Alfonso Galindo Lucas*
Universidad de Cádiz, España
alfonso.galindo@uca.esINTRODUCCIÓN. LA UTOPÍA DEL MERCADO
Cuando hablamos de “utopía”, nos referimos a una palabra inventada por Thomas Moro en 1516, para designar a algo que, literalmente, no está en ninguna parte. A raíz del famoso ensayo, la palabra utopía, ha adquirido connotaciones de algo que se considera deseable. Efectivamente, el mercado es algo deseable, más deseable en la medida en que más presente esté y mejor funcione. Ahora bien, este no es un ensayo destinado a explicar las cualidades del mercado eficiente (amplitud, transparencia, profundidad, etc.), primero porque existe una infinidad de tratados sobre ese tema y, segundo, porque es más urgente comprobar si se está poniendo o es posible poner en práctica una institución con semejantes cualidades, en caso contrario, no estaríamos ante un concepto científico, sino teológico. Primero hay que cerciorarse de la existencia de algo y luego describirlo.
El mercado, como cada uno de sus términos relacionados, comparten, en el sistema actual, algo de la naturaleza de los dioses, puesto que, en la opinión general, primero se cree en el mercado, luego se comulga con él y después se estudian sus características. Citaré algún ejemplo de entre los trabajos célebres, minuciosamente elaborados, en los que se da por sentado que los mercados asignan recursos eficientemente. Sin embargo, hoy parece demostrado que el mercado, de tan deficiente como se nos presenta, se caracteriza más por su ausencia que por sus fallos.
Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:
Galindo Lucas, A.(2017): “Sobre el método científico en economía”, Revista Contribuciones a la Economía . En línea:
http://www.eumed.net/ce/agl-hist.htm
Por lo tanto, la finalidad principal de este ensayo no es, como en otros, mostrar lo que se puede encontrar el agente económico en su interacción con otros agentes, en un paradigma ideal y munificente: el mercado, el verdadero mercado; ese mecanismo que, como un demiurgo, sentencia de forma inapelable cuál es el precio justo de cada bien. Previa a este tipo de análisis es la crítica de los límites materiales y formales de
las disciplinas científicas, puesto que, al hablar de Economía, estamos refiriéndonos al desarrollo humano, a la naturaleza humana (Heilbroner, 1968) y a todo lo que a ésta preocupa.
1. LA HIPÓTESIS DE RACIONALIDAD
No es la irracionalidad o “racionalidad limitada” lo que impide que los mercados funcionen correctamente. Aunque todos los agentes pueden incurrir en equivocaciones o, dicho de otra forma, decisiones de las que luego se arrepentirán. La llamada “Ley de los grandes números” permite resolver, mediante el cálculo de probabilidad, la posibilidad de una decisión incorrecta, compensándola con otras de sentido contrario. Junto con esta Ley y pese a su antigüedad, la presunción de racionalidad es uno de los principales pilares de la Ciencia Económica. La racionalidad no debe entenderse aquí en términos filosóficos, sino más bien como una muestra de egoísmo maquiavélico. Si en una guerra mueren niños, a fin de que alguien pueda seguir acumulando inmensos capitales, eso puede no parecernos racional y, sobre todo, nada razonable. Por eso, la racionalidad no debe ser en ningún caso entendida como una justificación del comportamiento económico (al estilo aberrante de Herbert Spencer), sino una herramienta imprescindible para la explicación de dicho comportamiento. Todos sabemos que, en la vida real, mueren niños de hambre para satisfacer la codicia de los hombres; esto es una mera descripción.
Para nuestra joven Ciencia, la racionalidad no es otra cosa que un dogma; ni siquiera una hipótesis, pues para contrastar este aspecto fundamental del comportamiento humano, tendría que pedir permiso a otras ciencias más maduras como la antropología, la biología, la ecología, la sociología, etc. (más reciente es la psicología o etología humana). Ahora bien, no se trata de un dogma en sentido ético, sino de un presupuesto siempre científico, es decir, una conjetura acerca del ser, una suposición y nunca una recomendación, ni nada relacionado con el deber. Muchos libros y manuales de Economía de la Empresa se extralimitan del ámbito científico puesto que emiten recomendaciones en relación con unos fines sobreentendidos y a veces malinterpretados. Normalmente esto sucede porque se asume una justificación implícita en las explicaciones.
El pecado capital y original de la Economía como ciencia es, por la fecha en que nace, la envidia hacia sus hermanas mayores, las Ciencias naturales. Este error metodológico, sirve bastante a los intereses establecidos como dominantes. En las Ciencias sociales, a la que pertenece la Economía, existen otras metodologías propias mucho más científicas que el método denominado “empírico-analítico”.
En el ámbito histórico y el sociológico, existe un enfoque llamado materialismo que, acertadamente, tiende a identificarse con el término “marxismo”. Esta palabra ha sido tabú en los años 90 y tal vez lo siga siendo en la actualidad, pero no hay que olvidar que los mejores economistas eran marxistas y los mejores marxistas eran economistas.
Lo que efectivamente puede sorprender a muchos, en la época en que vivimos, es que se hable de marxismo como metodología de investigación.1 Efectivamente, en este trabajo no se pretende una ‘comunión’ con la totalidad de la “doctrina” marxista, ni aún con la obra de Marx. Sin embargo, como trataremos de exponer, el enfoque materialista suele resultar el más apropiado, cuando se trata de ámbitos pertenecientes a las Ciencias Sociales.
El uso de esta metodología es totalmente factible en la Economía, pues desde que la estanflación hizo mella en el keynesianismo, se demanda un nuevo paradigma para nuestra Ciencia. El neo-institucionalismo se ha postulado como un paradigma emergente2 en la Economía. En trabajos recientes, se intenta presentar este enfoque como alternativo y, por lo tanto, incompatible con el marxismo. Sin embargo, es el materialismo histórico el paradigma general para las Ciencias sociales y el neo-institucionalismo una de las teorías posibles dentro de este enfoque. Pasar por alto la objetividad del enfoque materialista nos lleva a planteamientos inicialmente institucionalistas que encubran discursos, como el de Kalmanovitz3, tendentes a justificar en vez de explicar el funcionamiento y naturaleza del liberalismo económico (y del protestantismo). El análisis institucionalista, con todas sus virtudes (entre ellas, el reconocimiento del papel de la Historia en la Economía), tiene como principal inconveniente que se detiene en las instituciones y no trata de enlazar con teorías políticas o sociológicas acerca de por qué existen dichas instituciones y quién está detrás de ellas; por ejemplo, los competidores aparentes (Galindo, 2003).
No es apropiado, por lo tanto, deducir que el objetivo o el enfoque de este ensayo es de tipo político, a pesar de que, a veces los políticos o sus políticas puedan no resultar muy bien parados o los científicos puedan ser criticados de excesivamente politizados.
Con una sencilla explicación de lo que es el materialismo, pretendo defender la idea de que el método empleado en las Ciencias sociales no tiene por qué ser menos científico que el defendido por las Ciencias naturales, sin necesidad de que concurran algoritmos excesivamente complicados.
En los siguientes apartados se critican los métodos más usados y recomendados en investigación en las Ciencias Sociales. Todavía está de moda el enfoque interpretativo, debido a la frustración de las exigencias empírico-analítica y su no-aplicabilidad total al comportamiento humano. Sin embargo hay quienes persisten en adoptar una apariencia de precisión y positivismo. Por último, el método materialista, sin ser una postura ecléctica entre las otras dos, pretende ser más científico que la hermenéutica y menos preciso que la analítica.
2. RAZÓN DE SER DEL ENFOQUE INTERPRETATIVO. EL ENGAÑO DE LOS DIOSES.
En los ámbitos académicos relacionados con la Economía y la Sociedad, se fomenta un enfoque de investigación denominado interpretativo o hermenéutico, basado en la investigación participativa, que, según veremos, resulta ser el más subjetivo y 'oficialista' de todos los que se hacen denominar científicos.
Tal vez para potenciar el surgimiento de iniciativas empresariales, en la Economía reciente se ha optado, a falta de explicaciones mejores, a utilizar el estudio de caso y se ha denominado “ejemplo paradigmático” a empresas que precisamente se caracterizaban por ser la excepción: Empresas que aparentemente habían surgido de la nada y habían devenido imperios multinacionales, expulsando a los malvados Goliat de tecnología obsoleta. Bill Gates o Mario Conde, ahora un tanto maltratados por los medios, eran El Cristo, la encarnación del self-made-man, en la mitología del mercado.
En él se habla de la Sociedad como una tercera persona, más que como una confrontación de intereses. La contrastación está bastante limitada y se considera como máximo ejercicio de objetividad describir los comportamientos observados, sin hacer indagación de las intenciones, presuponiendo que éstas son necesariamente el reflejo de los dogmas asumidos por cada uno. En la interpretación de las intenciones (a través del comportamiento) se infieren los principios por los que se ha actuado y, si son contrarios a los asumidos por el humanista, se 'inhumaniza' a su autor e incluso se le 'demoniza'. Si un científico sorprende con escritos que puedan amenazar la estabilidad de las relaciones de poder, es posible etiquetarlo, antes de que sea leído. El enfoque interpretativo estudia a los colectivos como fenómenos ambientales no susceptibles de tener intereses propios; son más bien compartimentos cluster basados en características descriptibles. En este enfoque, es considerado un mérito definir de la forma más restrictiva posible cada colectivo, reduciendo su tamaño y aumentando, a su vez, el número de variables definitorias.
Puede admitirse que el enfoque interpretativo aspira a ser el empírico-analítico, aunque es menos riguroso, menos científico.
La figura 1 es bastante elocuente respecto al trabajo del investigador en este enfoque y las limitaciones a que se ve sometido. Es evidente que todo investigador negaría, al contemplar esta figura, que su trabajo se deje llevar por el principio de autoridad. Sin embargo, el calificativo de "apasionado" significa que no se da cuenta de los principios que asume o que no tiene inconveniente en asumirlos y en negar esta circunstancia de forma indiscriminada. Esta falta de inmunidad de la Ciencia, en los tiempos recientes, cuenta con la desventaja de que los decadentes y reconocibles dogmas religiosos han ido cediendo el protagonismo a otros fenómenos que carecen del carácter sobrenatural de aquéllos. Los dioses de nuestra Civilización son los genes, la selección natural, el "progreso", el Derecho4, la autoridad de "expertos" e "intelectuales",... cualquier argumento que nos pueda valer para una justificación más o menos duradera de las circunstancias, creadas en parte por quienes promueven los dogmas, pero atribuibles por el interpretador a los propios caprichos de esos dioses juguetones que pueden aparecer por cualquier parte. El propio 'método científico'5 es considerado una deidad por aquellos que investigan de forma apasionada, es decir, movidos por el reconocimiento más que por el mero conocimiento.
Aunque es menos observable, en este diagrama también está presente la jerarquía entre los elementos que aparecen. Los promotores de los dogmas consiguen situarlos por encima de todo, para que no admitan discusión. El individuo se encuentra solo y aislado ante los dioses, pero sus intenciones serán acordes con los dogmas, en la medida en que así se interprete. Por debajo de todo quedan nuestros comportamientos, que por errores y perversiones del maligno, no suelen estar a la altura de las circunstancias. Al estar el individuo aislado de los dioses, desconoce gravemente sus designios, a no ser, desde luego, que ese individuo haya sido iluminado y ostente la categoría de investigador. Aun así, éste queda en un nivel inferior a las circunstancias, porque las considera inamovibles.
3. LOS PELIGROS DEL 'MÉTODO CIENTÍFICO'
Aparte de las críticas señaladas por Feyerabend al convencionalismo liderado por Karl Poper, existe una debilidad del 'método', no ya por el dogmatismo que supone en sí mismo, sino por el que origina su aplicación. Los mismos Hume y Poper advertían del peligro de inducir una ley general a partir de observaciones particulares".6
Es cierto que, en el enfoque denominado 'empírico-analítico', una teoría o conjunto de leyes está continuamente sometida a revisión, pero, mientras está reinando, no puede coexistir con otras teorías y, si es errónea, se cometerán bajo su dominio infinidad de barbaridades, entre las que pueden incluirse el tiempo y el esfuerzo desperdiciados. El caso más flagrante de este inconveniente lo tenemos en la Teoría de la Relatividad. Durante un siglo, ha coexistido con la Teoría cuántica y su mutua incompatibilidad ha apremiado a científicos reconocidos como Stephen Hawking a buscar una "Teoría de la Unificación", inexistente, de momento, como la piedra filosofal, pero augurada por todos, como en otro tiempo lo fue el éter luminífero. No podían coexistir dos marcos distintos.
Los hallazgos de Albert Einstein le han consagrado como el 'hombre del S. XX' y probablemente lo sea en muchos sentidos. Realmente, su construcción analítica era perfecta y su trabajo, agotador, aparte de alabado por las opiniones más célebres7, le permitió un receso para cartearse con líderes soviéticos y hacer crítica sociológica. Pero recientemente se han encontrado fallos en su Teoría: En primer lugar, se partía de una hipótesis que no había sido suficientemente demostrada y que se consideró un principio fundamental: El carácter absoluto de la velocidad de la luz8, cuya universalidad fue 'descubierta' por primera vez por Michelson y Morley9. Estos científicos daban por sentado que algo no medible servía de soporte a la luz. Con un rudimentario artefacto, midieron la velocidad de la luz y no apreciaron diferencia en los cálculos tomados para distintas velocidades de emisión10. Einstein se limitó a asumir que "Si la velocidad de la luz era constante, entonces podemos afirmar...” El propio Einstein reconoció que la realidad puede estudiarse bajo distintos puntos de vista, pero ese fue su segundo error eligió el menos entendible, el más inhumano11.
Un desastre de mayor magnitud sucedió cuando se trató de trasladar el método científico a las Ciencias Económicas y Empresariales12. El modelo formulado en 1958 y revisado en 1963 por Modigliani y Miller13 sobre la estructura financiera de las empresas era matemáticamente perfecto; lo explicaba todo de forma inapelable, pero partía de un principio que se batía rabiosamente contra la realidad: Presuponían que los mercados de capitales eran de una sustancia tan filosofal como el éter luminífero: Eran mercados perfectos. Esta hipótesis, denominada ‘de la irrelevancia’ convivió con una serie de estudios que no alcanzaban la perfección metodológica, pero que partían de la empiria. Pasados unos años, con la formulación del Capital Asset Pricing Model se llegó a dar forma analítica a lo que era sencillamente evidente: Que en la estructura financiera de las empresas existía una zona o un punto de endeudamiento óptimo, debido a que el mercado descontaba el riesgo inherente a dicha estructura14. El tiempo que se tardó en formular un modelo que superase al de M&M fue el reinado del dios mercado de capitales, el benjamín de la dinastía del Dios Mercado.
4. EL PRINCIPIO DE INCERTIDUMBRE EN LAS CIENCIAS SOCIALES
Lo mismo que, en la física subatómica, la averiguación de la posición y características de las partículas ha de hacerse interactuando con ellas, el investigador en las Ciencias sociales debe infiltrarse en el fenómeno estudiado. Por ejemplo, un estudio de caso en una empresa requerirá inmiscuirse en la organización, a cambio de prometer al empresario una copia del informe. Durante su estudio, el experto será objeto de consultas profesionales y tendrá que atenderlas, si no quiere ver frustrado su estudio. De esta forma, influye en la eficiencia de la organización. Este ejemplo es interesante, porque suele ocurrir que el apasionamiento del post-graduado le lleva a aceptar proyectos en empresas, que revisten la forma de científicos, mientras que no son más que prestaciones de servicios encubiertos. Lógicamente, el trabajo que realice dentro de la organización le inhabilita como observador imparcial15.
La dificultad principal del investigador de cualquier materia es su posible relación con los sujetos inmersos en las circunstancias que se estudian y que son protagonistas, a su vez, de acciones que repercuten en el propio medio y en otros sujetos. El comportamiento, en el ámbito de las Ciencias Sociales, puede determinar buena parte del contexto en que deben estudiarse los fenómenos. Debido al propio carácter humano del investigador, es fácil perder de vista cuáles son los intereses y las intenciones de los sujetos, incluso percibir que no existen y que los hechos observables son debidos al azar, el progreso, la divina providencia,... Puede ocurrir, sin que el experto se dé cuenta, que su propia circunstancia sea fruto del fenómeno que pretende estudiar.
5. EL ENFOQUE CIENTÍFICO MATERIALISTA.
Como se ha dicho, una de las debilidades más afortunadas de la Ciencia económica es la suposición de racionalidad. Esta racionalidad se aplicará a un concepto básico que es el de interés, no el referido al coste del tiempo o tipo de interés, sino el “interés material”. Ese interés que, en términos amplios, puede venir definido por necesidades humanas, pero que, en términos estrictamente economicistas, identificaremos con el lucro.
El lucro es una palabra que puede sonar desagradable, sobre todo cuando se usa, como John Red, como explicación o casus beli de la denominada guerra iperialista. Sin embargo, no hay que olvidar que el término “lucro” es, a su vez, un eufemismo para la palabra “codicia”. Ese es el concepto que asimilaremos al de interés material de un individuo, desde el punto de vista egoísta.
En la figura 3 se representa al observador en una posición alejada de las causas que busca averiguar. Le resulta fácil ver los síntomas, pero es posible que los confunda con las propias causas, sólo por comodidad. La causa puede ser la estructura del átomo y los efectos las propiedades del elemento; los síntomas, el espectro cromático. Los síntomas se definen como aquello que es observable y suelen producirse con cierta anticipación a los efectos, de modo que permiten predecirlos y a veces, prevenirlos, ya sea para potenciarlos o para evitarlos. Como ocurre en otras ciencias, el conocimiento es más científico en la medida en que abunde en las causas últimas de los síntomas observados y ello permita prever los efectos.
Esta idea, aplicada a la ciencia social o del comportamiento humano (figura 4) nos permite, supuesta una determinada racionalidad, tomar el interés material como causa última, sin necesidad de observar el dato de la voluntad, tan engañosamente sublimado en la Ciencia social actual.
Con respecto al principio de incertidumbre formulado por Heisenberg16 para las ciencias naturales, el principio de incertidumbre en las Ciencias sociales es algo más benévolo, puesto que no siempre es necesario obtener una cifra exacta o una aproximación estadísticamente aceptable de la medida de esos intereses, es decir, de la naturaleza del sujeto que se estudia, sino simplemente prever la decisión que se tomará, sin que importe tanto cuantificarla. En el modo tradicional de explicar las cosas, todo era justificable e interpretable; en el enfoque materialista, puede existir imprecisión, incertidumbre. La averiguación de los intereses e intenciones e incluso la propia observación pueden y suelen ser tan sólo una sucesión de aproximaciones, pero nunca una interpretación, pues no está ordenada por dogmas17 (figura 5).
En este planteamiento, el observador admite la posibilidad de formar parte del fenómeno estudiado, porque no actúa de espaldas a las circunstancias. Sin embargo, está lo más alejado posible de aquellos elementos culturales que puedan condicionar su análisis. No estudia este tipo de principios asumiéndolos, sino considerándolos una circunstancia objetivamente identificable. Los postulados culturales intentan por todos los medios incordiar el trabajo del investigador, mediante "el engaño". El materialista se coloca en el lado opuesto a los sacerdotes del pensamiento, que tratan de hacerle catequista. Gracias a su postura, que no es más que una actitud ante la investigación18, la realidad se esquematiza de una forma bastante sencilla.
En comparación con el enfoque interpretativo, destaca la consideración de los intereses como variable determinante del comportamiento. Ese interés no es meramente un incentivo monetario individual, sino que podría ser de tipo económico, fisiológico o sentimental y, a su vez, revestir egoísmo o universalidad o formar parte de un interés solidario.
Por difícil que resulte la tarea, la objetividad depende de las posibilidades de actuar a espaldas del colectivo estudiado. Eso significa que jamás será válida la información proporcionada por el propio sujeto estudiado. Según sean sus intereses, éste siempre estará incentivado a engañar acerca de sus intenciones. El método materialista consiste en deducir las intenciones a partir de los intereses o, de una forma más genuina, despreciar la importancia de las intenciones (figura 6).
No se detiene a comprobar la bondad, la calidad de los genes o el grado de fervor de los sujetos para predecir su comportamiento, sino más bien las circunstancias que les rodean, empezando por su propia naturaleza19.
Esta virtud no impide que pueda existir incertidumbre en el análisis de las circunstancias o en la medición de los comportamientos. Aun así, involucrarse en el fenómeno con la falsa idea de conocerlo mejor no ha de producir otra cosa que la contaminación del análisis con opiniones y declaraciones de intenciones y la del fenómeno con la revelación de las intenciones investigadoras.
6. LA ECONOMÍA COMO CIENCIA ACOMPLEJADA
En los últimos dos siglos y medio, las demás Ciencias han obtenido grandes hallazgos y no se han preocupado tanto por su estatus de disciplina científica. En este tiempo, incluso, nació el psicoanálisis, cuyo inventor fue muy amigo de Einstein, pero a cuyos discípulos les importa poco que este conjunto de estudios tenga o no carácter científico. La Economía, en cambio, ha cosechado rotundos fracasos y ha dedicado más tiempo en defender su condición de Ciencia que a contribuir al bienestar humano.
La Economía es más reciente que las ciencias naturales y que otras ciencias sociales, porque trata sobre un objeto que existe de forma posterior a nuestra naturaleza. Podemos denominar, en principio y de forma genérica, a ese objeto “el capital”. Heilbroner20 no tienía muy clara la relación de causalidad ente el capital y el capitalismo y llega a afirmar que el surgimiento de conceptos económicos como el mercado era lo que permitió la existencia de un sistema económico-político basado en el mercado.
Ocurrió justamente al contrario: Dependiendo de las características predominantes del capital en cada etapa histórica, el conjunto de los conocimientos y creencias, incluso los valores y normas (todo ello, denominado “superestructura”, en el paradigma marxista) fueron prosperando, en la medida en que servían de justificación a dicho predominio. En la etapa actual, todo el léxico globalizador constituye la superestructura del capitalismo global. No obstante, el surgimiento de la Economía como ciencia fue un noble resultado del inevitable instinto humano de buscar la verdad o, al menos, las verdades. Hasta ahora raras veces ha conseguido la Economía desligarse de los dioses del poder, lo mismo que el resto de las ciencias, pero ese germen cientifista aplicado a las Ciencias sociales existe, desde el siglo VXI; sobre todo, desde Adam Smith y David Ricardo.
La definición más usada de Economía es muy socorrida y relativamente reciente. Fue dada por Sir Lionel Robbins en 1932 y, nos sirve, de momento, para justificar nuestros alardes y anunciar que podemos empezar a funcionar como Ciencia. La Economía es la Ciencia que estudia la relación entre unos fines y unos medios escasos21. Otras definiciones más irónicas definen nuestra Ciencia como el tiempo perdido entre la elaboración de previsiones y las explicaciones de por qué no se cumplieron.
Si reflexionamos un poco acerca de la definición aportada por Robbins, nos daremos cuenta que éste puede ser el enunciado para una determinada cualidad de otras ciencias o un sinónimo de eficiencia. Cuando se trata de recursos naturales, dicha eficiencia será objeto de la Ecología; cuando hablemos de recursos técnicos, invocaremos a la ingeniería, etc.
Puestos a analizar cuál es el objeto material de nuestra disciplina, solemos acordarnos de las riquezas, los medios de pago y las instituciones, entre ellas, el mercado, aparte de fenómenos macroeconómicos como la subida de precios, el tipo de interés, la producción, etc. Heilbroner no aporta formalmente una definición para la Economía, pero la define como “filosofía de la riqueza” (p. 49).
Si analizamos un poco el significado de la riqueza, tendremos que identificarla necesariamente con el poder adquisitivo, incluso con otros tipos de poderes menos mercantilistas. En relación con el primero, la problemática se amplía al contexto de las transacciones posibles, es decir, los mercados (la formación de precios) y los medios de pago. En relación con las demás formas de poder, la Economía debe considerarse una parte de las Ciencias sociales difícil de desgajar.
Por todo ello, diremos que el objeto de la economía es el comportamiento humano, en sociedad, en relación con las desigualdades de origen mercantil, en un contexto de ineficiencia. En resumen, estamos ante la Ciencia que estudia la ineficiencia en la asignación del poder entre los seres humanos, cuando ese poder tiene su origen en la riqueza material. Todo lo demás, son técnicas aplicadas a la economía: cálculo matemático, econometría, informática, etc. Desde este punto de vista, estamos ante una parte del discurso de Rousseau, a quien se considera padre del romanticismo y de las ciencias sociales. No sería materia de la Economía la adquisición del poder mediante gestas y batallas de cualquier tipo, aunque sí el móvil material de las guerras, es decir los intereses económicos. No sería materia nuestra, sino de la psicología, la obtención de poder mediante el carisma o la persuasión, aunque sí el aprovechamiento de una coyuntura de poder para acumular bienes materiales (capital tangible).
El capital llamado intangible, al que en otros trabajos he dedicado varias páginas, coloca a la “nueva” Economía, como la más ambiciosa de todas las ramas de las Ciencias Sociales y nos obliga a replantear la multidisciplinariedad, en el contexto manido del término ‘globalización’.
A mi parecer, a partir de este punto será necesario referirnos a la Ciencia Social en singular, como propugnaba Marx, bajo la denominación de “historia” (investigación), porque no han conseguido separarse de ella las denominadas Ciencias sociales, en plural (Economía, Historia, Derecho, Psicología, Pedagogía, etc.), sino que están pugnando por abarcarse unas a otras. Sin embargo, estas ramas de la Ciencia Social, están diferenciándose más por las herramientas que utilizan que por su objeto de estudio, dada la definición que acabamos de plantear.
Por último, dado que el objeto de la Economía se acaba de definir como la ineficiencia en la asignación de poder y la eficiencia se define como una relación deseable entre fines y medios, habremos de establecer como medios, en las relaciones humanas, la cuestión de la parcela de poder que ostenta cada cual. Como fines de dicha eficiencia, habremos de adoptar el bienestar para la humanidad en general. Esto supone un cambio radical de perspectiva, con respecto a la corriente actual, que estudia los mismos fenómenos que aquí se exponen. La eficiencia desde el punto de vista de un interés particular puede representar ineficiencia con respecto a los intereses generales.
7. EL PROBLEMA DE LA RACIONALIDAD
Hemos hablado de la racionalidad como un hallazgo importante de los economistas y un avance en el conocimiento del comportamiento humano. El problema que se ha mencionado, desde el punto de vista científico, es que se trata de un imperativo categórico y es susceptible de ser mal interpretado.
Dado que la Economía tiene aún mucho camino por recorrer, la mayoría de modelos económicos, por simplicidad, han supuesto que la racionalidad el egoísmo tiene lugar únicamente a nivel individual. Sin embargo, una decisión puede ser también racional, cuando busca la maximización del bien colectivo. Eso es lo que se pretende conseguir dentro de las organizaciones empresariales y en eso trabajan economistas, codo a codo con psicólogos de empresa.
Sin embargo, en el ámbito macroeconómico y en los mercados de consumo, no sólo persisten los modelos individualistas, sino que los economistas han conseguido potenciar el individualismo para que los modelos funcionen bien. Es decir, en vez de crear modelos lo más parecidos posibles a una realidad dada, han creado una realidad predecible según unas fórmulas manejables. Ese modo de proceder ha prosperado porque, además, tienen la virtud de satisfacer intereses de las grandes corporaciones, puesto que el individualismo incrementa el consumo y eleva los precios.
8. COLOFÓN
En cierto modo, este ensayo supone una primera victoria de la Ciencia Económica con respecto a otras disciplinas “más científicas”, puesto que se ha puesto de manifiesto que el ritmo al que progresa el conocimiento, en términos generales, depende o, más bien, está limitado por circunstancias de tipo sociológico22 y, en último término, económico. El economista se encuentra en situación de explicar al científico su comportamiento y echarle en cara su propia naturaleza, cuyo ámbito debería conocer y haber previsto, para saber que no está tomando la línea recta hacia la verdad, sino los senderos espirales de los intereses privados.
A la gran infidencia de la Ciencia se le suma la aleve misión de la función pública. Su cometido es anunciarnos que tenemos libertad e igualdad de condiciones. Pero al decirnos esto, los poderes públicos actúan sojuzgados por grandes capitales que gozan de grandes ventajas competitivas con respecto al resto de nosotros y que son capaces de restringir nuestra libertad, a través de la supuesta legitimidad de dichos poderes. Libertad de movimiento, derecho a la intimidad y la imagen, incluso la integridad física están ahora más amenazados que nunca, debido a que ya todo se supedita ya a la acumulación global.
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