"Contribuciones a la Economía" es una revista
académica con el
Número Internacional Normalizado
de Publicaciones Seriadas
ISSN 16968360
José Ramón García Menéndez (CV)
Universidad de Santiago de Compostela, España
earoe@usc.es
J. M. Keynes (1883-1946) pursued the mitigation of the negative features of the system to the point that the economic reforms implemented under state supervision, not only protecting the crisis of capitalism versus alternative but an oxygen tank was applied to the model of capitalist accumulation . If Marx tried to change the political system and fought for it, "Keynes, tried to save her and offered theoretical training, the overall vision of what is happening at a given moment, the taste for art and controversy, adorned with a special versatility All this for sacrifice, with a mixture of skepticism and resignation, on the altar of the economy, on behalf of contemporary capitalism and the "possibility of civilization."
JEL: B2, B3. B4. F6
Para citar este artículo puede utilizar el
siguiente formato:
García Menéndez, J.R.:
"La teoría de la política económica y el retorno del keynesianismo: reflexiones ante el aniversario de la
teoría general " en Contribuciones a la Economía,
enero 2009 en
http://www.eumed.net/ce/2009a/
A pesar de las advertencias que había presentado sobre científicos sociales precedentes, la estela político-económica de J. M. Keynes (1883-1946) se ha convertido en un fuerte anclaje de nuestra disciplina hasta representar, en numerosos aspectos teóricos y prácticos, una lastrante servidumbre a los "economistas difuntos" como había denunciado el propio autor de la Teoría General. La presentación de proyectos económicos para hacer frente a los desafíos de la Historia actualizan ciertas premisas "silenciosas" en el análisis que, en fases de crisis y de cambio, adquieren una sorprendente resonancia. Una de estas premisas discursivas de especial énfasis en la Teoría de la Política Económica contemporánea se refiere al cuestionamiento del rol del Estado en la esfera económica. Este fenómeno, más allá de las distintas opciones ideológicas y políticas de los actores sociales, está relacionado actualmente con el proceso de descomposición teórica del keynesianismo y de bancarrota del Welfare State capitalista, figuras del ºparadigma político-económico dominante desde la segunda postguerra mundial que ha dejado, tras su caída, un enorme vacío que no ha sido cubierto con propuestas alternativas de la misma envergadura (cf. sobre estas cuestiones GARCIA MENENDEZ, 1989, esp. pp. 1O6-125).
Cuando observamos la dialéctica entre realidad-teoría-acción en la Historia del Análisis Económico, percibimos de forma casi imperceptible que la corriente histórica que arrastra el flujo de las ideas económicas desde Adam Smith hasta la actualidad, atraviesa una senda cíclica pero con un sutil y desconcertante efecto pendular: de la eficacia del activismo interventor y redistributivo del Estado al actual retorno a la ortodoxia neoliberal y su firme creencia en el libre funcionamiento de la "mano invisible" como auténtico garante de la libertad y del progreso económico.
No cabe duda de que el proceso descrito está impulsado por los enigmas irresolubles por parte del paradigma keynesiano. La coexistencia de recesión e inflación, la crisis financiera internacional y el distanciamiento de los países en vías de desarrollo de cotas esperadas de crecimiento, los retos de democratización en el Tercer Mundo, la irreversible crisis de las economías planificadas, el ascenso de la "revolución" neoconservadora, el Nuevo Orden Económico Internacional..., etc., son fenómenos cuya interrelacción muestra, en buena medida, que no sólo el protagonismo del Estado no es el elemento idóneo para encarar el ciclo politico-económico interno e internacional sino que ha pasado, en cambio, a representar un segmento relevante del problema y un referente analítico de indudable interés en la Teoría de la Política Económica. En este marco económico e ideológico, sucintamente descrito, es preciso añadir el cuadro correspondiente a la caracterización de los sucesivos modelos planteados para guiar el ciclo de acumulación desde 1929. En efecto, la gran lección de la Gran Depresión consistió en demostrar, de forma tan palpable en su manifestación como alarmante en sus consecuencias sociales, que la impetuosa movilización de las clases subalternas de los países en situación crítica presionarían sobre las carcomidas estructuras del capitalismo concurrencial heredadas del s. XIX.
Al respecto, no debe olvidarse en este precedente que el Estado Liberal no sólo mantuvo casi intacta la estructura político-administrativa decimonónica sino, también, inalterado su papel económico-social en una época en la que la superación de la crisis requería que el Estado capitalista respondiera con un amplio abanico de políticas gubernamentales a las postergadas demandas sociales. En este sentido, el debate sobre las mencionadas premisas "silenciosas" nos remiten continuamente a la caracterización del Estado como agente político-económico director, bien sea por activismo o por inhibición.
La apelación neoliberal más genuina, en la actualidad, sobre el Estado como un Leviatán -tan monstruoso como indomesticable- se refiere a una práfrasis de tópicos heredados de los siglos XVIII y XIX. En efecto, a lo largo del período mencionado, el "estado mínimo" recomendado por los epígonos del liberalismo clásico tenía una estrecha relación con el contexto de descubrimiento: los albores de la Revolución Industrial; una época de acelerado crecimiento económico y un acendrado optimismo en las previsiones sobre el futuro estado estacionario en la Inglaterra victoriana que, en gran parte, estaba gestionando las ventajas y rentas diferenciales debidas al legado del mercantilismo inglés: desde la formación de una incipiente burguesía industrial enriquecida con el comercio colonial. No obstante, la creciente intervención estatal fue determinante para el establecimiento, consolidación y reproducción ampliada del capitalismo en aquellos espacios económicos que arribaron con retraso a la revolución industrial-burguesa. Como muestra la principal motivación del historicismo centroeuropeo, sin la presencia coercitiva del Estado no se hubiera implementado un proyecto económico y social hegemónico que sirviera tanto a la continuidad del ciclo de acumulación como a aglutinar intereses reformistas de las burguesías incipientes que, en definitiva, sin la beligerancia estatal en estas economías desarticuladas difícilmente se hubieran incorporado a la Revolución Industrial y superado las crisis económicas que desembocaron finalmente en la Gran Depresión.
Las nuevas responsabilidades político-económicas del Estado contemporáneo no podían implementarse sin una profunda mutación del funcionamiento económico forzando el paso del centro de gravedad de la actividad desde el mercado a la esfera estatal con lo que la continuidad del ciclo de acumulación llegó a depender directamente de los resultados de la política económica impulsada por el Estado. En síntesis, la rearticulación entre Estado y Sociedad Civil implícita en el keynesianismo como modelo de política económica significó la superación de los arcaicos patrones de relación heredados del liberalismo concurrencial clásico. En efecto, la espectacular ampliación de los aparatos y funciones del Estado -ya anunciados por los mercantilistas y malthusianos- fundaron una nueva "centralidad" del desarrollo de la actividad económica de cara a la legitimación del dominio de clase y de la continuidad del ciclo de acumulación, lo cual marca la génesis de una nueva "criatura", el incipiente Estado del Bienestar, que contiene un modelo de crecimiento centrado en la nueva relación Estado/Capital y un modelo de hegemonía centrado en la nueva relación Estado/Sociedad Civil.
El marco político-económico keynesiano intentó contrarrestar la tendencia a las crisis periódicas consustanciales con el capitalismo mediante una estrategia en la que se "organizó" la anarquía de la producción capitalista y se minimizaran los costes originados por las fuerzas ciegas del mercado; una intervención canalizada mediante la racionalidad implícita en la planificación indicativa, figura de control de la entropía del sistema y de asignación de recursos por vía directa (el Estado-empresario productor) o indirecta (el Estado-gendarme económico) para servir a una genérica política de "socialización de inversiones" que estimulara la demanda agregada y absorbiera desempleo.
Sin duda, la propuesta keynesiana implicó una continua insistencia del Estado en su rol protagonista de supervisor máximo del ciclo político-económico. En definitiva, una gran parte de la desconfianza o el entusiasmo que produjo la propuesta y ejecución de políticas eoconómicas al servicio de un modelo keynesiano se explica por el auténtico monopolio y concentración de poder del Estado que invoca su naturaleza multifuncional: Estado planificador, inversionista, empresario, recaudador, promotor, distribuidor, asistencial, benefactor..., ofreciendo contenido a las respuestas críticas del neoliberalismo más genuino sobre la mencionada "premisa silenciosa".
Es preciso señalar, por tanto, que el núcleo analítico del keynesianismo tiene un sustrato profundo en la unidad dialéctica que condensa y fusiona los dos ejes sobre los se configura la nueva articulación del Estado en la sociedad y que se plasma en una singular formulación teórica y práctica de la política económica. En efecto, como auténtico gestor de la crisis del capitalismo contemporáneo su capacidad requería cohesionar las relaciones Estado/Capital/Clases Subalternas. Una integración que obligó a un nuevo pacto auspiciado por el Estado -aparentemente equidistante de intereses sociales y económicos concretos- en el que se ratifica la compatibilidad de dos lógicas en tensión: una de tipo económico, orientada a la reanimación y estabilización del proceso de acumulación del capitalismo contemporáneo y otra lógica, de tipo político, tendente al establecimiento de una tregua de la lucha de clases mediante mecanismos de institucionalización y atenuación del conflicto social.
He aquí la esencia del Welfare State Keynesiano pero, también, la gran fuente de sus contradicciones que lo dirigieron hacia su crisis, irreversible en muchos aspectos. Además, numerosas manifestaciones actuales de esa crisis estructural conforman el telón de fondo en el que se diseña y se pondera, en el orden de la acción, la Política Económica en sus principales enfoques contemporáneos desde una perspectiva convencional.
II. Keynesianismo versus Monetarismo: tres implicaciones de método
La controversia entre economistas monetaristas y keynesianos representa uno de los tópicos más confusos de la Historia del Pensamiento Económico contemporáneo, tanto por la variación de los temas a debate como por el giro continuo de los ejes metodológicos que los posicionan. En efecto, como es ya conocido, la discusión en Política Económica se ha centrado sucesivamente en el análisis de las consecuencias teóricas y prácticas del carácter endógeneo o exógeno de ciertas variables macroeconómicas de relevancia para el policy-maker, en la elasticidad o inelasticidad de ciertas reacciones político-económicas y, en suma, en la viabilidad y grado de eficacia de la implementación de las políticas específicas adoptadas por la autoridad económica.
No obstante, es destacable la existencia de una pauta sistemática del debate que responde a esenciales discrepancias metodológicas en torno a la diferente visión que mantienen keynesianos y monetaristas sobre la esfera de los hechos reales. En otros términos, existe una sustancial diferencia de interpretación de la realidad de una y otra escuela a la hora de analizar un determinado fenómeno de interés político-económico y que trasciende la superficial lectura de un determinado valor numérico, utilizando la información cuantitativa disponible o calculada como un velo superpuesto a la realidad que -como había advertido reiteradamente Joan Robinson- enmascara interesadamente la dirección de los procesos socioeconómicos en curso.
Sobre la confusa polivalencia de la información empírica existen en nuestros centros de estudios simplificadores pero significativo ejemplos que permiten ilustrar una insana práctica docente en desfigurar como categoría lo que es meramente anécdota. La conocida afirmación consistente en describir que para un keynesiano genuino una desocupación superior al diez por ciento de la población activa es, en general, un índice de "paro involuntario"; y contraponer en el mencionado ejemplo que para los monetaristas, en cambio, dicha tasa es una medida de "paro voluntario" (o de desempleo causado por distorsiones existentes en el mercado de trabajo, o, incluso, puede representar uno de los valores fluctuantes que se aproximan a la "tasa natural" de paro de una economía) significa, en suma, reconocer las limitaciones de un disciplina aún no consolidada cuya docencia pierde en rigor lo que debe ganar en relativismo al servicio de una presentación plural de aspectos positivos y normativos de diferentes visiones teóricas sobre la realidad.
Las discrepancias metodológicas existentes entre keynesianos y monetaristas se refieren, en síntesis, a tres motivaciones analíticas: primero, repecto a la naturaleza y funcionalidad del equilibrio/desequilibrio en el campo de conocimiento político-económico; segundo, sobre la interacción entre los fenómenos sociales y económicos reales y los fenómenos monetarios; y, tercero, en torno al rol del tiempo en el análisis básico y aplicado de la Política Económica. Esta triple fuente de conflictos metodológicos se materializa, en el plano teórico, en una compleja discusión que puede remitirse a varios epígrafes. En primer término y como ya comentamos anteriormente, a la "premisa silenciosa" sobre el rol del Estado en la economía; y, en segundo término, al carácter reglado o discrecional de la política económica aplicada y al examen de la eficacia de las políticas instrumentales, en especial, la política mixta que imbrica aspectos internos y externos de tipo fiscal y monetario. Sin duda, la triple implicación metodológica está íntimamente relacionada con el debate teórico. Esta interconexión es aún más compleja si se superpone la filiación intelectual de economistas englobados en las distintas variedades de keynesianismo [cf. LEIJONHUFVUD (1968) y CODDINGTON (1976)] y de monetarismo [STEIN (1976), MAYER (1979)]. No obstante, abordaré una reflexión global sobre las discrepancias metodológicas y un breve comentario sobre las controversias conceptuales derivadas de las primeras.
1. Equilibrio/Desequilibrio
El principal objetivo teórico del keynesianismo, desde el plano del análisis positivo, consiste en desentrañar las causas y dinámica de la existencia y persistencia del paro involuntario a gran escala para proponer, en términos normativos, un programa-tipo de Política Económica de estímulo público de la demanda efectiva capaz de superar las fases adversas del ciclo pues se constata que la "mano invisible" por sí misma no elimina dicho desequilibrio. En el análisis monetarista, en cambio, bajo la hipótesis de pleno empleo o de flexibilidad de precios, el mecanismo de libre mercado actúa instantáneamente para diferir un desequilibrio transitorio pues, como señala expresivamente F. Hahn, en un mundo competitivo poblado de agentes racionales que optimizan sus decisiones económicas no debe sorprender que algunos de éstos puedan plantear la posibilidad de que exista paro voluntario [HAHN: "Some Keynesian Reflections on Monetarism", in VICARELLI (Ed.) (1985), pp. 1-2O].
Estas discrepancias metodológicas, en un sentido analítico político-económico, nos sugieren que las nociones básicas de microeconomía neoclásica de libre elección e intercambio del agente económico individual y de tendencia a la autorregulación de los mercados conducen a la conclusión sobre la naturaleza voluntaria de un desequilibrio real como el desempleo de los factores. Por otra parte, la posición teórica que reafirma la existencia de paro involuntario implica, a su vez, desrequilibrio en el mercado. Por tanto, a nuestro juicio, la dicotomía existente en la presente implicación metodológica nos remite a una dicotomía entre visiones alternativas sobre el equilibrio/desequilibrio a nivel agregado e, implícitamente, sobre el grado de control político-económico y sobre la velocidad de ajuste (infinita, gradual o nula) del mecanismo de precios para domesticar la anomalía planteada [cf., al respecto, las interesantes observaciones de R. W. CLOWER: "The Keynesian Counter-Revolution: a theoretical appraisal", in F. BRECHKING y F. HAHN (Eds.) (1965)].
En síntesis, mientras para el monetarismo la economía no puede mantenerse permanentemente fuera de una situación de equilibrio (o de su tendencia inmediata), para el foco político-económico keynesiano no sólo se evidencia una divergencia analítica sino que se fundamenta un supuesto de partida que consiste en afirmar, en suma y parafraseando a F. Hahn, que la mayor parte de los problemas relevantes de la realidad corresponden a situaciones netamente de desequilibrio [HAHN: "Keynesian economics and general equilibrium theory", in G. C. HARCOURT (Ed.) (1977), esp. pp. 25-4O].
Existe, en este momento, un punto determinante que debemos destacar. Desde el punto de vista de la Teoría de la Política Económica, el análisis del desequilibrio está muy distante de la rigurosidad formal y sofisticación técnica de los modelos de equilibrio elaborados, entre otros autores, por M. Debreu o K. J. Arrow [cf., al respecto, las diversas aportaciones que conforman la ya conocida compilación de ABRAMOVITZ et al. (1959), y esp. pp. 41-51, que corresponden al ya clásico ensayo de K. J. Arrow: "Towards a Theory of Price Adjustment"]. No obstante, es indudable que existe un espacio ocupado por el rol interventor del Estado en las economías contemporáneas, independientemente que esta constatación de hechos provenga de un economista keynesiano o monetarista.
En consecuencia, bien sea por la afirmación keynesiana sobre el el contexto de desequilibrio en el que se presentan los problemas de la Teoría de la Política Económica o bien sea por la existencia de una distorsión del funcionamiento económico debida a la premisa "silenciosa" sobre un intervencionismo estatal de distinto grado en el sistema económico, lo cierto es que los modelos de nuestra disciplina, por razones de realismo, se deben centrar en el análisis del desequilibrio. En consecuencia, la lógica argumental nos dirige de la discrepancia de método a varias implicaciones de interés para la Política Económica.
Primero. Las decisiones económicas en situacionesde desequilibrio deben calcular, también, el alcance de este fenómeno como limitación en la acción para el policy-maker por lo que una evaluación de dichas restricciones, de una u otra forma, tienen que estar presentes en las funciones de comportamiento que motivan aquellas decisiones.
Segundo. En relación al punto anteriormente mencionado, las decisiones adoptadas por los responsables de la Política Económica deben considerar no sólo la interdependencia existente entre mercados y sectores en desequilibrio sino, además, los intereses socioeconómicos -con frecuencia beligerantes- de los distintos agentes, evitando la vieja tentación -como nos recuerda la obra de Arrow- de hacer del decisor un traductor con capacidad suficiente para interpretar con un alto grado de fiabilidad los objetivos de bienestar social que ilusoriamente comparten todos y cada uno de los agentes, independientemente de su posición espacial, sectorial, corporativa..., en suma de clase social. Una meta que, además, se supone ingenuamente que está depurada suficientemente por mecanismos de expresión electoral de programas político-económicos en sistemas representativos imperfectos en los que el ciclo económico está condicionado más por los intereses electorales que por la definición de objetivos generales.
Tercero. Las decisiones político-económicas que operan en una situación constatada de desequilibrio, tanto por diagnósticos keynesianos como monetaristas, no conocen los valores de asignación que hipotéticamente existirían en una situación de equilibrio de la economía global por lo que dichas decisiones se adoptan, en el caso más favorable, sobre una información parcial e insuficiente.
2. Fenómenos Reales/Monetarios
Antes de la aparición del keynesianismo, la historía de la política económica monetaria convencional tenía como objetivo prioritario (y, con frecuencia, exclusivo) la determinación del nivel de precios. La docencia de la Economía y, por tanto, la estructura de los manuales tradicionales dividía la enseñanza de nuestra disciplina en dos campos: la teoría micro, "real", de los precios relativos y la teoría macro, "monetaria", del nivel general de precios [cf., al respecto, la autorizada opinión de JOHNSON (1972)].
La base de la teoría monetaria pre-keynesiana estaba constituída por la formulación clásica de la teoría cuantitativa de la moneda que podía explicar ciertos fenómenos económicos (por ejemplo, el fenómeno de la inflación) mediante una correlación entre nivel de precios y cantidad de dinero a partir de supuestos muy específicos de situaciones de equilibrio (pleno empleo, velocidad constante de circulación de la moneda, etc.). Esta separación entre fenomenos económicos reales y monetarios condicionó el análisis de Política Económica previo a la emergencia del pensamiento keynesiano que cuestionó tal dicotomía hasta el punto que algunos autores sostienen [como DAVIDSON (1978)] que ello representa la principal aportación analítica de Keynes al pensamiento económico actual.
Al respecto, es preciso subrayar que el componente keynesiano al acervo de la Teoría de la Política Económica resquebraja la solidez de una separación metodológica tradicional por lo que, independientemente de su filiación doctrinal en Economía, el policy-maker debe asumir e incorporar al proceso decisional las múltiples consecuencias analíticas, tanto básicas como aplicadas, de una interacción compleja entre el carácter real y el carácter monetario que se combinan en todos los fenómenos económicos actuales. No es menos importante, al respecto, una implicación adicional de Política Económica. Me refiero, en concreto, a que la separación fenómenos reales vs. fenómenos monetarios parte de una discrepancia metodológica entre keynesianos y monetaristas que lleva -erróneamente, a mi juicio- a un pertinaz olvido del debate en torno al papel del dinero en la economía moderna. En otros términos: el grado de monetarización de las relaciones económicas impide la división teórica tajante entre fenómenos reales y monetarios como si se trata de dos análisis diferentes, el de la "realidad" y el de su "velo", como ya había comentado Joan Robinson.
En consecuencia, la discrepancia en el plano del método tiene repercusión analítica en la Teoría de la Política Económica. Un sencillo ejemplo nos mostrará que entre keynesianos y monetaristas existe un espacio de síntesis, de viabilidad analítica, que corrobora la coexistencia de dos lecturas aparentemente antagónicas de la realidad pero sin que ello represente un asalto a las fortalezas del orden socioeconómico vigente. Para un monetarista-tipo, de raíz liberal y formación neoclásica, la importancia de la moneda en una economía moderna radica especialmente en los mecanismos de creación de dinero (la fuente generadora) y del comportamiento de las instituciones monetarias (los canales de intermediación). En el caso de que el policy-maker persiguiera una mayor eficiencia del funcionamiento de los mercados como una finalidad genérica de política económica, los objetivos inmediatos a los que debe aspirar, para la finalidad primera, consistirían en el control de la fuente monetaria (para limitar un crecimiento desmesurado e inflacionista de la cantidad de dinero del sistema) y de las instituciones monetarias (para evitar distorsiones anómalas e ineficientes en el libre funcionamiento de la "mano invisible").
Para un economista formado en el keynesianismo, en cambio, la argumentación contraria se fundamenta en el reconocimiento del "dinero" como una categoría analítica que funda su doble funcionalidad: como medio de pago en el intercambio y como depósito de valor en la acumulación; es decir, la existencia del "dinero" en su doble acepción supone directa e indirectamente una disminución de costes de transacción en el mercado, lo cual significa, a su vez, un grado de eficiencia adicional respecto a economías de trueque, sin monetarizar. Por tanto, si la existencia del "dinero" implica una mayor eficiencia del sistema, entonces se debe concluir que no puede ser considerado como un factor "neutral" pues, según los keynesianos, a mayor (o menor eficiencia) debido al componente monetario se produce un impacto positivo (o negativo) en el componente real de los fenómenos económicos. Otra discrepancia metodológica que posee un alcance analítico se centra en la dicotomía temporal corto/largo plazo. Según un autor tan representativo como M. Friedman, la distinción principal entre Keynesianos y Monetaristas consiste en el tratamiento analítico del tiempo (FRIEDMAN, 1974). No obstante, el atractivo analítico del tema supera el límite de la presente aportación y constituiría un auténtico tratado gnoseológico y de método de un objeto político-económico que no ha consolidado su status científico (además de representar tal desafío un programa de investigación en términos lakatosianos aún por hacer debido a la tarea titánica que representa dicho reto en nuestra disciplina).
En efecto, el tema del "tiempo" como vector directriz de los análisis de Teoría de la Política Económica implicaría un complejo y no menos relevante programa de estudios referido, enntre otros tópicos, a las diferentes pautas marcadas por el tiempo histórico / tiempo cronológico / tiempo biológico, a la específica percepción intuitiva sobre el futuro de los agentes económicos, así como el juego de las hipótesis de incertidumbre / racionalidad / conocimiento probabilístico del futuro planteadas en el proceso decisional de la Política Económica. Al hilo de las implicaciones analíticas para la Teoría de la Política Económica a partir de los discrepancias metodológicas entre monetaristas y keynesianos, cabría hacer en este momento una breve consideración sobre el horizonte temporal de sus respectivos análisis.
3. La categoría analítica "tiempo"
El énfasis monetarista en el largo plazo se debe a una herencia del programa de investigación científica fundado por el liberalismo clásico en la versión más "optimista" de A. Smith. Recordemos que el objetivo prioritario del estudio liberal clásico consistió en analizar las fuentes de la riqueza de las naciones para recomendar un programa mínimo de intervención estatal en la actividad que permitiera el mecanismo de la "mano invisible" en el libre mercado para lograr, a largo plazo, el estado estacionario de máxima riqueza (situación previsible con un marco institucional que respetara los principios del núcleo del mencionado programa). No sorprende, en consecuencia, que un economista que responda al esterotipo tradicional del monetarista adopte el largo plazo como el horizonte temporal más adecuado para una analítica al servicio de hipótesis y enunciados apriorísticos que informan sobre el equilibrio (o la tendencia al mismo) de los mercados y sobre la funcionalidad del mecanismo de precios para alcanzar, en el largo plazo, el equilibrio de stocks.
El énfasis analítico de un economista que obedezca a las pautas tradicionales del keynesianismo, en cambio, selecciona un horizonte de corto plazo. Ello se debe tanto a la influencia que tuvo la filosofía cuasi-hedonista de A. G. Moore sobre el mismo J. M. Keynes, un influjo al que no se pudieron sustraer los epígonos pero, sobre todo, a la naturaleza de un programa de política económica propuesto para impactar de inmediato, a corto plazo, sobre la actividad económica. Ante este requisito de urgencia, la política económica keynesiana no sólo renunció a los principios liberales sino que postergó, además, la funcionalidad del mecanismo de precios para estabilizar el ciclo político-económico (dada su escasa flexibilidad) y remarcó, en cambio, el interés analítico en alcanzar, a corto plazo, precarios equilibrios de flujos (reconocida la imposibilidad del pleno empleo a largo plazo predicado por los liberales). No obstante, y más allá de la discrepancia metodológica sobre el horizonte temporal de las analíticas keynesiana y monetarista, existen dos cuestiones adicionales de suma importancia (sea implícita o explícitamente) en el panorama actual de la Teoría de la Política Económica y de la que es preciso dar un comentario sumario. Me refiero a la oposición entre análisis lógico versus análisis histórico y los problemas que plantea el supuesto de la incertidumbre con respecto al futuro.
Para sus principales discípulos -léase J. Robinson (1953), J. R. Hicks (1979) o F. Hahn (1984)- una de las aportaciones más importantes de Keynes es la reintroducción del tiempo histórico en el análisis político-económico pues, como legado netamente neoclásico, los monetaristas hacen un análisis ahistórico, universalista y generalista tanto en el plano espacial como en el temporal hasta el punto que pasado y presente permanecen idénticos aún cuando en el análisis teórico se empleen supuestos de movimiento perpetuo hacia adelante o hacia atrás en el tiempo. Al respecto, el keynesianismo entronca en una corriente de pensamiento más amplia y que no es ajena a la reconstrucción histórica de la teoría como marco de directrices metodológicas en la investigación en ciencias sociales. En otros términos, los fenómenos económicos que constituyen el objeto de la Política Económica en sus múltiples facetas básicas y aplicadas tienen una secuencia en el tiempo, tanto en sus pautas históricas como en su discurso analítico dinámico, hasta considerar que la columna vertebral de la reconstrucción crítica de la Teoría debiera estar formada por aquellos factores que conectan los fenómenos de interés político-económico con su evolución temporal.
Las consecuencias meotodológicas de esta proposición son sumamente complejas y nos remiten no sólo a una secuencia de causación histórica del proceso político-económico en curso sino, también, a involucrar las proposiciones sobre la "incertidumbre" consustancial con el conocimiento del futuro en el análisis teórico de nuestra disciplina. Así, es de relevante interés programático para una una reconstrucción crítica de la
Teoría de la Política Económica que supere algunos de los problemas planteados y no resueltos satisfactoriamente por los enfoques convencionales como los siguientes.
* El riesgo generado por el futuro incierto (versión keynesiana) a la conveniencia monetarista de las reglas permanentes de política económica frente a las reglas discrecionales.
* El estudio de alternativas institucionales al mecanismo tradicional de asignación de recursos a través de figuras contractuales de futuro.
* El análisis comparado de la eficacia de las políticas económicas implementadas, como el debate fiscalismo-monetarismo, mediante criterios de impacto temporal de resultados.
* La reflexión teórica y la contrastación empírica de las hipótesis de expectativas racionales de los agentes económicos o de los "choques aleatorios" que imposibilitan la eficacia de la política económica a largo plazo o neutralizan el impacto de dichos "shocks" no controlables por el policy-maker.
* La crítica político-económica a una analítica en que, al no existir un tempus que informe no sólo del pasado histórico del proceso económico sino que marque una dinámica secuencial en su desarrollo, todos los fenómenos en estudio simulan ocurrir simultáneamente: las condiciones de la estabilidad y las del cambio; el desorden y el equilibrio; el antes y el después..., es decir, la multiplicidad de interacciones político-económicas atemporales (en su historia y en su dinámica) para reducirse a un tiempo lógico dictado por el tomismo de algunos razonamientos silogísticos, de la cadencia de los teoremas y sus corolarios convencionales.
III. Del keynesianismo al enfoque regulacionista, pasando por el postkeynesianismo
Si la disputa entre keynesianos y monetaristas ilustra, en suma, el actual panorama de nuestra disciplina desde un punto de vista convencional; será la emergencia del enfoque de la Regulación en Economía la que caracterice, en los últimos años, una propuesta crítica al academicismo fortalecido por el derrumbe de los regímenes de socialismo real. Ante el paulatino y evidente fracaso de las economías planificadas, la crisis teórica del marxismo fosilizó un pensamiento antaño renovador pero incapaz, en las últimas décadas, de afrontar los principales problemas del capitalismo y del socialismo contemporáneo más allá de la consabida retórica de los epígonos.
Como es conocido, no sólo se ofreció la pretensión hegemónica neoliberal en Economía junto al conservadurismo más genuino para desbancar a la corriente crítica en Ciencias Sociales sino que, además, se presentó una línea aparentemente renovadora, el marxismo analítico, que intentó desnaturalizar el pensamiento marxista a través de la incorporación del individualismo metodológico (¡) a un análisis que permitía fusionar antagonismos científicos y políticos hasta alcanzar un peculiar "marxismo de elección racional" o un "marxismo neoclásico" [cf., al respecto, ROEMER (Ed.) (1989) y PARAMIO (199O)]. Sin duda, en este proceso de decantación teórica e ideológica los epígonos postkeynesianos también tuvieron un importante rol que desempeñar en varios sentidos.
A partir de 1936 y tras la publicación de la Teoría General, los economistas padecieron –en palabras de P. A. Samuelson- una fuerte “crisis de conciencia” respecto a la teoría neoclásica, una crisis que embargó también a las generaciones de economistas más jóvenes de Europa y EE.UU. La aceleración del cambio generacional debido a la II Guerra Mundial acabó con dicho complejo pero lo cierto es que los más genuinos keynesianos que contendían entre ellos para lograr un puesto de “discípulo predilecto” de Keynes o, incluso, el depositario de los arcanos de la teoría y de la praxis de la economía keynesiana debieron aceptar con resignación (a veces, no exenta de lección de humildad científica) que el análisis positivo de la Depresión como tendencia del subconsumo y el análisis normativo que prescribía la activa y redistributiva intervención pública (en las esferas monetaria, fiscal y presupuestaria) ya habían sido presentados académicamente con anterioridad (M. Kalecki, Escuela de Estocolmo con G. Myrdal a la cabeza…) y, en cierto sentido, puestos en práctica de facto en la política económica aplicada (por ejemplo, en la Dictadura de Primo de Rivera en España y en la década de los años 20 del siglo pasado).
Desde otro ángulo, el pulso entre keynesianos y monetaristas ante la valoración que pudiera caracterizar el retorno monetarista y que podemos personalizar en el agrio cruce argumental que mantuvieron J. Tobin y R.E. Lucas en 1981, fue superada por la crítica de los postkeynesianos ante la evidente adulteración de las tesis de Keynes por parte de seguidores inerciales que aceptaban implícitamente hipótesis convencionales (en torno a la competencia, la movilidad de factores y de la operatividad del modelo IS-LM) como de las propias limitaciones de la analítica keynesiana tendente a los análisis simplificados y estáticos de la realidad (cf. Ocampo, 1988; y Gordon, 1999, esp. Pp. 1115-1171).
En este viraje, el papel jugado por institucionalistas de la talla de J. K. Galbraith fue crucial. Galbraith a lo largo de una rica y dilatada obra se interrogaba, ante las formulaciones convencionales del keynesianismo, no tanto por la debilidad de la demanda global (proposición rescatada de Malthus, sorprendido por las consecuencias depresivas de las guerras napoleónicas en Europa a inicios del s. XIX) sino por el complejo proceso de adopción de decisiones por parte de la oferta. Sin caer en el pozo de la Ley de Say, Galbraith centra su interés analítico en las decisiones de la oferta sobre precios y producción en una economía correspondiente a la “sociedad opulenta” (en parte, logro de la gestión político-económica keynesiana) que evoluciona hacia un “nuevo estado industrial” en el que la tecnoestructura empresarial anula en alta proporción la influencia del mercado en la formación de los precios. En este sentido, se constata la importancia que tienen las instituciones en las complejas relaciones entre agentes económicos y la naturaleza inestable e incierta del sistema económico, especialmente cuando el policy-maker se encuentra ante el cruel trilema delimitado por el empleo, la estabilidad de precios y la presión de los sindicatos.
En las tres últimas décadas, el postkeynesianismo, alentado por economistas no ortodoxos de Cambridge, han realizado importantes contribuciones a la teoría y la metodología económicas a partir de las tres fuentes indicadas: keynesianismo primigenio y las aportaciones de Kalecki y los institucionalistas (cf. Dunn, 2000). En síntesis, el campo de análisis se centra en la operatividad de la demanda efectiva en una economía monetaria en la que su perfil institucional es clave para entender el sistema económico. En otros términos, el postkeynesianismo se posiciona ante una economía monetaria de producción mercantil en la que el nivel de actividad está determinado por el nivel de la demanda efectiva y que habrá un determinado nivel de demanda consistente con posiciones positivas de empleo. En este sentido, el postkeynesianismo se concentra en marcos teóricos e interpretativos con los que establecieron sinergias analiticas con otras formulaciones de interés: el evolucionismo de la corriente institucionalista y la economía crítica de la corriente regulacionista.
El enfoque de la Regulación en Economía intenta renovar el pensamiento crítico en nuestra disciplina, superando el auge neoconservador y la incapacidad del marxismo tradicional. Aunque cuenta con precedentes muy significativos (AGLIETTA, 1979), esta corriente ha desarrollado dos líneas de investigación nucleados en el CEPREMAP y en el GREEC por R. Boyer y G. Destanne de Bernis, respectivamente (*). El enfoque de la Regulación en Economía, desde el plano de la Historia del Pensamiento, es un producto de mestizaje de numerosas corrientes intelectuales [cf., al respecto, LICHNEROWICZ (Comp.) (1977), y BOYER (1992)]. En efecto, de filiación marxista (en lo que tiene de concepción histórica, dialéctica y materialista de la realidad socioeconómica) expurga las versiones holistas más ortodoxas (léase "althusserianismo vulgar") y se enriquece con una vocación interdisciplinar. Esta vocación abona la riqueza de la perspectiva de reconstrucción histórica de la teoría, en términos habermasianos. La base epistemológica marxista del enfoque de la Regulación guarda fuertes anclajes con la tradición de keynes y Kalecki, con la historiografía de los Annales (especialmente con G. Duby) y con las aportaciones provenientes de teorías contemporáneas en el campo de las Matemáticas (R. Thom), de la Biología (H. Atlan), de la Termodinámica (I. Prigogine) o, incluso, de la Filosofía (G. Canguilhem). Según el criterio sistémico, podríamos definir a la Regulación como el ajuste, con arreglo a ciertas normas, de una compleja pluralidad de movimientos y de acciones, de causas y efectos, que en su diversidad hace inicialmente extraños los unos respecto a los otros.
La recepción de la colaboración interdisciplinar en el enfoque de la Regulación se concreta en varios aspectos. De la teoría de las catástrofes (THOM, 1972), se mantiene que una leve modificación de la "estabilidad estructural" puede provocar efectos "cualitativos" de transformación muy importantes: por tanto, el análisis del "accidente" (en otros términos, de una "anomalía" aparentemente trivial) es relevante para el conocimiento del proceso económico. De la Biología (ATLAN, 1972), se incorpora el papel que juega el "azar organizador" de los fenómenos socioeconómicos que, evaluados como aleatorios y perturbadores, manifiestan que detrás del "ruido" existe un "orden" en el proceso en cuestión. También de la Termondinámica, el enfoque regulacionista recobra la categoría "entropía" -puesta en boga por Georgescu-Roegen para la Economía- caracterizada como proceso abierto de reorganización a partir de sus propios conflictos internos (PRIGOGINE y STENGERS, 1983). En definitiva, y como afirma A. Lipietz, el enfoque regulacionista aceptó sin ningún prejuicio la colaboración de otras disciplinas de las que, al margen de la crítica al finalismo y a su carácter inducido, el presente enfoque se acercó para "...recibir modestamente lecciones de dialéctica" (LIPIETZ, 1979, p. 49).
Desde el punto de vista de la Teoría de la Política Económica, el enfoque de la Regulación incorpora una interesante revisión crítica de la tradición macroeconómica de dos, si se me permite la acepción, "proto-regulacionistas" como Keynes y Kalecki, de los que el enfoque asume su legado renovado, en palabras de R. Boyer (1992, p. 28) así como de una revalorización del institucionalismo en el análisis de relaciones sociales concebidas como códigos y formas institucionales que crean regularidades en el proceso de acumulación.
Aunque esta corriente de pensamiento se hace acreedora a la crítica por emplear una terminología peculiar que la hace artificialmente "ininteligible", posee dos características de interés programático en las disciplinas aglutinadas por la Teoría de la Política Económica.
Primero, el rol de la Política Económica se hace crucial en un proceso en el que el ciclo de acumulación no contiene un mecanismo irreductible de autorregulación ni responde, por tanto, a una lógica interna y predeterminada de reproducción del sistema económico en cuestión: en consecuencia, la continuidad del proceso económico exige un modo de regulación político-económica [cf., AGLIETTA (1979) y DE BERNIS: "Regulación o equilibrio en el análisis económico", in GAURON y BILLAUDOT (1987)]. Segundo, el análisis se extiende a referentes pertenecientes a la economía internacional hasta el punto que este enfoque ha propuesto ciertas categorías analíticas (como el "fordismo periférico") que pueden ser de una gran utilidad para la Teoría de la Política Económica enfocada al estudio de las relaciones económicas internacionales y al análisis de la crisis en los países subdesarrollados [cf., al respecto, el interesante análisis regulacionista aplicado de C. OMINAMI (1987)].
IV. Intervención/Regulación de la Política Económica: problemas de diseño de modelos
Una propuesta programática de Teoría Crítica de Política Económica, en su doble alcance de análisis básico y aplicado, requiere una aproximación a los problemas de método, de elaboración y prueba de modelos de política económica, entendidos como el resultado de diseños que intentan expresar, mediante lenguajes formales, un conocimiento sistemático del objeto político-económico e informar sobre el funcionamiento del proceso económico, cuantificando el efecto de cambios exógenos y de las políticas practicadas, así como proyectar previsiones económicas con el objeto de emprender acciones deliberadas por parte del policy-maker.
En este sentido, la Teoría de la Política Económica circunscribe este interés por el diseño de modelos, tanto desde el punto de vista metodológico como teórico, que son susceptibles de una representación matemática. Con desigual entusiasmo por parte de economistas de variado origen y formación, el reconocimiento de su utilidad se atribuye a varias razones. En primer lugar, los modelos político-económicos obligan a una explicitación de los supuestos de partida, de las hipótesis de comportamiento, de la naturaleza variable o paramétrica de la información sobre magnitudes relevantes y del tipo de relaciones entre fenómenos económicos, con lo cual se mejora el rigor analítico y la eficacia decisional. En segundo lugar, la variedad de representaciones lógico-formales permite una selección más amplia de modelos de política económica que combinan representaciones estocásticas o contables, sistemas uni- o multiecuacionales, etc., con lenguajes de fácil comprensión para expresar resultados cuantitativos.
En tercer lugar, el uso de modelos por parte del policy-maker tiene una doble contribución a la consolidación científica de nuestra disciplina: por una parte, al inducir rigurosidad en el debate teórico pone en evidencia y prueba, en su caso, las debilidades analíticas de los supuestos de partida, de las hipótesis de comportamiento y de la formalización de relaciones entre fenómenos económicos; por otra parte, las conclusiones de los modelos posibilita la mejora de la calidad de la información disponible y facilita la interacción entre productor y usuario de estadísticas.
La variedad de estrategias de diseño de modelos es, por tanto, muy amplia. No obstante, un análisis de los compendios de ensayos ya clásicos en nuestra disciplina sobre el tema [BLITZER et al. (1975), BEHRMAN y HANSON (1979), y SYRQUIN et al. (1984)], nos ilustra sobre la existencia de tres grandes líneas de investigación político-económica que se han desarrollado de una forma casi paralela y con una escasa comunicación entre las mismas. Con sus variantes parentales, estas tres familias de modelos de interés para la Teoría de la Política Económica son las siguientes.
1. Modelos de planificación
Su origen radica en el modelo de crecimiento propuesto por Harrod-Domar y, seguido con gran énfasis sectorial por Chenery. En los últimos años ha recobrado auge este tipo de diseño a través de los denominados "modelos computables de equilibrio general" desarrollados en el campo de la Teoría de la Política Económica Internacional por el Banco Mundial. El diseño de este tipo de modelos está al servicio de un cálculo de asignación de recursos y de la propuesta de alternativas de política económica más adecuadas para aplicarse en realidades económicas sometidas a una o varias restricciones importantes a nivel macroeconómico.
2. Modelos contables
Utilizados profusamente por bancos centrales y otras instituciones financieras supranacionales, los modelos contables inciden en el diagnóstico político-económico a corto plazo especialmente para el respaldo y autorización de programas de créditos "puente" o stand by, como los que otorga el Fondo Monetario Internacional. La información contenida en este tipo de modelos manifiesta básicamente la compatibilidad y/o el conflicto entre objetivos cuantitativos de agregados macroeconómicos y la incidencia de ciertas acciones deliberadas de política económica, como un programa de ajuste recesivo, en el proceso económico.
3. Modelos econométricos
Con un fuerte sesgo keynesiano, este tipo de modelos tienen como objetivo principal la especificación del comportamiento de los agentes económicos, lo que permite un amplio rango de aplicaciones para la Teoría de la Política Económica: diagnóstico de la realidad económica, análisis comparativo de la efectividad de las políticas económicas, la predicción de variables, o el diseño bajo formas estructurales o reducidas de modelos de evaluación o predicción .
No obstante a todo lo dicho anteriormente, desde la Teoría de la Política Económica, especialmente cuando se reclama como proceso y producto científico de una reconstrucción crítica de nuestra disciplina, es preciso subrayar las debilidades y limitaciones de los modelos político-económicos como diseños pretendidamente perfectos de las partes interrelacionadas del objeto económico que cumplen, en consecuencia, una labor de máxima garantía para conocer los problemas de interés político-económico y el tipo y efectos de las políticas a practicar en función del diagnóstico que ofrece al policy-maker. Y esta cautela debe ser explicitada aún más, si se me permite el énfasis, en una propuesta programática de las materias bajo la responsabilidad de la Política Económica, como disciplina científica, destinada en último término a la organización de la docencia superior.
Los métodos formales que han sido el instrumento por excelencia para la verificación de hipótesis y de estimación de resultados en los modelos político-económicos al uso contienen una limitación indudable. Me refiero, en concreto, a que el conjunto de datos que configura la información económica a partir de la cual el modelo hace sus inferencias, son en general muestras aleatorias de poblaciones determinadas cuya representatividad puede ser cuestionada.
Por otra parte, este tipo de aproximación puede estar viciada desde su inicio pues el diseño del modelo a utilizar por el policy-maker es anterior al problema y, por tanto, existe una especificación previa (y condicionante) de las formas funcionales, las variables incluídas, la caracterización endógena y exógena de las mismas...
Si bien es cierto que el análisis econométrico ha reaccionado ante los problemas de experimentación de los fenómenos socioeconómicos que impiden un cabal cumplimiento de las propiedades de los estimadores (consistencia, eficiencia, etc.) en un contexto paramétrico no inmutable que impediría una rigurosa "discriminación" de hipótesis de trabajo científico en la Teoría de la Política Económica, lo cierto es que permanecen sin resolver definitivamente dos problemas que limitan el alcance analítico de los modelos en nuestra disciplina y que constituye un tema de relevante interés profesional, tanto en el trabajo docente como en la investigación.
El primero se refiere a la multicolinealidad que, en un contexto experimental, resulta un problema trivial pues el analista puede controlar el rango de las variables exógenas del modelo; en cambio, para una muestra dada, las inferencias sobre un caso individual debe recurrir ineludiblemente a información externa a la muestra analizada. El segundo problema, el carácter específico de cada muestra de información socioeconómica contiene, por la naturaleza de los fenómenos en cuestión, un recorrido histórico único e irrepetible; por tanto, todas los valores de las variables explicatorias dilucidadas por el modelo político-económico deben ser consideradas aleatorias para todas las aplicaciones económicas, con lo cual se otorga un carácter local y único a las conclusiones analíticas y limitan la posibilidad de generalizar las inferencias sobre los fenómenos estudiados por el policy-maker.
No se puede ocultar, en absoluto, el alcance de las debilidades de una operativa que, sin duda, también puede ser una herramienta útil de trabajo y así debe ser contemplada en una propuesta programática de Teoría de la Política Económica. Reitero, sin embargo, las cautelas comentadas en torno a esta cuestión y que tienen un interés docente y una implicación en investigación.
En efecto, más allá de las debilidades metodológicas y las limitaciones analíticas, existe un incuestionable y estratégico punto nodal, a saber: el "abuso" de los tratamientos técnicos para "depurar" la información disponible sobre los fenómenos de interés contemplados en un determinado modelo pueden ser considerados como una fuente de descrédito para la investigación en Política Económica pues, con una frecuencia inusitada en la Historia del Análisis Económico, el investigador-asesor-policy-maker filtra los datos hasta que éstos proporcionen una información concordante con las apreciaciones a priori que posea, tanto de tipo técnico, como de orden axiológico o ideológico.
En el contexto de esta compleja problemática que es preciso abordar en el desarrollo temático de la Teoría de la Política Económica, en sus aspectos básicos y aplicados, la declaración de "no inocencia" no debe ser interpretada, por supuesto, como una descalificación sino como una cautela. El iniciado en nuestra disciplina, especialmente el que sigue una senda de reconstrucción crítica de la misma, distingue la coexistencia de componentes valorativos con el reconocimiento de la utilidad que ofrece, tanto en el campo de la Política Económica Cuantitativa como en la contrastación de hipótesis y evaluación de resultados de políticas económicas, el diseño de modelos político-económicos que incorporen la información estadística precisa para el conocimiento más riguroso de la realidad.
Bajo el inexcusable mandato de responsabilidad docente, se requiere no sólo rechazar (en aras del pluralismo) descalificaciones apriorísticas sino, además, incidir en las medidas de posible progreso (en aras del rigor científico) en el conocimiento y aplicación de los instrumentos utilizados.
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NOTA
* Es indiscutible la influencia francesa del enfoque de la Regulación en Economía, bien en la línea del Groupe de Recherche sur la Régulation en Economie Capitaliste, GRREC, animado por Destanne de Bernis desde Grenoble, o bien en la línea del Centre d'Etudes Prospectives d'Economie Mathématiques Apliquées á la Planification, CEPREMAP, auspiciado desde Paris por R. Boyer. A nuestro juicio, las aportaciones del CEPREMAP se ciñen más a la esencia crítica del enfoque pues los principales escritos de R. BOYER (1992), A. LIPIETZ (1984) o R. BOYER y J. MISTRAL (1983), nos alertan no sólo sobre las diferencias entre régimen de acumulación y modo de regulación sino, además, sobre la "regulación" como un subproducto de la acumulación del sistema pero con un papel técnico que no suplanta el compromiso social existente en las tendencias del capitalismo contemporáneo.