios de subsistencia; pero, como debido a aquella ley natural por la cual el alimento es necesario para la vida humana la poblaci�n no puede nunca aumentar efectivamente m�s all� de lo que permita la alimentaci�n indispensable para sostenerla, la dificultad para adquirir los alimentos tiene que estar actuando continuamente como un fuerte freno contra el aumento de la poblaci�n. Esta dificultad debe localizarse en alguna parte, y dejarse sentir necesariamente en una u otra formas de miseria, o de temor a ella, en una gran parte de la humanidad.
El examen de los diferentes estados de sociedad en que el hombre ha existido mostrar� con suficiente claridad, que la poblaci�n tiende constantemente a aumentar m�s all� de los l�mites que le se�alan los medios de subsistencia; pero, antes de que procedamos a este examen, quiz�s se ver� con mayor claridad el asunto si tratamos de averiguar cu�l ser�a el incremento natural de la poblaci�n si se la dejara desenvolverse en perfecta libertad y cu�l podr�a esperarse que fuera la proporci�n en que aumentaran los productos de la tierra en las circunstancias m�s favorables para la actividad humana.
Se reconocer� que no ha existido hasta ahora ning�n pa�s en el que las costumbres hayan sido tan puras y simples, y los medios de subsistencia tan abundantes, que no haya habido en �l nada que impida los matrimonios tempranos por la dificultad de sostener una familia, y en el que las costumbres viciosas, la vida urbana, las ocupaciones insalubres, o el trabajo excesivo, no hayan puesto obst�culos a la reproducci�n de la especie humana. Puede afirmarse, pues, que no se ha conocido a�n ning�n pa�s en el cual se haya dejado a la poblaci�n ejercer toda su fuerza de reproducci�n en perfecta libertad.
Exista o no la instituci�n del matrimonio, los dictados de la naturaleza y la virtud parecen coincidir en la temprana inclinaci�n hacia una sola mujer, y all� donde no existieran impedimentos de ninguna clase para estas uniones, y no hubiera tampoco causas posteriores de despoblaci�n, el aumento de la especie humana ser�a mucho mayor que ninguno de los que hasta ahora se han conocido.
La experiencia ha mostrado que en los Estados Unidos de Norteam�rica, en los que los medios de subsistencia han sido m�s abundantes, las costumbres m�s puras, y los obst�culos para el matrimonio en edad temprana menores que en ninguno de los estados europeos modernos, la poblaci�n se ha duplicado en per�odos de menos de 25 a�os, por espacio de 150 a�os sucesivos 1. No obstante, durante esos per�odos, en algunas ciudades, las defunciones exced�an a los nacimientos, circunstancia que prueba que en aquellas partes que supl�an a la deficiencia de las otras, el aumento de la poblaci�n tiene que haber sido mucho m�s r�pido que el promedio nacional.
En las colonias interiores, en las que
la �nica ocupaci�n es la agricultura, y los vicios y los trabajos malsanos son
casi desconocidos, la poblaci�n se ha duplicado en 15 a�os; pero es probable
que este crecimiento extraordinario sea a�n muy inferior a la capacidad m�xima
de aumento de la poblaci�n. Para roturar y poner en cultivo tierras nuevas es
preciso un trabajo muy rudo; las condiciones en que �ste se realiza no suelen
ser muy salubres, y es probable que sus habitantes se hallen expuestos a las
incursiones de los indios, los cuales pueden destruir algunas vidas, o por lo
menos hacer que disminuyan los frutos de la actividad.
Seg�n una tabla de Euler, calculada sobre la base de una mortalidad de 1 por 36, si la proporci�n entre los nacimientos y las defunciones es de 3 a 1, ser� necesario un per�odo de 12 a�os y 4/5 para doblar la poblaci�n.[2] Y esta duplicaci�n no s�lo es posible, sino que, en realidad, ha ocurrido durante cortos per�odos en m�s de un pa�s. Sir William Petty llega a suponer la posible duplicaci�n en un per�odo de 10 a�os.
Para estar seguros de que nos mantenemos dentro de los l�mites de lo posible tomemos el m�s bajo de los valores para la rapidez del aumento, valor con el que est�n de acuerdo todos los datos de la experiencia y que se sabe positivamente que proviene tan solo de la procreaci�n.
Puede afirmarse que la poblaci�n, cuando no se le ponen obst�culos, se duplica cada 25 a�os, esto es, que aumenta en progresi�n geom�trica.
No ser� tan f�cil, en cambio, determinar la rapidez con que puede esperarse que aumenten los productos de la tierra. Podemos estar seguros de que su aumento, en un territorio limitado, tiene que ser de naturaleza totalmente distinta al de la poblaci�n. La fuerza reproductiva del hombre puede hacer que se duplique cada 25 a�os lo mismo una poblaci�n de mil habitantes que otra de mil millones; pero los alimentos necesarios para sostener este �ltimo n�mero no podr�n obtenerse con igual facilidad. El hombre se halla por necesidad confinado al espacio de que puede disponer. Cuando se han ido aumentando a�o tras a�o los terrenos dedicados al cultivo hasta llegar a ocupar todas las tierras f�rtiles, el aumento anual de la producci�n de alimentos tiene que depender del mejoramiento de las tierras ya cultivadas, y es �sta una reserva que, por la misma naturaleza del suelo, en lugar de aumentar, tiene que ir disminuyendo gradualmente; en cambio, la poblaci�n podr�a seguir aumentando con el mismo vigor si se le suministraran los alimentos necesarios, y el aumento durante un per�odo producir�a una capacidad aun mayor de aumento para el per�odo siguiente sin ning�n l�mite.
Por los informes que poseemos sobre China y Jap�n, es dudoso que los esfuerzos mejor dirigidos de la actividad humana puedan doblar la producci�n de esos pa�ses, incluso en no importa qu� n�mero de a�os. Cierto que existen muchas partes del mundo hasta ahora inhabitadas y casi incultivadas; pero, debemos preguntarnos, desde el punto de vista moral, si tenemos derecho a exterminar a los habitantes de esos territorios poco poblados. El proceso de instruirlos y de dirigir sus actividades ser�a por necesidad lento y durante �l, como la poblaci�n seguir�a con regularidad el mismo paso que la producci�n de alimentos, pocas veces podr�a aplicarse un grado elevado de conocimientos y de actividad sobre un suelo rico y desocupado. Y aun en aquellos casos en que esto pueda tener lugar, como sucede en las colonias nuevas, la progresi�n geom�trica de la poblaci�n hace que la ventaja no dure mucho tiempo. Si los Estados Unidos contin�an aumentando, como ocurrir�, si bien no con la misma rapidez que antes, se ir� empujando a los indios cada vez m�s hacia el interior del pa�s, hasta que se les extermine por completo, y entonces el territorio disponible no podr� aumentarse m�s.
Esas observaciones son aplicables en diverso grado, a todas las partes del mundo en las cuales el suelo no est� completamente cultivado. La exterminaci�n de todos los habitantes de Asia y �frica es algo en lo cual no puede pensarse. Civilizar y encauzar las actividades de las tribus t�rtaras y negras ser�a indudablemente un proceso lento y de �xito inseguro y variable.
Europa no est� tan poblada como pudiera estarlo, y es en ella donde hay mayores probabilidades de que la actividad humana pueda encauzarse mejor. En Inglaterra y Escocia se ha estudiado mucho la ciencia de la agricultura, y en ambos pa�ses existen todav�a bastantes tierras sin cultivar. Veamos en qu� proporci�n podr�a aumentar la producci�n de nuestra isla en las circunstancias m�s favorables.
Si suponemos que, siguiendo el mejor de todos los sistemas y estimulando todo lo posible la agricultura, se pudiera doblar la producci�n de la isla en los primeros 25 a�os, probablemente nuestra suposici�n exceder�a a lo que puede esperarse razonablemente.
Es imposible suponer que en los 25 a�os siguientes se pudiera cuadruplicar la producci�n. Esto ser�a contrario a todos nuestros conocimientos sobre las propiedades del suelo. La mejora de las tierras est�riles ser�a obra de mucho tiempo y de mucho trabajo; y tiene que ser evidente para todo el que tenga los m�s ligeros conocimientos agr�colas que, en proporci�n a como se extendiera el cultivo, las adiciones que pudieran hacerse cada a�o a la producci�n media anterior tendr�an que ir disminuyendo gradualmente y con regularidad. Con objeto de que podamos comparar mejor el aumento de la poblaci�n y de los alimentos, hagamos una suposici�n que, sin que pretendamos que sea exacta, es m�s favorable para la capacidad de producci�n de la tierra de lo que pudiera justificar la experiencia.
Supongamos que las adiciones anuales que pudieran hacerse a la producci�n media anterior, en lugar de disminuir, continuaran siendo las mismas, y que la producci�n de nuestra isla pudiera aumentarse cada 25 a�os en una cantidad igual a lo que produce en la actualidad. Ni el m�s optimista puede suponer un aumento mayor que �ste. Al cabo de unos cuantos siglos toda la isla parecer�a un jard�n.
Si esta suposici�n se aplicara a toda la tierra, y si se admitiera que los alimentos que la tierra produce pudieran aumentarse cada 25 a�os en cantidad igual a la que produce en la actualidad, esto equivaldr�a a suponer una proporci�n de aumento mucho mayor de la que produjera no importa qu� esfuerzos de la humanidad.
Podemos llegar a la conclusi�n de que, teniendo en cuenta el estado actual de la tierra, los medios de subsistencia, aun bajo las circunstancias m�s favorables a la actividad humana, no podr�an hacerse aumentar con mayor rapidez de la que supone una progresi�n aritm�tica.
Son impresionantes los efectos que necesariamente habr�an de derivarse de las proporciones diferentes en que crecer�an la poblaci�n y la producci�n de alimentos. Supongamos que la poblaci�n de nuestra isla es de 11 millones de habitantes y que la producci�n actual basta para sostener bien a ese n�mero de personas. Al cabo de los 25 primeros a�os la poblaci�n ser�a de 22 millones de habitantes y, habi�ndose doblado la producci�n de alimentos, los medios de subsistencia seguir�an bastando para la poblaci�n. En los 25 a�os siguientes, la poblaci�n ser�a de 44 millones, y los medios de subsistencia s�lo bastar�an para mantener a 33 millones de habitantes. En el siguiente per�odo de 25 a�os la poblaci�n ser�a de 88 millones, y los alimentos s�lo bastar�an para mantener a la mitad de ese n�mero de personas, y al finalizar el primer siglo, la poblaci�n ser�a de 176 millones de habitantes, lo que dejar�a sin medios de subsistencia a 121 millones.
Si consideramos la totalidad de la tierra, en lugar de esta isla, claro est� que quedar�a excluida la posibilidad de la emigraci�n; y, suponiendo la poblaci�n actual igual a mil millones de habitantes, la especie humana aumentar�a como la progresi�n de los n�meros 1, 2, 4, 8, 16, 32, 64, 128, 256, y las subsistencias como la de los n�meros 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9. Al cabo de dos siglos, la proporci�n entre la poblaci�n y los medios de subsistencia ser�a como la de los n�meros 256 y 9; al cabo de tres siglos, como los n�meros, 4,096 y 13, y al cabo de dos mil a�os la diferencia ser�a casi incalculable.
Hay que tener en cuenta que no hemos supuesto l�mite alguno a la producci�n de la tierra, esto es, que podr�a continuar aumentando indefinidamente, y llegar a ser mayor que cualquiera cantidad tanto indefinidamente, y llegar a ser mayor que cualquiera cantidad que pudiera fijarse, y, no obstante, como la cantidad de aumento de la poblaci�n en cada per�odo es muy superior, el crecimiento de la especie humana s�lo puede mantenerse al nivel de los medios de subsistencia por la constante acci�n de la dura ley de la necesidad, actuando como un freno sobre la potencia m�s vigorosa.
Cap�tulo II
De las limitaciones generales del crecimiento de la poblaci�n, y de su forma de actuar
El principal obst�culo para el aumento de la poblaci�n parece ser la falta de alimentos, que se deriva necesariamente de las distintas proporciones en que aumentan aqu�lla y �stos; pero esta limitaci�n, �nicamente es de car�cter inmediato en casos de verdadera hambre.
El obst�culo inmediato puede definirse diciendo que consiste en todas aquellas costumbres, as� como los padecimientos, que parecen ser consecuencia natural de la escasez de los medios de subsistencia, y todas aquellas causas, independientes de la escasez, y tanto de car�cter moral como material, que tienden a destruir o debilitar prematuramente la constituci�n humana.
Los frenos que contienen el aumento de la poblaci�n, que act�an continuamente y con mas o menos fuerza en todas las sociedades, y mantienen el n�mero de habitantes al nivel de los medios de subsistencia, pueden clasificarse en dos grandes grupos: los preventivos y los positivos.
El obst�culo preventivo, mientras es voluntario, es peculiar del hombre y resulta de la superioridad caracter�stica de sus facultades razonadoras que le permiten calcular las consecuencias lejanas Las barreras contra el aumento indefinido de las plantas y los animales irracionales son todos positivos, o, si tienen alg�n car�cter preventivo, �ste es involuntario. El hombre no puede mirar a su alrededor y ver la miseria que aflige a menudo a los que tienen familias numerosas; no puede mirar sus actuales bienes o ganancias, que hoy casi consume �l solo, y calcular lo que tocar�a a cada uno cuando hubiera de dividirlos entre siete u ocho, sin sentir duda acerca de si, al seguir sus inclinaciones, podr�a sostener la prole que seguramente traer�a al mundo. En un sistema igualitario, si semejante estado puede existir, esta ser�a simplemente la cuesti�n. En el estado actual de la sociedad se presentan otra clase de consideraciones. �No rebajar� el rango que ocupa en la vida, y no se ver� obligado a abandonar en gran parte sus antiguos h�bitos? �Tiene probabilidades de encontrar un empleo con el cual pueda sostener una familia? �No se expondr� a tropezar con mayores dificultades, y no tendr� que trabajar m�s que cuando estaba soltero? �Podr� transmitir a sus hijos las mismas ventajas de educaci�n y de mejoramiento que �l ha disfrutado? �Tiene la seguridad de que, en el caso de tener una familia numerosa, sus esfuerzos podr�n librarla de la pobreza y de la consiguiente degradaci�n en la comunidad? �No se ver� obligado, bajo el imperio de la necesidad, a tener que renunciar a su independencia y a recurrir a la caridad para poder sostenerlos? Consideraciones de esta clase son las que, en todas las naciones civilizadas, se oponen al natural deseo de los j�venes a contraer matrimonio.
Si esta restricci�n no diera lugar a los vicios, indudablemente ser�a el menor mal que puede resultar del principio de la poblaci�n. Considerada como freno de una fuerte inclinaci�n natural, hay que reconocer que produce un determinado grado de infelicidad; pero es evidente que �sta es ligera, si se la compara con los males que resultan de cualesquiera otras formas de impedir la procreaci�n y es de la misma naturaleza que todos los sacrificios de una satisfacci�n temporal en aras de otra permanente, que el ser moral se ve obligado a hacer de continuo.
Cuando esta abstenci�n da lugar a vicios, los males que ellos ocasiona son evidentes. Las relaciones sexuales en las que se procura impedir el nacimiento de hijos parecen rebajar, de manera muy acusada, la dignidad de la naturaleza humana. No puede por menos de afectar al hombre, y en cuanto a la mujer, nada degrada tanto el car�cter femenino y destruye sus cualidades m�s amables y distinguidas. A��dase a esto que entre esas infortunadas hembras, que tanto abundan en las grandes ciudades, se encuentra tal vez mayor miseria que en ning�n otro grupo de la sociedad.
Cuando en todas la clases de la sociedad predomina la corrupci�n, en lo que respecta al sexo, sus efectos tienen que envenenar las fuentes de la felicidad dom�stica, debilitar los lazos conyugales y fraternales y disminuir los esfuerzos unidos y el celo de los padres en el cuidado y educaci�n de sus hijos, efectos que no pueden tener lugar sin que se produzca una disminuci�n general de la felicidad y la virtud, sobre todo si se tiene en cuenta que la necesidad de recurrir al enga�o y a las intrigas, y de ocultar sus consecuencias, conduce necesariamente a otros vicios.
Los obst�culos positivos que se oponen al aumento de la poblaci�n son muy diversos, y comprenden todo aquello que contribuye en mayor o menor grado a acortar la duraci�n natural de la vida humana, ya provenga del vicio, ya de la miseria. En este grupo habr�, pues, que incluir las ocupaciones malsanas, el trabajo excesivamente fatigoso y la exposici�n a las inclemencias del tiempo, la pobreza extrema, la mala crianza de los hijos, la vida de las grandes ciudades, los excesos de toda clase, toda la gama de enfermedades comunes y las epidemias, las guerras, las pestes y las hambrees.
Examinando esas restricciones del aumento de la poblaci�n que he clasificado en los dos grandes grupos de preventivos y positivos, veremos que pueden agruparse en tres: abstinencia moral, vicio y miseria.[3]
Entre los obst�culos preventivos, la abstenci�n del matrimonio que no es seguida de la satisfacci�n irregular puede denominarse adecuadamente como abstenci�n moral.
La promiscuidad en el intercambio sexual, las pasiones antinaturales, las violaciones del lecho matrimonial y los medios indebidos para ocultar las consecuencias de las uniones irregulares son obst�culos preventivos que caen dentro de la denominaci�n de vicios.
De los obst�culos positivos, los que parecen ser consecuencia inevitable de las leyes naturales pueden caer bajo la denominaci�n de miseria y los que es evidente que nos acarreamos nosotros mismos, tales como las guerras, los excesos, y otros que no est� en nuestras manos evitar, son de naturaleza mixta. Todos estos resultan de los vicios, y su consecuencia es la miseria.[4]
La suma de todos estos obst�culos preventivos y positivos, tomada en su conjunto, constituye el freno inmediato a la poblaci�n; y es evidente que, en todo pa�s en que no puede actuar plenamente la potencia procreadora, los frenos preventivos y los positivos tienen que variar en raz�n inversa los unos de los otros; esto es, en los pa�ses de por s� insanos, o en que la mortalidad es elevada, cualquiera que sea la causa, la actuaci�n del freno preventivo ser� casi nula. Por lo contrario, en aquellos pa�ses que son de por s� sanos, y en los cuales se ve que el freno preventivo act�a con fuerza considerable, el freno positivo actuar� poco, y la mortalidad ser� baja.
En todos los pa�ses act�an constantemente, con mayor o menor intensidad, algunos de esos frenos; no obstante, a pesar de su general intensidad, algunos de esos frenos; no obstante, a pesar de su general actuaci�n, hay pocas naciones en las que no exista un esfuerzo constante de la poblaci�n para aumentar m�s all� de lo que permiten los medios de subsistencia. Con igual constancia tiende este esfuerzo a hundir en la miseria a las clases m�s bajas de la sociedad, y a impedir cualquier mejoramiento permanente de su situaci�n.
En el estado actual de la sociedad estos efectos parecen producirse de la manera siguiente. Vamos a suponer que en cualquier pa�s los medios de subsistencia bastan exactamente para sostener con holgura a sus habitantes. El esfuerzo constante de la poblaci�n para aumentar, que se ve manifestado hasta en las sociedades m�s imperfectas, hace que aumente el n�mero de habitantes antes que aumenten las subsistencias. Por consiguiente, los alimentos que antes sosten�an a once millones de personas, tienen que dividirse ahora entre once y medio millones. As�, los pobres tiene que vivir peor, y muchos de ellos soportar�n severos sufrimientos. Siendo tambi�n el n�mero de trabajadores superior al trabajo por realizar, los jornales tender�n a bajar, mientras que al mismo tiempo el precio de las provisiones tender� a subir. El trabajador tendr�, por consiguiente, que trabajar m�s para ganar lo mismo. Durante estas �pocas de miseria, son tan grandes los obst�culos para el matrimonio y las dificultades para sostener una familia, que se detiene el crecimiento de la poblaci�n. Entretanto, la baratura de la mano de obra, la abundancia de trabajadores disponibles y la necesidad entre �stos de desplegar mayor actividad, estimulan a los agricultores a emplear m�s mano de obra, a roturar nuevos terrenos y a estercolar y mejorar los que ya est�n en cultivo, hasta que en �ltimo t�rmino los medios de subsistencia puedan hallarse en igual proporci�n con respecto a la poblaci�n que en el per�odo inicial. Cuando ya es de nuevo tolerable la situaci�n del trabajador, disminuyen las restricciones impuestas a la procreaci�n, y, luego de un corto per�odo, se repiten los mismos movimientos retr�grados y progresivos en lo que respecta al bienestar de los habitantes.
Es probable que esta especie de oscilaci�n no aparezca como evidente al primer golpe de vista y puede resultar dif�cil, aun para el observador m�s atento, calcular la duraci�n de esos per�odos. Ninguna persona reflexiva que examine a fondo el asunto puede dudar que en la generalidad de los pa�ses viejos existe alguna alteraci�n por el estilo de la que he descrito, si bien en forma menos acusada y mucho m�s irregular.
Una de las principales razones por las que esta oscilaci�n ha sido menos advertida, y menos confirmada por la experiencia que lo que era de esperar, es que las historias de la humanidad que poseemos s�lo se ocupan, en general, de las clases m�s altas de la sociedad. No poseemos muchas informaciones que puedan considerarse seguras acerca de las costumbres de esa parte de la humanidad en la cual tienen lugar principalmente aquellos movimientos de avance y de retroceso. Una historia de esta clase, de un pueblo y de un per�odo, exigir�a la atenci�n minuciosa y constante de muchos observadores que estudiaran el estado de las clases m�s bajas de la sociedad, y las causas que influyeran sobre el mismo; y para obtener deducciones exactas acerca de este asunto, ser�a necesario un gran n�mero de historiadores que se sucedieran durante algunos siglos. En estos �ltimos a�os, esta rama del conocimiento estad�stico ha recibido atenci�n en algunos pa�ses y del progreso de esas investigaciones podemos esperar un conocimiento m�s profundo acerca de la estructura interna de la sociedad humana; pero puede decirse que la ciencia est� a�n en su infancia, y que, por tanto, se han omitido o no se han expuesto con suficiente precisi�n muchos de los asuntos sobre los que ser�a conveniente tener informaci�n. Entre �stos podemos, quiz�, hacer figurar la proporci�n entre el n�mero de adultos y el de matrimonios; la extensi�n que han alcanzado los vicios como consecuencia de los obst�culos puestos al matrimonio; la comparaci�n de la mortalidad entre los ni�os de la parte m�s miserable de la comunidad y de los que viven en mejores condiciones; las variaciones del precio efectivo del trabajo; las diferencias observables en el estado de las clases m�s bajas, en lo que respecta a su bienestar, en diferentes �pocas durante un per�odo determinado; registros muy exactos de los nacimientos, defunciones y matrimonios, todo lo cual es de la mayor importancia para el asunto que nos ocupa.
Una historia fiel, que comprendiera todos esos extremos, tender�a sobremanera a dilucidar la forma en que act�a el freno constante al aumento de la poblaci�n, y es probable que demostrara la existencia de los movimientos de avance y de retroceso que hemos mencionado, si bien la amplitud de su oscilaci�n tiene que ser irregular debido a la actuaci�n de muchas causas interruptoras, tales como la introducci�n o el fracaso de ciertas manufacturas, el mayor o menor grado de iniciativa en las empresas agr�colas, los a�os de abundancia o de escasez, las guerras, las epidemias, las leyes de beneficencia, las emigraciones y otras causas de naturaleza an�loga.
Una circunstancia que ha contribuido, quiz� m�s que ninguna otra, a ocultar esta oscilaci�n es la diferencia entre el precio nominal y el precio real del trabajo. Muy pocas veces sucede que el precio nominal de la mano de obra baje universalmente; pero todos sabemos que muy a menudo contin�a siendo el mismo mientras que se eleva poco a poco el precio nominal de las provisiones. En realidad esto suceder�, por lo general, en el, caso de que el aumento de las manufacturas y del comercio sea suficiente para dar empleo a los nuevos trabajadores que aparecen en el mercado, y para impedir que el aumento de la oferta produzca la rebaja de los precios.[5] Pero un aumento en el n�mero de trabajadores que recibieran los mismo salarios en dinero tiene por necesidad que aumentar el precio en dinero del trigo, a causa de la mayor demanda. Esto equivale en realidad a una baja en el precio del trabajo y, durante ella, la situaci�n de las clases m�s bajas de la comunidad tiene que ir empeorando; pero los agricultores y los capitalistas se enriquecen a causa de la baratura real de la mano de obra. El aumento de sus capitales les permite emplear mayor n�mero de hombres, y, como probablemente la poblaci�n frena su crecimiento a causa de la mayor dificultad para sostener una familia, la demanda de mano de obra, despu�s de un per�odo determinado, ser�a mayor que la oferta, y es obvio que los jornales subir�an si se le dejara alcanzar su nivel natural; de esta manera, los salarios de los trabajadores, y en consecuencia la situaci�n de las clases m�s bajas de la sociedad, podr�an tener movimientos de avance y de retroceso, aun cuando el precio de la mano de obra no hubiera bajado nominalmente.
En la vida salvaje, en la que no existe un precio normal para el trabajo, no puede dudarse que han ocurrido oscilaciones an�logas. Cuando la poblaci�n ha aumentado casi hasta los l�mites m�s extremos que permiten las subsistencias, es natural que todos los obst�culos preventivos y positivos act�en con mayor fuerza. Se generalizar�n las costumbres viciosas en lo que respecta al intercambio sexual, ser� m�s frecuente el abandono de los hijos, y ser�n asimismo mayores las probabilidades de que ocurran guerras y epidemias con sus s�quito correspondiente de defunciones; y es probable que esas causas sigan actuando hasta que la poblaci�n descienda por debajo del nivel de las subsistencias; entonces, el retorno a la relativa abundancia producir� de nuevo un aumento, y, despu�s de cierto per�odo, se detendr� de nuevo el progreso por las mismas causas.
Sin que intentemos establecer estos movimientos de avance y de retroceso en los distintos pa�ses -lo que exigir�a materiales hist�ricos mucho m�s minuciosos que los que poseemos-, y que el progreso de la civilizaci�n tiende naturalmente a contrarrestar, intentaremos demostrar las siguientes proposiciones:
1) La poblaci�n est� necesariamente limitada por los medios de subsistencia.
2) All� donde aumentan los medios de subsistencia, aumenta la poblaci�n invariablemente, a menos que se lo impidan obst�culos poderosos y evidentes.4
3) Estos obst�culos y los que reprimen la capacidad superior de aumento de la poblaci�n y mantienen sus efectos al nivel de los medios de subsistencia, pueden todos resumirse en la abstenci�n moral, los vicios y la miseria.
La primera de estas proposiciones apenas si necesita ilustrarse. La segunda y la tercera quedar�n suficientemente establecidas mediante el examen de los obst�culos inmediatos al aumento de la poblaci�n en el pasado y presente de la sociedad.
Este examen ser� el asunto que nos ocupar� en los cap�tulos siguientes.
Cap�tulo III
De las limitaciones de la poblaci�n en los grupos m�s atrasados de la sociedad humana
Todos los viajeros coinciden en colocar a los habitantes de la Tierra del Fuego en el punto m�s bajo de la escala de los seres humanos. Sin embargo, poseemos muy pocos datos acerca de sus pr�cticas dom�sticas y de sus costumbres. La esterilidad de su pa�s, y el miserable estado en que viven han impedido que se tenga con ellos el intercambio que nos hubiera suministrado informaci�n; pero no es el dif�cil concebir la existencia de impedimentos al aumento de la poblaci�n entre una raza de salvajes, cuyo solo aspecto indica que est�n hambrientos, y que, tiritando de fr�o y cubiertos de suciedad y de par�sitos, viven en uno de los climas m�s inh�spitos del mundo, sin tener la suficiente sagacidad para proveerse de aquellas cosas que pudieran aliviar los rigores del clima y hacer su vida m�s tolerable.
Despu�s de los fueguinos, y casi tan carentes como ellos de ingenio y de recursos, se ha colocado a los ind�genas de la Tierra de Van Diemen; pero algunos informes m�s recientes presentan a los habitantes de las islas de Andam�n, en el Oriente, como salvajes a�n m�s miserables. Se dice que la barbarie de esta gente supera a todo cuanto han relatado los viajeros sobre la vida salvaje. Siempre tienen que andar en busca de alimentos, y como sus bosques contienen muy pocos o ningunos animales, y contadas plantas comestibles, su principal ocupaci�n consisten en trepar a las rocas o vagar por las orillas del mar, en busca de mariscos y peces, cuya obtenci�n les resulta casi imposible en las temporadas de borrascas. Pocas veces excede su estatura de los cinco pies; sus vientres son salientes, la cabeza grande, las extremidades muy flacas. Su aspecto es miserable, mezcla horrible de hambre y de ferocidad; y sus rostros extenuados indican a las claras la falta de una nutrici�n suficiente. Se han encontrado en las costas algunos de estos seres desgraciados en el �ltimo grado de inanici�n.
Podemos colocar en el puesto siguiente de la escala de los seres humanos a los habitantes de la Nueva Holanda, de una parte de la cual poseemos informes dignos de confianza procedentes de una persona que vivi� durante bastante tiempo en Port Jackson, y tuvo muchas oportunidades para observar sus costumbres. El narrador que informa acerca de estos salvajes en el primer viaje del capit�n Cook, habiendo observado el escaso n�mero de habitantes que se ve�an en la costa oriental de Nueva Holanda y la incapacidad aparente del pa�s, a juzgar por su aspecto desolado, para alimentar mayor n�mero, observa: �Tal vez no se f�cil averiguar por qu� medios el n�mero de habitantes de este pa�s se reduce al de los que pueden subsistir con los medios de que disponen; otros viajeros averiguar�n si, como los habitantes de Nueva Zelandia, se destruyen unos a otros en sus luchas por procurarse el alimento, si son diezmados por el hambre, o si existe alguna otra causa que impida el aumento de la especie.�
Los informes que ha suministrado Mr. Collins acerca de estos salvajes ofrecen una respuesta hasta cierto punto satisfactoria. Se les describe, en general, ni altos ni bien formados. Sus brazos, sus piernas y sus caderas son delgados, lo que se atribuye a su m�sera vida. Los que habitan cerca de la costa dependen casi por entero de la pesca para su alimentaci�n, que alguna que otra vez suplen con grandes larvas que encuentran en el tronco de un eucalipto enano. La escasez de animales en los bosques, y el gran trabajo que es necesario para cazarlos, hacen que los ind�genas que viven en el interior del pa�s est�n en una situaci�n tan precaria como sus hermanos de la costa. Se ven obligados a trepar hasta los m�s altos �rboles en busca de miel o de los animales m�s peque�os como la ardilla o la zarig�eya. Cuando los troncos son muy altos y sin ramas, como suele suceder en los bosques espesos, este trabajo es en extremo fatigoso, y lo realizan cortando con sus hachas de piedra una muesca en el sitio en que han de poner cada pie, mientras con su brazo izquierdo rodean el tronco. Se han visto algunos �rboles con muescas de esta clase hasta un altura de 80 pies antes de que se encontrara la primera rama. Sorprende el enorme trabajo que tendr�an que realizar los ind�genas para obtener una recompensa tan pobre.
Los bosques ofrecen pocas plantas comestibles, adem�s de los muy escasos animales que en ellos pueden encontrarse. Algunas bayas, el �ame, la ra�z del helecho y las flores de los arbustos del g�nero banksia forman todos los elementos de su dieta vegetal.
Un nativo acompa�ado de su hijo, al ser sorprendido por algunos colonos en las orillas del r�o Hawksbury, lanz� su canoa al agua con gran precipitaci�n, dejando tras s� el alimento que consum�a. Consist�a �ste en un gran gusano que estaba extrayendo de un pedazo de madera medio podrido por la humedad y todo �l lleno de agujeros. Tanto el olor del gusano como el de la madera eran repugnantes. En el lenguaje del pa�s se designa a esos gusanos con el nombre de cah-bro, y una tribu de ind�genas que vive en el interior del pa�s lleva el nombre de Cahbrogal por el hecho de que esos gusanos constituyen su principal alimento. Tambi�n los ind�genas de los bosques comen una pasta hecha con las ra�ces del helecho y hormigas machacadas, y cuando es la �poca le a�aden huevos del mismo insecto.
Es evidente que en un pa�s cuyos habitantes se ven reducidos a tan pobres alimentos y en el cual es tan grande el trabajo necesario para procur�rselos, la poblaci�n tiene que ser muy reducidos; pero si tenemos en cuenta las costumbres extra�as y b�rbaras de esas gentes, el cruel trato que dan a sus mujeres y la dificultades para criar a sus hijos, en lugar de sorprendernos de que la poblaci�n no traspase m�s a menudo esos l�mites, nos inclinaremos a considerar que esos recursos tan escasos son suficientes para sostener toda la poblaci�n que pudiera existir en circunstancias semejantes.
En este pa�s el preludio del amor es la violencia, y de la clase m�s brutal. El salvaje elige su esposa entre las mujeres de una tribu diferente, por lo general enemiga de la suya propia. La sorprende cuando est�n ausentes los que pueden protegerla y, habi�ndola atontado primero a golpes con una estaca o espada de madera, ensangrentada por las heridas as� causadas en la cabeza, la espalda, y los hombres, la arrastra por el bosque tir�ndola de un brazo, sin parar mientes en las piedras o las ramas de �rboles que haya en el camino y s�lo atento a llevar su presa hasta su propio territorio. La mujer que ha conseguido por estos medios se convierte en su esposa, se incorpora a la tribu, a la cual pertenece ya y que muy rara vez abandona por otra. Los parientes de la mujer no resienten esto como una ofensa, y ellos a su vez contestan, cuando pueden, con un acto de la misma naturaleza.
La uni�n de los sexos tiene lugar en edad muy temprana, y nuestros colonos han conocido casos de violaci�n de muchachas de muy corta edad.
La conducta del marido con su esposa, o con sus esposas, parece estar en consonancia con esta forma tan b�rbara de cortejar. Las hembras suelen tener en la cabeza cicatrices que atestiguan la brutalidad de los machos, la cual empieza a manifestarse tan pronto como sus brazos tienen fuerza suficiente para dar golpes con una estaca. Se ha visto a algunos de esos seres desgraciados con incontables cicatrices en la cabeza. Mr. Collins dice: �Es tan desgraciada la situaci�n de esas mujeres que a menudo, viendo a una de ellas llevar en sus hombres a una ni�a, y pensando en las desgracias y miserias que la esperaban, he deseado que la criatura muriera.� En otro lugar, refiri�ndose a la esposa de Bennilong, que hab�a dado a luz, dice: �Encuentro entre mis papeles una nota seg�n la cual, a causa de alguna falta, Bennilong hab�a maltratado cruelmente a esta mujer poco antes de que diera a luz.�[6]
Es evidente que las mujeres sujetas a un tratamiento tan brutal tienen que abortar con frecuencia, y es probable que el atropello de las ni�as, que antes he mencionado como cosa corriente, y la uni�n muy prematura de los sexos, tender�n a hacer que las mujeres no sean muy fecundas. Se ha observado que es m�s frecuente tener varias esposas que una sola; pero lo que es extraordinario es que Mr. Collins no recuerde un solo caso en que m�s de una de las esposas haya tenido hijos. Mr. Collins oy� a algunos ind�genas que la primera esposa reclamaba siempre el derecho exclusivo a las caricias del marido y que la segunda mujer no era otra cosa que una esclava de ambos.
No parece probable lo del derecho exclusivo de la primera esposa a las caricias del marido; pero s� es posible que no se permita a la segunda esposa criar a sus hijos. De todas maneras, si la observaci�n es exacta, demuestra que muchas mujeres no tienen hijos, lo cual s�lo puede explicarse por las penalidades que tienen que soportar, o por alguna costumbre especial que tal vez no haya llegado a conocimiento de Mr. Collins.
Si muere la madre de un ni�o lactante, �ste es enterrado vivo en la misma sepultura que la madre. Su propio padre coloca al ni�o sobre el cad�ver de la esposa, y, cuando ha arrojado sobre ellos una gran piedra, los dem�s ind�genas proceden a llenar la tumba. Este acto terrible lo realiz� Co-le-be, ind�gena muy conocido de nuestros colonos, y al preguntarle por qu� lo hab�a hecho contest� que porque no podr�a encontrarse una mujer que quisiera encargarse de criar al ni�o, que, por consiguiente, hubiera tenido una muerte mucho peor que la que se le hab�a dado. Agrega Mr. Collins que ten�a razones para suponer que esta costumbre era general, y observa que tal vez esta medida explique la poca densidad de la poblaci�n.
Semejante costumbre, si bien en s� misma quiz�s no afectara mucho a la poblaci�n de un pa�s, hace resaltar con gran fuerza la dificultad de criar los hijos en la vida salvaje. Las mujeres, obligadas por su forma de vida a cambiar constantemente de lugar, y forzadas por sus maridos a incensantes y fatigosos trabajos, parecen incapaces de criar dos o tres hijos cuya edad sea poco diferente. Si nace un hijo antes de que el anterior pueda valerse por s� mismo y sea capaz de seguir a su madre a pie, uno de los dos tiene que perecer a causa de la falta de cuidados. En esta forma de vida tan vagabunda y trabajosa, la tarea de criar aunque sea un solo hijo tiene que ser tan dif�cil y penosa que no debe sorprendernos que no pueda encontrarse a una mujer dispuesta a arrostrarla si no se siente impulsada a ello por los poderosos sentimientos maternales.
A esas causas, que por fuerza reducen la generaci�n naciente, hay que a�adir aquellas que contribuyen a destruirla, tales como las frecuentes guerras entre las diferentes tribus de esos salvajes y sus perpetuas luchas entre s�; su extra�o esp�ritu de represalia y venganza, que les impulsa a los asesinatos nocturnos y a los frecuentes derramamientos de sangre inocente; el humo y la suciedad de sus miserables chozas, su modo de vivir, propicio a las m�s asquerosas enfermedades cut�neas y, sobre todo, la terrible epidemia de la viruela, que hace desaparecer gran n�mero de ellos.
En el a�o de 1789 se present� esta epidemia con virulencia extrema, y fue casi incre�ble la desolaci�n que produjo. No se encontraba una criatura viviente en las bah�as y puntos antes m�s frecuentados. Las oquedades de las rocas estaban llenas de cuerpos en estado de putrefacci�n, y en muchos lugares los senderos aparec�an cubiertos de esqueletos.
Supo Mr. Collins que la tribu de Co-le-be, el ind�gena mencionado antes, hab�a quedado reducida a tres personas, que se vieron obligadas a unirse a otra tribu para evitar su total extinci�n.
Ante causas tan poderosas de despoblaci�n, nos sentir�amos inclinados naturalmente, a suponer que la producci�n animal y vegetal del pa�s aumentar�a m�s que los dispersos y escasos ind�genas y que, sumada a los peces que pudieran conseguir en las costas, ser�a suficiente para el consumo; no obstante, parece que, en conjunto, la poblaci�n se halla por lo general tan nivelada con los alimentos disponibles que cualquier peque�a deficiencia de �stos, debida al mal tiempo o a otras causas fortuitas ocasiona terribles hambres. Se dice que son corrientes las �pocas en las que los habitantes parecen sufrir mucha hambre, y en tales per�odos es frecuente ver a los ind�genas casi reducidos a esqueletos, y medio muertos de inanici�n.
� Ensayo sobre el Principio de la Poblaci�n, Fondo de Cultura Econ�mica. M�xico, 1951. pp.7-24. Con omisiones
[1]Seg�n c�lculos recientes, parece que desde que se establecieron las primeras colonias en Am�rica del Norte hasta el a�o 1800, los per�odos para la duplicaci�n de la poblaci�n han sido muy poco superiores a los 20 a�os. V�ase nota sobre el aumento de la poblaci�n americana en el lib. II, cap. XI.
[2]V�ase esta tabla al final del cap. IV. lib. II.
[3] Se observar� que empleo la palabra moral en su sentido m�s estricto. Por abstinencia moral quiero que se entienda la abstenci�n del matrimonio por motivos de prudencia, manteniendo una conducta estrictamente moral durante el per�odo de la abstenci�n, y nunca he tenido la intenci�n de desviarme de este sentido. Cuando he querido referirme a la abstenci�n del matrimonio sin tener en cuenta sus consecuencias, la he designado como restricci�n prudencial o como parte de los obst�culos preventivos, de los cuales constituye en realidad la rama principal.
En mi examen de las diferentes etapas de la sociedad, se me ha acusado de no conceder suficiente importancia a la abstenci�n moral en lo que respecta a la prevenci�n del aumento de la poblaci�n; pero cuando se advierta el sentido limitado del t�rmino, seg�n lo acabo de explicar, creo que no se pensar� que he errado mucho a este respecto.
[4] Puesto que la consecuencia natural del vicio son las miserias, y puesto que esta consecuencia es precisamente la raz�n por la cual un acto se considera como vicioso, puede parecer que la palabra miseria, ser�a suficiente, y que es superfluo emplear ambas. Pero si rechazamos la palabra vicio introduciremos una confusi�n considerable en nuestras ideas y en la manera de expresarlas. Queremos que nuestro lenguaje sirva muy particularmente para distinguir esos actos, cuya tendencia general es producir la desventura, y que han sido por ello prohibidos por los mandamientos del Creador y los preceptos de los moralistas, si bien, en sus efectos inmediatos o individuales tal vez parezcan opuestos. La satisfacci�n de todas nuestras pasiones tiene como efectos inmediatos la felicidad, no la miseria y, en casos individuales, es posible que caigan bajo esta misma denominaci�n incluso las consecuencias remotas (al menos en esta vida). Es posible que hayan existido relaciones irregulares que hayan hecho felices tanto al hombre como a la mujer, y que no hayan perjudicado a ninguno de ambos. Estos actos individuales, no pueden considerarse como productores de miseria; pero, es evidente que son viciosos, ya que un acto se denomina as� cuando viola un precepto expreso, porque tiende generalmente a producir la miseria, cualesquiera que sean sus efectos individuales y nadie puede dudar de que la tendencia general del intercambio il�cito entre los sexos es perjudicial a la felicidad de la sociedad.
[5] Si los nuevos trabajadores que se lanzaran cada a�o al mercado no encontraran otro trabajo que la agricultura, la concurrencia podr�a hacer bajar tanto los jornales que el crecimiento de la poblaci�n no se traducir�a en una demanda de trigo; o, en otros t�rminos, si los terratenientes y los arrendatarios no pudieran obtener otra cosa que una cantidad adicional de mano de obra agr�cola a cambio de cualquier aumento en los productos que pudieran cultivar, tal vez no se sintieran tentados a acrecentar su producci�n.
4 Me he expresado con precauci�n porque creo que hay algunos casos en los cuales la poblaci�n no se mantiene al nivel de los medios de subsistencia; pero esos son casos extremos; y, en t�rminos generales podr�a decirse: a) La poblaci�n aumenta siempre donde aumentan los medios de subsistencia. b) Los obst�culos que reprimen la potencia superior de la poblaci�n, y mantienen sus efectos al nivel de los medios de subsistencia, pueden agruparse en restricci�n moral, vicio, y miseria.
Es preciso observar que por aumento de los medios de subsistencia, queremos significar aqu� un aumento tal que permita a la gran masa de la sociedad disponer de m�s alimentos. Pudiera muy bien ocurrir que aumentara la cantidad de alimentos y que en una sociedad determinada no se distribuyeran entre las clases m�s bajas, y que, por consiguiente, ese aumento no estimulara el crecimiento de la poblaci�n.