"Contribuciones a la Economía" es una revista
académica con el
Número Internacional Normalizado
de Publicaciones Seriadas
ISSN 16968360
Korstanje Maximiliano
Universidad de Palermo, Argentina
maxikorstanje@hotmail.com
El objeto de la siguiente reseña es interpretar minuciosamente el sentido que Veblen quiso darle a su teoría sobre “la clase ociosa” como así también su relación con el mundo académico universitario. En la actualidad, la bibliografía especializada en turismo apunta a la construcción de la clase ociosa, sólo como una forma de consumo de bienes y servicios de naturaleza ostentosa. En este punto, se considera a los “turistas” como verdaderos exponentes de la misma. Sin embargo, ¿estamos seguros de que esto sea así?, ¿no son los propios intelectuales parte de la mismo grupo del cual desdeñan?. Por tal motivo, consideramos oportuno realizar una nueva lectura de los hallazgos, y reflexiones del autor.
Thorstein Bunde Veblen, economista estadounidense de origen noruego nacido en 1857, fue uno de los primeros en estudiar ciertos aspectos relacionados al consumo conspicuo y la emulación pecuniaria. Sus hallazgos y reflexiones, fueron un amplio material para sociólogos, psicólogos y antropólogos de todas las épocas. Entre sus obras, se destaca (como ya hemos mencionado) La Clase ociosa obra que por sí misma resalta entre otras cosas el papel de los intelectuales como clase destinada a la no productividad. En el turismo, Veblen fue adaptado y en cierta manera mal interpretado. Más específicamente se nos habla de los turistas como “una clase ociosa” cuyas dinámicas y demandas se basan en el consumo ostentoso; si es posible que esto sea así, Veblen nunca estuvo preocupado o pensó en los turistas como exponentes de la clase ociosa. A líneas generales, ello nos lleva a una re-interpretación de este “brillante” economista en forma detallada y reflexiva. La obra de referencia, comienza con un prólogo del ya fallecido Kenneth Galbraith que dice así “sólo hay que tomar en cuenta que, si se desea apreciar a Veblen, se le debe leer muy cuidadosa y lentamente. Veblen ilustra, divierte y deleita, pero sólo si se le dedica bastante tiempo” (Galbraith, XX, en Veblen, 1974).
Para citar este artículo puede utilizar el
siguiente formato:
Korstanje, M.:
"La clase ociosa en Thorstein Veblen" en Contribuciones a la Economía,
mayo 2008 en
http://www.eumed.net/ce/2008b/
Para Veblen, las sociedades se dividen irreparablemente en clases. Si bien existen varias de ellas dentro de un grupo extenso, por lo general adquieren una tendencia bipolar a constituirse en dos principales: la productiva-técnica y la ociosa. Además, existe una vinculación directa de la producción económica con el paso de la historia; en los orígenes de la vida social nómada y sedentaria podemos observar una carencia de la emulación pecuniaria. Veblen lo explica de la siguiente forma, “durante aquella fase primitiva de desarrollo social en que la comunidad es aún habitualmente pacífica, acaso sedentaria, y no tiene un sistema desarrollado de propiedad individual, la eficiencia del individuo se demuestra de modo especial y más consistente en alguna tarea que impulse la vida de grupo. La emulación de tipo económico que se produzca en tal grupo será, sobre todo, emulación en el terreno de la utilidad industrial” (Veblen, 1974:24).
A la vez, que una sociedad pasa del “Estadio de Salvajismo” cambian las condiciones de vida aumentando los incentivos de emulación. La actividad de los hombres adquiere un “carácter de hazaña” y se reemplaza la productividad por el premio, los botines, el honor y los trofeos. Llevado esto mismo al trabajo, Veblen distingue el “trabajo productivo” de los “servicios”. Pero ¿cuál es la influencia del ocio más específicamente?. Una clase ociosa surge (resumidamente) de la concatenación de diversas variables. En primera instancia, existe una sustitución e incorporación del principio de propiedad; esto significa asignarle al acto consumista (ostentación de riqueza) un aspecto de transferencia simbólica. Veblen, lo escribe muy claramente “la posesión de la riqueza confiere honor; es una distinción valorativa (individuos dictintion)” (ibid: 32).
Por otro lado, la propiedad comienza como forma de botín en un sentido de “trofeo”. La organización comunal “primitiva” poco a poco fue dando lugar a organizaciones más complejas. Los individuos comenzaron a enfrentarse con otros grupos que les eran hostiles. La propiedad reposaba sobre el principio de guerra y en consecuencia se daba una comparación entre los poseedores y los despojados. A esta etapa, Veblen la denomina “propiedad comunal”; es decir, la propiedad como institución descansaba sobre una simbología distintiva del grupo. Pero, cuando los hombres adquieren la riqueza o la posesión individual gana mayor peso como forma de reconocimiento y estima. La riqueza en cierta manera, confiere honor a quien la posee y éste último, se legitima en ella. Sin embargo, ¿cuál es más específicamente el papel del ocio?.
Veblen, comienza su capítulo III diciendo “el efecto inmediato de una lucha pecuniaria como la que se ha escrito esquemáticamente sería – de no estar modificada su influencia por otras fuerzas económicas u otras características del proceso emulativo- hacer a los hombres industriosos y frugales” (ibid: 43). La eficiencia es en las clases productivas (inferiores) una forma también de distinción social. Pero en los estratos superiores se da una especie de “suciedad ceremonial” en la que “todas las personas de gusto refinado sienten que ciertos oficios –que convencionalmente se consideran serviles- llevan unida con inseparabilidad una cierta contaminación espiritual. Se condena y evita sin titubear un instante las apariencias vulgares, las habitaciones mezquinas (es decir, baratas) y las ocupaciones vulgarmente productivas” (ibid: 45).
Esta necesidad de ostentar bienes los cuales toman un sentido simbólico, llevan indefectiblemente al “consumo conspicuo”. Precisamente, éste es uno de los valores más presentes y distintivos de la “clase ociosa”. Los individuos que forman parte de la clase ociosa se interesan por las cuestiones teóricas y abstractas, en cierta forman establecen ciertos códigos y normas de modales para adoctrinar a las clases productivas. Por otro lado, en su afán de ostentación prefieren practicar ocupaciones relacionadas a la educación, la guerra, los deportes, el gobierno y los quehaceres religiosos. Por tanto para Veblen, conforman en general a este grupo: gobernantes, deportistas, clérigos, militares e intelectuales. En este sentido, el ocio para el autor no significa otra cosa que “pasar el tiempo sin hacer nada productivo: 1) por un sentido de la indignidad del trabajo productivo, y 2) como demostración de una capacidad pecuniaria que permite una vida de ociosidad” (ibid: 51).
Este párrafo ilustra magníficamente el sentido que Veblen dio a su teoría; la que luego fue precisamente tergiversada por los intelectuales y aplicada a los turistas. En principio, Veblen no se refirió en ninguno de sus textos a los turistas como exponentes ejemplares de la “clase ociosa”. En primer instancia, esto se debe a que podríamos decir que los turistas son “momentáneamente ociosos” en el sentido por el cual deben reinsertarse en la producción cotidiana. Segundo, la posibilidad de practicar turismo es precisamente un código que revela una pertenencia a un grupo productivo. Al margen de cualquier especulación personal, es posible que ciertos grupos al no estar ocupados cotidianamente se dediquen a viajar por el mundo en forma de “eternos viatores”; pero obviamente esto sugiere una idea de minoría. El turismo popular o masivo como hoy se conoce parece estar lejos del sentido de clase ociosa del propio Veblen. Por otro lado, se omite la descarnada y elocuente explicación del autor sobre los intelectuales; estos sí como verdaderos exponentes de lo que se comprende por una “clase ociosa”.
En su apartado XIV titulado el saber como expresión de la cultura pecuniaria, el economista estadounidense afirma “los hábitos mentales formados de este modo bajo la guía de profesores y tradiciones académicas tienen un valor económico –un valor por lo que afecta a la utilidad del individuo- no menos real que el valor económico similar de los hábitos mentales formados sin esa guía bajo la disciplina de la vida cotidiana” (ibid: 369). Los intelectuales al igual que los políticos buscan constantemente la distinción pecuniaria a través de cánones específicos como la disciplina y el saber. El esquema educativo se convierte, entonces, en una forma reproductiva de la “clase ociosa”. Continua el autor, “es en el saber, y de modo más particular en el saber superior, donde más patente resulta la influencia de los ideales de la clase ociosa; y como el propósito que aquí nos guía no es el presentar una exhaustiva recolección de datos que muestre el efecto producido por la educación por la cultura pecuniaria, sino el de poner de manifiesto el método y tendencia de la influencia ejercida por esta clase ociosa sobre la educación” (ibid: 369-370).
En los inicios, el saber “primitivo” era monopolizado por los sacerdotes bajo pautas de transmisión ritualista-ceremonial. El interés particular, estaba vinculado a una especie de intersección transaccional entre las divinidades y los hombres. Uno daba una ofrenda para recibir a cambio protección y/o benevolencia por parte de los dioses. Este conocimiento le dio a esta clase un poder tanto sobre el vulgo como sobre los señores feudales. “el elemento del saber es aún, y ha sido en todo tiempo, un elemento muy atractivo y eficaz para la finalidad de impresionar y aun de engañar a los ignorantes; y a los ojos del analfabeto total la posición del sabio se valora, en gran parte en términos de su familiaridad con las fuerzas ocultas” (ibid: 371-372).
Para Veblen, el saber es un producto de un estrato vicario el cual deviene de los sacerdotes. Esta posición privilegiada de intermediarios entre lo divino y lo profano, les dio ciertos atributos ostensibles y plausibles de valoración económica por los cuales se alejaron del trabajo productivo. En su búsqueda del “significado”, los intelectuales (y también los sacerdotes) se constituyeron en una verdadera clase ociosa. La liturgia universitaria, recurre a diferentes objetos fetiche para legitimar su régimen como ser las togas, las tesis, la colación de grado, la ortografía, el birrete entre otras. Estos elementos rituales distinguen el saber superior del técnico. Mientras el primero se relaciona con una forma de consumo ostentoso, la primera se aboca a la producción tecnificada. Por otra parte, la complejidad del ritual en los claustros universitarios es otro hecho que marca la presencia de un grupo ocioso. No se educa para producir, sino que se educar por el sólo fin de hacerlo.
Desde otra perspectiva, Veblen nos ayuda a comprender la función de la erudición y la ortografía (como regla impuesta del lenguaje) en la reproducción de los intelectuales. En efecto, las reglas sintácticas y gramaticales dan sentido al lenguaje y a través de ella ubica a los eruditos en una posición de control y hegemonía sobre el resto. No basta con escribir y dar sentido a la escritura, sino hay que hacerlo de determinada forma. En otras palabras, es la propia gramática la que da sentido a la escritura. No es extraño ver a las “clases privilegiadas” de cualquier sociedad invertir verdaderas fortunas en la educación de sus hijos; como así tampoco ver la influencia de los sectores religiosos en la historia de la educación universitaria. De esta manera, la clase ociosa no sólo mantiene el control de los medios productivos, estéticos y de consumo; sino también de los educativos. “El caballero ocioso verdaderamente bien educado debe ver y ve el mundo desde el punto de vista de la relación personal; y es el interés cognoscitivo en la medida en que logra alcanzar expresión en él tiene que tratar de sistematizar los fenómenos sobre esa base. Así ocurre con el caballero de la vieja escuela, en quien los ideales de clase ociosa no han sufrido ninguna desintegración; y esa misma es la actitud de su descendiente actual, en la medida en que es heredero de todo el conjunto de las virtudes de la clase superior” (ibid: 390-391).
Si bien la Ciencia ha tomado contacto con el mundo industrial, su génesis para Veblen es parte inherente de la clase ociosa en el sentido impuesto del reconocimiento por mérito (cuya expresión máxima es el currículo vitae). Los científicos (al igual que los intelectuales) adquieren un valor y estatus específico dentro del grupo social. Pero lo que marca, quizás, con mayor elocuencia su pertenencia a este grupo, no es su accionar sino las formas de relación que en él imperan. En efecto, los científicos no tienen desarrollada la idea de comunidad en el sentido industrial; sus hallazgos son individuales como así sus formas de cooperación e integración. “así, pues, los hábitos mentales impuestos por la vida industrial moderna han encontrado expresión y elaboración coherentes como cuerpos de conocimiento científicos teóricos que se ocupa de la secuencia causal de los fenómenos, a través de esos grupos de hombres – investigadores, sabios, hombres de ciencia, inventores, especuladores – la mayor parte de los cuales ha realizado su obra más importante fuera del abrigo de las instituciones académicas” (ibid: 393).
De esta manera, las humanidades modelan el sistema de consumo egocéntrico por medio de valores como la “belleza” y el “bien”; pero es en la excelencia (como forma honorífica) en donde los intelectuales tienen mayor influencia. La posibilidad de categorizar los saberes con términos como “bajo”, “medio”, “alto”, “superior” e “inferior” está fuera de toda lógica industrial. Al respecto, Veblen sostiene “todos estos epítetos son honoríficos o humillantes; es decir, son términos de comparación valorativa que, en último análisis, entran en la categoría de lo que contribuye a dar y mantener una buena reputación o a quitarla; es decir, corresponden al conjunto de ideas que caracteriza el esquema general de la vida del régimen de status” (ibid: 399).
Entonces, la hegemonía creada por estos centros de “excelencia” educativa es para Veblen una forma de crear sentido y transmitir códigos específicos de honor y estatus. El privilegio, es considerado por esta clase como el criterio principal de distinción y diferenciación entre los hombres. Una dicción “elegante” sea en lo oral como en la escritura es necesaria para distinguir al erudito de quien no lo es. En otras palabras, y concluyendo esta excelente obra “el lenguaje clásico tiene la virtud honorífica de la dignidad; provoca atención y respeto porque es el método de comunicación acreditado dentro del esquema general de la vida de la clase ociosa, ya que comporta una clara sugestión de que quien lo emplea ha estado exento de toda ocupación industrial. La ventaja de las locuciones acreditadas consiste en que favorecen una buena reputación, y la favorecen porque son complicadas y anticuadas y sugieren, por ende, un derroche de tiempo y la exención del uso y de la necesidad de emplear un lenguaje directo y vigoroso” (ibid: 406).
Hemos hasta aquí, trascripto y explicado el pensamiento de Veblen con respecto al papel de los intelectuales como estamento reproductivo de la clase ociosa; y pensamos, haberlo hecho de la forma más objetiva posible. En este sentido, La Clase Ociosa se conforma como una obra obligada para todos aquellos que incurran en temas de educación y trabajo. Pero además, simplifica, explica y describe con lujo de detalles, la influencia que los intelectuales han tenido a lo largo de los años en diferentes sociedades. Específicamente, para el caso del turismo sugerimos una re-interpretación de Veblen a la luz de aquellos que también lo estudiamos (ociosamente). Es erróneo trasladar el concepto de “clase ociosa” a los turistas, y en ese acto quedar impunes de toda responsabilidad; proyección podría convertirse en un vocablo oportuno para este caso.
REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS
• Veblen, Thorstein. (1974). La Clase Ociosa. México: Fondo de Cultura Económica.